Rumanía: un largo viaje a Occidente.

romanian-flag

Rumanía es un pueblo orgulloso de sus raíces latinas: ellos se llaman Romania (con o, en referencia a Roma). El país nace en el siglo XIX de la unión de los principados de Moldavia (la mitad del cual es hoy una república independiente) y Valaquia, y la posterior anexión de Transilvania, Bucovina y Besarabia en el siglo XX.

Se independizó de Turquía en 1877. Tras estar en el lado vencedor en las dos Guerras Mundiales, se alineó con el bloque comunista en la Guerra Fría. De infausto recuerdo es el dictador Nicolae Ceasescu, fusilado en 1989. Ahora está en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea (UE).

En lo económico es uno de los graneros de Europa, con el cultivo de excelentes cereales, pero su industria es escasa. Es uno de los países más pobres del continente, con una alta mortalidad infantil, baja natalidad y elevada corrupción. Esto causa un éxodo de rumanos que emigra a Europa en busca de una vida mejor.

Buena parte de estos emigrantes son gitanos marginales dados a la mendicidad, el chabolismo y el gueto. Esto daña la imagen de los emigrantes rumanos en general, honrados en su mayoría.  Los gitanos son la minoría más grande de Rumanía y basculan entre la falta de integración y lo marginal. Los húngaros son la otra gran minoría.

Rumanía es un estado unitario y centralista, en el que la Iglesia Ortodoxa y el idioma rumano son importantes señas de identidad. Aunque su icono más conocido a nivel mundial es el Conde Drácula, inspirado en Vlad Tepes, un antiguo príncipe valaco que empalaba a sus enemigos y mantenía a raya a los turcos.

Es un pueblo guerrero obligado históricamente a defender sus fronteras de ataques exteriores que hoy sueña con una Gran Rumanía que se anexione la vecina Moldavia. De momento debe conformarse con emprender un viaje -que será largo- hacia la modernidad de Occidente y dejar atrás un pasado tétrico y gris.

Turquía: entre Occidente y el islam.

© CE/EC Flag of Turkey 6/12/2003

El Imperio Otomano fue una potencia imperial entre 1299 y 1923. En la cúspide de su poder, en el siglo XVII, controlaba un territorio de 5,5 millones de km2 (buena parte del norte de África, Europa Oriental y Oriente Próximo). Su mayor éxito fue liquidar al Imperio Bizantino y arrebatarle Constantinopla, llamada hoy Estambul.

Los turcos aterrorizaron a la Cristiandad ya que por donde pasaban no quedaba en pie ni las estatuas. Fue un imperio tan sanguinario que a día de hoy sus excolonias siguen traumatizadas, como en los Balcanes o en Armenia. Incluso en la actualidad, Turquía usa su fuerza para oprimir a Grecia, Chipre y el pueblo kurdo.

La Turquía moderna es una república democrática y secular creada en 1923 por Mustafá Kemal Atatürk, que inspirada en el laicismo de Francia persigue la supremacía del código civil sobre la religión. El idioma turco que antes empleaba caracteres árabes ahora utiliza el alfabeto latino por iniciativa del reformista Atatürk.

Esta patria es, con sus 70 millones de habitantes, su economía en expansión y su numeroso ejército, una potencia regional. El 99% de la sociedad es musulmana. Los militares, como en Egipto, son el verdadero poder en las sombras y quienes más de una vez han impedido una deriva islamista que acabaría con el estado laico.

Turquía está a caballo entre dos mundos: geográficamente se ubica entre Europa y Asia y tres mares (Mar Negro, Egeo y Mediterráneo) y culturalmente se encuentra desgarrada entre el islam y Occidente. Es un país musulmán que quiere ser occidental pero que al final sólo consigue que lo rechacen tanto unos como otros.

Turquía, encrucijada de antiguas civilizaciones, es hoy más que ayer un puente entre Oriente y Occidente. Es un pueblo orgulloso y patriota, consciente de su historia, es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y aspira a la Unión Europea (UE); alta traición para los vecinos países de la media luna.

La aplastante superioridad de la civilización occidental.

Por los artículos que escribo, a menudo recibo  acusaciones de «fascista», «racista», «xenófobo», «ultraderechista» y cosas por el estilo. Y lo entiendo, porque hoy en día nadar contracorriente, atacar lo hipócritamente correcto conlleva que te cuelguen de forma automática el sambenito de «facha». El problema es que el vocablo «fascista» ha sido desprovisto de su significado original y hoy en día sirve para acusar a todo aquel que no te dé la razón o para definir todo aquello que a uno no le gusta, así que me importa un bledo si me lo llaman. A mí, con todo, me divierte mucho, pues provengo de una familia republicana y socialista y encima mi esposa es negra. Así que cuando dicen que soy de extrema derecha me da la risa.

Algunos lectores me acusan de «chovinista» porque casi siempre escribo acerca de Europa. Esto  también me resulta divertido porque es como decir que el literato Gabriel García Márquez es chovinista porque ambienta sus novelas en Latinoamérica. Cojonudo por él. Cada uno escribe de lo que le rota. Yo vivo en Europa y me gusta Europa. Supongo que si viviera en África escribiría cosas de aquel lugar pero ya que vivo en el Viejo Continente, pues hablo acerca de mi entorno más próximo. ¿Que Europa ha escrito las páginas más brillantes de la historia? Pues sí señor. Y las más sangrientas también. ¿Que las naciones europeas tienen una historia impresionante? Pues sí señor. ¿O acaso no ha ido usted a la escuela?

¿Que en Europa se vive mejor que en cualquier otra parte del mundo? Pues sí señor. Y si no, pregúntele a un turco por qué prefiere emigrar a Alemania antes que a Arabia Saudita. O a un marroquí por qué prefiere ir a España antes que a Argelia. A ver qué contestan. En Europa tenemos un alto nivel de vida y de bienestar (no sé si lo tendremos por mucho más tiempo, que pienso que no, pero todavía lo tenemos). En la actualidad en Europa se vive mucho mejor que en cualquier otro continente. Quien no quiera ver la realidad o es idiota o está ciego. Y por más que se empeñen algunos, no todas las culturas son igual de valiosas. Pretender comparar Islandia con Pakistán, como si ambas fueran iguales, es de locos.

Con todo, diré que yo más que «europeo» me siento «occidental». ¿Qué es Occidente? Es una idea. No es un lugar en el mundo, no son unas coordenadas geográficas, es una comunidad de valores. Los valores judeocristianos, grecolatinos y la Revolución Francesa. Eso es Occidente. Yo me siento identificado con eso. Y en consecuencia me siento mil veces más próximo ideológicamente a Canadá o Nueva Zelanda que a Turquía o Bielorrusia, por muy europeas que sean. Y me siento mil veces más cercano a un iraní con mentalidad occidental que a un valenciano que odia ser lo que es. Porque no se trata de nacionalidades. Ni de colores de piel. Se trata de ideas. Y las ideas son el motor que hace mover el mundo.

La civilización occidental nació en Europa, es cierto, pero no es patrimonio exclusivo del Viejo Continente. Ahí están los Estados Unidos de América por ejemplo. O Australia. O cada día más Corea del Sur. Cualquier nación del mundo puede ser occidental, así esté en el Oriente del planeta. Porque ser occidental no tiene nada que ver con ser europeo, ni de raza blanca ni con vivir en el Oeste del mundo. Tiene que ver con una mentalidad. Tiene que ver con la defensa de la democracia, la libertad y los derechos humanos. Con dar el poder al pueblo. Con el legado de Atenas, Roma, Israel y Francia. Yo animo a todos los pueblos del mundo a que abracen la cultura occidental porque no existe ninguna otra que sea mejor.

Puede que el fascismo, el nazismo o el comunismo nacieran en el Occidente geográfico, pero desde luego eran radicalmente antiooccidentales porque chocaban de lleno con el espíritu libertario de la Revolución Francesa. Yo no voy a negar que en Occidente se han escrito muchas páginas bochornosas de la historia. O que nuestro estilo de vida adolezca de fallas dignas de sonrojo. Pero aún así, la civilización occidental es, con todos sus defectos, que los tiene y muchos, la mejor del mundo. Pero con muchísima diferencia. Yo no creo en razas superiores pero sí en civilizaciones superiores. Y desde luego una nación donde una mujer puede conducir un coche es mejor que una donde si comete adulterio la lapidan hasta morir.

Sin ánimo de menosprecio, y aún reconociendo que todas las culturas son fascinantes y que de todas ellas sin excepción se puede aprender algo valioso (aun de la más atrasada), yo no me escondo: creo en la incontestable y aplastante superioridad de la civilización occidental. Como mentalidad, como comunidad de valores. Es mejor que cualquier otra. Y si alguien no se lo cree, pues que compare la nómina de Premios Nobel de los países occidentales con la de los que no lo son. La mentalidad occidental es la que mejor funciona en el mundo, la que ha traído más progreso, más prosperidad y más libertad. Lástima que hayan tantos occidentales a los que les han lavado el cerebro para odiarse a sí mismos y a lo que son.

Francia: el pueblo más valiente del mundo.

Si en América el liderazgo indiscutible corresponde a los Estados Unidos, Europa es un corral lleno de gallos que compiten entre sí. Y si en el Viejo Continente Alemania es la locomotora económica y Holanda la fábrica de ideas, en lo político y en lo cultural ese papel de liderazgo corresponde sin lugar a dudas a la gran Francia.

Francia es el pueblo más valiente y libertario del mundo, siempre dispuesto a defender sus derechos y a luchar contra la tiranía. Es el país de la Revolución Francesa y del Mayo del 68, la nación que por dos veces venció a Alemania en las Guerras Mundiales y que actualmente lidera, junto con Berlín, la Unión Europea (UE).

Pero Francia es también una cárcel de naciones, un estado centralista y homogeneizador que empuja a decenas de lenguas y culturas casi a su extinción. Allí sólo impera la cultura oficial francesa y ninguna otra tiene cabida. También lleva a la práctica un laicismo extremo que condena a la religión a la esfera de lo íntimo.

Francia llegó a conquistar casi toda Europa en tiempos del emperador Napoleón Bonaparte. Y en el siglo XIX levantó un gran imperio  en Asia y África (aún hoy tutela a sus ex-colonias). Es un pueblo chovinista que añora la grandeza del pasado y que en su subconsciente piensa de sí mismo que es mejor que Estados Unidos.

Es tierra de literatos (Voltaire, Montesquieu, Víctor Hugo, Gustave Flaubert, Marcel Proust…), científicos (René Laënnec, Louis Pasteur…), artistas (Georges de La Tour, Eugene Delacroix, Eduard Manet, Claude Monet, Auguste Rodin…), cineastas (hermanos Lumiere, George Meliès…), etc.

Junto con el judeocristianismo de Israel y la cultura grecolatina de Atenas y Roma, los principios y valores democráticos que emanan de la Revolución Francesa configuran las bases de la moderna sociedad occidental. La aportación gala a la cultura universal es capital. Occidente no sería lo que es de no ser por Francia.

Países Bajos: el cerebro de Occidente.

Si en la Antigüedad Atenas se convirtió en el cerebro del mundo, en la actualidad tal honor corresponde, desgraciadamente, a los Países Bajos. Holanda es el país con más ateos de Europa (55% de la población) e impulsa políticas inmorales que después son copiadas por Occidente como si de un signo de modernidad se tratase.

Holanda es famosa por legalizar la prostitución, el cannabis, el gaymonio y lesbimonio, la eutanasia, el aborto libre o el cambio de sexo. Y ahora cada vez más voces reclaman legalizar tener sexo con niños de 12 años, con animales, la pornografía infantil, la prostitución a partir de los 16 o poder ir desnudo por la calle.

Pero frente a ese Amsterdam ateo de fumaderos y escaparates donde se exhiben rameras como mercancias, se encuentra el cinturón bíblico de Rotterdam (que por cierto tiene el mejor puerto de Europa) y que promueve políticas conservadoras y neutralizar el totalitarismo islamista que los inmigrantes trajeron consigo en la maleta.

Holanda es el laboratorio sociológico de Europa… Su degeneración provoca un efecto contagio que se extiende imparable como mancha de aceite. El presente holandés es el futuro europeo: cierre de iglesias por falta de fieles, auge del ateísmo, la inmoralidad y el relativismo; y el islam como amenaza a la democracia liberal.

Por otro lado, este poderoso y pacífico reino es conocido popularmente por sus molinos de viento, zapatos de madera, tulipanes y paseos en bicicleta. Su aporte a la cultura es sobresaliente con figuras como Erasmo de Rotterdam, Baruch Spinoza, Rembrandt, Vincent Van Gogh, Marco Van Basten o Johann Cruyff.

Los Países Bajos es una de las patrias más potentes y desarrolladas del globo, con una economía altamente productiva, gran nivel de bienestar y un compromiso inquebrantable con la democracia y los derechos humanos. Es una gran nación con una gran historia pero es también el cáncer que está descristianizando Europa.

Serbia: el orgullo nacionalista.

El pueblo serbio fue históricamente traicionado por Occidente. En su día sufrió la invasión del genocida Imperio Otómano. Las potencias europeas, temerosas de los turcos, abandonaron a su suerte a los serbios, que sucumbieron en la Batalla de Kosovo de 1389 y padecieron la despiadada opresión turca hasta finales del siglo XIX.

Aquella invasión islámica y la traición de Occidente fueron la raíz de todos los males posteriores. Serbia desarrolló un nacionalismo excluyente y fanático para asegurar su supervivencia frente al islam y al imperialismo. Las dos Guerras Balcánicas (1912-13 y 1913) confirmaron al país como una potencia en el sur de Europa.

El asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria-Hungría en Saravejo desencadenó la Primera Guerra Mundial (1914-18). Serbia se apoderó de los pueblos de alrededor y juntos constituyeron Yugoslavia en 1918. En la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) los nacionalistas croatas asesinaron más de 700.000 serbios.

Tras la dictadura comunista de Josip Broz Tito, llegó la Guerra Civil Yugoslava (1991-1995), la Guerra de Kosovo (1999), la ruptura con Montenegro (2006) y la independencia de Kosovo (2009). Los serbios cometieron espantosos genocidios. Con tanta guerra, se desintegró Yugoslavia y naufragó definitivamente la potencia serbia.

En los Balcanes se expían los pecados con el ritual del derramamiento de la sangre. Pese a ello, Serbia destaca poderosamente en el campo de la cultura (Kornelije Stankovic, Vuk Stefanovic Karadzic o Emir Kusturica) y del baloncesto (Dragan Kikanovic, Drazen Dalipagic, Radivoj Korac, Dejan Bodiroga…).

El nacionalismo étnico llega a su máxima crudeza en Serbia: una sucesión infinita de guerras por la bandera, la patria y la religión… Es la salida lógica de un pueblo repudiado por Occidente y agredido por el islam: confiar sólo en sí mismo. A Serbia no le quedó más remedio que ser como es. Y Europa tiene buena parte de culpa.

Falacia atea: El sunami de ateísmo y el fin de los tiempos.

En Europa, un auténtico sunami de ateísmo se abre paso y está arrasando con absolutamente todo. En España el 15% del total de la población es atea, porcentaje que se dispara hasta el 40% en el caso de la juventud. En absolutamente todas las encuestas sobre valores que se hacen a los jóvenes, la respuesta es que conceptos como Dios, religión o iglesia tienen escasa o ninguna importancia sobre ellos. Ahora mismo ya hay naciones en Europa donde hay más ateos que creyentes -en Holanda, el 55% de los holandeses no profesa ninguna religión-. En estados como Chequia o Ucrania se dispara la apostasía sin ningún freno.

En Alemania, la patria del pastor Martín Lutero, uno de cada tres ciudadanos no cree en Dios. A modo de anécdota, contaré que hace unos años en Alzira (Valencia) se montó una iglesia bautista y al cabo de un tiempo tuvo que cerrar por falta de fieles. Alzira tiene 45.000 habitantes. En Francia o Portugal a las parroquias católicas ya sólo acuden ancianos y las catedrales sólo son visitadas por turistas, como si de un museo se tratase. El ateísmo avanza imparable, sin freno ni remisión. Como cuando un buque petrolero naufraga en mitad del mar y una apestosa mancha de aceite de desparrama sin límite y ensucia todo lo que toca.

La fiebre del ateísmo recorre el mundo. En el Reino Unido se hacen campamentos de verano para niños ateos. Los libros de autores antirreligiosos como Michel Onfray o Richard Dawkins son superventas en las librerías de Europa. En España circulan autobuses con carteles que dicen: “Dios probablemente no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Cada vez más personas reclaman a la Iglesia Católica que les borre de sus registros de bautismo. En EEUU los ateos demandan que el lema nacional In God we trust no aparezca en el Capitolio ni en las monedas… ¿Qué es lo que está pasando? ¿Acaso el mundo se está volviendo ateo?

El ateo en su necedad niega a Dios y piensa que el creciente ateísmo es fruto del progreso, que la descristianización de la sociedad es fruto de la modernidad. Se cree muy sabio pero se equivoca. En la Biblia ya se profetizó todo esto. La apostasía generalizada es un signo de la cercanía del fin de los tiempos. Vivimos en el tiempo de la apostasía final y de los falsos profetas. La inmoralidad, los abortos, la homosexualidad, el ateísmo, las falsas doctrinas y la maldad sólo irán en aumento hasta la aparición del Anticristo. El amor de muchos se enfriará y la fe decaerá. Todo esto es necesario que ocurra antes de la segunda venida de Cristo.

Pablo, hablando sobre este asunto, dijo: “¡Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (2 Tesalonicenses 2:3). Y añade: “Pero el Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos, algunos apostatarán de la fe escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1). Jesús dijo: «Muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará» (Mateo 24:11-12). Los ateos no descubren nada que la Biblia no advirtiera hace miles de años.

 

FUENTE: Por qué dejé de ser ateo de Josué Ferrer.

—————————————————————————–

¿Te gusta el artículo? Puedes leer muchos más como éste en mi libro POR QUÉ DEJÉ DE SER ATEO. ¡Haz clic en la portada!

portada_josue_ferrer(2)

Eslovenia: el feliz reencuentro con Occidente.

Los eslovenos eran el 8% de la población de Yugoslavia pero aportaban el 25% del Producto Interior Bruto (PIB) del estado y la tercera parte de las exportaciones. Sus recursos fueron puestos al servicio de los intereses centralistas de Belgrado y los impuestos que pagaban servían para construir infraestructuras en Serbia y Macedonia.

Los eslovenos eran los más prooccidentales de todos los eslavos del sur y continuamente reclamaron una apertura económica y democrática pero, en respuesta, sólo padecieron una concatenación de dictaduras: monarquía absolutista, fascismo y comunismo. El centralismo de Belgrado se tornó déspota y feroz.

Pese a ello, este pueblo siempre fue fiel al Estado Yugoslavo pero cuando criticó la suspensión de la autonomía de Kosovo en 1989, los serbios promovieron un boicot contra las empresas y productos eslovenos. Esto desató las iras independentistas de un pueblo hasta entonces leal pero que finalmente se había hartado de pagar y callar.

Cuando estalló la Guerra Civil Yugoslava en 1991, Eslovenia fue la primera en independizarse. Tuvo mucha suerte ya que, tras sólo diez días de conflicto bélico, logró su objetivo. Inmediatamente, la república fue reconocida por Alemania y otras potencias que le dieron una cordial bienvenida para festejar su ingreso en Occidente.

Eslovenia es otro claro ejemplo de que la independencia sienta bien a un pueblo: hoy es líder mundial en fabricación de elementos para  deportes de invierno, tiene una floreciente industria farmacéutica, automovilística y vitivinícola, supera en renta per cápita a Portugal y Grecia y tiene menos desempleo que Alemania o Francia.

Liubliana se adhirió a la Organización del Tratado del Atlántico Norte  (OTAN) y a la Unión Europea (UE) en 2004 y al euro en 2007. Hoy Eslovenia forma parte de pleno derecho del conjunto de naciones desarrolladas occidentales. La gente tiene motivos de peso para volver a estar feliz y mirar con optimismo hacia el futuro.

Ucrania: un pueblo dividido.

No hay bandera nacional que represente mejor a su pueblo que la ucraniana. Así como esta flámula se encuentra dividida en dos mitades (azul y amarilla) también su sociedad está fracturada en dos facciones irreconciliables: la que habla ucraniano (prooccidental y proeuropea) y la que habla ruso (simpatizante de Moscú).

Antaño los rusófonos tenían todo el poder  y despreciaban a los ucranioparlantes pero desde la independencia del país en 1991 la única lengua oficial es el ucraniano y los rusoparlantes un remanente colonial que desaparecerá por relevo generacional. La minoría tártara, con su lengua propia, es la tercera en discordia allí.

El país es de vital importancia estratégica para todo el mundo: heredó buena parte del arsenal atómico de la desaparecida Unión Soviética, por su territorio pasa uno de los gasoductos más importantes de Europa y además tiene frontera directa con Rusia, lo cual es una maldición que sólo le ha traído una pesadilla tras otra.

El imperialismo ruso causó estragos: en 1932 el estalinismo fabricó una hambruna que mató 10 millones de almas, luego la gente pasó hambre por décadas bajo el comunismo y encima sufrió el accidente de Chernobil de 1986. Incluso hoy es uno de los países más pobres de Europa, con un capitalismo salvaje que lo privatiza todo.

Es el segundo estado más grande de Europa -por detrás de Rusia-, un país rural con una tierra negra donde se cosechan los mejores cereales del planeta, también una sociedad sin alma donde prolifera desbocado el ateísmo y una patria en cuyas ciudades pasean espectaculares mujeres rubias célebres por su belleza en todo el orbe.

Ateos o cristianos. Liberales o comunistas. Lengua ucraniana o rusa. Bruselas o Moscú. OTAN o Rusia. Todo en Ucrania es bipolar. Ojalá algún día esta ignominiosa página de su historia sea sólo un mal sueño y Ucrania sea una patria unida asentada sobre sus señas de identidad, el amor propio y el orgullo de ser nación.

Falacia atea: Ateísmo = desarrollo.

«Me aburren los ateos: siempre están hablando de Dios.» Heinrich Böll.

Una de las mayores falacias ateas que existe es la de pensar que el cristianismo es una rémora del pasado, una suerte de atávica superstición unida a la ignorancia mientras que el ateísmo constituye un signo de progreso, de modernidad. A menudo los ateos argumentan en favor de esta idea que las naciones más modernas y desarrolladas del mundo (las del centro y norte de Europa, fundamentalmente) cuentan curiosamente con muchos ateos.

Y no se puede negar que es verdad. Pero el argumento es equivocado… No es que por el hecho de que había un gran porcentaje de ateos en un territorio es que se consiguió una nación próspera. No, no, no… ¡Es justo al revés! Es precisamente porque se logró una nación rica donde la gente vive bien y tiene de todo es que parte de su población, históricamente cristiana, pasó a ser atea. Es la comodidad la que trajo el ateísmo, no al revés.

Sucede a veces que cuando una persona tiene su casa, su coche, su buen sueldo, sus vacaciones, su televisión de plasma y carece de grandes problemas en la vida se vuelve ateo… Porque desde la mentalidad humana lo fácil es pensar : «Si tengo todo lo que necesito… ¿para qué quiero a Dios? Para nada». Cuando hace décadas en Europa se pasaba hambre, todos creíamos en el Señor… pero ahora que somos ricos lo apartamos de nuestras vidas.

Sin embargo, en los países donde abunda la injusticia y el sufrimiento, la gente se ampara más al Señor, no porque sea inculta sino porque sufre. El literato Víctor Hugo escribió: «los ojos no pueden ver bien a Dios, sino a través de las lágrimas». Y la prueba es que cuando un ateo pasa por una situación límite (un cáncer, la prisión, la ruina…) en no pocas ocasiones se siente desesperado y acude al único capaz de ayudarle en ese instante: Dios.

Es un error común pensar que la gente con cultura debe necesariamente ser atea y la gente sin estudios ser creyente. Es absurdo porque existen sobradas muestras de científicos y catedráticos creyentes y de ateos que son analfabetos funcionales que al final del año no han leído ni un solo libro.  Y viceversa. No, no son los estudios ni la cultura… Es el dolor… Porque mucha gente sólo se acuerda de nuestro Señor cuando sufre y necesita su ayuda.

El ateísmo nunca en toda la historia ha aportado una pizca de desarrollo a una sociedad. Al contrario: allí donde ha imperado el ateísmo de estado, como en Unión Soviética, Cuba o China, ha reinado la miseria, el hambre  y la desolación, así como las persecuciones por motivos ideológicos y las masacres. Porque en el fondo el ateísmo es un movimiento intolerante  y fanático; es la otra cara de la moneda de esas siniestras teocracias de la Edad Media.

Por contra, las naciones del centro y norte de Europa -ésas que tan a menudo algunos ponen como ejemplo de progreso ateo- lograron alcanzar su  prosperidad de la mano de una sociedad abrumadoramente cristiana protestante. Fueron los protestantes (y no los ateos)  los que hicieron rica a Dinamarca, Suecia, Alemania, Islandia…  Y una vez se convirtieron en naciones ricas, es que la gente, por exceso de comodidad, pasó de cristiana a atea.

Buscar la prosperidad material de una patria y el bienestar de su gente es algo bueno y deseable y no resulta incompatible con buscar una prosperidad espiritual. Ahora bien, pobre de aquella sociedad que le dé la espalda a su Creador porque si Él no nos importa, menos aún nuestros semejantes. El día en que los seres humanos desechemos definitivamente al Señor estaremos al fin preparados para subir a las ramas de un árbol y quedarnos a vivir allí.

 

FUENTE: Por qué dejé de ser ateo de Josué Ferrer.

—————————————————————————–

¿Te gusta el artículo? Puedes leer muchos más como éste en mi libro POR QUÉ DEJÉ DE SER ATEO. ¡Haz clic en la portada!

portada_josue_ferrer(2)

Anteriores Entradas antiguas

A %d blogueros les gusta esto: