Matad a vuestros hijos y matad a vuestros padres pero dejad vivir en paz a los toros.

La cultura de la muerte siempre emplea la misma estrategia. Se dibuja el escenario más trágico posible para dar lástima y luego legalizar la muerte. Ya lo hicieron con el aborto hace años. ¿Te imaginas una niña de doce años que ha sido violada? Y la niña va en silla de ruedas. Y encima el violador es su propio padre. Y además, el bebé que va a traer al mundo nacerá discapacitado. Y por si fuera poco la niña en silla de ruedas, como sólo tiene doce años, va a morir en el parto. Pobrecita. ¿No te da lástima? ¿Cómo puedes ser tan insensible como para obligarla a ser madre? ¿Es que no ves que el aborto debe ser legal? Con este tipo de ejemplos, que no llegan ni al 0,1% del total de casos, se ha acabado legalizando la barra libre de abortos. Porque el 99% de abortos corresponde a una chica que va a una discoteca, se emborracha, se acuesta con uno que no sabe ni cómo se llama y unas semanas después: «Oh, oh, no me baja la regla. Pues abortamos y problema resuelto».

Ahora le ha llegado el turno a la eutanasia, recientemente legalizada en España. Una ley garantista, nos dicen, por la cual la persona que desee la muerte digna debe ser mayor de edad, un paciente terminal, incurable o sufrir dolor intolerable y solicitar el suicidio asistido de forma libre y voluntaria. Suena como el caso de la niña en silla de ruedas… ¿Quién se podría oponer, verdad? Así empezaron en Holanda y Bélgica y ahora ya están discutiendo la eutanasia para niños, bebés incluidos. También para ancianos sanos que no tienen mayor problema que los achaques normales de la vejez. Ampliación de derechos, lo llaman. ¿Y qué pasará cuando el paciente que debe decidir no pueda decidir? ¿Qué pasará con ese anciano con Alzhéimer o demencia senil? ¿Decidirá él? ¿O decidirán otros por él? ¿Unos hijos que desean cobrar la herencia? ¿Un médico bondadoso que quiere aliviar el sufrimiento de sus pacientes? ¿Un Estado al que le vendría bien ahorrarse pensiones?

Si ustedes quieren conocer el futuro, miren lo que pasó con el aborto y sabrán lo que pasará con la eutanasia. Lo más curioso de todo es que la gente que está dispuesta a matar a sus propios hijos o a sus propios padres suele ser la misma gente que pone el grito en el cielo porque se matan toros en las corridas, porque las gallinas sufren en las granjas o porque los chimpancés carecen de derechos humanos. Y no me extraña, porque Hitler también quería mucho a los perros. Una sociedad en donde el huevo de una cigüeña o la cría de un lince merecen más protección legal que el hijo que está en el vientre de su madre o el anciano que ha hecho mil sacrificios para criarte es una sociedad profundamente enferma con unos valores profundamente equivocados. Toca elegir entre la cultura de la vida y la de la muerte, si estamos con la luz o con las tinieblas, con Dios o con el diablo. Porque nadie puede servir a dos señores. Que cada uno escoja libremente el suyo.

Quinientos años de Reforma Protestante.

Hace cinco siglos un monje llamado Martín Lutero clavó en la puerta de la Iglesia de Wittenberg 95 tesis que iban a causar un auténtico terremoto teológico. En esencia se rechazaba la venta de indulgencias; se entendía que la cristiandad no necesitaba de una institución; que los bienes de la Iglesia deben repartirse entre los fieles; que la salvación es por fe y no por obras; se aceptaban tres sacramentos: bautismo, comunión y penitencia; los hombres de fe podían leer e interpretar los Evangelios sin intermediarios humanos y la verdadera autoridad en la fe estaba en las Sagradas Escrituras. Las cinco solas (sola scriptura; sola fide; sola gratia; solus Christus y Soli Deo gloria) resumen las creencias fundamentales de los reformadores frente a la doctrina católica.

La Reforma Protestante supuso volver al cristianismo primitivo de la Iglesia original, al que practicaban Jesucristo y los apóstoles. Volver a guiarse por lo que dice la Palabra de Dios, que es la Santa Biblia, y no por dudosas tradiciones humanas; a adorar en espíritu y en verdad en lugar de rendir culto a las estatuas; a bautizar a los creyentes adultos -siguiendo el ejemplo de Jesús- y no a bebés sin ningún uso de razón; a traducir las Escrituras en lugar de quemarlas en las hogueras; a hacer el culto en la lengua del pueblo llano en lugar de oficiar la misa en latín; a promover principios y valores en vez de ceremonias y rituales; a tener a Cristo como cabeza visible de la Iglesia y no al Papa; a entender por fin que la única Iglesia verdadera es la que realmente obedece a Nuestro Señor.

El legado de la Reforma va más allá de lo religioso. El énfasis en que la población pudiera leer la Biblia favoreció su alfabetización; el interés por la investigación y por la ciencia surgió a partir de leer los textos sacros; el considerar el robo y la mentira como pecados muy graves y no como meros pecados veniales atajó la corrupción; se fomentó la ética en el trabajo y el derecho de la propiedad privada, la democracia liberal, el capitalismo, la separación de iglesia y estado, la libertad religiosa y el imperio de la ley por el que todos somos considerados iguales. La Revolución Americana -que dio inicio al mundo moderno- estuvo claramente inspirada por los valores puritanos y las naciones protestantes se convirtieron en ejemplo admirable de progreso, prosperidad y libertad.

La Reforma iba a causar un cisma que dividiría el Occidente en protestantes y católicos aunque la verdadera intención de Lutero nunca fue la de crear una nueva iglesia sino la de reformar la que ya existía. Pero la rotunda negativa de los papas lo hizo imposible. Y mientras que la Reforma triunfó en América y Europa del Norte, la Contrarreforma abanderada por el emperador Felipe II y la Inquisición española apagó prematuramente la luz del Evangelio e hizo que nos quedáramos en esa mitad del mundo condenada a la dictadura, la pobreza y el atraso. Hoy vivimos la mayor Reforma religiosa de los últimos siglos: la del ateísmo. Ante una juventud que vive sin Dios, debemos volver a nuestras raíces y predicar la sanadoctrina. Reevangelizar Europa resulta hoy más urgente que nunca.

Cuán grande es Él.

Hoy vamos a hablar de cifras. El diámetro de la Tierra es de 12.742 km. Es un planeta pequeño. El Sol por ejemplo tiene un diámetro de casi 1.500.000 km. Entre ambos hay una distancia de 150 millones de km. Vamos a presentarlo en una escala natural más comprensible: si el planeta Tierra fuera una pelota de tenis, el Sol sería una esfera de once metros de diámetro y entre ambos habría una distancia de 1.200 km. Plutón estaría a 47.000 km de distancia y sería como una canica.

Si el Sol, con 1.500.000 km de diámetro, nos parece grande en comparación con la Tierra, resulta minúsculo en comparación con otras estrellas. La estrella más grande conocida hasta el momento se llama VY Canis Majoris y tiene el diámetro de 2.800 millones de km. ¿Puedes si quiera imaginar lo monstruoso de este tamaño? Piensa en un avión de pasajeros que vuela sobre la superficie de esta estrella a 900 km por hora… ¡Se necesitarían 1.100 años para darle una vuelta completa!

Pues si grande es el Sistema Solar más grande es nuestra galaxia. La Vía Lactea tiene un diámetro medio de 150.000 años luz. Esto supone viajar a 300.000 km por segundo durante 150.000 años. Pero ojo, que la cosa no acaba ahí: se cree que existen unas cien millones de galaxias en el Universo. El tamaño de nuestro Universo es desconocido pues se cree que sólo hemos explorado el 2% del mismo. Incluso hay numerosos astrofísicos que sostienen que existirían múltiples Universos.

Los científicos han descubierto que el 95% del Universo está formado por una sustancia llamada materia y energía oscura que es invisible. Eso significa que este Cosmos tan inmenso que ven nuestros ojos, con sus galaxias, espirales, agujeros negros, con sus millones y millones de años luz de distancia, ese Universo con ese tamaño tan monstruoso que ni siquiera cabe en nuestra mente es sólo un 5% de lo que realmente existe… ¡Hay un 95% más de cosas que están ahí pero que no las vemos!

Tenemos un Dios tan grande que el Universo entero cabe en la palma de su mano y pese a ello nos llama sus hijos. Como escribió el rey David: «Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Lo has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos» (Salmos 8:3-6). ¡Qué grande eres, Señor!

Una pequeña acción puede cambiar el mundo.

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El nacionalista indio Mahatma Gandhi es posiblemente el icono por excelencia del pacifismo y la no violencia. En el pasado siglo XX luchó por una causa tan noble como darle una patria a su pueblo. Cuando sólo era un joven abogado un periodista británico le preguntó cómo pensaba lograr la independencia de la India teniendo en cuenta que tenía en frente al poderoso Imperio Británico y que los independentistas eran solamente una pequeña minoría. Él respondió: «Aunque la defienda una minoría de uno solo, la verdad continúa siendo la verdad».

Gandhi luchó contra la injusticia clamorosa del imperialismo y favor de la libertad. Y lo hizo desde la desobediencia civil y la resistencia pacífica, sabedor de que una ley injusta no es ley. Los manifestantes indios se dejaban romper las cabezas por los soldados británicos sin ofrecer la más mínima resistencia, lo cual tuvo un efecto demoledor en la opinión pública internacional. En cierta ocasión, sus seguidores recurrieron a la fuerza para defender sus derechos y como respuesta él hizo una huelga de hambre hasta que toda la violencia cesara en el país.

Pues bien, este hombre extraordinario meditó durante largo tiempo convertirse al cristianismo. La doctrina cristiana le seducía pero finalmente no lo hizo, según él mismo afirmó, a causa del mal comportamiento de los cristianos. Como anécdota, debemos decir que cierto domingo Gandhi quiso entrar en una iglesia bautista… ¡Pero lo expulsaron por no ser blanco! ¿Qué hubiera ocurrido si aquellos bautistas le hubieran mostrado el verdadero amor de Jesucristo? Conviene que los cristianos prediquemos con el ejemplo; una pequeña acción puede cambiar el mundo.

Lo absurdo del racismo.

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La reciente masacre de Charleston (en Carolina del Sur, Estados Unidos) me mueve a reflexionar sobre lo inexplicable y misterioso de la condición humana. Recordemos que Dylann Roof, un joven racista blanco de 21 años de edad asesinó a tiros a nueve personas negras que leían la Biblia en una iglesia metodista de esta ciudad. No le habían hecho nada malo. De hecho, el autor confeso del crimen manifestó que lo habían tratado tan bien que a punto estuvo de no matarlos.  Lo más sobrecogedor es que los familiares de los fallecidos han perdonado a Roof. ¿Por qué este odio irracional? Es para mí incomprensible la idea de matar a alguien sólo por su color de piel. Como incomprensible me resulta que aún haya tantos americanos que luzcan orgullosos la bandera confederada, un símbolo del odio semejante a la esvástica nazi o a la bandera de la hoz y el martillo.

Creo que en alguna oportunidad he comentado que mi mujer es negra. Recuerdo que en cierta ocasión ella me pregunto: «¿Por qué me quieres si soy negra?». Y yo le respondí: «¿Y qué más da? Si esta noche sufrieras una metamorfosis y mañana despertaras siendo verde o azul, yo te querría igual». Ciertamente, nadie preguntaría a su pareja: «¿Por qué me quieres si mis ojos son marrones?». Para mí el color de la piel es como el color de los ojos o el color del pelo: una anécdota sin importancia. Admito abiertamente que hay gente con la que prefiero no tener trato. Pero es por sus ideas, por su cosmovisión, por su estilo de vida, que chocan directamente con los míos. Ahora bien, rechazar a una persona por su color de piel, por su etnia o por su lugar de nacimiento me parece simplemente un absurdo, un atentado contra la lógica, un despropósito, un disparate sin pies ni cabeza.

Dice la Palabra de Dios: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28). Dios no hace distinciones. Hombre o mujer, blanco o negro, gitano o payo, nacional o extranjero, analfabeto o sabio, rico o pobre, emperador o esclavo. Todos somos iguales ante los ojos de Dios, por lo tanto todos seremos juzgados con el mismo rasero. Porque para Dios no hay acepción de personas (Romanos 2:11). Si el Todopoderoso, si el Omnipotente, si Aquel que es capaz de crear lo más grande -como las galaxias- y lo más diminuto -como el ADN-, no discrimina a un ser humano de otro ¿podremos nosotros contemplar por encima del hombro a otra persona? ¿Nos convierte en mejores el color de nuestro pelo? ¿Nos convierte en mejores el color de nuestra piel? Creo que nunca entenderé el absurdo del racismo.

Los milagros existen.

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Estoy muy contento. Hace dos meses a una hermana de la iglesia le encontraron un cáncer. Como la detección fue tardía, la enfermedad se había esparcido por todo el cuerpo. Los médicos decían que no había nada que hacer, que le quedaban meses de vida y que le iban a poner quimioterapia por poner algo, para que no fuera algo tan violento como decirle: «Vete a casa y muérete allí». La habían dado por imposible. Pero los cristianos sabemos que lo que es imposible para el hombre es posible para Dios (Lucas 18:27) así que todos los miembros de la iglesia hicimos ayuno y oración por ella durante semanas. El otro día vino muy contenta y dijo: «Los médicos no se lo explican pero… estoy sana». ¡A Dios sea la gloria!

Más sorprendente aún es el caso de mi pastora. Cuando ella estaba embarazada de cuatro meses de su hija, le fue detectado un cáncer de ovarios. Tenía dos opciones: someterse a quimioterapia y matar a su hija o seguir adelante con el embarazo y morirse ella. Nadie en su iglesia de entonces, en Chile, sabía que tenía cáncer. Un domingo una profeta de la iglesia comenzó a dar palabras de parte de Dios a la gente. Se acercó a ella y le dijo: «Cáncer, vete» y siguió su camino. En la siguiente visita, el médico le dijo que estaba sana. Años después, en una revisión rutinaria el ginecólogo le preguntó: «¿Quién te ha operado? El cirujano debe ser buenísimo, porque la marca casi ni se nota». El cirujano había sido Jesús de Nazaret.

En Venezuela me contaron el caso de una señora del barrio en que viví un tiempo. Era una anciana que a principio de mes fue al banco a retirar todo el dinero de su pensión de jubilación. Unos delincuentes de la zona se habían dado cuenta, pero en lugar de atracarla la dejaron pasar en medio de ellos y no le hicieron nada. Al día siguiente, la señora otra vez se cruzó por la calle con ellos y le preguntaron: «Oye, ¿quiénes son esos dos tipos que te acompañaban ayer?». Y la anciana preguntó:»¿Qué tipos?». «Pues esos dos negros enormes, tan altos y fuertes, que te acompañaban cuando te cruzaste con nosotros. Uno iba a tu izquierda y otro a tu derecha» -dijeron-. Y la vieja respondió: «No sé de quién me hablas. Yo venía sola».

Más que iglesias, clubes sociales.

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Es curioso. Cuando lees los Evangelios la palabra sinagoga aparece mencionada en contadas ocasiones. Cristo se pasaba la mayor parte del tiempo en la playa, en la montaña o en la plaza mayor del pueblo. Lo mismo Pablo en Hechos de los Apóstoles. El 90% del ministerio de Jesús era en la calle. Pero hoy es al revés: el 90% del ministerio cristiano se desarrolla dentro de las cuatro paredes de un  local.

En algunas iglesias protestantes existe una abrumadora agenda de actividades de consumo interno. Tantas como días tiene la semana. Y todas ellas dentro de las cuatro paredes de un local. Es como si para ser un buen cristiano tuvieras que ir a la iglesia tres o cuatro veces por semana. Si no participas de estas actividades programadas, puede incluso que te digan que no tienes un compromiso con el Señor.

Lo más surrealista es que muchas de estas actividades son más propias de un club social que de una iglesia: reuniones de hombres, reuniones de mujeres, teatro para niños, cumpleaños, aniversario del local, comidas, meriendas, cenas… Es como si quisieran mantenerte continuamente entretenido. En cambio el discipulado, el evangelismo, las células o la obra social a menudo brillan por su ausencia.

Los cristianos no tenemos que estar metidos en la iglesia siete días a la semana. Los cristianos debemos ir a la iglesia el domingo y el resto de días estar con los familiares, en las peñas de fútbol, en las asociaciones de vecinos, en los partidos políticos, etc. De lo contrario ¿cómo ganaremos almas para el Señor? Los pastores quieren que la gente vaya a la iglesia pero Cristo quiere que la iglesia vaya a la gente.

Vivimos en una subcultura cristiana. A veces te da la impresión de que estás en un club -por no decir un gueto- donde debes dominar el argot evangélico para no sentirte forastero. O donde todo el mundo debe mostrarse feliz por obligación, incluso aunque su mirada irradie tristeza porque tiene problemas en su hogar. Es como si fuera pecado para un creyente el sentir tristeza… Que le pregunten a  Job.

La influencia de Roma se nota bastante. Hay protestantes que dicen que los católicos son religiosos, pero un protestante puede ser tan religioso como un católico, la única diferencia es que los católicos besan las estampas y encienden las velas, mientras que los protestantes tocan la pandereta y gritan «¡Aleluya!». No es esto lo que Cristo enseña. Basta de clubes religiosos. Dios no es religión… ¡Dios es relación!

Por qué las naciones protestantes son ricas y las católicas pobres.

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América del Norte es protestante y rica y la del Sur católica y pobre. En Europa, con sus matices, ocurre igual. Incluso en el Hemisferio Sur; compara Australia con Filipinas. Si consultas la lista de los diez países del mundo con mayor renta per cápita, los diez con mayor bienestar social, los diez más democráticos, los diez más transparentes o los diez menos corruptos, verás que siete u ocho son protestantes. El protestantismo genera libertad y prosperidad. Veamos ahora por qué:

1) Educación. Con la Reforma Protestante del siglo XVI, el teólogo Martín Lutero planteó la necesidad de que la gente leyera la Biblia, y para ello se tuvo que hacer una gran campaña de alfabetización para instruir a un pueblo inculto. Pero en los países católicos con que el cura supiera leer ya era más que suficiente. Así, en el siglo XVIII en Inglaterra y Holanda la alfabetización alcanzaba ya al 70% de la población, mientras que en España o Portugal no llegaba ni siquiera al 10%.

2) Ciencia. Los países reformados, volcados en la lectura la Biblia, empezaron a interesarse por el estudio del mundo, de la naturaleza y de las estrellas, inspirados sin duda por libros como Génesis, Salmos y otros textos sacros. No es de extrañar que en estas naciones comenzaran a surgir científicos como setas. Pero en los países del sur de Europa la Inquisición quemaba en mitad de la plaza a los científicos por herejes y usaba sus trabajos para engrosar su catálogo de libros prohibidos.

3) Mentira. Para los protestantes la mentira es un pecado muy grave ya que se cita en los Diez Mandamientos junto al homicidio, el adulterio o el robo. Así, en Alemania, un político suele dimitir si se demuestra que ha mentido. En Estados Unidos puedes ir a prisión si entregas un cheque sin fondos. Pero en los países católicos, como Italia o Malta, es un pecado venial, un pecadillo, por tanto la mentira inunda la política, la administración y las finanzas y no puedes confiar en nadie.

4) Robo. En los países reformados se entendió claramente que el robo era muy grave, que todos los hombres eran iguales y que por tanto la propiedad privada era un derecho inalienable de todos los hombres, pero en los países de la Contrarreforma, mucho más apegados al Antiguo Régimen, la propiedad privada era un privilegio de la Corona, la nobleza y la Iglesia Católica. No en vano el comunismo triunfó en la católica Cuba. Nadie habría apoyado a Fidel Castro en Canadá.

5) Ética en el trabajo. Mientras que en los países católicos el trabajo es un castigo de Dios -al ser expulsado Adán del paraíso- y los oficios manuales tienen menos prestigio que los intelectuales, en los protestantes el trabajo no es malo: de hecho, Adán ya trabajaba en el Huerto del Edén (Génesis 2:15); ser barrendero es tan digno como ser cirujano y trabajar con excelencia y de forma ética también es una forma de honrar al Señor. Max Weber lo resumió: trabajo, ahorro y esfuerzo.

6) Capitalismo. Para la Iglesia Católica la riqueza es un estigma y la pobreza un signo de humildad y sencillez. El protestantismo, por su parte, entiende que el problema no es el dinero en sí sino el amor al dinero (1 Timoteo 6:10) y que de hecho ser rico no es incompatible con ser un buen creyente; ahí están los casos de José, Moisés, Daniel o Job, entre otros.  No es casualidad que el capitalismo, la banca y los negocios hayan alcanzado sus máxima expresión en los países de la Reforma.

7) Democracia. En las naciones protestantes se apostó  por la libertad y la democracia, y por una separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Destaca Suiza, con su envidiable democracia directa. Por contra, los países del sur de Europa y las repúblicas iberoamericanas se ahogaron en un sinfín de monarquías absolutistas, fascismos, guerras civiles y golpes de estado que las condenaron a la pobreza y el atraso. El Vaticano es aún hoy la última teocracia de Europa.

8) Separación de iglesia-estado. Mientras que en las naciones protestantes se buscó dividir los poderes para que se contrapesen, la Iglesia Católica trata hasta la fecha de que el poder civil se someta al religioso. Así, Holanda pronto permitió la libertad de culto, en Escandinavia se desarrolló el parlamentarismo y Estados Unidos nació como un estado laico. En cambio, hasta hace muy poco en España se paseaba a Francisco Franco bajo palio y aún hoy en México manda el señor obispo.

9) Imperio de la ley. Para el teólogo Juan Calvino la ley -es decir, la Biblia– tenía la primacía pero para los católicos la primacía recaía en una institución (la Iglesia Católica), fuera de la cual no hay salvación y que era la encargada de interpretar la Biblia. Para la Reforma todos los ciudadanos son iguales, mientras que para la Iglesia Católica no sólo todos no eran iguales, sino que había incluso algunos que estaban dispensados de cumplir la ley (por ejemplo, con las famosas bulas).

10) Valores bíblicos. En resumen, las naciones protestantes se han inclinado por los principios bíblicos y las católicas por tradiciones humanas, muchas de las cuales no sólo son extrabíblicas sino incluso abiertamente antibíblicas. Es el contraste entre los valores del Libro versus los valores de ritos, procesiones e imágenes. Es la bendición que comporta para un pueblo apegarse a la Palabra versus la miseria, la hecatombe y la desolación que siempre aguardan fuera de Dios.

 

Post Scriptum:

Los países católicos son en general pobres y los pocos que son ricos constituyen la excepción que confirma la regla. Y, curiosamente, son los menos católicos de todos. Así pues, Irlanda, Bélgica, Luxemburgo, Liechtenstein o Austria son países muy desarrollados pero lo son gracias a la influencia de los protestantes estados vecinos. Igualmente, Francia o Mónaco son ricos en gran medida porque la Revolución Francesa y el laicismo limitaron mucho el poder de la Iglesia Católica allí.

Una Iglesia ciega, sorda y muda ante las injusticias.

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Llevo tiempo advirtiendo una desconexión casi total entre la Iglesia y la calle. Veo a los cristianos encerrados en sus templos, con mil actividades de consumo interno, como si de una especie de club religioso se tratase. Es como si fuéramos monjes de clausura. Totalmente ajenos a las cosas que ocurren en el mundo exterior, salvo quizás el tema del aborto, el gaymonio y poco más. Es como vivir en Matrix, en una realidad virtual desconectada de la gente normal. Si como dicen las Escrituras «toda injusticia es pecado» (1 Juan 5:7) ¿por qué no combatimos más la injusticia?  ¿Por qué no salir de las cuatro paredes? ¿Por qué ser el opio del pueblo?

Yo me pregunto por qué en los Estados Unidos hay tantos pastores a favor del derecho de los norteamericanos a portar armas y tan poquitos pastores a favor del derecho de los norteamericanos a disfrutar de una sanidad pública, gratuita y de calidad. Como la de la comunista Canadá. Yo me pregunto si habiendo como hay tantos problemas de droga y prostitución en Colombia la prioridad de una iglesia debe ser hablar en lenguas. Yo me pregunto por qué será que en Brasil a los pastores les preocupa tanto que el templo parezca un palacio y en cambio les preocupa tan poquito que la gente que asiste al culto el domingo viva en una chabola.

Me sorprende que tantos pastores argentinos tengan poder sobrenatural para echar a la gente al suelo sin tocarla y no tengan poder para decir ni pío sobre la corrupción que devora a su país. No sé si acaso pueda ser normal que en España un pastor hable de la esclavitud de los israelitas en el antiguo Egipto pero no tenga nada que decir de los bancos que hoy reciben dinero público y desahucian a las familias de sus hogares e incluso así les obligan a seguir pagándolos. Me llama la atención que en Nigeria haya tantos pastores obsesionados con su propia prosperidad material y que en cambio les importe tan poquito la pobreza de sus ovejas.

¿Es que la Iglesia no ayuda a los pobres? Sí, les da abrigo, comida y en no pocas ocasiones techo. Pero eso no es justicia, eso es caridad. Yo lo que quiero es que la Iglesia sea un actor que cambie la sociedad para bien. No sólo que cause un impacto positivo en sus asistentes (por ejemplo reforzando las familias y los matrimonios) sino que pueda impactar también en sus ciudades y comunidades. Yo no quiero que una Iglesia abra un comedor social (aunque dicho sea de paso, es una obra maravillosa) sino que no haga falta abrir ningún comedor social porque la Iglesia ataca las raíces de la injusticia política y económica que generan pobreza.

Hoy nosotros juzgamos a la Iglesia del pasado. Observamos qué reacción tuvo ante el ascenso de los fascismos en Europa. O qué decía (si decía algo) en un tiempo en que en Estados Unidos había lavabos para blancos y para negros.  La observamos, la juzgamos y sacamos conclusiones. De igual manera también la historia nos juzgará a nosotros.  Y lamento mucho decir, mis queridos hermanos, que a mí personalmente me cae la cara de vergüenza al ver que, en general, la gente que más lucha por la justicia y por la solidaridad en nuestros días no somos los cristianos sino algunas personas que paradójicamente afirman no creer en Dios.

 

Por qué las iglesias protestantes no tienen impacto en la sociedad.

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1) El 90% del ministerio cristiano es dentro de las cuatro paredes de una iglesia. Reunión de varones, reunión de mujeres, teatro para niños, comidas de fraternidad, clases bíblicas, reunión de oración, conferencias… Hay mil y una actividades pero todas ellas dentro de las cuatro paredes de un local. Es muy difícil que gente de fuera de la iglesia sienta interés por unirse a lo que parece un club social. Paradójicamente, el 90% del ministerio de Jesucristo era en la calle.

2) Se destinan muchos fondos y recursos al mantenimiento del templo y, comparativamente hablando, pocos a la obra social. Las iglesias que he conocido que han crecido y causado un impacto social en la comunidad se han destacado por hacer una impresionante obra social con los necesitados. Pero muchos pastores viven obesionados por tener un templo que parezca un palacio y olvidan que la auténtica iglesia no es el local sino las personas que se reúnen en  él.

3) Piensan que la caridad es la solución a la pobreza, cuando en realidad es la justicia. Está muy bien ayudar al hambriento con comida y abrigo, pero eso es sólo un parche. La solución es atacar de raíz las causas de la pobreza (corrupción, injusticia, desigualdad social…) pues éstas son pecado. Escandaliza mucho el sexo pero poco que un banco que recibe dinero público desahucie a una familia de su casa y aún así le obligue a seguir pagando la hipoteca.

4) No pretenden influir en la vida política. No es cuestión de convertir una iglesia en un partido político porque no es ésa su función ni nuestro reino de este mundo pero no estaría de más tratar de participar en la vida pública. Si los ateos, los ecologistas, las feministas, los abortistas, los gays, la banca, los sindicatos o los empresarios influyen al gobierno a la hora de redactar leyes que nos afectan a todos, no entiendo por qué los cristianos deberíamos renunciar a hacer esto mismo.

5) Las iglesias protestantes no se unen ni colaboran entre sí. A veces en una pequeña ciudad hay tan sólo tres iglesias (por ejemplo una pentecostal, una bautista y una Filadelfia) y, tristemente, son incapaces de juntarse ni tan siquiera una vez al año para hacer algo todos juntos.  Como mucho se juntan con las de su mismo grupo o denominación. Parecen llaneros solitarios haciendo la lucha por su cuenta. Olvidan que iglesia sólo hay una aunque se reúna en distintos lugares.

6) No colaboran con otras iglesias, como la Católica, en aquellas cosas que nos unen (que son la mayoría). Los inquisidores de uno y otro lado se apresurarán a condenar a las «sectas protestantes» y a la «gran ramera» y tildarán de «maldito ecuménico condenado a arder en las llamas del infierno» a todo aquel que pretenda un frente común contra el aborto o a favor de la familia tradicional. La colaboración es inexistente incluso en aquellos temas en que estamos de acuerdo.

7) Evangelizan pero no discipulan. Jesús nos llamó a hacer discípulos. Esto implica que los líderes de la iglesia, los más maduros espiritualmente hablando, deben ayudar a crecer a los neófitos para que éstos no se limiten a ser simples calientasillas sino cristianos comprometidos. Para ello hay que crear muchas células pequeñas que se reúnan en los hogares para que los miembros aprendan a conocerse y a apoyarse mutuamente y donde los más veteranos instruyan a los nuevos.

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