Lo confieso: soy culpable.

Una de las cosas que hace diferente a la Palabra de Dios de otros libros llamados sagrados es que en la Biblia no se esconden las debilidades y flaquezas humanas de sus personajes. Incluso los más devotos creyentes aparecen retratados con el estigma del pecado, lo cual les hace, naturalmente, mucho más creíbles y humanos.

Cuando leo la Santa Biblia me siento identificado con muchos de sus personajes, aunque no siempre sea para bien. Me siento muy cercano a Pablo porque, como él, pasé de perseguir a Cristo a seguirle y amarle. También a Tomás, quien tenía una fe tan pequeña, que en ocasiones necesitaba ver para creer.

Admiro mucho a Mateo, quien escribió, para mi gusto personal, el más completo y apasionante de los cuatro Evangelios. Admiro su obra y el día que vaya al Cielo pienso pedirle un autógrafo. También me siento bastante próximo al apóstol Pedro, que era un cobarde pero que al mismo tiempo amaba grandemente a Jesús.

Me siento cercano a Jonás, quien era duro de corazón. Y a Jeremías, un aguafiestas que anunciaba verdades horribles que nadie quería oir. También al publicano, que imploraba a Dios que le perdonara por sus pecados. No me gustaría parecerme al fariseo que se creía mejor que los demás o a Judas Iscariote.

¿Qué podemos aprender de los personajes  bíblicos? Que Dios no busca superhéroes, sino personas normales y corrientes que, incluso con sus defectos y miserias, estén dispuestos a seguirle, a arrepentirse de sus pecados y dar un giro de 180 grados en sus vidas para caminar por el camino recto que nos marca el Señor.

En estos días de Pascua, en que rememoramos que Jesús murió en la cruz para salvarnos de nuestros pecados, no me queda más remedio que pedir perdón a Dios. Porque soy pecador, y porque mis rebeliones son los clavos que atravesaron sus manos  y pies, y la lanza que hirió su costado. ¡Perdóname, Señor mío y Dios mío!

Falacia atea: El sunami de ateísmo y el fin de los tiempos.

En Europa, un auténtico sunami de ateísmo se abre paso y está arrasando con absolutamente todo. En España el 15% del total de la población es atea, porcentaje que se dispara hasta el 40% en el caso de la juventud. En absolutamente todas las encuestas sobre valores que se hacen a los jóvenes, la respuesta es que conceptos como Dios, religión o iglesia tienen escasa o ninguna importancia sobre ellos. Ahora mismo ya hay naciones en Europa donde hay más ateos que creyentes -en Holanda, el 55% de los holandeses no profesa ninguna religión-. En estados como Chequia o Ucrania se dispara la apostasía sin ningún freno.

En Alemania, la patria del pastor Martín Lutero, uno de cada tres ciudadanos no cree en Dios. A modo de anécdota, contaré que hace unos años en Alzira (Valencia) se montó una iglesia bautista y al cabo de un tiempo tuvo que cerrar por falta de fieles. Alzira tiene 45.000 habitantes. En Francia o Portugal a las parroquias católicas ya sólo acuden ancianos y las catedrales sólo son visitadas por turistas, como si de un museo se tratase. El ateísmo avanza imparable, sin freno ni remisión. Como cuando un buque petrolero naufraga en mitad del mar y una apestosa mancha de aceite de desparrama sin límite y ensucia todo lo que toca.

La fiebre del ateísmo recorre el mundo. En el Reino Unido se hacen campamentos de verano para niños ateos. Los libros de autores antirreligiosos como Michel Onfray o Richard Dawkins son superventas en las librerías de Europa. En España circulan autobuses con carteles que dicen: “Dios probablemente no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Cada vez más personas reclaman a la Iglesia Católica que les borre de sus registros de bautismo. En EEUU los ateos demandan que el lema nacional In God we trust no aparezca en el Capitolio ni en las monedas… ¿Qué es lo que está pasando? ¿Acaso el mundo se está volviendo ateo?

El ateo en su necedad niega a Dios y piensa que el creciente ateísmo es fruto del progreso, que la descristianización de la sociedad es fruto de la modernidad. Se cree muy sabio pero se equivoca. En la Biblia ya se profetizó todo esto. La apostasía generalizada es un signo de la cercanía del fin de los tiempos. Vivimos en el tiempo de la apostasía final y de los falsos profetas. La inmoralidad, los abortos, la homosexualidad, el ateísmo, las falsas doctrinas y la maldad sólo irán en aumento hasta la aparición del Anticristo. El amor de muchos se enfriará y la fe decaerá. Todo esto es necesario que ocurra antes de la segunda venida de Cristo.

Pablo, hablando sobre este asunto, dijo: “¡Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (2 Tesalonicenses 2:3). Y añade: “Pero el Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos, algunos apostatarán de la fe escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1). Jesús dijo: «Muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará» (Mateo 24:11-12). Los ateos no descubren nada que la Biblia no advirtiera hace miles de años.

 

FUENTE: Por qué dejé de ser ateo de Josué Ferrer.

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¿Por qué Dios no castigó la poligamia en el Antiguo Testamento?

Pregunta de Rosa Micó.

Vilanova i la Geltrú, Cataluña. España.

Antes de empezar a hablar de la poligamia convendría aclarar algunos conceptos. Poligamia quiere decir simplemente matrimonio de más de dos personas. Ahora bien, existen diferentes tipos de poligamia. Está la poliginia, que es cuando un hombre se casa con varias mujeres (por ejemplo como hacen los musulmanes). Pero también está la poliandria, cuando una mujer tiene varios maridos (por ejemplo en el Tíbet, aunque es una práctica en decadencia). E incluso existe un tercer tipo, que consiste en varios hombres y varias mujeres casados todos juntos en un matrimonio múltiple (caso este último extremadamente inusual). Cuando aquí vamos a hablar de poligamia nos referiremos al primer tipo, la poliginia. Es una tradición milenaria presente en la Biblia y muy viva aún en África, no sólo entre musulmanes sino incluso entre cristianos, aunque esto último poca gente lo sabe.

El primer caso en la Biblia fue Lamec en Génesis 4:19: “Y Lamec tomó para sí dos mujeres». Sabemos que muchos hombres prominentes del Antiguo Testamento eran polígamos, como Abraham, Jacob o David entre otros. El caso más exagerado fue el del rey Salomón, quien tuvo 700 esposas y 300 concubinas (1 Reyes 11:3) No existe ninguna condena explícita hacia la poliginia en toda la Biblia. A Salomón Dios lo castiga no por tener muchas esposas sino porque él consentía que algunas de ellas adoraran falsos dioses (1 Reyes 11:1-13). Y el máximo reproche bíblico hacia el asunto es el de que el rey de Israel «no tomará para sí muchas mujeres, para que su corazón no se desvíe» (Deuteronomio 17:17). Reproche que permitía que tuviera más de una. En todo caso, la ley indicaba que cuando se tomara una nueva esposa nada debería disminuir a la primera (Éxodo 21:10).

El Señor nunca castigó la poligamia en la Biblia. Conociendo el contexto sociocultural de la época es fácil deducir los motivos. Primero, siempre ha habido más mujeres que hombres en el mundo. Estadísticas actuales hablan de un 51% de mujeres frente a un 49% de varones, lo cual en aquel tiempo suponía decenas de miles de mujeres más que de hombres. Segundo, en la Antigüedad las guerras eran especialmente atroces con lo que tal vez de cada cien hombres que marchaban a la guerra sólo veinte o treinta regresaban con vida. Tercero, había altísimas tasas de mortalidad infantil, por lo que, desde un punto de vista estrictamente reproductivo, la poliginia era clave pues un varón podía concebir más hijos estando casado con varias esposas que estándolo sólo con una. Así, una tribu podía poblar un territorio más rápidamente para poder construir allí una nación.

Pero la más importante de las razones es que aquella era una época en la que la mujer no podía estudiar o trabajar como ahora. Su acceso al empleo estaba prácticamente vetado y su destino era ser madre y ama de casa, con lo cual el sustento económico lo traía el marido, por lo que una dama sin esposo quedaba sumida en la ruina y a menudo debía vender su cuerpo para sobrevivir. Para evitar este drama es que se inventó la poliginia. Una fémina soltera, o una viuda con hijos a su cargo, iba a la bancarrota. La viuda era el paradigma de la persona más pobre de entre todos los pobres. En aquel entonces no existían las pensiones de viudez, ni la Seguridad Social, ni el estado del bienestar ni nada. Una viuda se hundía en la extrema miseria. Prácticamente sólo podía sobrevivir de la caridad de sus familiares, de la ayuda de la iglesia o de ejercer el oficio más antiguo del mundo.

La ley judía obligaba a un hombre a que se casara con la esposa de su hermano si éste fallecía. Así, un varón, aunque ya estuviese casado, debía tomar por esposa a su cuñada y encargarse de su manutención y de la de sus hijos. Para el común de los mortales esto significaba más un problema que otra cosa. Primero, porque suponía una carga económica. Y segundo, porque estaba obligado a casarse con su cuñada, le gustase o no le gustase. Y la cuñada no siempre tenía por qué ser Miss Universo, podía tratarse de una mujer fea y antipática. La poliginia por tanto lejos de ser un instrumento machista para saciar los apetitos sexuales de los hombres, era en realidad un salvavidas económico para auxiliar féminas que no tenían nada para comer. La idea era algo así como que si una mujer se quedaba sin marido, había que buscarle rápidamente uno nuevo para que se ocupara de ella.

Desde una óptica feminista del siglo XXI quizás la poliginia pueda parecer una medida machista, pero en realidad era progresista y hasta feminista para los parámetros de aquella época pues era una especie de primitiva Seguridad Social que obligaba a los varones a encarcargarse de las mujeres. Y servía para poblar rápidamente un país. Una feminista podrá objetar que aquello era injusto o preguntarse por qué una dama no podía tener cinco maridos. La respuesta es obvia: porque eso no le permitía tener cinco hijos por año. Desde un punto de vista reproductivo o demográfico era inútil. Es cierto, no obstante, que los reyes y los poderosos abusaron de la poliginia para crear todo un harén a su servicio. Aunque lo mismo viene a ocurrir ahora: los ricos y los famosos se aprovechan de su situación para ser mujeriegos y saltar de cama en cama. Nada nuevo bajo el sol.

Resulta indiscutible que Dios no sólo no castiga la poliginia en ningún momento sino que incluso la tolera. Pero aún cuando se permitía la poligamia, la Biblia presenta la monogamia como el plan que se ajusta más al ideal de Dios para el matrimonio. La Biblia dice que la intención original de Dios fue que un hombre estuviera casado sólo con una mujer: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola (singular) carne.” (Génesis 2:24). Mientras que Génesis 2:24 describe lo que es el matrimonio, más que cuántas personas deben integrarlo, debe notarse el uso consistente del singular. En el Nuevo Testamento, 1 Timoteo 3:2, 3:12 y Tito 1:6 señala: “marido de una sola mujer” en una lista de requerimientos para el liderazgo espiritual de un anciano. Por tanto, todo apunta en un sentido muy unidireccional, como se puede ver.

Por su parte, en Efesios 5:22-33 el apóstol Pablo habla acerca de cómo debe ser un matrimonio cristiano. En la relación entre esposos y esposas, todas y cada una de las veces en las que Pablo se refiere a un esposo (singular) se refiere siempre a una esposa (singular). Mientras que de alguna manera es un pasaje paralelo, en Colosenses 3:18-19, Pablo se refiere a esposos y esposas en plural, está claro que está refiriéndose a todos los esposos y esposas entre los cristianos colosenses, y en ningún momento declara que un marido pueda tener varias mujeres. En contraste, Efesios 5:22-33 está describiendo específicamente la relación matrimonial.  En ella compara la relación de Cristo con la iglesia con la de un esposo y su esposa. Si la poligamia fuera deseable por Dios, toda la ilustración de Cristo en relación con Su cuerpo (la iglesia), y la analogía de esposo-esposa, sería nula.

El plan original de Dios era el matrimonio de un varón con una fémina. Prueba de ello es que el Señor creó a Adán y Eva. No a Adán y Esteban. Ni tampoco a Adán, Eva, Laura, Isabel y María. Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Génesis 1:27). A tenor de lo escriturado en la Biblia podemos afirmar sin género de duda tres ideas básicas: 1) El plan original de Dios es el matrimonio de un solo hombre con una sola mujer. 2) La poliginia no es una institución inventada por Dios sino por las personas. 3) No obstante, no existe ninguna condena firme hacia la poliginia a lo largo de todas las Escrituras (tampoco una aceptación expresa). De lo anterior podemos concluir que Dios no se opone a la poliginia (ni entonces ni tampoco en nuestros días) aunque lógicamente prefiere la monogamia de un solo hombre con una sola mujer.

Fuente: Biblia Reina-Valera 1960.

¿Cómo deben ser el marido y la mujer en el matrimonio cristiano?

«Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas» (Colosenses 3:18-19).

¿Cómo debe ser la esposa en el matrimonio? Dice la Palabra de Dios: «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo». De este pasaje extraemos que la mujer debe ser sumisa y obediente a su marido. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que la esposa deba ser una esclava o un cero a la izquierda que no cuenta para nada. Ni tampoco que el marido deba ser un dictador. De hecho, la propia Biblia establece que el hombre y la mujer son iguales ante Dios (Gálatas 3:28). Esta sumisión se entiende más bien en el sentido de que la mujer debe respetar la autoridad del esposo como cabeza de familia que es. Otros pasajes de la Biblia insisten en que la mujer debe respetar al marido (Efesios 5:33) y estar sujeta a él (Colosenses 3:18).

Por su parte, Pedro insta a la mujer estar sujeta a su marido, ser casta y respetuosa y no tener una imagen externa con peinados ostentosos, adornos de oro o vestidos lujosos, sino un espíritu afable y apacible (1 Pedro 3:1-4). Tan importante es la mujer que desde el principio vio Dios que no era bueno que el hombre estuviera solo, por eso le hizo una ayuda idónea (Génesis 2:18). Incluso el sabio Salomón reconoce la vital importancia de tener una buena esposa en tres pasajes absolutamente impagables. El primero dice así: «La mujer sabia edifica su casa, pero la necia con sus manos la derriba» (Proverbios 14:1). El segundo reza: «Mujer virtuosa ¿quién la hallará? Porque su valor sobrepasa largamente al de las piedras preciosas. El corazón de su marido confía en ella y no carecerá de ganancias» (Proverbios 31:10). Y el tercero advierte: «Engañosa es la gracia y vana es la hermosura; la mujer que tema a Jehová, esa será alabada» (Proverbios  31:30).

Pero es que ¿acaso Dios es machista? No. De hecho, pone al marido unas obligaciones mucho mayores que a la esposa. Al hombre se le ordena amar a su mujer y no ser áspero con ella (Colosenses 3:19), tratarla como a vaso frágil, es decir, con delicadeza (1 Pedro 3:7), amar a su esposa como a su propio cuerpo (Efesios 5:28), dejar a su  padre y a su madre para unirse a su mujer y formar con ella una sola carne (Efesios 5:31), amar a la mujer como a sí mismo (Efesios 5:33) y lo que es aún más fuerte: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella» (Efesios 5:25). Fíjate bien lo que dice… amar a la esposa «como Cristo amó a la iglesia». ¿Qué quiere decir esto? Que un marido debe amar a su esposa hasta el punto de llegar a dar la vida por ella, si esto fuera necesario, pues eso mismo es lo que Cristo hizo por nosotros. La mujer no tiene la obligación de morir por su esposo. En cambio, el hombre sí la tiene.

¿Y qué hay del sexo? El apóstol Pablo es claro al respecto: «Acerca de lo que me habéis preguntado por escrito, digo: Bueno le sería al hombre no tocar mujer. Sin embargo, por causa de las fornicaciones tenga cada uno su propia mujer, y tenga cada una su propio marido. El marido debe cumplir con su mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con su marido. La mujer no tiene dominio sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido dominio sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración. Luego volved a juntaros en uno, para que no os tiente  Satanás a causa de vuestra incontinencia» (Corintios 7:1-5). Así pues, para huir  de las fornicaciones (sexo fuera del matrimonio), Pablo aconseja al hombre y la mujer casarse, tener relaciones frecuentemente para evitar tentaciones y no negar el sexo el uno al otro.

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