Los gitanos invisibles.

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«Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones». La frase no es mía, sino del escritor Miguel de Cervantes y puede encontrarse en su novela La gitanilla. La mala fama de los gitanos viene de lejos y en gran parte se entiende, porque seamos sinceros: ¿A quién no le ha robado alguna vez un gitano? ¿Quién no conoce gitanos que venden drogas? ¿Quién no conoce a un gitano incapaz de sacarse el graduado pero que en cambio tiene un doctorado en conseguir ayudas sociales de Cáritas, Cruz Roja y el Ayuntamiento?  ¿Quién no conoce a una gitana que mendiga a la puerta del supermercado pero que nunca jamás aceptaría un empleo ni aunque le pusieras una pistola en el pecho?

Yo he crecido en un barrio donde hay gitanos y he tenido trato con ellos desde mi más tierna infancia. He de decir que durante mi niñez y juventud prácticamente todas mis experiencias con gitanos han sido negativas o muy negativas. Ladrones, camellos, maleducados, incívicos, irrespetuosos, racistas, vagos que ni estudian ni trabajan, parásitos que quieren vivir a costa de los demás… Así pensaba yo de ellos. Yo creía que los gitanos eran la peor escoria sobre la faz de la Tierra, después de los nazis. Pensaba que todos los gitanos eran malos. O que los buenos eran una minoría tan ultraminoritaria que no los veía por ningún lado. Aprendí a desconfiar, a alejarme para evitar problemas, a no querer saber nada de esta gente.

El problema con los gitanos es que a veces sólo vemos lo malo. Es como si sus cosas buenas fueran invisibles. Por ejemplo, en la escuela, los libros jamás te hablan de ellos -ni siquiera una línea- y eso que viven en nuestra tierra desde el siglo XV. Cuando un clan gitano sale en la prensa por vender drogas se remarca lo de «etnia gitana» pero cuando Zlatan Ibrahimovic mete un gol nunca dicen «el delantero gitano».  Nadie te explica que los futbolistas Telmo Zarra, Eric Cantonà o Hristo Stoichkov eran gitanos. O los pintores Antonio Solario, Otto Mueller o Tamás Péli. O el músico Janos Bihari. O el actor Charles Chaplin. O la matemática Sofia Kovalévskaya. O el Premio Nobel August Krogh.

Con el paso de los años me he ido encontrando en la vida con muchos gitanos invisibles. De ésos que pensaba en mi juventud que no existían. He visto barriadas gitanas donde lo más peligroso que hace la gente es leer la Biblia.  He conocido gitanos que han salido de prisión y han reformado sus vidas a través del Evangelio y que ahora se congregan en Iglesias Filadelfia. He conocido gitanos que guardan su turno en la fila, que no roban, que no causan escándalo, que no son racistas, gitanos buenos, amables, que tienen una gran formación cultural o que trabajan en el campo desde los 15 años, o vendiendo ropa en el mercadillo. Aprendamos a ver a los gitanos invisibles. No cerremos los ojos a la realidad de este singular pueblo.

La mala educación de los latinos.

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Muy a menudo la gente confunde el término «latino» con «latinoamericano» y entiende que los «latinos» son unos señores que viven entre Arizona y Tierra del Fuego. Pero latino en realidad es aquel que tiene por lengua nativa un idioma derivado del latín. En ese aspecto, mucho antes de que hubiera latinoamericanos ya había eurolatinos. Portugueses, españoles, franceses, italianos, rumanos, gallegos, baleares, corsos, provenzales, valones y un largo etcétera de pueblos somos latinos, además también de nuestros hermanos del Nuevo Mundo. No sé hasta qué punto podemos considerar latinos -yo creo que no lo son- a aquellos africanos que hablan francés, español, portugués, etc. porque aún hablando una lengua neolatina sus raíces africanas pesan mucho más en su idiosincrasia que la cultura heredada de los colonos europeos, pero bueno, eso ya es motivo de otro debate.

Soy latino, de eso no hay duda, pero no me siento especialmente orgulloso de ello. Creo que los latinos en general -los de ambos lados del charco- tenemos muy mala educación. Me revienta la impuntualidad por ejemplo. Sin ir más lejos, los valencianos solemos llegar media hora tarde a una cita. Los colombianos son peor. Ellos te dicen: «Pasaré por tu casa el lunes a las siete de la tarde» y ese día no sólo no pasan, sino que no son capaces ni de telefonear para avisar. Y el jueves, sin previo aviso, se plantan en tu casa y ni siquiera son capaces de disculparse por lo del otro día. Como si nada hubiera pasado. Los panameños son todavía mucho peor. No me gusta la informalidad de nosotros los latinos, la falta de esmero con la que solemos hacer las cosas. Me duele lo poco que nos molesta la corrupción y lo mucho que nos molesta trabajar duro. Con razón nuestros países van como van.

Lo peor de todo es cuando alguien al que apenas conoces -no digamos ya si te tiene confianza- pretende meterse en tu vida. Que si estás casado, que si estás divorciado, que si tienes hijos, que si cuantos y que si no tienes, que por qué no tienes. Por si fuera poco, todos los matrimonios jóvenes y recién casados deben sufrir el calvario de que la conocida de turno se meta en su vida. Si no tienes hijos ¿cuándo tendrás uno? Si tienes uno ¿para cuándo la parejita? A algunos les parece que dos hijos son muy pocos, a otros que tres demasiado. ¿No se para a pensar esa gente que cuando le dice a un matrimonio sin hijos que cuándo se van a decidir a ser padres quizás está metiendo el dedo en la llaga? Quizás quieren y no pueden porque son estériles. O quizás pueden pero no quieren porque no les gustan los niños. Es una total falta de respeto decirle a alguien cómo debe vivir su vida.

No me gusta la gente que se autoinvita a una fiesta. Ni que un hombre y una mujer se saluden con dos besos (o uno, como en Venezuela) al ser presentados. Prefiero que se den la mano, como en Europa Central y del Norte. No me gusta que un desconocido me toquetee. No me gusta estar hablando con una persona y que no respete una distancia corporal prudente. Para charlar  no hace falta estar tan cerca como para que tu aliento me golpee en la cara o como si nos fuéramos a dar un beso en la boca.  No me gusta la gente que no se presenta a la cita con el dentista -o a veces incluso a una oferta de trabajo- y no es capaz ni de telefonear. No me gusta escuchar blasfemias y groserías. Ni chillar por la calle. Pienso que los latinos tenemos mucho que aprender de anglosajones, escandinavos, germánicos y hebreos. No me extraña que mis connaturales piensen de mí que soy un bicho raro.

Cosas estúpidas que hace la gente blanca.

Estos días hemos sido testigos de un simiesco espectáculo que la prensa se empecina en mostrar como una hazaña. El paracaidista austríaco Felix Baumgartner ha batido el récord mundial de salto al arrojarse al vacío desde la friolera de 39.000 metros de altura. Los periodistas no dudan en calificarlo de héroe.

Pero yo me pregunto: ¿Qué tiene esto de heroísmo? ¿Qué de prodigioso? ¿No es más bien una solemne memez? ¿No hay que estar un poco tocado del ala para atreverse a hacer semejante salvajada? ¿Qué provecho trae esto a la sociedad? ¿Ha descubierto Felix Baumgartner la penicilina? ¿Ha curado el parkinson tal vez?

No, no ha valido para nada más que para obtener sus quince minutos de fama y para entrar en el Libro Guinness de los Récords, donde figuran otras proezas como la plusmarca de mayor cantidad de huevos aplastados en la cara durante un minuto, pedalear hacia atrás con un violín o recibir la patada más fuerte en las bolas.

Alpinismo, paracaidismo, puentismo o ala delta, entre otras, son formas estúpidas de jugarse la vida. Entiendo al piloto de carreras que la arriesga porque algo le puede compensar (dinero, prestigio, un campeonato…) pero ¿en qué piensa un tío que escala una montaña de 8.000 metros sólo para que, acto seguido, vuelva a bajarla?

Yo no siento en absoluto ninguna tristeza por un alpinista que muere en la montaña, ni por ese paracaidista que se espachurra contra el suelo porque no se abrió el paracaidas ni por el choni que se mata en la carretera por conducir a 200 kilómetros por hora… Porque no han muerto sino que ellos mismos se han matado.

Mi mujer, que es negra, me dice que en África la gente es incapaz de comprender por qué los blancos arriesgan sus vidas estúpidamente. En África la picadura de un mosquito puede suponer un contagio de malaria y no tener dinero para una operación de apendicitis, la muerte. Defínitivamente allí valoran la vida más que aquí.

No veo a los negros, a los amarillos o a los amerindios arriesgar sus vidas sin una razón de peso. Esto es más bien propio de gente blanca. Y me pregunto por qué. Para mí la vida es un don, un regalo que Dios nos concede, algo demasiado sagrado, demasiado valioso como para ponerla en juego por quince minutos de fama.

La aplastante superioridad de la civilización occidental.

Por los artículos que escribo, a menudo recibo  acusaciones de «fascista», «racista», «xenófobo», «ultraderechista» y cosas por el estilo. Y lo entiendo, porque hoy en día nadar contracorriente, atacar lo hipócritamente correcto conlleva que te cuelguen de forma automática el sambenito de «facha». El problema es que el vocablo «fascista» ha sido desprovisto de su significado original y hoy en día sirve para acusar a todo aquel que no te dé la razón o para definir todo aquello que a uno no le gusta, así que me importa un bledo si me lo llaman. A mí, con todo, me divierte mucho, pues provengo de una familia republicana y socialista y encima mi esposa es negra. Así que cuando dicen que soy de extrema derecha me da la risa.

Algunos lectores me acusan de «chovinista» porque casi siempre escribo acerca de Europa. Esto  también me resulta divertido porque es como decir que el literato Gabriel García Márquez es chovinista porque ambienta sus novelas en Latinoamérica. Cojonudo por él. Cada uno escribe de lo que le rota. Yo vivo en Europa y me gusta Europa. Supongo que si viviera en África escribiría cosas de aquel lugar pero ya que vivo en el Viejo Continente, pues hablo acerca de mi entorno más próximo. ¿Que Europa ha escrito las páginas más brillantes de la historia? Pues sí señor. Y las más sangrientas también. ¿Que las naciones europeas tienen una historia impresionante? Pues sí señor. ¿O acaso no ha ido usted a la escuela?

¿Que en Europa se vive mejor que en cualquier otra parte del mundo? Pues sí señor. Y si no, pregúntele a un turco por qué prefiere emigrar a Alemania antes que a Arabia Saudita. O a un marroquí por qué prefiere ir a España antes que a Argelia. A ver qué contestan. En Europa tenemos un alto nivel de vida y de bienestar (no sé si lo tendremos por mucho más tiempo, que pienso que no, pero todavía lo tenemos). En la actualidad en Europa se vive mucho mejor que en cualquier otro continente. Quien no quiera ver la realidad o es idiota o está ciego. Y por más que se empeñen algunos, no todas las culturas son igual de valiosas. Pretender comparar Islandia con Pakistán, como si ambas fueran iguales, es de locos.

Con todo, diré que yo más que «europeo» me siento «occidental». ¿Qué es Occidente? Es una idea. No es un lugar en el mundo, no son unas coordenadas geográficas, es una comunidad de valores. Los valores judeocristianos, grecolatinos y la Revolución Francesa. Eso es Occidente. Yo me siento identificado con eso. Y en consecuencia me siento mil veces más próximo ideológicamente a Canadá o Nueva Zelanda que a Turquía o Bielorrusia, por muy europeas que sean. Y me siento mil veces más cercano a un iraní con mentalidad occidental que a un valenciano que odia ser lo que es. Porque no se trata de nacionalidades. Ni de colores de piel. Se trata de ideas. Y las ideas son el motor que hace mover el mundo.

La civilización occidental nació en Europa, es cierto, pero no es patrimonio exclusivo del Viejo Continente. Ahí están los Estados Unidos de América por ejemplo. O Australia. O cada día más Corea del Sur. Cualquier nación del mundo puede ser occidental, así esté en el Oriente del planeta. Porque ser occidental no tiene nada que ver con ser europeo, ni de raza blanca ni con vivir en el Oeste del mundo. Tiene que ver con una mentalidad. Tiene que ver con la defensa de la democracia, la libertad y los derechos humanos. Con dar el poder al pueblo. Con el legado de Atenas, Roma, Israel y Francia. Yo animo a todos los pueblos del mundo a que abracen la cultura occidental porque no existe ninguna otra que sea mejor.

Puede que el fascismo, el nazismo o el comunismo nacieran en el Occidente geográfico, pero desde luego eran radicalmente antiooccidentales porque chocaban de lleno con el espíritu libertario de la Revolución Francesa. Yo no voy a negar que en Occidente se han escrito muchas páginas bochornosas de la historia. O que nuestro estilo de vida adolezca de fallas dignas de sonrojo. Pero aún así, la civilización occidental es, con todos sus defectos, que los tiene y muchos, la mejor del mundo. Pero con muchísima diferencia. Yo no creo en razas superiores pero sí en civilizaciones superiores. Y desde luego una nación donde una mujer puede conducir un coche es mejor que una donde si comete adulterio la lapidan hasta morir.

Sin ánimo de menosprecio, y aún reconociendo que todas las culturas son fascinantes y que de todas ellas sin excepción se puede aprender algo valioso (aun de la más atrasada), yo no me escondo: creo en la incontestable y aplastante superioridad de la civilización occidental. Como mentalidad, como comunidad de valores. Es mejor que cualquier otra. Y si alguien no se lo cree, pues que compare la nómina de Premios Nobel de los países occidentales con la de los que no lo son. La mentalidad occidental es la que mejor funciona en el mundo, la que ha traído más progreso, más prosperidad y más libertad. Lástima que hayan tantos occidentales a los que les han lavado el cerebro para odiarse a sí mismos y a lo que son.

No es país para honrados.

Me doy una vuelta por Vinaroz por la noche durante sus fiestas locales. Hay una feria donde la gente se divierte. Veo que hay varios comerciantes que han puesto un tenderete para vender sus productos pero el Ayuntamiento los coloca en un rincón marginal donde apenas pasa el personal y no venden nada. Después paso por la zona donde más gentío hay y encuentro un montón de  africanos ilegales vendiendo sus productos en medio del paseo, en una zona rebosante de público y la policía local no hace nada. CONCLUSIÓN: Si pagas impuestos y cumples la ley te mueres de hambre. Si pasas del Ayuntamiento te dejan situarte en la mejor zona, ganas más dinero y encima no pagas ni un euro. Todo lo que ganas es para ti.

El sistema educativo es curioso. A los alumnos de secundaria obligatoria que estudian y se esfuerzan les ponen exámenes de nivel. A los que se pasan todo el curso rascándose la barriga, los destinan el último curso a «diversificación»; es decir; un curso con un nivel mucho más bajo pero que si lo aprueban obtendrán el graduado de la ESO exactamente igual que los alumnos de otros grupos que han estado trabajando duro durante cuatro años. CONCLUSIÓN: Ya que al final de la corrida el tonto obtiene el mismo título que el  inteligente, y el vago el mismo  que el trabajador ¿para qué esforzarse?  Tan válido es trabajar duro y hacer los deberes como no dar ni golpe en cuatro largos años… ¡Al final, el resultado es el mismo!

Salgo a la calle. Veo a la gente marchando de aquí para allá, trabajando. Entro a una tienda a comprar una cosa y casi no tengo dinero en el bolsillo. Entre el alquiler, los impuestos y la gasolina cada vez cuesta más llegar a final de mes. Salgo de la tienda y miro la barriada gitana. Un montón de gitanos gordos que no han pegado un palo al agua en su vida, sentados en sillas de plástico, tomando el sol y rascándose la barriga. Tienen una vivienda social por la cara y ayudas de todo tipo. Sin trabajar. Y encima venden droga. CONCLUSIÓN: Si eres honrado los impuestos que pagas mantendrán a los parásitos. Si eres un caradura y no declaras nada a Hacienda, el Estado te premiará y recibirás todas las ayudas del mundo.

Un amiguete me cuenta que si unos okupas se apoderan de una vivienda de tu propiedad y quieres desalojarlos, ni se te ocurra denunciarlos a la policía. No sólo no los expulsarían de tu propia casa sino que encima el asunto se podría demorar en los tribunales durante años. Y para cuando tuvieras una sentencia del juez para echarlos del piso, estaría arrasado. Lo que hay que hacer es asegurarse de que no haya nadie en casa y entonces que un cerrajero te abra la puerta, cambie el paño y así te metes tú dentro. Luego, cuando regresen los okupas, llamas a la poli y dices que unos tipos quieren entrar en tu propiedad y niegas que hayan estado viviendo allí. CONCLUSIÓN: No confíes en las autoridades, mejor confía en ti mismo.

Unos ladrones entran por la noche al chalet de un tío para robarle. Pero tiene un perro que les sorprende con las manos en la masa y les ataca. Los ladrones denuncian al propietario del perro y van a juicio. Al final, el perro es sacrificado y encima el tío debe compensar con una indemnización millonaria a los asaltantes. No te cuento la que se habría liado si la víctima se hubiera defendido con un arma de fuego. CONCLUSIÓN: Vivimos en un paraíso penal donde las leyes protegen a los criminales y no a los ciudadanos honrados. No por casualidad las mafias y escoria de los cuatro rincones de la Tierra emigran en masa a este su particular El Dorado. Habrán oído eso que dicen de que mejor en España no se vive en ningún sitio.

¿Por qué son tan vagos los españoles?


Tengo un conocido alemán que se tuvo que trasladar de su país a Barcelona por requerimiento de la multinacional para la que trabaja. Dice que odia España, que los españoles son unos vagos y que no le extraña que sean pobres porque no tienen ganas de trabajar. La verdad es que el tío tiene razón. En Alemania por ejemplo nada más entrar en un restaurante el camarero ya te está atendiendo (y eso que aún no te ha dado tiempo ni a sentarte) mientras que en España te sientas en la mesa y a menudo debes esperar a que te atienda un camarero que no está haciendo nada en esos instantes. En España hay mucho vago. Hay mucho empleado que llega tarde al trabajo, mucho haragán que no pega ni golpe, que se inventa enfermedades para cogerse la baja y quedarse a dormir en casa, mucho listillo que trabaja en negro al tiempo que cobra del paro. Así es normal ser pobres.

En un negocio de atención al público, es muy frecuente encontrar empleados que pasan olímpicamente de sus clientes. Se les ve trabajando con total desgana. Y lo entiendo… porque en la mayoría de los casos cobran una miseria por hacer un montón de horas al día (ojo, que no se confunda esto con trabajar mucho) y la mayoría sabe que, da igual que lo haga bien, mal o regular, porque en cuanto se agote su contrato temporal de seis meses lo más probable es que su jefe le despida para contratar a otro tío. Así que si vas a ser despedido sí o sí… ¿para qué esforzarse? En España hay una coyuntura laboral en la que resulta muy difícil (que no imposible) quedarse en una empresa ya que al gerente le sale más barato contratar a un empleado nuevo y deshacerse del viejo que ofrecer un puesto indefinido a uno que ya tenía antes. Que pregunten a los curritos de Carrefour si no.

Yo he tenido todo tipo de empleos. Algunos en los que cobraba una limosna y otros en los que percibía un buen sueldo. En algunos curraba como un cabrón y en otros casi no pegaba ni golpe. Pero en todos ellos he tratado siempre de dar lo mejor de mí mismo y de que tanto mi jefe como los clientes quedaran satisfechos. Hay muchos españoles que desahogan su frustración atendiendo con desgana a los clientes. A mí esto me molesta profundamente. Mira, si cuando eras joven preferiste ir a bailar a la discoteca en lugar de estudiar y ahora tienes un trabajo patético en el que te sientes frustrado y no llegas a final de mes, pues ajo y agua. Pero yo, como cliente, no tengo por qué pagar los platos rotos de que tú cobres poco o que tu empleo sea deprimente. Es el trabajo siempre hay que dar lo mejor de uno mismo porque, de lo contrario, nunca jamás vas a poder prosperar en la vida.

Nuestro modelo laboral es una locura. En Europa Central y del Norte al empleado se le exige productividad, en España se exige hacer horas. Cuantas más mejor. Casi nunca se respeta el horario establecido de laborar ocho horas diarias. Lo normal es hacer siempre una o dos más (y lo normal es no cobrarlas). El problema es que se hacen un huevo de horas pero la faena no cunde. Porque de esas ocho horas, a menudo realmente se curran cinco. Y las otras tres se pierden en ir de aquí para allá, charlar con el compañero, fumarse un cigarrito, tomarse un café… En Holanda por ejemplo si ha acabado tu jornada laboral y todavía te quieres quedar más horas en el trabajo tu encargado lo ve mal… Significa que no has sido productivo… que nos has podido acabar a tiempo la faena. En España te piden cumplir con un horario, en Europa resultados. Es el Tercer Mundo contra el Primero.

Gran parte de la culpa la tienen los empresaurios de España, cuya mentalidad quedó anclada en el siglo XIX. En el puerto de Rotterdam por ejemplo, se puede cargar un barco entero de contenedores con solamente tres operarios. En Algeciras por ejemplo, harían falta al menos veinte. ¿La diferencia? Que los holandeses tienen alta tecnología, allí es todo mucho más mecanizado y por lo tanto necesitas menos trabajadores y te puedes permitir el lujo de pagarles sueldazos. Por contra, aquí nuestros empresaurios siguen apostando por el modelo obsoleto de la mano de obra barata… No quieren tecnología, luego no queda más remedio que contratar más peones… Al tener tantos, el empresaurio se ve forzado a tener que pagarles mucho menos. El problema en sí es que incluso así sigue siendo mucho más barato cargar un barco en Holanda o Alemania que en España.

Otra locura es el horario partido que tenemos. En casi todo el planeta se aplica el horario internacional… Es decir, te levantas bien temprano… trabajas tus ocho horitas de un tirón y  la tarde la tienes libre. En España trabajas por la mañana, haces un parón de dos horas para comer y luego, con todo el sopor de la digestión, te reincorporas por la tarde. Entre pitos y flautas esto significa que entras a trabajar a las nueve de la mañana y acabas a las nueve de la noche. No tienes tiempo para disfrutar de tu familia pero es que encima no sirve para nada… porque en diez horas de trabajo un español no hace ni la mitad de producción que un sueco en cinco. ¿No sería mucho mejor acabar el trabajo cuanto antes (bien hecho, claro está) y marcharnos a casa a disfrutar de nuestra vida personal? ¿Para qué pasarte 20 horas diarias en una oficina si te pasas el día perdiendo el tiempo?

Hay un dicho en Alemania que reza que si a un católico le das a elegir entre comer bien o dormir tranquilo, escoge lo segundo. El filósofo Max Webber ya explicó en su día por qué los protestantes son más ricos que los católicos… se esfuerzan más, trabajan más duro, tienen más ambición en prosperar, no son tan conformistas y sobre todo tienen más ética en el trabajo. No es de extrañar pues que la Europa protestante sea rica y la católica pobre o que lo mismo ocurra con América. Además de esto, en España se suman otros factores, como por ejemplo la clásica picaresca… En España está bien visto el que defrauda a Hacienda, el que se escaquea del trabajo. A menudo cuando un trabajador suda la camiseta en su empresa, despierta la inquina de los compañeros más vagos pues queda al descubierto su vagancia y se confabulan contra él para intentar que lo despidan pronto.

En los países protestantes se suele trabajar como un cabrón para tener una buena economía. Aquí se prefiere tener tiempo libre y disfrutar de la vida. En los Estados Unidos se anima a los universitarios a hacerse empresarios, aquí a presentarse a unas oposiciones y conformarse con un sueldecillo y un empleo estable. En los países anglosajones lo normal es querer formar tu propio negocio, en España lo normal es trabajar para otros. Si le planteas a tu familia ser autónomo te miran como a un extraterrestre y no es para menos porque son tantas las trabas burocráticas y fiscales que existen, que no vale la pena montar una empresa en España. Es triste decirlo pero es la pura verdad. En los Estados Unidos los ricos despiertan admiración. En España si partes de la nada, trabajas duro y te enriqueces en lugar de respeto despiertas la envidia de los vagos, los pobres y los vecinos.

Algunos achacan la pereza hispánica a su clima soleado y mediterráneo. Como si por el solo hecho de que haga calor, los españoles tuviesen que dormir la siesta en lugar de trabajar. Yo no creo que el clima tenga nada que ver, porque en California hace calor y la gente es trabajadora. Lo de España tiene más que ver con una mentalidad de hacer  el vago, de trabajar  lo menos posible aunque sea a costa de no poder llegar a final de mes. En este estado hay todo un sistema que fomenta, alienta y premia el parasitismo. Empezando por el rey, que cobra diez millones de euros anuales por dar la Copa una vez al año y leer el discurso de Navidad. No hay una mentalidad de esfuerzo, de sacrificio. Los alumnos pasan de curso casi sin estudiar. Y los mendigos, gorrillas y parásitos de Europa del Este vienen en oleadas a España porque saben que es el país ideal para poder vivir del cuento.

Por supuesto en este  país de países que es España no todos los pueblos son iguales. Hay unos más vagos que otros. En general, los que tienen una lengua propia (valencianos, baleares, catalanes, vascos, navarros…) suelen ser mucho más desarrollados, despiertos y emprendedores que los pueblos monolingües castellanos. A mayor dosis de castellanismo, mayor dosis de pereza y de pobreza. Hablo en general, por supuesto siempre hay excepciones. Pero qué duda cabe de que manchegos, extremeños o andaluces trabajan poco. Tan subvencionados están que se han acostumbrado a vivir de las limosnas que da el Estado (como en Cuba o Venezuela), con lo que, paradójicamente, las jugosas ayudas económicas que perciben para intentar desarrollarse son la mayor barrera a su desarrollo. ¿Para qué esforzarte si puedes vivir sin apenas trabajar? España es una fábrica de vagos.

Añorando una izquierda que ya no existe.

ANUNCIO IMPORTANTE:

Acto: Conferencia El ateísmo: la gran mentira del siglo XXI.

Día: 27 de noviembre de 2010 a las 19:00 horas.

Lugar: Escuela de Música Julián Romano en Plaza Coronación 1 en Estella (Navarra).

Entrada: gratuita.

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Nací en el seno de una familia trabajadora. Mi madre era ama de casa. Antes de eso, iba a limpiar escaleras. Mi padre no vestía con traje de corbata sino con un mono azul lleno de grasa y suciedad. Sé lo que es vivir en una familia que discute todos los días porque no llega nunca a final de mes. He crecido en un barrio obrero y conozco de sobras los problemas del proletariado… Los llevo a flor de piel.

Estos días siento nostalgia de una izquierda que ya no existe. Me siento cercano a esa vieja izquierda, socialista y democrática, obrera, que se preocupaba por mejorar los sueldos de los trabajadores, por lograr una sanidad y educación públicas de calidad, que luchaba por la justicia social, por la igualdad de oportunidades para todas las personas, también para las de un sustrato social bajo.

Pero todo eso ya ha pasado a la historia. Hoy nadie, absolutamente nadie, se acuerda de los trabajadores. Los sindicatos están apesebrados, la juventud alcoholizada, los intelectuales son de subvención y pandereta y la vieja izquierda, ésa que defendía los derechos de los obreros, ha sido sustituída por una izquierda pijoprogre y megaguay que va de moderna por la vida y que vive en los mundos de Yupi.

Así, la nueva izquierda se preocupa por fomentar el aborto, la homosexualidad, la eutanasia, el islam, el anticristianismo, el papeles para todos, la multiculturalidad, el guerracivilismo y tantas otras ensoñaciones cuyo supuesto progreso es más que discutible y más que discutido. Y mientras, los colegios, hospitales y barrios de los trabajadores se desmoronan a la misma velocidad que sus sueldos. Que asco de mundo.

La superioridad de la mentalidad anglosajona.

Se mire por donde se mire, éste es un mundo dominado por hombres blancos, anglosajones y protestantes. En el aspecto político, comercial, económico, financiero, científico, tecnológico, cultural, audiovisual… son los anglosajones los que controlan el sistema. Es más; ellos son el sistema. La cuestión es ¿por qué?  ¿Qué les diferencia del resto? ¿Por qué tienen éxito donde otros no?

No creo en la superioridad de unas razas frente a otras, pero sí en el de unas civilizaciones frente a otras. Es mentira que todas las culturas sean igual de valiosas porque si así fuera tendrían todas un idéntico nivel de desarrollo. Los anglosajones dominan el mundo entero porque son un pueblo con una mentalidad victoriosa orientada al éxito. Su pensamiento se basa en cuatro pilares.

1) Democracia. Mientras que en Europa y Latinoamérica la gente estaba entusiasmada con la idea de una dictadura, en las naciones angloparlantes siempre ha imperado una fuerte tradición democrática. Dictadores como Francisco Franco o Fidel Castro jamás hubiesen podido tener éxito en Canadá o Nueva Zelanda porque en un país anglosajón habrían carecido de apoyo social.

En la actualidad, es fácil comprobar que todos los países que son dictaduras del signo que sea, todos sin excepción, son estados del Tercer Mundo. Por contra, las naciones más avanzadas de la Tierra son democracias sólidas y saneadas. A mayor nivel de democracia, de libertad en definitiva, más prosperidad, más desarrollo. Y los anglosajones creen en ello de forma sumamente firme.

2) Liberalismo. En el mundo anglosajón existe un gran respeto por los derechos individuales y la propiedad privada. Se entiende que los ciudadanos son titulares de derechos inalienables que el Estado deberá respetar. Por contra, en otras culturas se entiende que es el Estado el que graciosamente otorga derechos a la gente. Lógicamente, los abusos del poder son mucho mayores en un país así.

En una patria angloparlante la soberanía recae en el pueblo. No en el Estado, ni en la Corona ni en la República. No, en el pueblo. Y por lo tanto todas las instituciones jurídicas y estatales deben ir dirigidas a respetar la soberanía popular. Existe una fuerte tradición liberal de respeto a la ciudadanía que ningún gobernante se atreve a cuestionar porque allí la libertad no se negocia.

3) Protestantismo. A partir de la Reforma protestante y la Contrarreforma católica del siglo XVI se dibujaron un norte de Europa protestante  y rico frente a un sur católico y pobre. En América ocurre igual. El protestantismo es más democrático y liberal, no apoya dictaduras como hace el catolicismo y respeta más al ciudadano. En consecuencia, forma un país más avanzado y rico.

El protestantismo ofrece una visión de la vida radicalmente distinta del catolicismo. Por ejemplo, frente al problema de la pobreza el catolicismo promueve dar de comer al hambriento mientras que el protestantismo defiende más que dar un pescado dar una caña al pobre y enseñarle a pescar. Es una mentalidad mucho más autónoma, más individualista, menos dependiente del poder.

4) Capitalismo. No es por casualidad que el comunismo haya sido un fracaso absoluto en las naciones anglosajones. Inglaterra fue la inventora del capitalismo moderno. Desde entonces los pueblos angloparlantes se han caracterizado por tener una mentalidad capitalista, orientada a la creación de riqueza, avalada por el derecho anglosajón y por unos estados con instituciones serias y fiables.

En Estados Unidos la mentalidad de un universitario es la de formar una empresa, trabajar para sí mismo y  hacerse rico. En España ese universitario se conforma con ser un trabajador asalariado o como mucho opositar. Mientras en Extremadura o Andalucía se fomenta la mentalidad limosnera de vivir de subvenciones, en Ohio o Arkansas uno lo que quiere es hacerse rico.

Conclusión. No es por casualidad que sea un conjunto de cinco naciones blancas, anglosajonas y protestantes (Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelanda) el que lidere el mundo. Todas ellas son potencias en sus respectivos continentes, a excepción de los Estados Unidos, que es la superpotencia mundial. Todas tienen una mentalidad victoriosa orientada al triunfo.

Ciertamente habrá quien diga que el inglés también se habla en numerosas naciones subdesarrolladas (fundamentalmente en África y  Asia), pero lo cierto es que generalmente se trata de un idioma inglés corrupto (criollo) que  además en la mayoría de casos ni siquiera es usado por los hablantes locales como lengua materna. Es por ello que no les puedo considerar anglosajones de verdad.

Confederación Ibérica.

Algunas voces como la del escritor José Saramago se han postulado a favor de la unión de España y Portugal; en lo que constituiría un nuevo estado: Iberia. Algunos iberistas apuntan a Lisboa como la capital y al castellano como idioma común.

Sería todo ventajas. Ya verías la gracia que le iba a hacer a los lusos cuando los madrileños comenzaran con su cantinela de que “en Portugal está todo en portugués”, “la escuela debería ser en castellano”, “a mí que me hablen en cristiano”, “hay que hablar la lengua de Cervantes”, etc, etc.

Ni que decir tiene de la estabilidad que le daría al Parlamento Ibérico tener al Partido Nacionalista Portugués negociando un Estatuto de autonomía y sumando fuerzas junto a gallegos, catalanes y vascos para ver quien de todos hacía un chantaje más cruel e inmisericorde al Gobierno central.

Y la factura del Estado Ibérico, para los valencianos. Para variar. Sería genial que nos subieran los impuestos para que, con nuestro dinero, se construyeran infraestructuras en Oporto. No tenemos bastante con las sanguijuelas de Andalucía, Extremadura, La Mancha, etc, etc. Faltaba Portugal.

A mí lo único ibérico que me pone es el jamón y nuestro particular yoga: la siesta. Este iberismo en el fondo es nacionalismo expansionista español. Y si insisten en inventar un país de chicha y nabo, que añadan a Iberia Grecia y así ya tenemos juntas a las tres grandes superpotencias del mundo.

La doble moral occidental.

Imagine por un momento a un lugareño de África Subsahariana. Es un hombre de unos cuarenta años, negro, está sentado en el suelo, junto a su choza de adobe. Es un varón fuerte, robusto, un hombre que se viste por los pies. Sin embargo, lejos de mantener la compostura masculina que le correspondería a un orgulloso cabeza de familia, nuestro africano amigo está llorando como una niñita, como una mocosuela. Tiene entre sus brazos el cadáver de su hijito, su pequeño bebé de tan sólo unos meses que ha fallecido. El padre llora desconsolado. Tiene el rostro desencajado por el dolor, brama, maldice, se lamenta de su suerte. El pequeñín ha fallecido de polio y su angustiado padre cree que se le ha muerto por su culpa, por no tener él los sesenta céntimos de euro (cien de las antiguas pesetas) que cuesta una vacuna contra la polio.

Desgraciadamente casos como éste no son una excepción en África sino la norma. Una norma que mata día a día. África se encuentra sumida en un sinfín de guerras étnicas. La situación es extremadamente grave. Tanto que los expertos hace tiempo que hablan ya de «Guerra Mundial Africana». En el continente que vio nacer a la humanidad, cabalgan ahora iracundos los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. La gente es víctima de guerras, dictaduras, corrupción, golpes de estado, hambrunas, sequía, analfabetismo, etc.

Mil doscientos millones de personas en el mundo viven (sobreviven) con un euro al día. ¿Qué ocurriría si un día se unieran todos y emprendieran una gigantesca y pacífica marcha verde sobre el Primer Mundo? Esa gente no tiene ni anestesia en muchos casos; a los niños se les efectúan operaciones de apendicitis al vivo. ¿Seríamos más sensibles si esos niños que mueren fuesen blancos en lugar de negros? Si fueran nuestros hijos los que muriesen de hambre ¿no nos gustaría que alguien les ayudase? Algunas multinacionales se aprovechan de esta situación y contratan en régimen de semiesclavitud a niños del Tercer Mundo para elaborar sus productos por cuatro céntimos de euro la hora. El 11 de septiembre de 2001 (en que 3.000 inocentes murieron en los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York), murieron también 37.000 niños de hambre. «Terrorismo económico» según Adolfo Pérez Esquivel, Nobel de la Paz.

Y frente a ello, Occidente continúa mirando a otra parte, como siempre con su doble moral habitual. Nuestros gobernantes son cómplices manifiestos de este genocidio cada vez que apoyan o que rinden pleitesía y honores de estado o que simplemente estrechan la mano a todos aquellos presidentes y líderes corruptos que se han enriquecido fraudulentamente a base de asesinar y expoliar a sus propios pueblos. Si robas un radiocaset eres un ladrón. Pero cuando saqueas una nación entera, entonces te tratan como a un señor. Ya lo denunciaba Miquel Adlert i Noguerol (ese gran intelectual y patriota valenciano); hay una moral para lo pequeño y otra para lo grande. Y es que apoderarse de un piso de 90 m2 es no respetar la ley ni la propiedad privada, pero cuando un estado se anexiona otro estado (como Marruecos a Sáhara, China a Tíbet o Estados Unidos a Irak) o cuando un presidente roba a todo un pueblo, entonces no pasa nada.

¿Qué podemos hacer nosotros frente a tanta indignidad? Podemos hacer mucho. Podemos denunciar las injusticias, podemos gritar bien fuerte en lugar de callarnos, podemos colaborar con oenegés y sociedades de caridad, podemos apadrinar niños, podemos ofrecer donativos, podemos ser voluntarios, podemos propagar este mensaje de solidaridad.

Usted, amigo lector, puede, si quiere, hacer muchísimo. A aquel que piense que nada de esto sirve porque no ha de acabar con el hambre en el mundo le contaré que una vez un niño que estaba en la playa tomaba con sus manos las estrellas de mar que se hallaban varadas en la arena y las devolvía de nuevo al agua para que no murieran. Un anciano que pasaba por allí, viendo que en la playa había demasiadas estrellas como para poder salvarlas a todas, se acercó al niño y le preguntó: «¿Por qué haces esto? ¿A quién le importa esas estrellas de mar si no vas a poder salvarlas a todas?» El niño le mostró la que tenía en la mano y que se disponía a arrojar a la mar y le respondió: «A ésta le importa».

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