Croacia es un país centroeuropeo, mediterráneo y danubiano. Tiene el tamaño de Cataluña y Valencia juntas y una belleza que enamora: verdes llanuras, montañas nevadas, playas soleadas y una costa adriática llena de casitas con tejados rojos digna de un cuento. Su patrimonio arquitectónico lo convierte en un museo al aire libre.
El antiguo Reino de Croacia fue un estado soberano durante cientos de años. Su esplendor corresponde a los reinados de Pedro Kresimir IV y Demetrio Zvonimir. No obstante, se vio atrapado en medio de dos grandes imperios: Austria-Hungría y Turquía, además de Venecia, quienes lo sometieron durante siglos.
Tras caer el Imperio Austro-Húngaro en 1918 formó parte de Yugoslavia. Pero durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) los fascistas croatas se aliaron con los nazis y ejecutaron 800.000 serbios. Croacia se independizó de Belgrado el mismo día que Eslovenia, lo que desató la infausta Guerra Civil Yugoslava (1991-1995).
Desde su independencia le va de bien en mejor. Ha pasado a convertirse en una economía emergente con una industria y un turismo en expansión; es miembro de la Unión Europea (UE) y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el antiguo idioma serbocroata pasó a mejor vida pues hoy el croata es oficial.
Es un pueblo muy católico que ha sufrido y hecho sufrir mucho. Su relación con los serbios, de fe ortodoxa, siempre fue de competición y rivalidad. El actual estado croata básicamente es heredero de tres naciones: Reino de Croacia (el interior), República de Ragusa (costa) y la efímera República de Krajina (la zona serbia).
Los tiempos de la guerra ya son sólo un mal recuerdo. Hoy Croacia es famosa en el mundo por sus grandes deportistas como Kresimir Cosic, Drazen Petrovic, Toni Kukoc o Davor Suker. Bajo la cegadora luz del Mediterráneo el pueblo reposa en la playa con una copa de buen vino croata y sonríe feliz al saberse al fin libre.
El territorio que actualmente ocupa la Vojvodina perteneció a la Dacia, a Roma, al Imperio Huno, al Kanato Avar, al Reino de los Gépidos, al Reino Franco, al Imperio Bizantino, a la Gran Moravia, a Bulgaria, a Hungría, a Turquía, a los Habsburgo, a Austria, al Imperio Austro-Húngaro, a Yugoslavia y finalmente a Serbia.
La región de Vojvodina, cuya capital es Novi Sad, está situada al norte de Serbia y destaca por su desarrollo y su riqueza, superior a la media nacional. Suma un tercio de la población total de Serbia y aporta el 40% del Producto Interior Bruto (PIB). Sin embargo no puede gestionar su propio dinero y clama que Belgrado le roba.
Su composición étnica es diferente a la del resto del país porque aunque los serbios son mayoría (65%), existen importantes minorías húngaras y eslovacas que, al contrario de lo sucedido en otras zonas de Serbia, ocupan los puestos de poder en la sociedad. La minoría húngara es la más importante (14%) de todas ellas.
Vojvodina poseía una cierta autonomía dentro de Serbia hasta que el presidente yugoslavo Slobodan Milosevic le quitó la mayoría de competencias para centralizar todo el Gobierno desde Belgrado. Ahora aspira a recuperar su autogobierno y reclama ser un estado federado dentro de una República Federal Serbia.
El caso es curioso porque tras la desintegración del Imperio Austro-Húngaro, Vojvodina hablaba de la reunificación de la nación serbia (de la cual pasó a formar parte) y hoy, en cambio, se habla de Vojvodina en contraposición a Serbia. De hecho, cada vez más vojvodinos afirman ser una nación con lengua propia.
Hay seis idiomas oficiales: serbio, croata, húngaro, eslovaco, rumano y rusino. El 70% de la gente es ortodoxa aunque también hay católicos y protestantes. Tras la secesión de Kosovo en 2008 ¿puede ser la multicultural Vojvodina el siguiente paso en la fragmentación de Serbia? La caja de Pandora puede abrirse una vez más.
De las cenizas de la Primera Guerra Mundial nació en 1918 el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, que luego se denominaría Yugoslavia. Era un estado artificial creado de la noche a la mañana bajo el liderazgo de Belgrado; un puzzle de razas, etnias, lenguas, culturas y religiones forjado bajo el lema de que la unión hace la fuerza.
Pero las tensiones afloraron pronto. En la Segunda Guerra Mundial los croatas se aliaron con los nazis y asesinaron 700.000 serbios. Después, con la llegada del mariscal Josip Broz Tito y el advenimiento de la dictadura comunista, el país se mantuvo unido y las diferencias culturales y resentimientos aparcados por un tiempo.
Yugoslavia llegó a tener 25 millones de habitantes. Era la locomotora económica de la Europa Suroriental y lideraba a los países no alineados. Su selección de baloncesto fue campeona europea, mundial y olímpica. El país era mostrado como un ejemplo de convivencia. Pero todo eso era sólo un espejismo que duraría poco.
La Guerra Civil Yugoslava (1991-1995) desintegró esta patria tras un mar de genocidios. El centralismo promovido por el nacionalista serbio Slobodan Milosevic provocó la secesión de Eslovenia, Croacia, Macedonia (1991) y Bosnia-Herzegovina (1992). Sólo Montenegro se quedó junto a Serbia en una Yugoslavia menor.
En 1999 la OTAN declaró la guerra a Milosevic por sus crímenes contra los kosovares. Montenegro acabó abandonando a Serbia en 2006, poniendo fin a Yugoslavia. La independencia de Kosovo respecto de Serbia en 2009 fue el epílogo a una historia teñida de sangre e independentismos que acuñó un nuevo verbo: balcanizar.
Los estados multiculturales suelen fracasar. La convivencia pacífica de distintas religiones, lenguas y culturas es sólo posible bajo el puño de hierro de un dictador. No habría separatistas si no hubiese separadores. Los estados artificiales están condenados a desaparecer… Son las lecciones de la extinta Yugoslavia para la historia.
España es el estado heredero de aquel Reino de Castilla que una vez fue la más poderosa nación sobre la faz de la Tierra. Por centurias, dispuso de un imperio colonial donde nunca se ponía el sol pero una decadencia de doscientos años de dictaduras, golpes militares y gobiernos corruptos la catapultaron al Tercer Mundo.
Hoy España es una nación moderna y desarrollada pero muy alejada de su papel de superpotencia de antaño. Todavía persiste en el pueblo español un cierto complejo de inferioridad al saberse incapaz de recuperar Gibraltar o de competir con Francia, Reino Unido, Alemania o Italia. La envidia es el gran pecado nacional.
España es un país artificial, y por tanto tiende a la desintegración: cinco guerras civiles en tres siglos es un signo evidente de anormalidad. Por centurias fue un estado centralista y uniformizador, donde sólo lo castellano tenía cabida. Las distintas lenguas y culturas locales sufrieron un etnocidio que casi les lleva al abismo.
Ahora esta Castilla ampliada recoge los frutos en forma de balcanización: el independentismo crece en Euskadi , Cataluña, Galicia y Canarias. España actúa como cárcel de naciones y les niega el derecho de autodeterminación pues si una sola de sus regiones se separase el efecto dominó reventaría el estado como a una piñata.
En pocos años, el país ha pasado de ser agrario a vivir del turismo y los servicios. Es una nación de católicos no practicantes con un patrimonio arquitectónico, histórico y cultural abrumador. Patria de fútbol y de toros. Tierra de genios como Francisco de Goya, Pablo Picasso, Luis Buñuel, Federico García Lorca…
España se desangra entre las fuerzas centrípetas del centralismo mesetario y las centrífugas de la periferia separatista. Cada día más vive de espaldas a Latinoamérica y de cara a la Unión Europea (UE). Es una de las diez primeras potencias del globo pero a la vez una patria dividida y un estado frágil como el cristal.
Los acuerdos de Dayton que pusieron fin a la salvaje Guerra Civil de Yugoslavia (1991-1995) supusieron la creación de un país imposible: Bosnia-Herzegovina. El artificial estado bosnio es la suma de tres comunidades enemigas (croatas, bosnios y serbios); repartidas en dos regiones antagónicas que literalmente se llevan a matar.
La separatista Srpska es una de las dos regiones del estado. Tiene la mitad del territorio y un tercio de la población (cristianos ortodoxos de lengua serbia). La otra es la Federación Croata-Musulmana, con católicos de lengua croata, que quieren autogobierno, y musulmanes de lengua bosnia, que están por la unidad nacional.
La Federación es la fusión de tres estados que fueron independientes de facto en la Guerra Civil: República Croata de Bosnia-Herzegovina (1992-1994), República Occidental de Bosnia (1993-1995) y Bihac (1994-1995). Es la unión de la desunión, una macedonia de religiones, un mosaico de culturas, un puzzle étnico de difícil encaje.
Srpska es un trozo de Serbia incrustado en Bosnia, pero la Federación Croata-Musulmana es la auténtica Bosnia, una nación de musulmanes con una minoría croata. Los bosniacos se independizaron de Yugoslavia pero se llevaron la peor parte: Croacia les dejó sin apenas costa y Serbia les sometió a un espantoso genocidio.
La capital, Sarajevo, aún tiene en las fachadas de sus edificios los agujeros de la metralla y los cañonazos de hace 20 años. La economía está destruída y la región es pobre, atrasada e inestable. Hasta 2006 tuvo ejército propio pero fue absorbido por las Fuerzas Armadas Bosnias. La policía regional pronto se integrará en una estatal.
Tres pueblos enemigos forzados a convivir juntos en un mismo estado no parece una buena idea. Los bosniacos tienen tensiones con los croatas, pero es nada en comparación con los serbios. Bosnia-Herzegovina es un protectorado de Naciones Unidas y el día que los cascos azules se marchen, podría estallar una nueva guerra civil.
La población bosnia estuvo sometida a la bota opresora de los imperios por siglos. En la Edad Media fue el Imperio Otomano, que convirtió al islam a los lugareños, que aún hoy siguen siendo musulmanes. Después llegó Austria-Hungría, Yugoslavia y hasta la Croacia fascista que se anexionó Bosnia durante la época nazi.
En 1992 declaró su independencia, en plena Guerra Civil Yugoslava (1991-1995). Aunque al final logró su objetivo, fue la que se llevó la peor parte. Los croatas la dejaron sin apenas costa y los serbios cometieron espantosos genocidios en el menudo país. 250.000 muertos y 2.000.000 de desplazados fue el precio de tanta sinrazón.
Lo peor de todo es que Bosnia está dividida en dos regiones antagónicas que la hacen inviable. Una es la Federación Croata-Musulmana, que tiene la mitad del territorio y dos tercios de población. En ella cohabitan bosniocroatas (católicos de lengua croata) y bosniacos (musulmanes de idioma bosnio). Esta es la auténtica Bosnia.
La otra región, la República Srpska, supone la mitad del territorio y un tercio de la población, el 95% de la cual es serbobosnia (cristiana ortodoxa y de lengua serbia). Casi toda ella (uno de cada tres habitantes del estado) es independentista. En Srpska está el distrito de Brcko, un condominio de las dos regiones creado en 2000.
Bosnia encarna como nadie el fracaso de la multiculturalidad. El presidente de la república es elegido de forma rotativa entre representantes de las tres etnias. El estado casi ni existe. Hasta 2006 cada región tenía su propio ejército. Solamente la presencia de los cascos azules impide que estos pueblos vayan a la guerra otra vez.
Bosnia-Herzegovina es un protectorado de Naciones Unidas, un estado sujeto con alfileres, una ecuación imposible, un auténtico barril de dinamita que explotará en cuanto las tropas de paz abandonen la zona. Dividir Bosnia en dos estados independientes (el bosniaco y la serbio) es la única salida posible para vivir en paz.
Los acuerdos de Dayton que pusieron fin a la Guerra Civil de Yugoslavia en 1995 supusieron, entre otras muchas cosas, la creación de un país imposible: Bosnia-Herzegovina. El artificial estado bosnio es la suma de tres comunidades enemigas (croatas, bosnios y serbios); un país ridículo donde un tercio de sus habitantes es separatista.
La República Srpska es una de las dos regiones que componen el frágil estado bosnio. Supone la mitad del territorio y un tercio de la población, el 95% de la cual es serbia. La otra región es la Federación Croata-Musulmana donde cohabitan croatas que exigen autogobierno con los bosniacos musulmanes que defienden la unión.
Durante la Guerra Civil (1991-95), el presidente serbobosnio Radovan Karadzic y el general Ratko Mladic, apoyados por el presidente serbio Slobodan Milosevic, combatieron con fiereza a los musulmanes de Sarajevo. Europa les considera criminales de guerra pero su pueblo los aclama como héroes de la patria.
Los serbobosnios son un pueblo tremendamente nacionalista. Fueron un estado independiente de facto entre 1992 y 1995. Actualmente están dentro de Bosnia-Herzegovina contra su voluntad y reclaman separarse de ella para integrarse en Serbia. La ansias separatistas se exacerbaron tras la independencia de Kosovo en 2009.
La República Srpska dispuso de ejército propio hasta 2006 pero fue obligada a disolverlo para que fuese absorbido por las Fuerzas Armadas Bosnias. Ahora, la Comunidad Internacional presiona para que la policia serbobosnia se desmantele y forme un único cuerpo de agentes junto con el resto de fuerzas del orden del país.
Bosnia-Herzegovina es un protectorado de Naciones Unidas, un estado sujeto con alfileres, una ecuación imposible, un auténtico barril de dinamita que explotará en cuanto los cascos azules dejen la zona. El derecho de autodeterminación es la única salida para que la República Srpska decida libremente su futuro y viva en paz.
El pueblo serbio fue históricamente traicionado por Occidente. En su día sufrió la invasión del genocida Imperio Otómano. Las potencias europeas, temerosas de los turcos, abandonaron a su suerte a los serbios, que sucumbieron en la Batalla de Kosovo de 1389 y padecieron la despiadada opresión turca hasta finales del siglo XIX.
Aquella invasión islámica y la traición de Occidente fueron la raíz de todos los males posteriores. Serbia desarrolló un nacionalismo excluyente y fanático para asegurar su supervivencia frente al islam y al imperialismo. Las dos Guerras Balcánicas (1912-13 y 1913) confirmaron al país como una potencia en el sur de Europa.
El asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria-Hungría en Saravejo desencadenó la Primera Guerra Mundial (1914-18). Serbia se apoderó de los pueblos de alrededor y juntos constituyeron Yugoslavia en 1918. En la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) los nacionalistas croatas asesinaron más de 700.000 serbios.
Tras la dictadura comunista de Josip Broz Tito, llegó la Guerra Civil Yugoslava (1991-1995), la Guerra de Kosovo (1999), la ruptura con Montenegro (2006) y la independencia de Kosovo (2009). Los serbios cometieron espantosos genocidios. Con tanta guerra, se desintegró Yugoslavia y naufragó definitivamente la potencia serbia.
En los Balcanes se expían los pecados con el ritual del derramamiento de la sangre. Pese a ello, Serbia destaca poderosamente en el campo de la cultura (Kornelije Stankovic, Vuk Stefanovic Karadzic o Emir Kusturica) y del baloncesto (Dragan Kikanovic, Drazen Dalipagic, Radivoj Korac, Dejan Bodiroga…).
El nacionalismo étnico llega a su máxima crudeza en Serbia: una sucesión infinita de guerras por la bandera, la patria y la religión… Es la salida lógica de un pueblo repudiado por Occidente y agredido por el islam: confiar sólo en sí mismo. A Serbia no le quedó más remedio que ser como es. Y Europa tiene buena parte de culpa.
Los eslovenos eran el 8% de la población de Yugoslavia pero aportaban el 25% del Producto Interior Bruto (PIB) del estado y la tercera parte de las exportaciones. Sus recursos fueron puestos al servicio de los intereses centralistas de Belgrado y los impuestos que pagaban servían para construir infraestructuras en Serbia y Macedonia.
Los eslovenos eran los más prooccidentales de todos los eslavos del sur y continuamente reclamaron una apertura económica y democrática pero, en respuesta, sólo padecieron una concatenación de dictaduras: monarquía absolutista, fascismo y comunismo. El centralismo de Belgrado se tornó déspota y feroz.
Pese a ello, este pueblo siempre fue fiel al Estado Yugoslavo pero cuando criticó la suspensión de la autonomía de Kosovo en 1989, los serbios promovieron un boicot contra las empresas y productos eslovenos. Esto desató las iras independentistas de un pueblo hasta entonces leal pero que finalmente se había hartado de pagar y callar.
Cuando estalló la Guerra Civil Yugoslava en 1991, Eslovenia fue la primera en independizarse. Tuvo mucha suerte ya que, tras sólo diez días de conflicto bélico, logró su objetivo. Inmediatamente, la república fue reconocida por Alemania y otras potencias que le dieron una cordial bienvenida para festejar su ingreso en Occidente.
Eslovenia es otro claro ejemplo de que la independencia sienta bien a un pueblo: hoy es líder mundial en fabricación de elementos para deportes de invierno, tiene una floreciente industria farmacéutica, automovilística y vitivinícola, supera en renta per cápita a Portugal y Grecia y tiene menos desempleo que Alemania o Francia.
Liubliana se adhirió a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y a la Unión Europea (UE) en 2004 y al euro en 2007. Hoy Eslovenia forma parte de pleno derecho del conjunto de naciones desarrolladas occidentales. La gente tiene motivos de peso para volver a estar feliz y mirar con optimismo hacia el futuro.
La declaración de independencia de Kosovo respecto de Serbia el 17 de febrero de 2008 marcó un antes y un después en el derecho internacional: por primera vez en la historia la Comunidad Internacional aceptó la secesión unilateral de un territorio no colonial en tiempos de paz. Ahora, los tribunales avalan dicha liberación.
La sentencia del 22 de julio de 2010 del Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) -también conocido como Tribunal de La Haya- fue realmente histórica: la declaración unilateral de independencia de un territorio es un acto político, no uno jurídico, por lo que, de acuerdo al derecho internacional, ésta no puede ser ilegal.
En dicha sentencia el Tribunal añadió que la inviolabilidad e intangibilidad de las fronteras de un estado es siempre respecto del exterior (es decir, que un país no debe invadir a otro), pero permite que, a nivel interno, se puedan modificar las fronteras de un estado, por ejemplo a través de la secesión de alguna de sus regiones.
Kosovo, un país del tamaño de Murcia y menos de 2 millones de habitantes, es una bomba de relojería que los Estados Unidos han puesto en el corazón mismo de Europa para hacerla saltar por los aires… Kosovo abrirá las puertas de la libertad a numerosos pueblos oprimidos: Flandes, Escocia, Córcega, Euskadi, Valencia…
Puede que Kosovo no sea un país ejemplar: es una sociedad musulmana que se amparó en el terrorismo, que ha sufrido mucho por culpa de los serbios y que después los ha represaliado, una nación de albaneses que reclamó un estado cuando ya disponía de uno (Albania), una república empobrecida por incontables guerras.
Pero Kosovo es también un precedente jurídico jamás visto antes. Los que creemos en la autoterminación y en la democracia, en la Europa de los pueblos y en la libertad, tenemos mucho que agradecer a Estados Unidos, al Tribunal de la Haya y al épico pueblo kosovar. Su pírrica victoria es todo un rayo esperanza para millones.
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