Los eslovenos eran el 8% de la población de Yugoslavia pero aportaban el 25% del Producto Interior Bruto (PIB) del estado y la tercera parte de las exportaciones. Sus recursos fueron puestos al servicio de los intereses centralistas de Belgrado y los impuestos que pagaban servían para construir infraestructuras en Serbia y Macedonia.
Los eslovenos eran los más prooccidentales de todos los eslavos del sur y continuamente reclamaron una apertura económica y democrática pero, en respuesta, sólo padecieron una concatenación de dictaduras: monarquía absolutista, fascismo y comunismo. El centralismo de Belgrado se tornó déspota y feroz.
Pese a ello, este pueblo siempre fue fiel al Estado Yugoslavo pero cuando criticó la suspensión de la autonomía de Kosovo en 1989, los serbios promovieron un boicot contra las empresas y productos eslovenos. Esto desató las iras independentistas de un pueblo hasta entonces leal pero que finalmente se había hartado de pagar y callar.
Cuando estalló la Guerra Civil Yugoslava en 1991, Eslovenia fue la primera en independizarse. Tuvo mucha suerte ya que, tras sólo diez días de conflicto bélico, logró su objetivo. Inmediatamente, la república fue reconocida por Alemania y otras potencias que le dieron una cordial bienvenida para festejar su ingreso en Occidente.
Eslovenia es otro claro ejemplo de que la independencia sienta bien a un pueblo: hoy es líder mundial en fabricación de elementos para deportes de invierno, tiene una floreciente industria farmacéutica, automovilística y vitivinícola, supera en renta per cápita a Portugal y Grecia y tiene menos desempleo que Alemania o Francia.
Liubliana se adhirió a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y a la Unión Europea (UE) en 2004 y al euro en 2007. Hoy Eslovenia forma parte de pleno derecho del conjunto de naciones desarrolladas occidentales. La gente tiene motivos de peso para volver a estar feliz y mirar con optimismo hacia el futuro.
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