
1) El 90% del ministerio cristiano es dentro de las cuatro paredes de una iglesia. Reunión de varones, reunión de mujeres, teatro para niños, comidas de fraternidad, clases bíblicas, reunión de oración, conferencias… Hay mil y una actividades pero todas ellas dentro de las cuatro paredes de un local. Es muy difícil que gente de fuera de la iglesia sienta interés por unirse a lo que parece un club social. Paradójicamente, el 90% del ministerio de Jesucristo era en la calle.
2) Se destinan muchos fondos y recursos al mantenimiento del templo y, comparativamente hablando, pocos a la obra social. Las iglesias que he conocido que han crecido y causado un impacto social en la comunidad se han destacado por hacer una impresionante obra social con los necesitados. Pero muchos pastores viven obesionados por tener un templo que parezca un palacio y olvidan que la auténtica iglesia no es el local sino las personas que se reúnen en él.
3) Piensan que la caridad es la solución a la pobreza, cuando en realidad es la justicia. Está muy bien ayudar al hambriento con comida y abrigo, pero eso es sólo un parche. La solución es atacar de raíz las causas de la pobreza (corrupción, injusticia, desigualdad social…) pues éstas son pecado. Escandaliza mucho el sexo pero poco que un banco que recibe dinero público desahucie a una familia de su casa y aún así le obligue a seguir pagando la hipoteca.
4) No pretenden influir en la vida política. No es cuestión de convertir una iglesia en un partido político porque no es ésa su función ni nuestro reino de este mundo pero no estaría de más tratar de participar en la vida pública. Si los ateos, los ecologistas, las feministas, los abortistas, los gays, la banca, los sindicatos o los empresarios influyen al gobierno a la hora de redactar leyes que nos afectan a todos, no entiendo por qué los cristianos deberíamos renunciar a hacer esto mismo.
5) Las iglesias protestantes no se unen ni colaboran entre sí. A veces en una pequeña ciudad hay tan sólo tres iglesias (por ejemplo una pentecostal, una bautista y una Filadelfia) y, tristemente, son incapaces de juntarse ni tan siquiera una vez al año para hacer algo todos juntos. Como mucho se juntan con las de su mismo grupo o denominación. Parecen llaneros solitarios haciendo la lucha por su cuenta. Olvidan que iglesia sólo hay una aunque se reúna en distintos lugares.
6) No colaboran con otras iglesias, como la Católica, en aquellas cosas que nos unen (que son la mayoría). Los inquisidores de uno y otro lado se apresurarán a condenar a las «sectas protestantes» y a la «gran ramera» y tildarán de «maldito ecuménico condenado a arder en las llamas del infierno» a todo aquel que pretenda un frente común contra el aborto o a favor de la familia tradicional. La colaboración es inexistente incluso en aquellos temas en que estamos de acuerdo.
7) Evangelizan pero no discipulan. Jesús nos llamó a hacer discípulos. Esto implica que los líderes de la iglesia, los más maduros espiritualmente hablando, deben ayudar a crecer a los neófitos para que éstos no se limiten a ser simples calientasillas sino cristianos comprometidos. Para ello hay que crear muchas células pequeñas que se reúnan en los hogares para que los miembros aprendan a conocerse y a apoyarse mutuamente y donde los más veteranos instruyan a los nuevos.
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