Níger: sequías y hambrunas.

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Níger es una república sin litoral del África Occidental. Fue colonizado por Francia en 1898 (pero no llegó a estar completamente dominado hasta 1922, a causa de la hostil resistencia de los nativos). Níger fue englobado dentro de las coloniales África Occidental Francesa y Comunidad Francesa. Se independizó en 1960.

Desde su secesión, el país ha sufrido varias dictaduras y golpes de estado, por no hablar de las revueltas tuareg, manifestaciones estudiantiles, pucherazos electorales… Los derechos civiles no son respetados. Es un país paupérrimo e inestable que sobrevive por la ayuda exterior. Un desastre, se mire por donde se mire.

Hausas, djerma, fulani, tuareg, bereber, shongay, tubu… Es una sociedad multiétnica, un mosaico de culturas distintas, de pueblos sedentarios y nómadas. El francés es oficial pero pocos lo hablan. El hausa lo emplea el 60% de nigerinos. El islam llegó en el siglo X y el 90% de la gente es suní. Cristianos y animistas, el resto.

Tres cuartas partes de su territorio están en el desierto del Sáhara, una pequeña porción en el Sahel y en el extremo suroccidental se concentra casi toda la población, en la fértil sabana sudanesa, a orillas del río Níger, que da nombre al estado. Sólo el 4% de su territorio es cultivable. El resto del país es desierto puro y duro.

El clima nigerino es uno de los más duros del mundo, tiene las temperaturas más elevadas del planeta y por si fuera poco la desertización y la erosión avanzan a pasos agigantados. Las sequías y las hambrunas son frecuentes y devastadoras -en los años 70 y 80 el hambre mató a dos millones- y la caza furtiva es un problema grave.

Níger es rico en minerales, especialmente en uranio, y podría tener oro y petróleo. Pese a ello, es uno de los países más pobres y corruptos del mundo. Sólo el 15% de la gente está alfabetizada. Hay enormes tasas de natalidad y mortalidad infantil. La luz eléctrica y el agua potable son un lujo. La esperanza de vida es de sólo 44 años.

Etiopía: el viejo imperio pasa hambre.

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Etiopía es una de las naciones más antiguas del mundo. Aparece ya mencionada en la propia Biblia. Fue el segundo país del orbe en adoptar el cristianismo de forma oficial tras Armenia y primer reino del globo en adoptarlo. Hoy el 61% de los etíopes profesa el cristianismo, el 32% el islam y las creencias tradicionales el 5%.

Heredero del Reino de Aksum, Etiopía fue un imperio de 1270 a 1975. No fue colonizada durante el reparto de África, excepto por cinco años (1936-1941) a manos de Italia. Fue miembro fundador de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y la Unión Africana (UA).  Adis Abeba es la sede de estas dos entidades en África.

En 1952 Eritrea se federó con Etiopía, quien en 1962 la redujo a mera provincia. Pese a que Etiopía es una república federal que, en teoría, permite la secesión de sus estados, Eritrea sólo pudo independizarse en 1993 tras 30 años de conflictos. Etiopía se quedó así sin salida al mar. Entre 1998 y 2000 ambos países fueron a la guerra.

El país tiene una rica variedad de músicas, danzas y etnias y es una potencia en atletismo de fondo. La lengua oficial es el amárico, con alfabeto propio, aunque hay muchos más idiomas, como el oromo y el tigriña.  Su calendario es el de la Iglesia Ortodoxa Copta, con un retraso respecto al gregoriano de entre unos 7 y 8 años.

Etiopía, en el pasado llamada Abisina, es hoy uno de los estados más pobres de la Tierra. Vive de una agricultura de subsistencia pero las guerras contra Eritrea y unas sequías brutales han traído tremendas hambrunas. El analfabetismo avanza en un país en el que la ayuda extranjera representa el 90% del presupuesto del gobierno.

Tras el último emperador, Haile Sellasie I, llegó el comunismo y luego la democracia, pero la nación no levanta cabeza. De aquel histórico imperio que una vez dominó el Cuerno de África ya sólo queda una nación moribunda y atrasada cuya fotografía se resume en la sórdida mirada de tristeza de un niño que pasa hambre.

Ucrania: un pueblo dividido.

No hay bandera nacional que represente mejor a su pueblo que la ucraniana. Así como esta flámula se encuentra dividida en dos mitades (azul y amarilla) también su sociedad está fracturada en dos facciones irreconciliables: la que habla ucraniano (prooccidental y proeuropea) y la que habla ruso (simpatizante de Moscú).

Antaño los rusófonos tenían todo el poder  y despreciaban a los ucranioparlantes pero desde la independencia del país en 1991 la única lengua oficial es el ucraniano y los rusoparlantes un remanente colonial que desaparecerá por relevo generacional. La minoría tártara, con su lengua propia, es la tercera en discordia allí.

El país es de vital importancia estratégica para todo el mundo: heredó buena parte del arsenal atómico de la desaparecida Unión Soviética, por su territorio pasa uno de los gasoductos más importantes de Europa y además tiene frontera directa con Rusia, lo cual es una maldición que sólo le ha traído una pesadilla tras otra.

El imperialismo ruso causó estragos: en 1932 el estalinismo fabricó una hambruna que mató 10 millones de almas, luego la gente pasó hambre por décadas bajo el comunismo y encima sufrió el accidente de Chernobil de 1986. Incluso hoy es uno de los países más pobres de Europa, con un capitalismo salvaje que lo privatiza todo.

Es el segundo estado más grande de Europa -por detrás de Rusia-, un país rural con una tierra negra donde se cosechan los mejores cereales del planeta, también una sociedad sin alma donde prolifera desbocado el ateísmo y una patria en cuyas ciudades pasean espectaculares mujeres rubias célebres por su belleza en todo el orbe.

Ateos o cristianos. Liberales o comunistas. Lengua ucraniana o rusa. Bruselas o Moscú. OTAN o Rusia. Todo en Ucrania es bipolar. Ojalá algún día esta ignominiosa página de su historia sea sólo un mal sueño y Ucrania sea una patria unida asentada sobre sus señas de identidad, el amor propio y el orgullo de ser nación.

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