Nación Cristiana: el pueblo de Dios.

La bandera cristiana fue diseñada por Charles Overton en Nueva York el domingo 26 de septiembre de 1897. La cruz roja significa la fe cristiana, el amor de Dios al hombre y la promesa de vida eterna. El azul, la fidelidad de Jesucristo hasta la muerte. El color blanco representa la pureza, inocencia y paz.

La flámula nació por casualidad. Un gran predicador debía acudir a la Escuela Dominical de la capilla Brighton de Coney Island pero al final no se presentó. Como había mucha gente esperando, a Overton, para entretener al personal, se le ocurrió confeccionar una bandera, inspirándose en el simbolismo de la de Estados Unidos.

Este emblema es herencia de aquel 31 de octubre de 1517, en el que el sacerdote Martín Lutero clavó en la entrada de la Iglesia del Palacio de Wittenberg las 95 tesis en que criticaba a la Iglesia Católica por apartarse de la Biblia. Lutero pedía retornar al cristianismo primitivo, lo que desató la Reforma Protestante por toda Europa.

Confiar en la Santa Biblia como la infalible Palabra de Dios, en la salvación como acto de gracia del Señor a través del arrepentimiento de los pecados y de la fe en Cristo Jesús como nuestro salvador personal, tener a Cristo -y sólo a Cristo- como cabeza de la iglesia y vivir para glorificar a Dios son los cinco pilares de esta nación.

La nación cristiana es libre, independiente y universal. No tiene ataduras terrenales. En ella hay millones de almas que viven en la Tierra de pasada, como peregrinos en tierra extraña, sabedores de que su Reino no es de este mundo. Es un pueblo pecador que suplica el perdón y la misericordia de Cristo Jesús, que es Dios.

Cristo y sólo Cristo es el rey de este pueblo. Una nación sin límites que acepta a toda la gente del mundo que crea en Él, sin importar sexo, raza, nacionalidad, condición económica o social. No puede ser restringido por ningún estado o denominación, es único, universal como el aire que respiramos: es el pueblo de Dios.

Reinos de la Mancomunidad: una corona para gobernarlos a todos.

Soy republicano porque considero que la monarquía, en líneas generales, es una institución inservible y carísima. Pero en algunas ocasiones contadas encuentro que una monarquía puede ser útil porque da un valor añadido a una nación. Es el caso de los Reinos de la Mancomunidad, cuya corona ostenta la reina Isabel     II.

Isabel II es jefa de estado de dieciséis países: Canadá, Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Granada, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Islas Salomón, Papúa-Nueva Guinea y Tuvalu. Dieceséis reinos distintos pero una sola reina.

Hoy puede sonar raro hablar de un monarca con varios tronos pero esto era lo habitual en la Edad Media europea. Por ejemplo, Jaime I el Conquistador era rey de Aragón, de Mallorca, de Valencia, de Murcia, Conde de Barcelona y Señor de Montpellier, entre otros. Varias naciones independientes pero con un solo señor.

Esto confiere un blindaje especial. Por ejemplo, sería fácil conquistar un país pequeño y débil como Tuvalu, pero nadie en sus cabales se atrevería a invadirlo porque supondría ir a la guerra con otros quince reinos que de inmediato acudirían al rescate de su hermano. Esta fortaleza que aporta la Corona la hace útil.

Lo mejor de todo es que su pertenencia es plenamente voluntaria. Por ejemplo, Sudáfrica, Pakistán, India o Malta eran reinos de la Mancomunidad antiguamente y después se transformaron en repúblicas. Y la Familia Real británica lo aceptó, como no podía ser de otro modo en una democracia de verdad.

Además de jefa de estado, Isabel II ostenta otros títulos, bastante más simbólicos, como jefa de las Islas del Canal, señora de Man, duquesa de Normandía y de Lancaster y hasta jefa suprema de Fiji, que curiosamente es una república. Y es que cuando varias naciones comparten corona, ésta las hace más grandes y fuertes.

Nación Gitana: un pueblo nacido para vivir en libertad.

Agradecimientos a Vicent Rodríguez Fernández (Alfafar, Reino de Valencia. España).

El pueblo gitano es una nación sin estado compuesta por doce millones de almas, ocho de las cuales radican en el Viejo Continente, lo que la convierte en la minoría étnica más grande de Europa. Es un pueblo nómada que salió de India en el siglo XI y que inició una gran diáspora por todo el mundo que perdura hoy.

Pese a la dispersión geográfica y cultural que supone pertenecer a tantas nacionalidades distintas, los gitanos conservan unas señas de identidad mayoritariamente comunes: el idioma romaní, la pertenencia a la iglesia evangélica y un estilo de vida ancestral basado en la tradición, los vínculos familiares y la cohesión del grupo.

Este pueblo sobresale en las artes, con pintores como Antonio Solario, Otto Mueller o Tamás Péli, músicos como Janos Bihari (al que plagiaron Ludwig Van Beethoven o Franz Liszt) o actores como Charles Chaplin. En la ciencia, destacan Sofia Kovalévskaya y el Nobel de Medicina August Krogh.

Su  aportación cultural más conocida es el flamenco; con artistas como  Lola Flores o Camarón de la Isla. El inconfundible estilo gitano ha influido a no pocos payos, entre ellos al guitarrista Paco de Lucía. En el fútbol, son famosos Eric Cantoná, Hristo Stoichkov, Zlatan Ibrahimovic o Telmo Zarra.

Durante siglos padecieron persecuciones racistas, que tocaron techo con el exterminio de dos millones de gitanos a manos de los nazis. Actualmente, los estados europeos fomentan políticas de integración aunque muchos gitanos se muestran muy recelosos y optan por rechazar ese estilo de vida y por seguir con el suyo propio.

El gitano es un pueblo nacido para vivir en libertad. Y es que los gitanos acostumbran a ser conservadores y tradicionalistas. Pese a ello, la singular historia y cultura de esta etnia sigue siendo la gran desconocida de nuestro tiempo. Pero cuando te zambulles en ella, descubres fascinado que hay mucho más de lo que los ojos ven.