Guyana: el Gibraltar venezolano.

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Esta república forma parte de la región geográfica llamada las Guayanas, que son cinco. Las tres principales son Guyana (antes llamada Guayana Británica), Surinam (antes Guayana Holandesa) y la Guayana Francesa (que aún hoy es una colonia de París). A ellas se le suma otra que pertenece a Venezuela y otra más a Brasil.

Esta tierra poblada originariamente por arawaks y caribes, pasó con el tiempo a ser colonizada por españoles, ingleses, británicos y holandeses. En 1814 Reino Unido se apoderó de las colonias de Demerara, Berbice y Esequibo, que dieron lugar a la Guayana Británica en 1831. Se independizó del Reino Unido el año 1966.

La Guyana es el Gibraltar venezolano. Venezuela reivindica como suyo el Esequibo (que es el 75% del total de Guyana) y Surinam reclama el 7% de Guyana.  Este país es casi la mitad de grande que España y tiene menos habitantes que la ciudad de Valencia mas nadie osa invadirlo por miedo a que Londres acuda al rescate.

Guyana significa «tierra de agua». Los nativos la bautizaron así por sus extensas junglas, pantanos y manglares. Es una nación muy pobre que vive de la agricultura. En el pasado mostró sus simpatías por el comunismo, pero ahora se ha reorientado hacia el capitalismo. Hace poco ha descubierto petróleo en sus aguas.

La sociedad se compone de descendientes de indios, africanos (ambos traídos por los ingleses) y amerindios. Indios y negros se odian por motivos raciales. Hay 500.000 guyaneses viviendo en el exterior. El inglés es la única lengua oficial, y a nivel religioso es un puzzle de cristianos (de múltiples denominaciones), hindúes y suníes.

Esta nación vive de espaldas a Latinoamérica y culturalmente tiene más en común con India o Inglaterra. Esta patria caribeña y tercermundista es muy pacífica pero lamentablemente se hizo famosa en 1978 por el suicidio colectivo de más de 900 miembros (la mayoría americanos) de la secta El Templo del Pueblo de Jim Jones.

Gran Colombia: el sueño panamericano.

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Inmediatamente después de que el libertador Simón Bolívar lograra librar del yugo español a varias naciones latinoamericanas, se procedió a crear la Gran Colombia, que pretendía unir toda Hispanoamérica, desde México hasta Chile. Proyecto ideado por el ideólogo Francisco de Miranda cuyo gran impulsor fue Bolívar.

La Gran Colombia nace en 1821 con la unión de Nueva Granada (hoy Colombia) y Venezuela, se suma ese año Panamá (como parte de Nueva Granada); así como Quito y Guayaquil (que ahora forman Ecuador) en 1822. Se estudió incorporar el Haití español (actual República Dominicana), Bolivia y Perú, pero la cosa no fraguó.

Desde un primer momento hubo dos visiones antagónicas: la de Francisco de Paula Santander (federalismo, democracia, localismos) versus la de Bolívar (centralismo, autoritarismo, interés general). A eso se sumaron las malas comunicaciones, un excesivo centralismo y los distintos intereses de las oligarquías locales.

En 1825 el estado llegó a tener 2.500.000 habitantes y 2.500.000 km2. Era una nación multiétnica que vivía de la agricultura y el comercio y que contaba con moneda propia, el piastra. En 1828 Bolívar se erige en dictador vitalicio para dar estabilidad al país. Esto fue visto como un retorno a la monarquía y causó gran rechazo.

La Gran Colombia fue a la guerra contra Perú en 1828-1829. Ambos contendieron por el control de Guayaquil. Venezuela y Ecuador se separaron de la federación en 1830, el mismo año en que murió Simón Bolívar. La disolución efectiva del país llegó en 1830 y la formal en 1831. El sueño panamericano tan sólo duró una década.

Si toda Hispanoamérica se hubiese unido, hoy sería un estado de 11.500.000 km2 (segundo del mundo) y 400 millones de habitantes (tercero), pero no funcionó. La Gran Colombia inspiró otros proyectos federalistas como la República Federal de Centro América (1823-1841) y la Confederación Peruana-Boliviana (1836-1839).

¿Sabías que la desintegración del Imperio Español comenzó en Valencia?

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Hubo una época en la que en España nunca se ponía el sol. El Imperio Español fue el primero de la historia en tener dimensiones planetarias. Sin embargo, su desintegración comenzó en la ciudad de Valencia. Pero no en la Valencia europea, sino en la venezolana. Tras la independencia de Estados Unidos (1776) y Haití (1804) le llegó el turno a Venezuela, que hizo su declaración formal de independencia en 1811. Esta declaración en un principio fue más teórica que otra cosa ya que las tropas venezolanas apenas contaban con medios efectivos para derrotar a las tropas realistas, que en la práctica aún mantenían el control de la colonia.

Pero el 28 de mayo de 1814 sucedió algo que iba a trastocar para siempre el transcurso de la historia. En las llanuras de Valencia se disputó un gran choque: la Batalla de Carabobo. En ella las tropas españolas fueron masacradas por los independentistas y el Ejército español quedó tan sumamente diezmado que ya no pudo retrasar por más tiempo lo inevitable.  Aquella victoria supuso el nacimiento de una nación. Tanto es así que hoy es muy común oír en los venezolanos: «Valencia, donde nació Venezuela». Valencia es actualmente la capital del industrial Estado Carabobo y también lo fue de la República de Venezuela en el pasado.

Aquella histórica batalla fue la primera ficha en caer de un gran dominó que acabaría dinamitando el Imperio Español. De hecho, tras liberar Venezuela, el libertador Simón Bolívar hizo lo propio con los actuales Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Las cadenas de la opresión se rompían una tras otra, las puertas de la libertad se abrían para Hispanoamérica, la historia estaba a punto de cambiar. Y todo empezó en Valencia. Allí, en sus afueras, se puede visitar hoy Campo de Carabobo, un impresionante monumento a aquella legendaria conflagración erigido en honor a los caídos de ambos bandos que hará las delicias de cualquier turista.

Zulia: petróleo y autonomía.

En una Venezuela cada vez más entregada al neocomunismo del presidente Hugo Chávez, un estado opositor le planta cara al autócrata: el Zulia. Allí, a las orillas del Lago Maracaibo y bajo un sol de justicia, viven los zulianos, un pueblo conservador y nacionalista. Los zulianos se sienten orgullosos de serlo y son muy suyos.

En 1821 la República del Zulia declaró su independencia del Imperio Español y con posterioridad pasó a formar parte  de la Gran Colombia. Tras la desintegración de aquel fallido macroestado, Zulia, que no era de Venezuela, se unió voluntariamente a ese país, pese a que pudo haber escogido formar parte de Colombia.

El libertador de Zulia, Rafael Urdaneta, le dijo al libertador venezolano Simón Bolívar que el Zulia se unía a Venezuela a cambio de mantener su autonomía. Pero ese pacto fue violado hasta la actualidad.  El centralismo llega al límite de tener que recorrer 700 km desde Maracaibo a Caracas para realizar un pequeño trámite.

El sentimiento autonomista es innato en el zuliano por circunstancias históricas y no por ninguna imposición estadounidense, como asegura Hugo Chávez. Por eso Zulia exige sus derechos pero Venezuela los pisotea. Esto está despertando los anhelos regionalistas y hasta independentistas de un cada vez mayor número de gente.

El Estado Zulia atesora el 80% del petróleo de Venezuela pero recibe de Caracas sólo un 20% de las ganancias. Y a pesar de semejante potencial energético, los zulianos sufren frecuentes cortes en el suministro eléctrico por la ineficiencia del Estado central. Por contra, si fuera independiente, el Zulia sería el Kuwait del Caribe.

Zulia salió perdiendo al unirse a Venezuela. Perdió en extensión territorial (en el pasado contó con varios estados que con el tiempo se segregaron). Perdió dinero porque no controla sus descomunales recursos.  Y perdió en libertad con una autonomía nunca respetada. Zulia es nación y lucha por ser libre, diferente y única.

Homenaje a Salvador Ferrer Esteve.

Soy rojo. Vengo de una familia de izquierdas. Mi abuelo, Salvador Ferrer Esteve, combatió en la Guerra Civil (1936-1939) en el bando republicano. Él era un buen hombre que luchó en defensa de la libertad. Sé bien que la izquierda ejecutó a muchas personas inocentes. Pero mi abuelo no era de los de gatillo fácil. De hecho, salvó a mucha gente de derechas de ser fusilada a manos del ejército rojo.

Uno de ellos era un rico hombre de negocios de Alzira. Tenía una empresa de camiones de transporte. Los republicanos querían matarlo por ser de derechas, pero mi abuelo les dijo que no lo hicieran, porque al fin y al cabo daba empleo a muchos trabajadores. Gracias a mi abuelo, aquel empresario salvó el cuello. Pero un tiempo después se giró la tortilla y el ejército fascista acabó venciendo la guerra.

Al acabar la contienda la familia recomendó a mi abuelo que se fugara a Alicante o a Argentina para evitar represalias. Pero él se negó a hacerlo porque la radio repetía sin cesar que quienes no tuviesen las manos manchadas de sangre inocente no tenían que temer. Y él tenía la conciencia muy tranquila de todo cuanto hizo. Incluso había salvado la vida de varios fachas. Así que ¿quién querría matarle?

Pero mi abuelo estaba afiliado a la CNT. No era activista ni participaba en política ni nada. Sólo tenía un carné de afiliado. Eso es todo. Así es que fueron a por él y lo detuvieron. Mi abuela fue a suplicar a aquel empresario que hablara con el gobierno para que salvara al hombre que antes le había salvado a él. Pero no quiso. Se limitó a decir que nada podía hacer y ni siquiera lo intentó. No movió un dedo.

Ferrer fue encarcelado, torturado, le arrancaron la piel a tiras, fue fusilado y arrojado a una fosa común. Y todo por un carné. Tenía 33 años. Los fascistas enviaron por correo a la viuda un paquete con los restos de su camisa hecha harapos manchada de sangre y de piel. Aquel empresario no sólo no ayudó a mi abuelo. Tampoco auxilió a su viuda e hijos, aunque hacía mucho dinero con el estraperlo.

No cuento todo esto para hacerme la víctima. He perdonado a aquel hombre. Si yo, que soy de izquierdas, no quiero para mí ni para los míos semejante injusticia ¿por qué debería desear el sufrimiento que padeció mi abuelo a los disidentes cubanos o chinos? No tengo inconveniente en condenar la dictadura de Cuba, Venezuela o China. Porque soy demócrata. Y porque soy cristiano por encima de todo.

Confieso que me gustaría mucho que hubiera más gente de derechas que fuese capaz de condenar el franquismo o el pinochetismo. Pero cada uno es dueño de sus silencios. Todo el mundo tiene derecho a tener la ideología que guste. Pero si piensa que una persona merece ser torturada y asesinada sólo por no tener sus mismas ideas políticas entonces  ¿que diferencia hay entre un terrorista de ETA y usted?

Venezuela: la cuna de Hispanoamérica.

Venezuela es la primera nación americana que se independizó del Imperio Español, en el siglo XIX. Fue en la Batalla de Carabobo de 1821, donde el ejército realista fue masacrado. Allí, en Valencia, nació Venezuela y provocó un efecto dominó en toda Hispanoamérica que acabaría por enterrar el imperio colonial en 1898.

Y es que Venezuela es por encima de todo la patria de Simón Bolívar. Bolívar fue el libertador de cinco naciones (Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia) y su figura es omnipresente en el país. En los discursos, en los grafitis en las calles, los libros, en los bares… Todo el mundo rinde un culto casi mesiánico a aquel gran hombre.

Hoy es una nación famosa por tener a las mujeres más hermosas del planeta, por ser la superpotencia de los concursos de belleza, por sus telenovelas románticas y por ser uno de los mayores productores mundiales de petróleo y gas. Pero también sufre una alta tasa de corrupción y un aumento de la inseguridad ciudadana y del crimen.

Actualmente Venezuela vive bajo una dictadura neocomunista disfrazada de democracia con el presidente Hugo Chávez. Los recortes de libertades y de derechos individuales, las expropiaciones, y los cierres de medios de comunicación están a la orden del día. Todo augura una progresiva y creciente cubanización del país.

Pero allá donde prolifera la maldición, también suele abrirse paso la bendición, en este caso espiritual. En la república ha experimentado un fuerte avivamiento del Espíritu Santo, la gente predica la Biblia en medio de las plazas públicas y hay una auténtica explosión de iglesias evangélicas presente en cada barrio de la patria.

Venezuela es una tierra histórica que ha dado al mundo personajes célebres como Francisco de Miranda, Antonio José de Sucre, Arturo Michelena, Rómulo Gallegos o Andrés Bello. Es el faro de luz que alumbra a América Latina, un país que ha inscrito su nombre en los libros de historia con letras de oro.

Cubazuela.

Hace unos pocos años tuve la fortuna de visitar la ciudad de Valencia, en el venezolano Estado Carabobo. La impresión que me llevé fue la que de la miseria se expandía por doquier. Había unas tasas altísimas de paro y, como la gente debía sobrevivir, trabajaba en la economía sumergida. Allí lo llaman «economía informal» y está tolerada por la ley. Es decir, ya que el Gobierno de Venezuela es incapaz de ofrecer empleo a sus ciudadanos al menos no se persigue que éstos se ganen la vida como puedan, aunque sea trabajando en negro. En todas las calles había una cantidad enorme de puestos, de tenderetes improvisados, similares a los mercados ambulantes de aquí. Con la diferencia de que allí no se está asegurado, ni se es autónomo ni se paga impuestos. Se trabaja para intentar sobrevivir otro día más y punto.

En muchos puestos ambulantes, la gente vendía ropa barata, discos de música pirateados (incluso existen videoclubs donde se venden películas pirateadas y es legal), o fruta en unas condiciones higiénicas más que dudosas. Me entraba una profunda tristeza cada vez que subía a un microbús (allí lo llaman buseta o camioneta) y veía que subían personas jóvenes, a veces incluso adolescentes, para vender cualquier baratija. «Un paquete de chicles 500 bolívares, dos paquetes 800. Tenemos de menta y de fresa», voceaban. En otras ocasiones era gel, golosinas o tostones (plátano frito). Yo solía comprar  porque entiendo que si esta gente no puede vivir de esto, el siguiente paso que dará será conseguir una pistola y entrar a tiros en una tienda. En verdad me sentía profundamente apesadumbrado al contemplar todo aquello.

«¿Sabes? Esto antes no era así» -me decían-. Me contaron que  Valencia fue históricamente la ciudad industrial del país. Por supuesto la situación de la población nunca llegó a ser de opulencia, pero la gente tenía empleo. Empleo legal. Con contrato, con impuestos, con todo en regla. Allí había numerosas multinacionales como Colgate o Ford que daban de comer a numerosas familias obreras. Hasta que el neocomunista Hugo Chávez se hizo con la presidencia de Venezuela y comenzó a hostigar a todas horas a los empresarios. Subidas de impuestos, amenazas de expropiación de negocios, empresas y viviendas, inseguridad jurídica… Al final las empresas vieron el gris panorama y se marcharon de allí, fundamentalmente a Colombia, dejando a su paso un aumento masivo de paro, delincuencia y hambre.

Los empresarios se marchan de allí pero lo que es más grave… no llegan inversiones del extranjero. Al fin y al cabo… ¿quién en su sano juicio aterrizaría en un país en el que a los inversores se les acusa de «colonialismo»? Vas a montar un negocio, a dar trabajo a la gente, a pagar impuestos, a crear riqueza… Pero aún así la población local te mira mal, te odia… Y el gobierno amenaza con expropiarte, o con ser él el que te marque las pautas concretas sobre cómo debes dirigir tu negocio o incluso te dice que el contrato que has firmado hace seis meses con el Estado ya no vale, que es papel mojado, que hay que volver a renegociar todas las condiciones de la inversión de nuevo. Sinceramente, sólo un loco o un suicida se atrevería a arriesgar su dinero en una nación cuyo presidente es un paranoico que debería llevar camisa de fuerza.

No hay derecho a lo que Chávez les está haciendo a los venezolanos. Ha bloqueado sus depósitos bancarios de tal modo que la ciudadanía sólo puede disponer de una pequeña parte de sus ahorros para usarlos en el extranjero (por ejemplo para ir de vacaciones). Ha espantado a los empresarios y dejado en el paro a los trabajadores. Consiente los ataques a la propiedad privada (por ejemplo, legalizando que unos desconocidos se instalen en un terreno que es tuyo y se lo queden). Ha devaluado en exceso la moneda y multiplicado el precio de los productos de primera necesidad. Quiere una economía socialista planificada por el Estado. Cierra medios de comunicación, encarcela periodistas, ataca la libertad de expresión. Lo que él denomina «socialismo del siglo XXI» me recuerda demasiado al comunismo del siglo XX.

Tercer Mundo espiritual.

Hace unos años viajé a Venezuela con la convicción de que iba a visitar el Tercer Mundo. Y la verdad sea dicha vi pobreza, desigualdades, la falta de agua potable, un pésimo servicio de recogida de basuras y otras cuestiones que ahora no viene al caso comentar. Pero también me impresionó sobremanera el enorme avivamiento espiritual que experimenta no sólo ese país sino toda América Latina. Una vez más allí donde hay abundante injusticia y dolor, la población se encomienda más a Dios.

Una auténtica explosión de iglesias evangélicas ha surgido en América en las últimas décadas. Hay una en cada barrio y su expansión es imparable: por ejemplo una iglesia puede pasar de 50 miembros a 250 en sólo dos años. Por el contrario, aquí en el Reino de Valencia el número de fieles permanece estancado desde hace años. La iglesia más grande de Venezuela es Maranatha (en Valencia, Carabobo) con más de 5.000 fieles. Por contra, aquí ninguna iglesia alcanza el millar de ovejas.

Allí vi cosas que en mi país nunca había visto. Vi cómo en cada culto había varias personas que daban un paso al frente y aceptaban a Jesucristo (jamás he visto esto en mi tierra). Vi que hacen bautizos cada 15 días (aquí a duras penas se reúne gente para hacer un bautizo anual). En Colombia se han llegado a hacer bautizos masivos de 3.000 personas en un solo día. Y lo que más me llamó la atención: allí los cristianos van a la plaza mayor del pueblo y pregonan el Evangelio en voz alta a la gente.

Todo esto ha producido un innegable beneficio social: por cada persona que se congrega en una iglesia evangélica y que conoce al Señor hay en la calle una prostituta menos, un drogadicto menos, un borracho menos. Allí los cristianos son muy perseverantes en su fe y su proselitismo, son grandes conocedores de la Biblia, ayudan económicamente a las personas más necesitadas y fomentan en la sociedad una costumbre tan sana como la de bendecir los alimentos a la hora de comer.

En cuanto a mi país: aborto libre, experimentación con embriones, eutanasia, matrimonio gay, ateísmo, islam, iglesias que agonizan… Cuando me marché de la República de Venezuela me di cuenta de que soy yo el que vive en el Tercer Mundo. Porque el Reino de Valencia (y Europa en general) es el Tercer Mundo espiritual. Tan sólo le pido a Dios que tenga misericordia de este rincón del orbe y que la bendición del Evangelio nuevamente sea derramada con fuerza si es que es su voluntad.

La lucha por la hegemonía mundial.

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Los Estados Unidos de América y China se están disputando en estos momentos ser la potencia hegemónica mundial del siglo XXI. En esta partida de ajedrez por el control del globo, los americanos y los chinos están llevando a cabo dos estrategias radicalmente distintas.

Norteamérica, previendo que China pueda ser una superpotencia dentro de 25 años, ha decidido acorralarla. ¿De qué manera? Tratando de tomar el control de todas las naciones que o bien dispongan de grandes recursos energéticos o bien frontera directa con China. No es casualidad que Estados Unidos tenga puesto su punto de mira en Irán, Irak, Venezuela, Afganistán o Corea del Norte. Todos encajan con alguno de los dos perfiles anteriores. Si EEUU cuenta con suministradores energéticos fiables (Arabia Saudita, Kuwait, Guinea Ecuatorial…) y con la alianza de vecinos temerosos de China (Japón, Taiwan, India…), el gigante asiático quedará absolutamente acorralado y sin apenas aliados en el mundo.

Los comunistas chinos lo saben. ¿Y qué hacen al respecto? Nada. Su apuesta pasa por seguir creciendo rápidamente hasta convertirse en un imperio económico y esperar a que la carísima escalada belicista emprendida por Estados Unidos le lleve a la ruina.

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