La cosificación de la mujer como objeto sexual.

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Voy a una popular página de internet para descargarme una serie de televisión y me salta un anuncio de unas chicas con unas tetas muy grandes. Entro a ver mi correo-e y me sale otro anuncio que me invita a cometer adulterio. Me paso un momento por las redes sociales y me encuentro más de lo mismo.  Conduzco por la noche junto con mi esposa y mi hija y me encuentro prostitutas en las rotondas. Conduzco por el día y me encuentro un enorme cartel publicitario de un burdel que me molesta y me distrae. Voy a ver la prensa deportiva, quiero enterarme de las últimas noticias de la NBA, y me encuentro con fotos de tías en pelotas. En la prensa seria te informan de que no sé qué actriz sale sin ropa en no sé donde. En el videoclip musical del momento la cantante hace más exhibición de piel que de voz. Voy a la gasolinera, entro a pagar y me encuentro con revistas en que las mujeres están desnudas o semidesnudas. Lo mismo cada vez que camino por la calle y paso por delante de un quiosco. La televisión directamente prefiero no verla.

Yo no estoy criticando hoy que haya un lugar concreto (un burdel, una web pornográfica…) que ofrezca determinados contenidos sexuales explícitos y que el que va allí ya sabe a lo que va con todas las consecuencias (esto sería motivo de análisis otro día en otro artículo distinto), sino que aunque tú no busques esos contenidos, ellos vengan a buscarte a ti ya que son omnipresentes en esta pornocracia. Es tal el aluvión de tetas y culos que yo, que no soy mujer, me siento ofendido en la forma en que la sociedad trata a las féminas. Como a pedazos de carne. Como a agujeros sin cerebro ni corazón. En la televisión siempre entrevistan a presentadoras, actrices o modelos pero nunca a biólogas, escritoras o violinistas. Siempre se destaca que una muchacha es «sexy» pero nunca que es «inteligente». No hay anuncio de coche sin señorita florero ni pasarela sin modelo demidesnuda. Los medios de comunicación transmiten este mensaje: «Chica, eres un cuerpo» y «Mujer, manténte joven y esbelta o tu marido te abandonará por otra».

Esta imagen lamentable del sexo femenino, presentado como un bien de usar y tirar, es desde luego fruto de una mentalidad machista que considera a la joven un objeto ornamental y a la vieja un producto caducado. Sin embargo, no puedo dejar de contemplar con tristeza cómo esta idea cuenta con la complicidad de no pocas féminas. Empezando por todas las concejalas, alcaldesas, gobernadoras, diputadas, senadoras, ministras y hasta presidentas del gobierno que, teniendo poder para cambiar las cosas, no hacen absolutamente nada al respecto. Y siguiendo por la chica que está en la playa en tetas, por la adolescente que en una gélida noche de invierno viste una falda tan corta que escandalizaría a la puta de la rotonda, por los calendarios solidarios en que sale la gente en pelotas supuestamente en pro de una causa noble o por esas feminazis tipo Femen que son incapaces de luchar por sus derechos sin enseñar las domingas a todo el mundo. Mujer, si quieres que los demás te respeten, comienza por respetarte a ti misma.

¿Sabías que hay una pintura rupestre única en el mundo en Bicorp?

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En la valenciana localidad de Bicorp (Canal de Navarrés) podemos encontrar pinturas rupestres en el Barranco Moreno y en la Cueva de la Araña. Es en esta última donde hallamos un mural que es único en todo el planeta: se trata de la famosa pintura La recolectora de miel. En ella se contempla una figura femenina rodeada de abejas recogiendo la miel de un panal.

Esta escena convierte la pintura en una de las más importantes de la prehistoria ya que es la única de su tiempo donde se ilustra una actividad como la recolección de miel (lo habitual en esta época era representar escenas de caza, bailes y rituales). No existe otra igual en todo el mundo.

Junto a su singular valor artístico, cabe añadir el histórico puesto que dicha imagen demuestra que en la prehistoria la mujer era la encargada de la recolección de alimentos y que su papel activo en el sustento de la familia fue mucho más importante de lo que hasta ahora se había creído.

Venezuela: la cuna de Hispanoamérica.

Venezuela es la primera nación americana que se independizó del Imperio Español, en el siglo XIX. Fue en la Batalla de Carabobo de 1821, donde el ejército realista fue masacrado. Allí, en Valencia, nació Venezuela y provocó un efecto dominó en toda Hispanoamérica que acabaría por enterrar el imperio colonial en 1898.

Y es que Venezuela es por encima de todo la patria de Simón Bolívar. Bolívar fue el libertador de cinco naciones (Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia) y su figura es omnipresente en el país. En los discursos, en los grafitis en las calles, los libros, en los bares… Todo el mundo rinde un culto casi mesiánico a aquel gran hombre.

Hoy es una nación famosa por tener a las mujeres más hermosas del planeta, por ser la superpotencia de los concursos de belleza, por sus telenovelas románticas y por ser uno de los mayores productores mundiales de petróleo y gas. Pero también sufre una alta tasa de corrupción y un aumento de la inseguridad ciudadana y del crimen.

Actualmente Venezuela vive bajo una dictadura neocomunista disfrazada de democracia con el presidente Hugo Chávez. Los recortes de libertades y de derechos individuales, las expropiaciones, y los cierres de medios de comunicación están a la orden del día. Todo augura una progresiva y creciente cubanización del país.

Pero allá donde prolifera la maldición, también suele abrirse paso la bendición, en este caso espiritual. En la república ha experimentado un fuerte avivamiento del Espíritu Santo, la gente predica la Biblia en medio de las plazas públicas y hay una auténtica explosión de iglesias evangélicas presente en cada barrio de la patria.

Venezuela es una tierra histórica que ha dado al mundo personajes célebres como Francisco de Miranda, Antonio José de Sucre, Arturo Michelena, Rómulo Gallegos o Andrés Bello. Es el faro de luz que alumbra a América Latina, un país que ha inscrito su nombre en los libros de historia con letras de oro.

¿Cómo deben ser el marido y la mujer en el matrimonio cristiano?

«Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas» (Colosenses 3:18-19).

¿Cómo debe ser la esposa en el matrimonio? Dice la Palabra de Dios: «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo». De este pasaje extraemos que la mujer debe ser sumisa y obediente a su marido. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que la esposa deba ser una esclava o un cero a la izquierda que no cuenta para nada. Ni tampoco que el marido deba ser un dictador. De hecho, la propia Biblia establece que el hombre y la mujer son iguales ante Dios (Gálatas 3:28). Esta sumisión se entiende más bien en el sentido de que la mujer debe respetar la autoridad del esposo como cabeza de familia que es. Otros pasajes de la Biblia insisten en que la mujer debe respetar al marido (Efesios 5:33) y estar sujeta a él (Colosenses 3:18).

Por su parte, Pedro insta a la mujer estar sujeta a su marido, ser casta y respetuosa y no tener una imagen externa con peinados ostentosos, adornos de oro o vestidos lujosos, sino un espíritu afable y apacible (1 Pedro 3:1-4). Tan importante es la mujer que desde el principio vio Dios que no era bueno que el hombre estuviera solo, por eso le hizo una ayuda idónea (Génesis 2:18). Incluso el sabio Salomón reconoce la vital importancia de tener una buena esposa en tres pasajes absolutamente impagables. El primero dice así: «La mujer sabia edifica su casa, pero la necia con sus manos la derriba» (Proverbios 14:1). El segundo reza: «Mujer virtuosa ¿quién la hallará? Porque su valor sobrepasa largamente al de las piedras preciosas. El corazón de su marido confía en ella y no carecerá de ganancias» (Proverbios 31:10). Y el tercero advierte: «Engañosa es la gracia y vana es la hermosura; la mujer que tema a Jehová, esa será alabada» (Proverbios  31:30).

Pero es que ¿acaso Dios es machista? No. De hecho, pone al marido unas obligaciones mucho mayores que a la esposa. Al hombre se le ordena amar a su mujer y no ser áspero con ella (Colosenses 3:19), tratarla como a vaso frágil, es decir, con delicadeza (1 Pedro 3:7), amar a su esposa como a su propio cuerpo (Efesios 5:28), dejar a su  padre y a su madre para unirse a su mujer y formar con ella una sola carne (Efesios 5:31), amar a la mujer como a sí mismo (Efesios 5:33) y lo que es aún más fuerte: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella» (Efesios 5:25). Fíjate bien lo que dice… amar a la esposa «como Cristo amó a la iglesia». ¿Qué quiere decir esto? Que un marido debe amar a su esposa hasta el punto de llegar a dar la vida por ella, si esto fuera necesario, pues eso mismo es lo que Cristo hizo por nosotros. La mujer no tiene la obligación de morir por su esposo. En cambio, el hombre sí la tiene.

¿Y qué hay del sexo? El apóstol Pablo es claro al respecto: «Acerca de lo que me habéis preguntado por escrito, digo: Bueno le sería al hombre no tocar mujer. Sin embargo, por causa de las fornicaciones tenga cada uno su propia mujer, y tenga cada una su propio marido. El marido debe cumplir con su mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con su marido. La mujer no tiene dominio sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido dominio sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración. Luego volved a juntaros en uno, para que no os tiente  Satanás a causa de vuestra incontinencia» (Corintios 7:1-5). Así pues, para huir  de las fornicaciones (sexo fuera del matrimonio), Pablo aconseja al hombre y la mujer casarse, tener relaciones frecuentemente para evitar tentaciones y no negar el sexo el uno al otro.

Cosas que aprendí de las mujeres.

Yo crecí rodeado de mujeres. Durante mi infancia sólo había mujeres en casa. El único varón de la familia -mi padre- siempre estaba trabajando el pobre hombre para mantenernos a todos, así es que no lo veía (casi) nunca. Cuando creces rodeado de mujeres aprendes una serie de valores positivos; aprendes a ser generoso, a compartir, a escuchar, a ayudarse, a estar unidos, hoy por ti mañana por mí, aprendes que las féminas son seres especiales y que deben ser tratados como tales, aprendes que hay veces en que una mirada o un gesto dicen más que mil palabras, que una persona sin decirte nada puede estar diciéndote mucho, aprendes que es bueno abrazar a alguien cuando se encuentra triste, obtienes una sensibilidad especial para ver lo invisible; es decir, todas esas cosas que no se pueden medir ni pesar ni palpar como el amor o la tristeza, pero que están ahí, aprendes a ser una mejor persona, a ensanchar el alma, a robustecer el corazón.

Hay un límite que lo tiene el hombre pero que no lo conoce la mujer y que es lo que la convierte en fascinante. Es el límite del arte. Me explico; un hombre puede ser un artista pues puede crear arte. Un hombre puede crear literatura, poesía, pintura, escultura, arquitectura, cine, música, tecnología… Un hombre puede crear belleza, puede crear arte, puede por lo tanto llegar a ser un artista. Pero lo que nunca arribará a ser es arte. Un hombre puede ser un artista pero nunca será arte.

Este límite, que es el que condiciona la esencia masculina, no lo conocen las mujeres. Ellas son arte puro, hermosura pura, arte en estado vivo y caminante. Porque una mujer aglutina un montón de valores positivos de la creación. Ella es belleza, es hermosura, es sensualidad, es glamour… La mujer encarna el amor, la mujer encarna la vida. Y eso es lo que sin duda hace que la mujer sea una criatura única, desconcertante y mágica tanto en lo bueno como en lo malo.

La mujer es una fuente de inspiración infinita. La cantidad de arte que el hombre ha plasmado inspirado en ella es enorme. Pensemos en la música; la cantidad de canciones cuyo título tiene nombre de mujer o cuya letra versa sobre mujeres es monumental. ¡La cantidad de pinturas y de esculturas que el hombre ha hecho a lo largo de la historia inspirándose en la belleza infinita de la mujer…! ¡La cantidad de escritores y de poetas que si lo llegaron a ser fue porque una mujer se cruzó en sus vidas! Se enamoraron, se desenamoraron, lo que sea… Pero un buen día una dama se cruzó en sus caminos y de repente descubrieron que tenían un talento para la poesía, adquirieron un don. Una canción, un lienzo, una escultura, un perfume, una flor, un poema… Todo eso y muchísimo más es una dama. Detrás de un gran hombre hay una gran mujer. A un gran creador siempre le inspira una gran musa.

Por cosas así, por observar a las mujeres, por escucharlas, por amarlas, es por lo que he aprendido de ellas que son arte, criaturas fascinantes, seres especiales que deben ser tratados como tales. Los varones deberíamos comportarnos con ellas mejor de lo que lo solemos hacer, pues a menudo las tratamos muy mal y las mujeres no se merecen eso. Y no hablo sólo de cosas extremadamente graves como infidelidades o violencia doméstica. Hablo de actitudes cotidianas que los hombres asumimos como naturales y que ni nos percatamos de que pueden resultar crueles o hirientes. Ira, desaire, menosprecio, indiferencia, desamor, burla… Cosas que se repiten día a día y que hieren de muerte el corazón. Y es que a menudo los hombres -por nuestra forma de ser- no llegamos a comprender cómo de especiales son. Uno de los mayores poderes que puede llegar a alcanzar una persona (por encima de la fama o el dinero) es el de hacer feliz. ¡Cuán maravilloso es tener en tus manos la facultad de hacer feliz a alguien y ejecutar dicho poder! Las mujeres nos dan la vida. Tratémoslas mejor, respetémoslas, hagámoslas felices… Es lo mínimo que podemos hacer a cambio.