¿Sabías que el libertador cubano José Martí es de origen valenciano?

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José Julián Martí Pérez, más conocido como José Martí, ha pasado a la historia por ser el padre de la Nación Cubana además de un excelente poeta. En su país es todo un héroe nacional, el apóstol de la independencia de Cuba, y su obra sin duda le encumbra como uno de los grandes autores del modernismo literario.

Pero Martí, aunque nacido en La Habana en 1853, es de ascendencia valenciana. Su padre era Marià Martí Navarro, un militar de Campanar (actual Ciudad de Valéncia) destinado en Cuba desde 1850 y que seguía allí en el momento de nacer su hijo, y su madre era Leonor Pérez Cabrera, de Santa Cruz de Tenerife (Canarias).

Su relación con nuestra tierra no acaba ahí. Martí pasó parte de su infancia (de 1857 a 1859) en Valencia. Concretamente en el actual nº 14 de la Plaza del Miracle del Mocadoret, detrás de la Plaza de la Reina y de la Torre de Santa Caterina. La ciudad de Valencia puso una placa conmemorativa en esta casa en 2003.

La familia Martí se mudó allí para que el padre de José se restableciera de sus problemas de salud. José fue junto con sus progenitores y sus hermanas Leonor y María Matilde y en aquella casa el 2 de diciembre de 1857 nació su hermana Maria del Carme. En 1859 el libertador retornó junto con su familia a La Habana.

Respecto del nombre actual de esta plaza, se cuenta que en 1385 estaba predicando Sant Vicent Ferrer a las puertas de La Lonja de Valencia, cuando en un determinado momento del sermón, hizo ver a los presentes que a su alrededor existían gentes que sufrían y morían por la pobreza y que la caridad era necesaria.

Para demostrarlo sacó su pañuelito (mocadoret en valenciano), lo lanzó al aire y dijo a la multitud que lo siguiera y allí encontraría gente necesitada. El pañuelo volando fue a caer en el actual número 5 de la susodicha plaza. Allí había una familia a punto de fallecer en la miseria pero fue auxiliada. El milagro se había obrado.

Nadie duda de la cubanidad de este líder pero para la historia quedarán sus orígenes: un apellido muy común en Valencia, un padre y una hermana valencianos y dos años de su infancia en la capital del Turia, concretamente en una plaza cuyo nombre está en valenciano y donde obró un milagro un santo valenciano.

Cabinda: historia de una traición.

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Cabinda es un pequeño exclave de 7000 km2 y 350.000 habitantes situado en África Occidental. Oficialmente es una provincia de Angola pese a estar separada de esta nación y ubicarse justo en medio de los dos Congos. Los portugueses la descubrieron en el siglo XV. Franceses y holandeses también se asentaron en sus costas.

Portugal reclamó la soberanía de Cabinda en el Tratado de Simulambuco de 1885, por el que los reinos de Cacongo, Loango y Ngoio se convertían en protectorados de Lisboa. Tras la Conferencia de Berlín de 1885, Portugal cedió a Bélgica la cabindeña desembocadura del río Congo para que el Congo Belga pudiera salir al mar.

El Tratado de Alvor de enero de 1975 -firmado por lusos y angoleños- integró Cabinda en Angola, pero fue rechazado por los cabindeños, que jamás lo firmaron y lo consideraron ilegal. El 1 de agosto de 1975 Cabinda se independizó de Portugal pero en noviembre fue invadida por las tropas angoleñas apoyadas por Cuba.

El exclave produce 900.000 barriles de petróleo al día (el 60% de la producción angoleña) pero es una de las provincias más pobres del estado. En 1996, un  acuerdo estipuló que al menos el 10% de los impuestos generados por el petróleo de Cabinda debe reinvertirse allí, pero debido a la corrupción esto beneficia a pocos.

Los cabindeños están hartos de que el gobierno comunista no electo de Angola expolie sus riquezas y exigen una república independiente. Las petroleras apoyan su derecho a la autodeterminación. El exclave mantiene un gobierno en el exilio y una lucha armada contra el Estado que le ha costado la vida a más de 30.000 personas.

Cabinda es a Portugal lo que el Sáhara Occidental a España: la mayor canallada de la historia de la política exterior de ese país. Histórica y geográficamente, la Cabinda -heredera de los reinos de Cacongo, Loango y Ngoio- no pertenece a Angola, pese a lo cual Portugal se la regaló en Alvor como si de bananas se tratase.

Angola: la amarga postguerra.

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Angola es un estado del suroeste de África. Su población es bantú. Desde el siglo XV fue una colonia de los portugueses, quienes practicaban intensamente la trata de esclavos, pero en 1975 se independizó de Lisboa. Pese a contar con petróleo, diamantes y grandes recursos naturales, es una de las naciones más pobres del orbe.

Angola libró la Guerra de la Independencia (la más larga de África, 1961 a 1975) contra la metrópolis. Recién independizada, y en el contexto de Guerra Fría, se enfrascó en su propia Guerra Civil (otra vez la más larga de África, de 1975 a 2002). La primera dejó unos 50.000 cadáveres, la segunda más de 1.500.000 muertos.

Cuarenta años de guerras han causado estragos.  La mayoría de la gente vive de una agricultura de subsistencia, que genera el 85% de empleos. Pese a ello, hay muchos campesinos que se niegan a arar sus tierras pues hay millones de minas antipersona diseminadas por doquier listas para explotar en cuanto alguien las pise.

Angola tiene una de las rentas per cápita más bajas del planeta y la esperanza de vida al nacer más baja de la Tierra: sólo 38 años. El 60% de la población vive en la pobreza. Y eso a pesar de que en los últimos años el país ha crecido mucho económicamente pero la omnipresente corrupción ha hecho que se beneficien pocos.

Pese a que existe un gran número de lenguas locales, el idioma nacional es el portugués. En él escribieron grandes literatos como Agostinho Nieto, Pepetela o Luandino Vieira, entre otros. La mayoría de la población es católica, aunque el protestantismo ha crecido mucho. También las religiones animistas están muy presentes.

Desde 1975 hasta hoy siempre ha gobernado el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), un partido marxista que hasta 1992 mantuvo un régimen unipartidista y desde entonces vence en comicios farsa.  José Eduardo dos Santos -apoyado por Cuba- manda desde 1979 y es el último petrodictador de África.

Cuba: la isla cárcel.

Cuba fue hallada en 1492 por el mismísimo Cristobal Colón, descubridor de las Américas.  Por centurias fue una colonia del Imperio Español y sufrió el expolio y latrocinio de sus riquezas en favor de Madrid. Con la Guerra de Cuba de 1898, España perdió sus últimas colonias y la isla fue anexionada por los Estados Unidos.

En 1902 se independizó de Washington. Por entonces, era la tercera economía del continente, una potencia azucarera que exportaba a todo el mundo. Los inicios políticos del nuevo estado fueron convulsos. De 1952 a 1959 gobernó el dictador Fulgencio Batista. Muchos negocios cubanos estaban entonces en manos de gringos.

En 1959 triunfó la revolución marxista en el país de la mano de los guerrilleros Ernesto Che Guevara y Fidel Castro, a la postre autócrata de la isla por medio siglo. Fidel nacionalizó las empresas norteamericanas que operaban allí, y en represalia EEUU sometió a la patria a un bloqueo comercial que perdura aún hoy.

La utopía comunista se convirtió en infierno. Hoy Cuba es un estado totalitario y miserable donde las mujeres se prostituyen para sobrevivir. Es un estado policial donde la mitad de la población vigila a la otra media, una isla cárcel de la que es casi imposible escapar aunque muchos, desesperados, intenten llegar a Florida en balsa.

Fidel ha logrado éxitos en la sanidad pública y la alimentación infantil, pero eso no es excusa para violar derechos humanos. En el campo de la cultura, la perla del Caribe ha dado grandes nombres a la humanidad: José Martí, José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Celia Cruz

Todo es atrasado allí. Es como si hubieran paralizado el tiempo y se hubieran quedado atrapados en los años 50. Mientras, los cubanos bailan salsa y beben ron para olvidar. No sabemos qué planea para el futuro el actual dictador Raúl Castro pero el sufriente pueblo ya no aguanta más. Está desesperado por ser libre.

Homenaje a Salvador Ferrer Esteve.

Soy rojo. Vengo de una familia de izquierdas. Mi abuelo, Salvador Ferrer Esteve, combatió en la Guerra Civil (1936-1939) en el bando republicano. Él era un buen hombre que luchó en defensa de la libertad. Sé bien que la izquierda ejecutó a muchas personas inocentes. Pero mi abuelo no era de los de gatillo fácil. De hecho, salvó a mucha gente de derechas de ser fusilada a manos del ejército rojo.

Uno de ellos era un rico hombre de negocios de Alzira. Tenía una empresa de camiones de transporte. Los republicanos querían matarlo por ser de derechas, pero mi abuelo les dijo que no lo hicieran, porque al fin y al cabo daba empleo a muchos trabajadores. Gracias a mi abuelo, aquel empresario salvó el cuello. Pero un tiempo después se giró la tortilla y el ejército fascista acabó venciendo la guerra.

Al acabar la contienda la familia recomendó a mi abuelo que se fugara a Alicante o a Argentina para evitar represalias. Pero él se negó a hacerlo porque la radio repetía sin cesar que quienes no tuviesen las manos manchadas de sangre inocente no tenían que temer. Y él tenía la conciencia muy tranquila de todo cuanto hizo. Incluso había salvado la vida de varios fachas. Así que ¿quién querría matarle?

Pero mi abuelo estaba afiliado a la CNT. No era activista ni participaba en política ni nada. Sólo tenía un carné de afiliado. Eso es todo. Así es que fueron a por él y lo detuvieron. Mi abuela fue a suplicar a aquel empresario que hablara con el gobierno para que salvara al hombre que antes le había salvado a él. Pero no quiso. Se limitó a decir que nada podía hacer y ni siquiera lo intentó. No movió un dedo.

Ferrer fue encarcelado, torturado, le arrancaron la piel a tiras, fue fusilado y arrojado a una fosa común. Y todo por un carné. Tenía 33 años. Los fascistas enviaron por correo a la viuda un paquete con los restos de su camisa hecha harapos manchada de sangre y de piel. Aquel empresario no sólo no ayudó a mi abuelo. Tampoco auxilió a su viuda e hijos, aunque hacía mucho dinero con el estraperlo.

No cuento todo esto para hacerme la víctima. He perdonado a aquel hombre. Si yo, que soy de izquierdas, no quiero para mí ni para los míos semejante injusticia ¿por qué debería desear el sufrimiento que padeció mi abuelo a los disidentes cubanos o chinos? No tengo inconveniente en condenar la dictadura de Cuba, Venezuela o China. Porque soy demócrata. Y porque soy cristiano por encima de todo.

Confieso que me gustaría mucho que hubiera más gente de derechas que fuese capaz de condenar el franquismo o el pinochetismo. Pero cada uno es dueño de sus silencios. Todo el mundo tiene derecho a tener la ideología que guste. Pero si piensa que una persona merece ser torturada y asesinada sólo por no tener sus mismas ideas políticas entonces  ¿que diferencia hay entre un terrorista de ETA y usted?

Venezuela: la cuna de Hispanoamérica.

Venezuela es la primera nación americana que se independizó del Imperio Español, en el siglo XIX. Fue en la Batalla de Carabobo de 1821, donde el ejército realista fue masacrado. Allí, en Valencia, nació Venezuela y provocó un efecto dominó en toda Hispanoamérica que acabaría por enterrar el imperio colonial en 1898.

Y es que Venezuela es por encima de todo la patria de Simón Bolívar. Bolívar fue el libertador de cinco naciones (Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia) y su figura es omnipresente en el país. En los discursos, en los grafitis en las calles, los libros, en los bares… Todo el mundo rinde un culto casi mesiánico a aquel gran hombre.

Hoy es una nación famosa por tener a las mujeres más hermosas del planeta, por ser la superpotencia de los concursos de belleza, por sus telenovelas románticas y por ser uno de los mayores productores mundiales de petróleo y gas. Pero también sufre una alta tasa de corrupción y un aumento de la inseguridad ciudadana y del crimen.

Actualmente Venezuela vive bajo una dictadura neocomunista disfrazada de democracia con el presidente Hugo Chávez. Los recortes de libertades y de derechos individuales, las expropiaciones, y los cierres de medios de comunicación están a la orden del día. Todo augura una progresiva y creciente cubanización del país.

Pero allá donde prolifera la maldición, también suele abrirse paso la bendición, en este caso espiritual. En la república ha experimentado un fuerte avivamiento del Espíritu Santo, la gente predica la Biblia en medio de las plazas públicas y hay una auténtica explosión de iglesias evangélicas presente en cada barrio de la patria.

Venezuela es una tierra histórica que ha dado al mundo personajes célebres como Francisco de Miranda, Antonio José de Sucre, Arturo Michelena, Rómulo Gallegos o Andrés Bello. Es el faro de luz que alumbra a América Latina, un país que ha inscrito su nombre en los libros de historia con letras de oro.

Cubazuela.

Hace unos pocos años tuve la fortuna de visitar la ciudad de Valencia, en el venezolano Estado Carabobo. La impresión que me llevé fue la que de la miseria se expandía por doquier. Había unas tasas altísimas de paro y, como la gente debía sobrevivir, trabajaba en la economía sumergida. Allí lo llaman «economía informal» y está tolerada por la ley. Es decir, ya que el Gobierno de Venezuela es incapaz de ofrecer empleo a sus ciudadanos al menos no se persigue que éstos se ganen la vida como puedan, aunque sea trabajando en negro. En todas las calles había una cantidad enorme de puestos, de tenderetes improvisados, similares a los mercados ambulantes de aquí. Con la diferencia de que allí no se está asegurado, ni se es autónomo ni se paga impuestos. Se trabaja para intentar sobrevivir otro día más y punto.

En muchos puestos ambulantes, la gente vendía ropa barata, discos de música pirateados (incluso existen videoclubs donde se venden películas pirateadas y es legal), o fruta en unas condiciones higiénicas más que dudosas. Me entraba una profunda tristeza cada vez que subía a un microbús (allí lo llaman buseta o camioneta) y veía que subían personas jóvenes, a veces incluso adolescentes, para vender cualquier baratija. «Un paquete de chicles 500 bolívares, dos paquetes 800. Tenemos de menta y de fresa», voceaban. En otras ocasiones era gel, golosinas o tostones (plátano frito). Yo solía comprar  porque entiendo que si esta gente no puede vivir de esto, el siguiente paso que dará será conseguir una pistola y entrar a tiros en una tienda. En verdad me sentía profundamente apesadumbrado al contemplar todo aquello.

«¿Sabes? Esto antes no era así» -me decían-. Me contaron que  Valencia fue históricamente la ciudad industrial del país. Por supuesto la situación de la población nunca llegó a ser de opulencia, pero la gente tenía empleo. Empleo legal. Con contrato, con impuestos, con todo en regla. Allí había numerosas multinacionales como Colgate o Ford que daban de comer a numerosas familias obreras. Hasta que el neocomunista Hugo Chávez se hizo con la presidencia de Venezuela y comenzó a hostigar a todas horas a los empresarios. Subidas de impuestos, amenazas de expropiación de negocios, empresas y viviendas, inseguridad jurídica… Al final las empresas vieron el gris panorama y se marcharon de allí, fundamentalmente a Colombia, dejando a su paso un aumento masivo de paro, delincuencia y hambre.

Los empresarios se marchan de allí pero lo que es más grave… no llegan inversiones del extranjero. Al fin y al cabo… ¿quién en su sano juicio aterrizaría en un país en el que a los inversores se les acusa de «colonialismo»? Vas a montar un negocio, a dar trabajo a la gente, a pagar impuestos, a crear riqueza… Pero aún así la población local te mira mal, te odia… Y el gobierno amenaza con expropiarte, o con ser él el que te marque las pautas concretas sobre cómo debes dirigir tu negocio o incluso te dice que el contrato que has firmado hace seis meses con el Estado ya no vale, que es papel mojado, que hay que volver a renegociar todas las condiciones de la inversión de nuevo. Sinceramente, sólo un loco o un suicida se atrevería a arriesgar su dinero en una nación cuyo presidente es un paranoico que debería llevar camisa de fuerza.

No hay derecho a lo que Chávez les está haciendo a los venezolanos. Ha bloqueado sus depósitos bancarios de tal modo que la ciudadanía sólo puede disponer de una pequeña parte de sus ahorros para usarlos en el extranjero (por ejemplo para ir de vacaciones). Ha espantado a los empresarios y dejado en el paro a los trabajadores. Consiente los ataques a la propiedad privada (por ejemplo, legalizando que unos desconocidos se instalen en un terreno que es tuyo y se lo queden). Ha devaluado en exceso la moneda y multiplicado el precio de los productos de primera necesidad. Quiere una economía socialista planificada por el Estado. Cierra medios de comunicación, encarcela periodistas, ataca la libertad de expresión. Lo que él denomina «socialismo del siglo XXI» me recuerda demasiado al comunismo del siglo XX.

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