Austria: una nación feliz.

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Érase una vez un país muy pequeño y muy feliz. Austria. Antaño fue un gran imperio en la Europa Central pero actualmente es una república federal sin salida al mar fronteriza con ocho estados. Enclavada en los Alpes, bañada por el río Danubio, se trata de una nación muy próspera que disfruta de la vida y practica el esquí.

Formó parte del Sacro Imperio Romano Germánico, del Imperio Carolingio, del Imperio Austríaco y finalmente del Imperio Austro-Húngaro, de cuyas cenizas nació la actual Austria en 1918. En 1938 durante el Anschluss fue ocupada por la Alemania nazi y tras la Segunda Guerra Mundial se independizó de los aliados en 1955.

Es un estado rico, sencillo, serio, estable, ordenado, sin historia, donde no ocurre nada interesante. Es un pueblo muy conservador que goza de un alto nivel de vida y que no quiere que nada cambie. Los austríacos tienen una existencia tranquila y apacible, provinciana. Están muy satisfechos con su nación y desean que todo siga igual.

Sus regiones son unidades étnicas, económicas y culturales muy diferenciadas entre sí. Destaca el Tirol, un pueblo con lengua propia y una identidad muy acusada. Los derechos de las minorías -croatas, húngaros, checos, eslovenos, roma y sinti (estos dos últimos gitanos)- se encuentran garantizados por la Carta Magna.

Aunque el austríaco es oficialmente un dialecto del alemán, difiere mucho del alemán estándar y se parece al suizo y al bávaro. Tanto es así que algunos sectores defienden un idioma austríaco o austrobávaro distinto del alemán. Además de la lengua, la católica Austria tiene mucho en común con Baviera y siente alergia por Berlín.

Es la cuna de la música: Wolfgang Amadeus MozartFranz Haydn, Franz Schubert, Ludwig van Beethoven, Johann Strauss… Viena fue un centro de innovación musical que atrajo los mejores compositores en el siglo XVIII y XIX y hoy su Filarmónica deleita al mundo en el Concierto de Año Nuevo cada 1 de enero.

Croacia: un cuento de hadas con final feliz.

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Croacia es un país centroeuropeo, mediterráneo y danubiano. Tiene el tamaño de Cataluña y Valencia juntas y una belleza que enamora: verdes llanuras, montañas nevadas, playas soleadas y una costa adriática llena de casitas con tejados rojos digna de un cuento. Su patrimonio arquitectónico lo convierte en un museo al aire libre.

El antiguo Reino de Croacia fue un estado soberano durante cientos de años. Su esplendor corresponde a los reinados de Pedro Kresimir IV y Demetrio Zvonimir. No obstante, se vio atrapado en medio de dos grandes imperios: Austria-Hungría y Turquía, además de Venecia, quienes lo sometieron durante siglos.

Tras caer el Imperio Austro-Húngaro en 1918 formó parte de Yugoslavia. Pero durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) los fascistas croatas se aliaron con los nazis y ejecutaron 800.000 serbios. Croacia se independizó de Belgrado el mismo día que Eslovenia, lo que desató la infausta Guerra Civil Yugoslava (1991-1995).

Desde su independencia le va de bien en mejor. Ha pasado a convertirse en una economía emergente con una industria y un turismo en expansión; es miembro de la Unión Europea (UE) y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el antiguo idioma serbocroata pasó a mejor vida pues hoy el croata es oficial.

Es un pueblo muy católico que ha sufrido y hecho sufrir mucho. Su relación con los serbios, de fe ortodoxa, siempre fue de competición y rivalidad. El actual estado croata básicamente es heredero de tres naciones: Reino de Croacia (el interior), República de Ragusa (costa) y la efímera República de Krajina (la zona serbia).

Los tiempos de la guerra ya son sólo un mal recuerdo. Hoy Croacia es famosa en el mundo por sus grandes deportistas como Kresimir Cosic, Drazen Petrovic, Toni Kukoc o Davor Suker. Bajo la cegadora luz del Mediterráneo el pueblo reposa en la playa con una copa de buen vino croata y sonríe feliz al saberse al fin libre.

Hungría: de La Meca del porno a la revolución conservadora.

«Que Dios bendiga a los húngaros». Con este simbólico saludo comienza la Constitución Húngara, que fue reformada en 2011. Es el fruto de la revolución conservadora liderada por el primer ministro Viktor Orban, cuyo partido, el Fidesz, gobierna con una mayoría  de casi tres cuartas partes del Parlamento magiar.

El nuevo texto reconoce la importancia histórica y cultural del cristianismo en Hungría, dice que el matrimonio es “la unión de un hombre con una mujer”, no penaliza expresamente la discriminación por orientación sexual y protege al ser humano desde el momento de la fecundación, lo que impide la eutanasia y el aborto.

Hungría ha pasado en poco tiempo de ser conocida en el planeta entero por ser La Meca del cine porno a reivindicar los valores morales cristianos. A la Unión Europea (UE) le encoleriza que en el corazón mismo del continente haya un país que invoque a Dios en su constitución y que defienda su soberanía por encima de todo.

Este pueblo remonta su origen, posiblemente mítico, a Atila, rey de los hunos. El primer rey húngaro, István I, impulsó el cristianismo. El país formó parte del Imperio Austro-Húngaro que controló Europa central, hasta que en 1918 obtuvo su independencia nacional. Su extraña lengua está emparentada con estonio y finés.

Hungría es un país de tradición cultural y musical muy arraigadas. Algunos húngaros ilustres son Franz Liszt, Farenc Puskas, Imre Kertész, Albert Szent-GyörgyiErno Rubik, Denés Gabor Oscar István Szabó. Su capital, Budapest, bañada por el Danubio, es la unión de las ciudades Buda y Pest.

El nacionalismo húngaro reivindica una Europa de los pueblos frente a una mundialización que quiere arrasar las identidades patrias, y la vuelta a la moral frente a la masonería de Bruselas.  Es la revolución conservadora. ¡Quién iba a decir que en el siglo XXI una Carta Magna invocaría Dios en una Europa tan atea!

Moldavia: el pueblo al que no le dejan ser.

Moldavia sólo quiere ser Moldavia. El problema es que no le quieren dejar ser. El histórico principado moldavo (hoy república) fue fundado en el año 1359 y a lo largo de siglos tuvo que batallar con turcos, austrohúngaros, soviéticos, ucranios, rumanos y rusos para defender su soberanía y poder seguir siendo una nación libre.

En tiempos recientes, tras el hundimiento de la Unión Soviética en 1991, Moldavia proclamó su independencia. Su primer presidente moderno, Mircea Snegur, quería que el país fuese anexionado por Rumanía pero el pueblo votó en contra en un referendo en 1994. La mitad de la antigua Moldavia permanece bajo dominio rumano.

Tal decisión no es respetada por Rumanía ni Rusia, que desestabilizan la nación. Bucarest habla abiertamente de anexionarla y hacer la «Gran Rumanía». Rusia apoya militarmente a la minoría rusófila de Transnitria, estado independiente de facto segregado de Moldavia desde el año 1990 y que Chisinau reivindica como suyo.

Además, tiene otro problema añadido: la región autónoma de Gagauzia, que ya se separó del país y que de hecho fue un estado independiente de facto de 1991 a 1994. Sin embargo, y a diferencia de Transnitria, en este caso el gobierno de Chisinau sí logró recuperar  el control de la región. Gagauzo y ruso son oficiales allí.

Uno de los capítulos más controvertidos de la república es su lengua: el idioma moldavo, que es muy similar al rumano. Pues hasta en esto quieren anexionárselo y hacerlo desaparecer. Sin embargo, la gran mayoría de los ciudadanos moldavos tiene muy claro que ellos no solamente no son rumanos sino que tampoco hablan rumano.

La extrema derecha moldava desea su anexión a Rumanía. La extrema izquierda, la sumisión a Moscú. Las minorías gagauza y transnitria separarse. A todo ello, se suma la extrema pobreza y corrupción. Moldavia es un estado frágil como una copa de cristal. Sólo la férrea voluntad de su pueblo impide aún hoy que la hayan roto.

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