Los judíos siempre tienen la culpa de todo.

Hamás lanza cientos de cohetes contra Israel. Israel se defiende. Ése ha sido el comienzo de esta nueva guerra en Oriente Próximo. Hay que recordarlo una vez más a los antisemitas, aquéllos que le niegan al pueblo israelí su derecho a la legítima defensa. Como siempre para los perroflautas, la pseudoizquierda, los islamistas y otros prodigios de la multiculturalidad, Israel es el culpable de todo. Incluso cuando el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha ofrecido cesar los bombardeos sobre Gaza a cambio de que Hamás deje de lanzarle misiles. Y Hamás ha respondido lanzando más misiles. Si los árabes bajaran las armas, ya no habría más guerra. Si los judíos bajaran las armas, no habría más Israel. Pero no pasa nada. Los judíos son los malos. Ellos tienen la culpa de todo. Faltaría más.

Yo me pregunto qué pasaría si a una nación cualquiera le atacara un país vecino. ¿Tendría derecho a defenderse? Y en caso de hacerlo ¿sería un estado nazi, criminal y genocida por defenderse? Pues ésta es la acusación que siempre pende sobre Israel. Como siempre ya hay contertulios que afirman que los judíos son nazis y Netanyahu Adolf Hitler. Por defenderse. Los judíos parecían más simpáticos al mundo cuando estaban en la cámara de gas, pero ahora no van a consentir que nadie les mande allí de nuevo. Tienen derecho a defenderse contra aquellos islamistas que hablan de borrar a Israel del mapa y de echar a los judíos al mar. Los mismos que si pudieran nos esclavizarían a los europeos para imponer la sharia en nuestra tierra, el burka a nuestras mujeres y devolvernos a la Edad de Piedra.

La propaganda antisemita no cesa: «Gaza es el mayor campo de concentración del mundo» -te dicen-. Curioso campo de concentración el que tiene cafeterías, salas de baile y videoclubs. Igualito que Auschwitz. Otros se quejan de que es un combate desigual, pero Israel no tiene la culpa de que sus enemigos sean como son. ¿Qué quieren? ¿Que les pase la mitad de su armamento y digan: «ale, ya estamos igualados, ya podemos pelear»? Esto es una guerra, no un duelo de espadachines. Pronto acusarán de genocidio a los israelíes. Pero la densidad poblacional de Gaza es mayor que la de Pekín. Si se quisiera cometer un genocidio sería facilísimo. Pese a ello, las bajas palestinas son y serán muy pocas (para la enorme población de la franja), lo cual evidencia que los ataques son muy selectivos.

Pese a todo hay y habrá bajas de inocentes, que siempre son los que más sufren en todas las guerras. Pero muchos ocultan que Hamás dispara a propósito contra objetivos civiles israelíes, y luego se rasgan las vestiduras cuando Israel mata por accidente a un civil palestino. Incluso cuando saben que es práctica común de los terroristas refugiarse en colegios, hospitales y otras infraestructuras civiles para vender «un genocidio» made in Pallywood. Muchos antisemitas dicen que Israel está financiada por Estados Unidos… pero callan el que Palestina está financiada por Irán y Arabia Saudita. Otros dicen que Israel sólo existe gracias al apoyo militar angloamericano… Y me pregunto yo ¿dónde estaban los angloamericanos en todas las guerras que Israel ha tenido que enfrentar solo contra las naciones árabes?

No voy a decir yo que criticar a Israel, o al Gobierno de Israel, sea necesariamente antisemitismo. Pero sí lo es acusar de nazi a un país atacado por defenderse. Sí que lo es negar el derecho a la autodefensa a una nación atacada. Oigo cosas alucinantes a diario… Como que la culpa de la crisis en España es de los judíos o que 15 millones de judíos controlan un planeta de 7000 millones de personas ¡Ni el Imperio Romano llegó a tanto! Nada nuevo… Es el antisemitismo de siempre. Ahí está el Holocausto, los Protocolos de los Sabios de Sión, el Caso Dreyfus o los bulos de que los judíos secuestraban bebés y se los comían en tiempos de los Reyes Católicos. Siempre son los culpables de todo. Ya sabemos que los únicos judíos que caen simpáticos son los judíos muertos. Pues bien, que sigan cayendo mal toda la vida.

Palestina: la herida del mundo árabe.

En 1947 Naciones Unidas aprobó un plan para la partición del Mandato Británico de Palestina en dos estados: uno para los judíos y otro para los palestinos. Esto desató las iras de la población local, que vio impotente cómo unos colonos judíos recién llegados se hacían con la mitad de su tierra. Desde entonces luchan por su patria.

Pero a los palestinos, más que una reivindicación territorial, les mueve un odio antisemita. La prueba es que protestan porque los judíos les quitaron un trozo de su tierra, pero no lo hicieron cuando en 1922 los británicos separaron de Palestina la región de Transjordania, territorio cuatro veces mayor que el actual Estado de Israel.

El país lleva decenios de guerras, terrorismo, intifadas, conflictos y tensiones con su vecino. Israel propone dos estados para dos pueblos. Pero Palestina quiere un estado sólo para palestinos y otro para judíos y palestinos, con la esperanza de que en un futuro una mayoría demográfica árabe pueda tumbar Israel desde dentro.

Palestina declaró su independencia formal en 1988. Desde entonces ha logrado el reconocimiento de más de un centenar de naciones. Nunca antes existió como país independiente. Pese a ello, hoy es un pueblo con fuerte consciencia nacional que acusa a Israel de ocupación y que reivindica ser miembro pleno de Naciones Unidas.

Por décadas Kuwait dio trabajo y refugio a los palestinos y donó millones a su causa pero cuando Irak lo invadió, hicieron una fiesta. Igual con el 11-M en España, el estado occidental más propalestino del mundo. Y niegan al Sáhara la libertad que quieren para ellos. Es un pueblo desagradecido que paga con la traición.

Palestina es la herida por la que se desangra el mundo árabe, que ve en ella una humillación occidental. El pueblo palestino es, como el judío, víctima y verdugo a la vez. No quiere la paz y por eso no llega. Pasan las décadas y el conflicto se estanca. Israel gana terreno y Palestina se difumina en el horizonte camino de la nada.

Una pregunta para los musulmanes.

Si el dios verdadero es Alá, si Dios es musulmán y rechaza a los judíos ¿por qué consiente que exista Israel? Es más ¿por qué permite la humillación que supone que 1.500 millones de musulmanes sean incapaces de derrotar un país minúsculo de apenas 6 millones de almas? «Es que los americanos apoyan a Israel» -suelen decir-. Bueno, Israel no necesitó la ayuda de país alguno en la Guerra de los Seis Días, cuando barrió del mapa a ocho naciones arabes en menos de una semana, pero aunque así fuera… ¿Y qué? ¿Acaso los Estados Unidos tienen más poder que Alá?

En la Biblia hallamos la respuesta. El pueblo escogido es Israel: «Estableceré mi pacto contigo y con tu descendencia, como pacto perpetuo, por todas las generaciones. Yo seré tu Dios, y el Dios de tus descendientes» (Génesis 17:7). El hijo de la promesa es Isaac: «En cuanto a Ismael, ya te he escuchado. Yo lo bendeciré, lo haré fecundo y le daré una descendencia numerosa. Él será el padre de doce príncipes. Haré de él una nación muy grande.Pero mi pacto lo estableceré con Isaac, el hijo que te dará Sara de aquí a un año, por estos días» (Génesis 17:20-21).

Israel existe porque es la voluntad de Dios. El renacer de Israel de 1948 estaba profetizado: «Los sacaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los pueblos, y los haré regresar a su propia tierra» (Ezequiel 36:24). Dios bendice a quien bendice a Israel y maldice a quien lo maldice. Por eso todos los países islámicos sin excepción están sumidos en la calamidad mientras que EEUU es una gran potencia. Génesis 12:3 dice: «Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!»

Israel es invencible porque es Dios mismo quien la protege: «Tú, que salvas con tu diestra a los que buscan escapar de sus adversarios, dame una muestra de tu gran amor. Cuídame como a la niña de tus ojos; escóndeme, bajo la sombra de tus alas, de los malvados que me atacan, de los enemigos que me han cercado» (Salmos 17:7-9) . “En torno suyo —afirma el Señor— seré un muro de fuego, y dentro de ella seré su gloria” (Zacarías 2:5 ). «Tracen su estrategia, pero será desbaratada; propongan su plan, pero no se realizará, porque Dios está con nosotros» (Isaías 8:10).

Fuente: Santa Biblia Nueva Versión Internacional 1999.

Líbano: de la Suiza mediterránea al infierno islámico.

Hablar de Líbano es hablar de una de las civilizaciones más antiguas de la humanidad. En la Biblia encontramos textos que ensalzan la soberbia calidad de su madera. Y es que los cedros del Líbano son mundialmente famosos, hasta el punto de ser el emblema nacional  que figura en la bandera de la milenaria nación.

Líbano es un añejo crisol de culturas y a la vez un ejemplo vivo del fracaso de la multiculturalidad. Actualmente, el 54% de libaneses son musulmanes y el 40% cristianos, principalmente maronitas. Los primeros son prosirios y los segundos buscan el apoyo de Israel. El choque de civilizaciones ha devastado el diminuto país.

Las Falanges Libanesas de Pierre Gemayel se opusieron al colonialismo francés y Líbano se independizó en 1943. Hasta los años 70, fue el centro financiero más importante de la región. En aquella época gobernaban los cristianos y la patria era conocida como la «Suiza mediterránea» o el «París de Oriente Próximo», entre otros.

Pero entonces llegó la guerra civil libanesa (1975-1990) que enfrentó a las dos comunidades religiosas y que acabó con la victoria final de las huestes de la media luna. Actualmente, la república se encuentra hecha pedazos, gobernada por la organización terrorista islamista Hezbolá y bajo la permanente tutela de la vecina Siria.

Como todos los estados pequeños, Líbano ha sufrido el colonialismo. De Turquía y Francia ayer, y de Siria, Irán e Israel hoy. Los magnicidios de Kamal Jumblat (1977), Bashir  Gemayel (1982), Rafik Hariri (2005), Pierre Amine Gemayel (2006) y la guerra contra Israel (2006) han fracturado un estado ya frágil.

Líbano es, en definitiva, un estado fallido, un país sujeto con alfileres, un barril de pólvora siempre a punto de explotar, un pueblo dividido por fanáticos religiosos de ambos bandos que predican el odio que hace imposible la convivencia. Y es la prueba de que cuando el islam llega al poder, acaba con la prosperidad y la libertad.

Siria: el sueño nostálgico del panarabismo.

La República de Siria es la nación heredera del histórico Reino de Damasco. Damasco es una de las ciudades más antiguas del mundo. Allí vivió el patriarca Abraham y allí se dirigía Saulo cuando el Mesías se le apareció. En torno a esta ciudad milenaria orbita la actual Siria, un actor clave en el mapa de Oriente Próximo.

El sirio es un estado inestable y convulso, donde falta un proyecto nacional que cohesione el país. Ha tenido monarquía, república y dictadura y con los tres modelos ha funcionado mal. Ha padecido infinitud de gobiernos volátiles y golpes de estado, también guerras con Israel así como el colonialismo de Turquía y Francia.

Los sirios se sienten más árabes que sirios y sueñan con el panarabismo. De hecho, Siria se fusionó con Egipto y ambos crearon la República Árabe Unida, que duró de 1958 a 1961 (y cuya bandera aún conserva como propia Siria). Con posterioridad, se planteó fusionarse con Egipto e Irak pero nuevamente el intento fracasó.

En los últimos decenios ha proliferado, no obstante, un creciente nacionalismo expansionista que habla de la Gran Siria, que incluiría la anexión de Líbano. Los sirios apoyaron al bando musulmán que finalmente venció la Guerra Civil Libanesa (1975-1990) y que transformó la «Suiza mediterránea» en un satélite sirio.

Desde 1963 el Partido Baas ha gobernado el país bajo la declaración del estado de emergencia y desde 1973 el presidente de Siria ha pertenecido a la familia Assad, que controla la nación como si de su cortijo privado se tratase. Es una feroz autocracia islamosocialista donde la represión y la falta de libertades son la norma.

Siria es una dictadura de opereta, un país medieval cuya economía se basa en la agricultura y en una modesta extracción petrolera y gasística. A su vez, es un foco de tensión porque financia el terrorismo, interviene en asuntos libaneses y forma junto con Irán y Líbano un triunvirato que sueña con un Oriente Próximo sin Israel.

Ojalá descarrile el proceso de paz en Israel.

En estos días se insiste mucho en el proceso de paz de Oriente Próximo. Se insiste  por activa y por pasiva en solucionar el interminable conflicto entre árabes e israelíes. Y yo me pregunto: ¿Por qué esta urgencia en resolverlo? Es más, ¿por qué resolverlo? Después de todo la Comunidad Internacional no tiene ninguna prisa en solventar el caso de Sáhara Occidental. O el de Gibraltar. O el de las Malvinas. O el del Ulster. O el de Chipre, Tíbet, Kurdistán, Cachemira y tantos otros.

¿Y por qué deben congelarse los asentamientos de colonos judíos en Palestina? No lo entiendo. Al fin y al cabo, el 20% de la población de Israel es árabe. Y nadie le exige que se marchen de sus casas. De hecho, esta gente recibe en Israel un trato más digno del que reciben los judíos en Palestina. Es más, esta minoría árabe está representada en el Parlamento israelí y el árabe es lengua oficial en el estado sionista. Si los árabes no se marchan de Israel entonces ¿por qué sí los judíos de Palestina?

Yo estoy en contra de este proceso de paz. Ojalá descarrile y reviente en mil pedazos como tantos intentos anteriores. Porque no es un proceso de paz sino de rendición. Tener que entregar tierras que Israel ha ganado en guerras defensivas, separar en dos Jerusalén o renunciar a un solo palmo de la tierra prometida que Jehová mismo entregó a los judíos hace milenios no es negociar una paz sino una rendición. Es claudicar ante el islamofascismo. Y con los terroristas no se negocia.

Hay una última razón. Según las interpretaciones de muchos teólogos sobre las profecías de Daniel, el hombre que  logre la paz duradera entre árabes y judíos será el Anticristo, un enviado de Satanás disfrazado de hombre de paz que un tiempo después de la tregua desencadenará una era de terror como nunca antes la humanidad ha visto ni verá. Llámenme egoísta, pero si esos teólogos están en lo cierto, no me apetece lo más mínimo que esa era de horror me afecte a mí o a los míos.

Presidente Obama: ¡declare la guerra a Irán ya!

«Oiréis también hablar de guerras y rumores de guerras» (Mateo 24:6).

A finales de los años 30 del pasado siglo XX, el dictador alemán Adolf Hitler se había convertido en una amenaza para la paz y la estabilidad en el mundo. Entonces hubo muchas voces en la Gran Bretaña que advirtieron de que se le debía parar los pies a Hitler antes de que fuese demasiado lejos. Sin embargo, el primer ministro británico Neville Chamberlain apostó por una política de diálogo y apaciguamiento con el dictador, con la esperanza de evitar la Segunda Guerra Mundial. La historia nos dice que sólo sirvió para dar a Hitler el tiempo que necesitaba para terminar de fortalecer la gran maquinaria de guerra de su país.

En estos días hemos sido testigos de cómo el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad ha desafiado al mundo al anunciar a bombo y platillo que Irán está enriqueciendo uranio, es decir, el paso previo a disponer de la bomba atómica. Ahmadineyad niega el holocausto judío, amenaza con borrar a Israel del mapa y está financiado el terrorismo islamista. El peligro de Irán es grave y es muy real. Que un mandatario racista y antisemita, que un genocida en potencia, pueda disponer de armamento atómico dentro de unos años mientras el mundo, por cobardía, decide mirar a otro lado, me provoca un escalofrío que me recorre el cuerpo.

Hay quien dice que no importa que Irán tenga armas nucleares porque Israel también las tiene. Sólo un inconsciente o un loco puede atreverse a hacer una comparación tan temeraria. Para empezar, Israel necesita armamento nuclear para poder garantizar su supervivencia como nación (mientras que nadie cuestiona el derecho a existir de Irán). Pero lo más importante: Israel es una democracia donde su primer ministro tiene unos poderes limitados (hay una oposición, una opinión pública, una prensa libre, etc.), lo cual garantiza que Israel jamás usará la bomba salvo que sea en un caso de extrema necesidad, de vida o muerte.

Pero Irán es distinto. Es una teocracia donde el ayatolá de turno puede tener un sueño hoy por la noche y ponerlo en práctica mañana mismo sin necesidad de dar explicaciones a nadie. Todos sabemos que Israel no va a usar la bomba atómica porque si no lo ha hecho en medio siglo de guerras contra los árabes no tiene mucho sentido pensar que lo vaya a hacer en los próximos años. Pero ¿podemos decir lo mismo de Irán? Sabemos que colabora con el terrorismo internacional… ¿Qué pasaría si una cabeza nuclear cae en las manos de un comando terrorista? Nunca  más podremos volver a dormir tranquilos ni en Tel Aviv ni en ningún sitio.

Sé bien que una guerra es siempre el último recurso, que es una salvajada, el fracaso de la civilización humana y que por desgracia en todas las guerras son civiles inocentes los que más sufren. Pero también sé que hay situaciones límite en la vida en las que para defender la democracia y la libertad no queda más remedio que tomar las armas. El físico Albert Einstein lo sabía muy bien. Aunque declarado pacifista, era también realista… por eso le pidió al presidente estadounidense, Franklin Delano Roosevelt, obtener la bomba atómica antes que Alemania. Los nazis también la habrían logrado de haber tenido dos años más de tiempo.

Todos sabemos cómo acabará esto. Ni la presión diplomática ha logrado nada ni tampoco lo harán las sanciones económicas. Ojalá me equivoque. Le pido al Señor que así sea y que se evite la nefanda calamidad que siempre es una guerra. Pero si no es así, Occidente debe tomar cartas en el asunto. Y si eso implica la guerra, adelante. Lo cierto es que el tiempo va pasando y cada vez los persas están más cerca de disponer de un armamento nuclear letal. Entonces será demasiado tarde. Por eso, le pido al presidente de Estados Unidos, Barack  Obama, que encabece una gran coalición militar contra ese nido de terroristas que es Irán.

Le recuerdo también al entonces senador  de Illinois, Barack Obama, su promesa de 2007 ante el Comité Americano de Asuntos Públicos de Israel de «hacer todo lo que esté en su poder para evitar que Irán disponga de armas nucleares», así como que Israel es el pueblo escogido por Dios. También que si en gran medida los Estados Unidos de América son una nación bendecida es por su gran apoyo al pueblo israelí. Recordemos la promesa bíblica que Jehová hizo a Abram y sus descendientes: «Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré y serán benditas en ti todas las familias de la tierra (Génesis 12:3). Amén.

Gracias al Mossad se han evitado muchos atentados terroristas en el Reino de Valencia, en España y en Europa. En Occidente no necesitamos pseudoprogres llenos de mugre y piojos con sus bunfandas palestinas y su antisemitismo (si por los palestinos fuera, resucitaban Al-Andalus). Lo que necesitamos es forjar una gran unión con Israel, que es un aliado leal y firme y si necesita contar con nuestro apoyo político, diplomático y militar, debe tenerlo. No vamos a consentir un segundo Holocausto. Sería una infamia abandonar a su suerte a Israel a manos de un puñado de teocracias dirigidas por místicos, locos y asesinos sedientos de sangre.

Israel: el pueblo escogido por Dios.

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Israel es la punta de lanza de la democracia en Oriente Próximo, un bastión de la civilización occidental y la primera muralla de defensa de Europa frente al terrorismo islamista. Es la Tierra Santa donde nació, murió y resucitó Jesús. Pero por encima de todo, Israel es, le pese a quien le pese, el pueblo escogido por  Dios.

Después de casi 2.000 años de inexistencia, Israel volvió a ser un estado en 1948; de este modo se cumplió la promesa de Jehová de que reuniría a su pueblo y lo devolvería a su país (Ezequiel 36:24). Israel no existe por casualidad: es la voluntad divina la que lo sostiene pues debe cumplir un importante papel en el futuro.

Desde su nacimiento ha enfrentado mil y una guerras, conflictos e intifadas: Guerra de la Independencia (1948), Guerra del Sinaí (1956), Guerra de los Seis Días (1967), Guerra de Desgaste (1968-70), Guerra del Yon Kipur (1973), Guerras del Líbano (1982 y 2006) y un infinito etcétera. Israel cuenta las batallas por victorias.

Los judíos son un pueblo brillante y trabajador capaz de convertir un pequeño pedazo de tierra en una de las naciones más poderosas de la Tierra o de hacer florecer un vergel de naranjos en medio del árido desierto. Su inteligencia y talento asombran: sólo hay 15 millones de judíos y han ganado casi 200 premios Nobel.

Algunos malintencionados comparan a los hebreos con los nazis, pero lo cierto es que los alemanes mataban a los judíos porque pretendían exterminarlos mientras que los israelíes combaten contra terroristas para evitar que éstos les maten. Israel lucha por sobrevivir pues sabe bien que el día que pierda una sola guerra será su fin.

El judío es el pueblo que más ha sufrido en toda la historia de la humanidad y necesita de una patria para que nunca más se repita el Holocausto. Este pequeño estado es capaz de mantener a raya a más de 1.400 millones de musulmanes que desean su aniquilación. Y lo hace porque cuenta con la protección del mismo Dios.

Atacar Irán.

Algunas personas pretenden hacer ver una supuesta contradicción ideológica en apoyar la guerra de Occidente contra Afganistán y a la vez rechazar la de Irak. Pero nada tiene que ver un caso con el otro. La invasión de Afganistán en 2001 fue inevitable. Tras los sanguinolentos atentados del 11-S en Nueva York, los talibanes se negaron a entregar al líder de la banda terrorista Al Qaeda, Osama Bin Laden, por lo que no quedó más remedio que invadir el país. Derrocar a los talibanes era necesario ya que habían convertido Afganistan en el santuario terrorista más grande del mundo.

Caso muy diferente fue la invasión de Irak de 2003, que siempre rechacé. Más de 30 millones de manifestantes en el mundo gritamos «No a la guerra». Los argumentos para justificar el ataque fueron dos: la posesión de armas de destrucción masiva y las conexiones con el terrorismo. Pero Irak estaba demasiado débil militarmente después de tantos años de guerras y su dictador, Sadam Hussein, era despreciado por Bin Laden, por ser el primero ateo y el segundo un islamista radical. Todos sabíamos las intenciones reales de aquella guerra: robar el petróleo de aquel país.

Como en Afganistán, creo necesario atacar Irán. Es un santuario terrorista, financia a extremistas, amenaza a Israel con borrarlo del mapa y desde 2003 ha iniciado un programa nuclear. Ojalá que el gobierno de Irán ceda y todo se resuelva diplomáticamente. Pero si no es así, no quedará más remedio que la guerra. En su día hubo políticos que no se atrevieron a pararle los pies al dictador Adolf Hitler. Hasta que fue demasiado tarde. Aquel error no debe repetirse. No podemos esperar a que un comando terrorista obtenga la bomba. Entonces, como en 1939, ya será demasiado tarde.

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