Nueva Zelanda: tierra de acogida.

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Nueva Zelanda fue descubierta por los españoles en el siglo XVI pero fue el inglés James Cook quien la exploró en 1769. Los colonos británicos masacraron a muchos nativos maoríes, aunque su cultura hoy está en auge. Nueva Zelanda se independizó de Reino Unido en 1947. Pese a ello, su reina es la poderosísima Isabel II de Inglaterra.

Nueva Zelanda es el contrapunto a Australia. Si el australiano es conservador, el neozelandés es progresista. Si Australia destaca a nivel político y económico, Nueva Zelanda destaca en valores intangibles como buena educación, calidad democrática, escasa corrupción, libertad económica, bienestar social y respeto por los derechos civiles.

Si Australia arrasó a la población aborigen, en Nueva Zelanda existe gran respeto por la población nativa, hasta el punto de que las selecciones nacionales deportivas bailan la danza tradicional maorí -el haka- antes de cada partido. El maorí es idioma oficial del país, junto con el inglés y el lenguaje de signos, que usan los sordomudos en las islas.

Este pueblo es solidario y su patria una tierra de acogida. Son varias naciones insulares de Oceanía las que se están hundiendo bajo las aguas y sus poblaciones enteras están siendo reasentadas en Nueva Zelanda (Australia y otros países se negaron a acogerlas). El Reino de Nueva Zelanda incluye dos estados libres asociados -Islas Cook y Niue- y Tokelau.

La población practica en su mayoría el cristianismo en distintas denominaciones, aunque también hay un importante número de ateos. El país sigue siendo en buena medida rural y la identidad neozelandesa es una combinación de la cultura anglosajona y la maorí, revitalizada en los últimos años. Los deportes nacionales son el rugby y la vela.

Finalmente esta nación oceánica es la más segura para vivir de todo el Hemisferio Sur. En caso de una hipotética Tercera Guerra Mundial es altamente improbable que participara en el conflicto: es un estado neutral, carece de recursos energéticos que justificaran una invasión, no tiene enemigos y se encuentra muy alejada del resto del mundo.

Australia: la isla continente.

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Desde tiempos ancestrales se sospechó de la existencia de una gran masa de tierra en el sur. Españoles y lusos la descubrieron en el siglo XVI. El navegante James Cook se asentó en ella en 1770 y los colonos ingleses no tardaron en llegar. Esta gran nación es Australia, que se independizó de Reino Unido en 1942 aunque su reina es Isabel II de Inglaterra.

Australia es verdaderamente gigantesca. Es la sexta nación más grande del mundo y la mayor isla del planeta. Con sus 7.600.000 km2 representa el 85% del total del territorio de Oceanía, por lo que a menudo Australia es llamada la isla continente. La mayor parte del país es un seco y abrasador desierto, por lo que la población vive en la costa.

Pese a su gran tamaño cuenta con sólo 25 millones de habitantes. Tras la Segunda Guerra Mundial, hubo muchas facilidades para atraer inmigrantes europeos para poblar aquella inmensidad. Se buscaba, no obstante, que fueran de raza blanca. Hoy Australia es un fortín inexpugnable para la inmigración ilegal y resulta muy complicado entrar allí.

La sociedad australiana es blanca, anglosajona y muy conservadora. Los anglos impusieron su cultura a los aborígenes, a los que exterminaron hasta casi borrarlos del mapa. Hoy están aterrados con la idea de que su país se llene de indios y chinos y Australia deje de ser un oasis de prosperidad en medio de un entorno de extrema pobreza.

Esta tierra tiene una economía próspera y dinámica y es una potencia regional que cree en el capitalismo y la libertad. El inglés es el idioma oficial y la sociedad se compone de protestantes, católicos y ateos. En deportes destaca en cricket, hockey, netball y rugby y en la cultura popular son muy famosos el canguro, el koala y el demonio de Tasmania.

Hombres duros con sombrero de cowboy y rifle en mano convirtieron hace años un árido desierto en una gran nación. Mientras, la costa se llenó de enormes rascacielos y hoy la ciudad de Sidney deslumbra al mundo por su modernidad y cosmopolitismo. Australia es el país más importante de toda Oceanía y la gran potencia del Hemisferio Sur.

Bougainville: la Revolución de los Cocos.

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Bougainville es la isla más grande del archipiélago de las Islas Salomón. Descubierta en 1768 por Louis Antoine de Bougainville, siempre fue usada como moneda de cambio entre potencias extranjeras. Pasó por manos alemanas, australianas, japonesas y actualmente pertenece al Estado de Papúa-Nueva Guinea.

En 1967, bajo mandato australiano, la empresa británica Rio Tinto Zinc abrió en la isla la mina al aire libre más grande del mundo. Mientras la minera ganaba miles de millones de dólares, la gente fue desplazada, reasentada en tierras yermas e indemnizada con cantidades ridículas y se causó un desastre ecológico bestial.

El 1 de septiembre de 1975 se independizó de Australia con el nombre de República Salomón del Norte. Quince días después, Papúa-Nueva Guinea consiguió la independencia, incluyendo formalmente a Salomón del Norte. Fruto de un pacto, Papúa se anexionó Salomón del Norte, a cambio de autonomía política.

Pese a las protestas masivas, la empresa minera seguía perforando a su antojo. Francis Ona, un líder local, formó el Ejército Revolucionario de Bougainville, una guerrilla que sin ayuda ni financiación de nadie, y con primitivísimas armas de fabricación casera, venció al ejercito papuano en las frondosas selvas de la ínsula.

De 1990 a 1997 Papúa y Australia sometieron a la isla a un férreo bloqueo. Sin medicinas ni recursos, los locales agudizaron el ingenio: cultivaron huertos para sobrevivir; produjeron electricidad con piezas y motores viejos; y con los cocos se construyeron utensilios, se hicieron funcionar lámparas, se fabricó jabón y hasta gasolina.

La pequeña isla fue estado de facto de 1990 a 1997 y adoptó el nombre nativo de Meekamui. En 1998 Papúa admitió su derrota y Bougainville hará un referéndum de autodeterminación antes de 2020. La Revolución de los Cocos, la primera de tipo ecológico del globo, es todo un milagro; una historia admirable de fe, coraje y honor.

Nauru: un desastre ecológico aleccionador.

A medio camino entre Hawai y Australia, está la perdida República de Nauru, una isla de 21 km2 y 13.000 habitantes situada a escasos 56 km al sur del Ecuador y a cientos de cualquier otro lugar. La isla se asienta sobre el yacimiento de fosfatos más grande de Oceanía, el cual está originado por los excrementos de las aves marinas.

Durante la mayor parte del siglo XX Nauru exportó miles de toneladas de fosfatos a Australia y Nueva Zelanda. Cuando el país se independizó de Canberra en 1968, los yacimientos fueron nacionalizados y los ciudadanos de la república más pequeña del mundo se convirtieron en una de las naciones más prósperas de la Tierra.

Pese a que hay una sola carretera en el país, cada familia disponía de al menos dos vehículos y de los más sofisticados electrodomésticos. No existía el desempleo, ni los impuestos y los servicios sociales eran totalmente gratuitos. Se convirtió en un paraíso fiscal en los 90 pero, ante la presión internacional, dejó de lavar dinero negro.

Los nauruanos tenían un nivel de vida envidiable pero en 2002 se agotaron los depósitos de fosfatos y el país fue a la quiebra, ayudado por el despilfarro de la época de bonanza. Uno de los principales activos del Estado, la Nauru House, un edificio de oficinas en Melbourne, tuvo que ser vendido para pagar la asfixiante deuda.

Y lo que alguna vez fue un paraíso tropical es hoy un desierto carcomido de lápidas de coral. El 80% de la isla es un terreno estéril de pináculos de caliza inservible para la agricultura. Los vertidos tóxicos acabaron con el 40% de la vida marina del país. Sólo en los bordes de la isla se puede cultivar almendra, mango y coco.

Hoy Nauru es una isla devastada por un siglo de minería intensiva y una nación en ruina que depende de la ayuda internacional. Los nauruanos vivieron de lujo a costa de destruir la naturaleza y han pagado un alto precio. Un paraíso perdido que se esquilmó sin pensar jamás en el mañana y para los nauruanos tal vez no lo haya.

Reinos de la Mancomunidad: una corona para gobernarlos a todos.

Soy republicano porque considero que la monarquía, en líneas generales, es una institución inservible y carísima. Pero en algunas ocasiones contadas encuentro que una monarquía puede ser útil porque da un valor añadido a una nación. Es el caso de los Reinos de la Mancomunidad, cuya corona ostenta la reina Isabel     II.

Isabel II es jefa de estado de dieciséis países: Canadá, Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Granada, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Islas Salomón, Papúa-Nueva Guinea y Tuvalu. Dieceséis reinos distintos pero una sola reina.

Hoy puede sonar raro hablar de un monarca con varios tronos pero esto era lo habitual en la Edad Media europea. Por ejemplo, Jaime I el Conquistador era rey de Aragón, de Mallorca, de Valencia, de Murcia, Conde de Barcelona y Señor de Montpellier, entre otros. Varias naciones independientes pero con un solo señor.

Esto confiere un blindaje especial. Por ejemplo, sería fácil conquistar un país pequeño y débil como Tuvalu, pero nadie en sus cabales se atrevería a invadirlo porque supondría ir a la guerra con otros quince reinos que de inmediato acudirían al rescate de su hermano. Esta fortaleza que aporta la Corona la hace útil.

Lo mejor de todo es que su pertenencia es plenamente voluntaria. Por ejemplo, Sudáfrica, Pakistán, India o Malta eran reinos de la Mancomunidad antiguamente y después se transformaron en repúblicas. Y la Familia Real británica lo aceptó, como no podía ser de otro modo en una democracia de verdad.

Además de jefa de estado, Isabel II ostenta otros títulos, bastante más simbólicos, como jefa de las Islas del Canal, señora de Man, duquesa de Normandía y de Lancaster y hasta jefa suprema de Fiji, que curiosamente es una república. Y es que cuando varias naciones comparten corona, ésta las hace más grandes y fuertes.

Papúa-Nueva Guinea: el país con más idiomas del mundo.

Si la Torre de Babel cobra algún significado en la actualidad es, sin duda, en el Estado de Papúa-Nueva Guinea. Aunque cuenta solamente con apenas siete millones de habitantes, habla más de 800 idiomas, el 10% de lenguas de todo el mundo. Una espectacular macedonia de etnias que sólo tiene en común el idioma inglés.

Es un país megadiverso, un estado multicultural y plurinacional donde existen cientos de tribus cada una con su propio idioma, cultura, religión y costumbres. En muchos casos un idioma se limita a una sola aldea. Se debe a que el país es extenso y muchas comunidades hayan vivido aisladas sin mantener contacto con otras.

Desde el punto de vista lingüístico, sociológico y antropológico, Papúa-Nueva Guinea es el laboratorio de investigación más grande del mundo. Y esto se debe a que los colonos holandeses, alemanes, británicos y australianos no mostraron un especial interés en imponer la cultura occidental sobre el estilo de vida y tradición locales.

La isla de Papúa está dividida en dos mitades. Está la Papúa libre, un reino con Isabel II como jefa de estado cuya independencia nadie discute. Y la Papúa ocupada, antigua colonia holandesa conquistada por Indonesia en 1963. Desde entonces los indonesios cometen un genocidio contra el pueblo papú que ansía ser libre.

Hablar de que Papúa es una nación propiamente dicha cuando sus habitantes son incapaces de entenderse los unos con los otros es ridículo. Sin embargo, existe un clamor por la autodeterminación para unificar las dos Papúas y así poner fin de una vez por todas a una era de colonialismo, opresión y derramamiento de sangre.

Los papús nunca destacarán en nada importante. Nunca serán una potencia industrial o un gran imperio. Sólo un conglomerado de tribus que todavía vive en la Edad de Piedra. Pero no es justo que sean masacrados por el solo hecho de ser débiles. Son seres humanos. Los pueblos de Papúa merecen ser libres y vivir en paz.

La superioridad de la mentalidad anglosajona.

Se mire por donde se mire, éste es un mundo dominado por hombres blancos, anglosajones y protestantes. En el aspecto político, comercial, económico, financiero, científico, tecnológico, cultural, audiovisual… son los anglosajones los que controlan el sistema. Es más; ellos son el sistema. La cuestión es ¿por qué?  ¿Qué les diferencia del resto? ¿Por qué tienen éxito donde otros no?

No creo en la superioridad de unas razas frente a otras, pero sí en el de unas civilizaciones frente a otras. Es mentira que todas las culturas sean igual de valiosas porque si así fuera tendrían todas un idéntico nivel de desarrollo. Los anglosajones dominan el mundo entero porque son un pueblo con una mentalidad victoriosa orientada al éxito. Su pensamiento se basa en cuatro pilares.

1) Democracia. Mientras que en Europa y Latinoamérica la gente estaba entusiasmada con la idea de una dictadura, en las naciones angloparlantes siempre ha imperado una fuerte tradición democrática. Dictadores como Francisco Franco o Fidel Castro jamás hubiesen podido tener éxito en Canadá o Nueva Zelanda porque en un país anglosajón habrían carecido de apoyo social.

En la actualidad, es fácil comprobar que todos los países que son dictaduras del signo que sea, todos sin excepción, son estados del Tercer Mundo. Por contra, las naciones más avanzadas de la Tierra son democracias sólidas y saneadas. A mayor nivel de democracia, de libertad en definitiva, más prosperidad, más desarrollo. Y los anglosajones creen en ello de forma sumamente firme.

2) Liberalismo. En el mundo anglosajón existe un gran respeto por los derechos individuales y la propiedad privada. Se entiende que los ciudadanos son titulares de derechos inalienables que el Estado deberá respetar. Por contra, en otras culturas se entiende que es el Estado el que graciosamente otorga derechos a la gente. Lógicamente, los abusos del poder son mucho mayores en un país así.

En una patria angloparlante la soberanía recae en el pueblo. No en el Estado, ni en la Corona ni en la República. No, en el pueblo. Y por lo tanto todas las instituciones jurídicas y estatales deben ir dirigidas a respetar la soberanía popular. Existe una fuerte tradición liberal de respeto a la ciudadanía que ningún gobernante se atreve a cuestionar porque allí la libertad no se negocia.

3) Protestantismo. A partir de la Reforma protestante y la Contrarreforma católica del siglo XVI se dibujaron un norte de Europa protestante  y rico frente a un sur católico y pobre. En América ocurre igual. El protestantismo es más democrático y liberal, no apoya dictaduras como hace el catolicismo y respeta más al ciudadano. En consecuencia, forma un país más avanzado y rico.

El protestantismo ofrece una visión de la vida radicalmente distinta del catolicismo. Por ejemplo, frente al problema de la pobreza el catolicismo promueve dar de comer al hambriento mientras que el protestantismo defiende más que dar un pescado dar una caña al pobre y enseñarle a pescar. Es una mentalidad mucho más autónoma, más individualista, menos dependiente del poder.

4) Capitalismo. No es por casualidad que el comunismo haya sido un fracaso absoluto en las naciones anglosajones. Inglaterra fue la inventora del capitalismo moderno. Desde entonces los pueblos angloparlantes se han caracterizado por tener una mentalidad capitalista, orientada a la creación de riqueza, avalada por el derecho anglosajón y por unos estados con instituciones serias y fiables.

En Estados Unidos la mentalidad de un universitario es la de formar una empresa, trabajar para sí mismo y  hacerse rico. En España ese universitario se conforma con ser un trabajador asalariado o como mucho opositar. Mientras en Extremadura o Andalucía se fomenta la mentalidad limosnera de vivir de subvenciones, en Ohio o Arkansas uno lo que quiere es hacerse rico.

Conclusión. No es por casualidad que sea un conjunto de cinco naciones blancas, anglosajonas y protestantes (Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelanda) el que lidere el mundo. Todas ellas son potencias en sus respectivos continentes, a excepción de los Estados Unidos, que es la superpotencia mundial. Todas tienen una mentalidad victoriosa orientada al triunfo.

Ciertamente habrá quien diga que el inglés también se habla en numerosas naciones subdesarrolladas (fundamentalmente en África y  Asia), pero lo cierto es que generalmente se trata de un idioma inglés corrupto (criollo) que  además en la mayoría de casos ni siquiera es usado por los hablantes locales como lengua materna. Es por ello que no les puedo considerar anglosajones de verdad.

Angloesfera.

La angloesfera es el término con el que el escritor James Bennet calificó a un conjunto de cinco naciones anglosajonas: Canadá, Estados Unidos de América, Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelanda. Estos cinco estados tienen mucho en común. Culturalmente son de mayoría blanca, anglosajona y protestante. Los cinco son potencias; Estados Unidos a nivel mundial y el resto a nivel continental. Y lo más importante: suelen estar de acuerdo en todo porque piensan igual y tienen intereses en común.

A pesar de que cada día que pasa se abren verdaderas brechas entre el inglés americano y el británico de tal forma que en un futuro podrían constituir dos lenguas distintas, lo más probable es que pertenezcan oficialmente unidas. A los Estados Unidos de América le interesa compartir un idioma con el resto de naciones de la angloesfera porque esta alianza asegura su hegemonía mundial. No en vano todas sus intervenciones militares suelen contar con el apoyo entusiasta y unánime de estos cuatro grandes países.

En este siglo XXI se va a producir una lucha encarnizada entre los norteamericanos y los chinos por dirimir quién de los dos se convierte en la gran superpotencia mundial. A priori, los americanos tienen más posibilidades; no sólo porque en la actualidad gozan de una superioridad tecnológica y económica sino también, y muy especialmente, porque China no tiene amigos mientras que por el contrario los Estados Unidos cuentan con cuatro poderosísimos aliados dispuestos a apoyarle hasta el final.

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