Filipinas: los latinos de Asia.

Filipinas es una encrucijada de culturas. La población es mestiza, fruto del cruce racial de nativos, españoles, americanos y chinos. Existen cientos de grupos étnicos cada uno con su lengua. De América heredaron el inglés y la cultura popular. De España el catolicismo y el carácter apasionado, más propio de un pueblo latino que de uno asiático.

Es el tercer país del mundo con mayor número de angloparlantes y el primero de Asia en número de católicos. En las últimas décadas ha habido un fuerte intento por pasar a la letra escrita las historias orales, fomentar la música y la danza folklóricas, recuperar las tradiciones populares e incorporar la lengua filipina a la literatura, la música y el teatro.

Las Filipinas fueron colonizadas por el Imperio Español en el siglo XVI. Tras la Guerra Hispano-estadounidense de 1898 el país pasó a manos de Estados Unidos, después fue un Estado Libre Asociado a América, luego fue ocupado temporalmente por Japón en la Segunda Guerra Mundial, y al final se independizó totalmente de Washington en 1946.

Como casi todas las excolonias españolas, Filipinas ha sido un auténtico desastre como estado independiente. Su historia está salpicada de centralismo, dictaduras, golpes de Estado, pobreza y corrupción generalizada. A destacar la autocracia de Ferdinand Marcos, quien gobernó el país con puño de hierro durante tres décadas (de 1965 a 1986).

Esta joven nación es una potencia regional. Cuenta con más de 7000 islas, de las cuales sólo 2000 están pobladas, y más de cien millones de habitantes.  Mantiene disputas territoriales con China, Vietnam, Malasia y otros países vecinos a cuenta de las islas de la zona y se enfrenta al separatismo de la región de Mindanao, de mayoría islámica.

Hoy la patria la gobierna Rodrigo Duterte, un loco que, con la excusa de acabar con las drogas, ha autorizado que cualquier ciudadano pueda matar legalmente a cualquier narcotraficante o drogodependiente que conozca. ¿El resultado? Un baño de sangre con más de mil asesinatos al mes, muchos de los cuales sin relación alguna con las drogas.

La mala educación de los latinos.

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Muy a menudo la gente confunde el término «latino» con «latinoamericano» y entiende que los «latinos» son unos señores que viven entre Arizona y Tierra del Fuego. Pero latino en realidad es aquel que tiene por lengua nativa un idioma derivado del latín. En ese aspecto, mucho antes de que hubiera latinoamericanos ya había eurolatinos. Portugueses, españoles, franceses, italianos, rumanos, gallegos, baleares, corsos, provenzales, valones y un largo etcétera de pueblos somos latinos, además también de nuestros hermanos del Nuevo Mundo. No sé hasta qué punto podemos considerar latinos -yo creo que no lo son- a aquellos africanos que hablan francés, español, portugués, etc. porque aún hablando una lengua neolatina sus raíces africanas pesan mucho más en su idiosincrasia que la cultura heredada de los colonos europeos, pero bueno, eso ya es motivo de otro debate.

Soy latino, de eso no hay duda, pero no me siento especialmente orgulloso de ello. Creo que los latinos en general -los de ambos lados del charco- tenemos muy mala educación. Me revienta la impuntualidad por ejemplo. Sin ir más lejos, los valencianos solemos llegar media hora tarde a una cita. Los colombianos son peor. Ellos te dicen: «Pasaré por tu casa el lunes a las siete de la tarde» y ese día no sólo no pasan, sino que no son capaces ni de telefonear para avisar. Y el jueves, sin previo aviso, se plantan en tu casa y ni siquiera son capaces de disculparse por lo del otro día. Como si nada hubiera pasado. Los panameños son todavía mucho peor. No me gusta la informalidad de nosotros los latinos, la falta de esmero con la que solemos hacer las cosas. Me duele lo poco que nos molesta la corrupción y lo mucho que nos molesta trabajar duro. Con razón nuestros países van como van.

Lo peor de todo es cuando alguien al que apenas conoces -no digamos ya si te tiene confianza- pretende meterse en tu vida. Que si estás casado, que si estás divorciado, que si tienes hijos, que si cuantos y que si no tienes, que por qué no tienes. Por si fuera poco, todos los matrimonios jóvenes y recién casados deben sufrir el calvario de que la conocida de turno se meta en su vida. Si no tienes hijos ¿cuándo tendrás uno? Si tienes uno ¿para cuándo la parejita? A algunos les parece que dos hijos son muy pocos, a otros que tres demasiado. ¿No se para a pensar esa gente que cuando le dice a un matrimonio sin hijos que cuándo se van a decidir a ser padres quizás está metiendo el dedo en la llaga? Quizás quieren y no pueden porque son estériles. O quizás pueden pero no quieren porque no les gustan los niños. Es una total falta de respeto decirle a alguien cómo debe vivir su vida.

No me gusta la gente que se autoinvita a una fiesta. Ni que un hombre y una mujer se saluden con dos besos (o uno, como en Venezuela) al ser presentados. Prefiero que se den la mano, como en Europa Central y del Norte. No me gusta que un desconocido me toquetee. No me gusta estar hablando con una persona y que no respete una distancia corporal prudente. Para charlar  no hace falta estar tan cerca como para que tu aliento me golpee en la cara o como si nos fuéramos a dar un beso en la boca.  No me gusta la gente que no se presenta a la cita con el dentista -o a veces incluso a una oferta de trabajo- y no es capaz ni de telefonear. No me gusta escuchar blasfemias y groserías. Ni chillar por la calle. Pienso que los latinos tenemos mucho que aprender de anglosajones, escandinavos, germánicos y hebreos. No me extraña que mis connaturales piensen de mí que soy un bicho raro.

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