Barbados: estabilidad y democracia.

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Poblada durante siglos para taínos, arawaks y caribes, esta ínsula caribeña fue descubierta por los españoles en el siglo XV. Su etimología es un misterio. No se sabe muy bien de dónde deriva su curioso nombre, pero parece que es debido a las ramas y hojas que, a modo de barbas, colgaban de la mayoría de los árboles de la isla.

En 1627 se convirtió en colonia inglesa. Allí se establecieron unas muy rentables plantaciones de tabaco, azúcar y algodón para las que se trajeron esclavos africanos. Entre 1958 y 1962, Barbados se unió a la Federación de las Indias Occidentales (que era una colonia británica). La plena independencia llegó en 1966.

Desde entonces el país ha disfrutado de un gobierno democrático estable, y una alternancia en el poder entre los dos partidos mayoritarios. Actualmente la democracia está sólidamente establecida. El Reino de Barbados es una monarquía constitucional y su Jefa de Estado es Isabel II de Inglaterra, quien ostenta la corona.

Con el paso de los años, Barbados ha pasado de tener una economía agrícola basada en la caña de azúcar a una fundamentada en el turismo y la ingeniería contable. Este reino es un paraíso fiscal y turístico muy popular para viajeros y empresarios. Es uno de los estados más libres, prósperos y desarrollados de América.

La cultura combina las costumbres y modos británicos, que se desarrollaron a lo largo de más de tres siglos de dominación, con una cultura popular de origen africano. Los esclavos negros trajeron consigo sus ritmos y creencias. Esta influencia se palpa en la música y los bailes, tal y como ocurre en el resto del Caribe.

Más del 90% de la población local se compone de negros y mulatos. La gente habla inglés y criollo y es abrumadoramente protestante y anglicana. En líneas generales, se trata de un pueblo muy conservador que huye de los sobresaltos, muy consciente de que más vale no cambiar nada cuando las cosas funcionan bien.

Reinos de la Mancomunidad: una corona para gobernarlos a todos.

Soy republicano porque considero que la monarquía, en líneas generales, es una institución inservible y carísima. Pero en algunas ocasiones contadas encuentro que una monarquía puede ser útil porque da un valor añadido a una nación. Es el caso de los Reinos de la Mancomunidad, cuya corona ostenta la reina Isabel     II.

Isabel II es jefa de estado de dieciséis países: Canadá, Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Granada, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Islas Salomón, Papúa-Nueva Guinea y Tuvalu. Dieceséis reinos distintos pero una sola reina.

Hoy puede sonar raro hablar de un monarca con varios tronos pero esto era lo habitual en la Edad Media europea. Por ejemplo, Jaime I el Conquistador era rey de Aragón, de Mallorca, de Valencia, de Murcia, Conde de Barcelona y Señor de Montpellier, entre otros. Varias naciones independientes pero con un solo señor.

Esto confiere un blindaje especial. Por ejemplo, sería fácil conquistar un país pequeño y débil como Tuvalu, pero nadie en sus cabales se atrevería a invadirlo porque supondría ir a la guerra con otros quince reinos que de inmediato acudirían al rescate de su hermano. Esta fortaleza que aporta la Corona la hace útil.

Lo mejor de todo es que su pertenencia es plenamente voluntaria. Por ejemplo, Sudáfrica, Pakistán, India o Malta eran reinos de la Mancomunidad antiguamente y después se transformaron en repúblicas. Y la Familia Real británica lo aceptó, como no podía ser de otro modo en una democracia de verdad.

Además de jefa de estado, Isabel II ostenta otros títulos, bastante más simbólicos, como jefa de las Islas del Canal, señora de Man, duquesa de Normandía y de Lancaster y hasta jefa suprema de Fiji, que curiosamente es una república. Y es que cuando varias naciones comparten corona, ésta las hace más grandes y fuertes.

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