Belice: piratas del Caribe.

01 Belize flag

En este pequeño territorio centroamericano a orillas del Caribe vivieron los mayas por siglos.  Desde el siglo XVI fue, sólo en teoría, una posesión española más dentro de la colonia de Guatemala. En los siglos XVII y XVIII colonos ingleses y escoceses, y piratas Baymen, lo colonizaron de facto y lo convirtieron en un fortín pirata.

En 1862 pasó a ser formalmente una colonia británica llamada Honduras  británica. En 1973 fue rebautizada como Belice. Se independizó de Reino Unido en el año 1981. Belice toma su nombre de la ciudad de Belice -la antigua capital del país-, que a su vez toma su nombre del río Belice.  La actual capital es Belmopán.

Hoy es un pequeño estado independiente. Cuenta con bosques densos, playas caribeñas, arrecifes de coral, flora y fauna abundante y un clima tropical, cálido y húmedo, con lluvias y huracanes. Guatemala reclama el territorio de Belice pero no se atreve a invadirlo porque la reina de Inglaterra, Isabel II, lo es también de Belice.

Se trata de una nación pobre y atrasada. A falta de grandes recursos, la base de su economía siempre se ha fundamentado en actividades de dudosa ética. En el pasado, una agricultura sustentada por esclavos y de modo especial, la piratería. Hoy es un bastión de narcotraficantes que usan el país como lugar de paso hacia México.

Se habla español y criollo beliceño, pero el idioma oficial es el inglés, lengua materna del 3% de la población. Es el único estado centroamericano con el inglés como lengua oficial. Se trata de un pueblo tradicionalmente católico pero, como en el resto de Latinoamérica, también en Belice las iglesias protestantes crecen sin cesar.

A pesar de contar con muy poca población (algo más de 300.000 habitantes), se trata de una sociedad muy compleja. La inmigración ha transformado su demografía en una verdadera macedonia de etnias: mayas, criollos, garífunas, mestizos, blancos… Existe también una gran diáspora beliceña en los Estados Unidos.

Reinos de la Mancomunidad: una corona para gobernarlos a todos.

Soy republicano porque considero que la monarquía, en líneas generales, es una institución inservible y carísima. Pero en algunas ocasiones contadas encuentro que una monarquía puede ser útil porque da un valor añadido a una nación. Es el caso de los Reinos de la Mancomunidad, cuya corona ostenta la reina Isabel     II.

Isabel II es jefa de estado de dieciséis países: Canadá, Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Granada, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Islas Salomón, Papúa-Nueva Guinea y Tuvalu. Dieceséis reinos distintos pero una sola reina.

Hoy puede sonar raro hablar de un monarca con varios tronos pero esto era lo habitual en la Edad Media europea. Por ejemplo, Jaime I el Conquistador era rey de Aragón, de Mallorca, de Valencia, de Murcia, Conde de Barcelona y Señor de Montpellier, entre otros. Varias naciones independientes pero con un solo señor.

Esto confiere un blindaje especial. Por ejemplo, sería fácil conquistar un país pequeño y débil como Tuvalu, pero nadie en sus cabales se atrevería a invadirlo porque supondría ir a la guerra con otros quince reinos que de inmediato acudirían al rescate de su hermano. Esta fortaleza que aporta la Corona la hace útil.

Lo mejor de todo es que su pertenencia es plenamente voluntaria. Por ejemplo, Sudáfrica, Pakistán, India o Malta eran reinos de la Mancomunidad antiguamente y después se transformaron en repúblicas. Y la Familia Real británica lo aceptó, como no podía ser de otro modo en una democracia de verdad.

Además de jefa de estado, Isabel II ostenta otros títulos, bastante más simbólicos, como jefa de las Islas del Canal, señora de Man, duquesa de Normandía y de Lancaster y hasta jefa suprema de Fiji, que curiosamente es una república. Y es que cuando varias naciones comparten corona, ésta las hace más grandes y fuertes.

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