Papúa-Nueva Guinea: el país con más idiomas del mundo.

Si la Torre de Babel cobra algún significado en la actualidad es, sin duda, en el Estado de Papúa-Nueva Guinea. Aunque cuenta solamente con apenas siete millones de habitantes, habla más de 800 idiomas, el 10% de lenguas de todo el mundo. Una espectacular macedonia de etnias que sólo tiene en común el idioma inglés.

Es un país megadiverso, un estado multicultural y plurinacional donde existen cientos de tribus cada una con su propio idioma, cultura, religión y costumbres. En muchos casos un idioma se limita a una sola aldea. Se debe a que el país es extenso y muchas comunidades hayan vivido aisladas sin mantener contacto con otras.

Desde el punto de vista lingüístico, sociológico y antropológico, Papúa-Nueva Guinea es el laboratorio de investigación más grande del mundo. Y esto se debe a que los colonos holandeses, alemanes, británicos y australianos no mostraron un especial interés en imponer la cultura occidental sobre el estilo de vida y tradición locales.

La isla de Papúa está dividida en dos mitades. Está la Papúa libre, un reino con Isabel II como jefa de estado cuya independencia nadie discute. Y la Papúa ocupada, antigua colonia holandesa conquistada por Indonesia en 1963. Desde entonces los indonesios cometen un genocidio contra el pueblo papú que ansía ser libre.

Hablar de que Papúa es una nación propiamente dicha cuando sus habitantes son incapaces de entenderse los unos con los otros es ridículo. Sin embargo, existe un clamor por la autodeterminación para unificar las dos Papúas y así poner fin de una vez por todas a una era de colonialismo, opresión y derramamiento de sangre.

Los papús nunca destacarán en nada importante. Nunca serán una potencia industrial o un gran imperio. Sólo un conglomerado de tribus que todavía vive en la Edad de Piedra. Pero no es justo que sean masacrados por el solo hecho de ser débiles. Son seres humanos. Los pueblos de Papúa merecen ser libres y vivir en paz.

Jesucristo: el mejor escudo contra la crisis.

Hace muchísimo tiempo los seres humanos decidieron construir una enorme torre, la de Babel, que les iba a proteger de cualquier inundación que el Señor les pudiera enviar. Fracasaron. Hace no tanto tiempo unos ingenieros diseñaron un trasatlántico llamado Titanic. Decían que era el mejor barco del mundo y que ni siquiera Dios era capaz de hundirlo.  Naufragó. Si hace apenas un año me hubiesen dicho que estados de la solvencia de Grecia, Islandia o California iban a quebrar en unos meses hubiese pensado que mi interlocutor estaba borracho o me tomaba el pelo.

Hay algo que me gusta de las crisis: hacen que nos demos cuenta de que no somos nadie porque sistemas políticos, ideológicos o financieros que pensábamos indestructibles se derrumban en una sola noche. No hay nada seguro. Hace unos meses, en España  la gente estudiaba oposiciones pensando que ser funcionario les iba a garantizar un empleo seguro para toda la vida. Pero el Gobierno Central y los autonómicos ya han anunciado recortes de sueldo en los funcionarios y una oleada de despidos de interinos. Esta crisis es una cura de humildad que nos pone de nuevo los pies sobre la tierra.

Como siempre, en España la crisis la pagarán los mismos: trabajadores, empresarios, funcionarios, madres y pensionistas.  Los sinvergüenzas que nos gobiernan no se plantean suprimir ministerios o diputaciones, recortar sueldos de diputados, senadores, alcaldes y concejales, replantear las subvenciones a sindicatos, ONG o confesiones religiosas, o investigar los paraísos fiscales. No. Los palos, para los de siempre. Yo no soy inmune a todo esto. La guillotina pende sobre mi cuello y podría verme en la calle pronto. Sin embargo, estoy tranquilo y no me preocupa nada.

En la Biblia, Jesús dice que no debemos preocuparnos por el día de mañana, por lo que comeremos, beberemos o vestiremos. Dios está al cargo de sus hijos y si cuida de las aves del cielo, de los lirios del campo y hasta de la hierba ¿cuánto más no protegerá a sus hijos y cubrirá sus necesidades? (Mateo 6:25-34). En estos tiempos de crisis hay gente que desespera y hasta se plantea prostituirse para salir adelante. Yo, en cambio, duermo a pierna suelta pues sé que si oro con fe, el Señor me protegerá de todo mal. Nada tengo de qué preocuparme: Dios tiene todo bajo control.

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