¿Sabías que la ciudad de Valencia tuvo el burdel más grande de la Europa medieval?

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Los valencianos son muy puteros pero esto no es algo nuevo. Cuenta el periodista Carles Aimeur (Valencia Plaza 21-3-2014) que Valencia capital fue Babilonia entre 1365 y 1671. El Cap i Casal albergó el mayor burdel de Europa y uno de los mayores de todos los tiempos. Durante tres siglos y medio una zona de la ciudad se reservó para la prostitución, algo así como el Barrio Rojo de Amsterdam hoy. A ella podían acceder los varones mayores de edad que no fueran ni sarracenos ni judíos.

El rey de Valencia Jaume II el Just ordenó emplazar la mancebía en la Pobla de Bernat Villa. Al noroeste de la ciudad, fuera de las murallas, ocupaba un área que iba entre las calles Salvador Giner, Alta, Ripalda y Guillem de Castro. Estaba fuera de las murallas, pero, por azar, con la ampliación del recinto de la ciudad en 1356 se quedó dentro. La Pobla de les fembres pecadrius (la Puebla de las hembras pecadoras) era muy visitada por los hombres.

El de Valencia era el mejor burdel de Europa. Estaba dentro de las murallas y tenía un riguroso sistema de control médico y de orden público. A principios del siglo XVI la mancebía de Valencia tenía los precios más altos de la Península Ibérica. Acostarse con una prostituta de Valencia era el doble de caro que en cualquier otra ciudad de las Españas. Las meretrices ganaban tanto dinero que se adornaban con las mejores sedas y causaban la envidia de las damas de la alta sociedad.

Al principio los eclesiásticos aceptaban la prostitución como un mal necesario. Pero con el tiempo se fue estrechando el cerco al burdel: se ofrecía a las hetairas que abandonaran su oficio para casarse o hacerse monjas, se cerraban las calles adyacentes, se ponían trabas a los clientes, se cerraban a las rameras durante las fiestas religiosas, etc. Finalmente la mancebía de Valencia se clausuró, como todas las demás de las Españas, durante el reinado de Carlos II, a finales del siglo XVII.

Cerrado el burdel, las últimas mujeres públicas fueron enviadas a la Casa de las repenides (Casa de las arrepentidas), que luego fue llamado Convento de San Gregorio, ubicado justo donde hoy se encuentra el Teatro Olympia de Valencia capital, en la calle San Vicente. Allí acabaron las últimas siete rameras oficiales de la ciudad cuya conversión a la vida monacal, realizada por un padre jesuita, se convirtió en leyenda urbana hasta el punto que se habló de ellas como de siete ángeles.

El oficio más viejo del mundo ha dejado su impronta incluso en los edificios de la ciudad. Una famosa gárgola de la Catedral de Valencia, cerca de la puerta románica, muestra a una mujer madura desnuda sujetándose los pechos con lujuria. Otra, de la Lonja, muestra con descaro su vagina desnuda señalando precisamente al sitio original donde se ubicaba aquel burdel. Hasta hay una calle en la capital del Turia (Calle de las Amorosas) dedicada a las señoritas de mala vida.

 

Fuentes consultadas:

– Aimeur, Carlos. La leyenda del gran burdel medieval de Valencia se convierte en ruta turística. Valencia Plaza. 21-3-2014.

Capullos y capullas.

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Recuerdo que en la Facultad tuve una profesora que siempre hablaba doble. Decía cosas del estilo de «Nosotros y nosotras no somos ingenieros ni ingenieras sino trabajadores y trabajadoras de la información». Ese eco era muy cargante. Sólo le faltaba decir hombres y hombras, mujeres y mujeros. En clase teníamos la impresión de que nos trataba como a tontos y tontas, idiotos e idiotas, capullos y capullas. Con perdón. Y con perdona. Por supuesto, si no estabas de acuerdo, eras machista. O machisto, si es el caso. Respetemos la identidad de género. Y la de génera.

Yo nunca he entendido este mal llamado feminismo. ¿Por qué decir españoles y españolas, vascos y vascas? El plural masculino engloba tanto a hombres como a mujeres. Pensar que eso discrimina a la mujer es como afirmar que discriminamos a un varón por llamarle periodista y no periodisto, pianista y no pianisto. Nadie afirmaría nunca que Cristiano Ronaldo es un estrello del fútbol. Sin embargo, las feministas siempre inventan términos ridículos como pilota o miembra, que no mejoran la situación de la mujer en nada y únicamente sirven para destruir un idioma.

Decimos jirafa macho y no jirafo. Araña macho y no araño. Y no pasa nada. No sale nadie a clamar que esto es una afrenta a la masculinidad. ¿Por qué entonces esas paranoias? Si le llamamos juez a una señora somos machistos… pero en realidad juez es un término neutro, igual que pez. Si empleamos la palabra «hombre» para referirnos al género humano somos machistos… Yo prefiero utilizar «persona» o «ser humano» pero «hombre» sólo es la traducción a nuestro idioma de la palabra latina homo. Y nuestra especie se llama Homo Sapiens Sapiens.

A mí me parece genial que una fémina sea presidenta del Gobierno, empresaria, escritora, Premio Nobel de la Paz o ama de casa. Me parece bien y lo apoyo. Por desgracia, muchas mujeres sufren malos tratos en Europa, ablación del clítoris en África, discriminación en Arabia Saudita o que les desfiguren el rostro con ácido sulfúrico en Bangladesh. De acuerdo, luchemos contra esto. Pero no destruyamos un idioma con ridiculeces como la mal llamada identidad de género. Por cierto, el género es un concepto gramatical. Los seres humanos no tenemos género, sino sexo.

La cosificación de la mujer como objeto sexual.

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Voy a una popular página de internet para descargarme una serie de televisión y me salta un anuncio de unas chicas con unas tetas muy grandes. Entro a ver mi correo-e y me sale otro anuncio que me invita a cometer adulterio. Me paso un momento por las redes sociales y me encuentro más de lo mismo.  Conduzco por la noche junto con mi esposa y mi hija y me encuentro prostitutas en las rotondas. Conduzco por el día y me encuentro un enorme cartel publicitario de un burdel que me molesta y me distrae. Voy a ver la prensa deportiva, quiero enterarme de las últimas noticias de la NBA, y me encuentro con fotos de tías en pelotas. En la prensa seria te informan de que no sé qué actriz sale sin ropa en no sé donde. En el videoclip musical del momento la cantante hace más exhibición de piel que de voz. Voy a la gasolinera, entro a pagar y me encuentro con revistas en que las mujeres están desnudas o semidesnudas. Lo mismo cada vez que camino por la calle y paso por delante de un quiosco. La televisión directamente prefiero no verla.

Yo no estoy criticando hoy que haya un lugar concreto (un burdel, una web pornográfica…) que ofrezca determinados contenidos sexuales explícitos y que el que va allí ya sabe a lo que va con todas las consecuencias (esto sería motivo de análisis otro día en otro artículo distinto), sino que aunque tú no busques esos contenidos, ellos vengan a buscarte a ti ya que son omnipresentes en esta pornocracia. Es tal el aluvión de tetas y culos que yo, que no soy mujer, me siento ofendido en la forma en que la sociedad trata a las féminas. Como a pedazos de carne. Como a agujeros sin cerebro ni corazón. En la televisión siempre entrevistan a presentadoras, actrices o modelos pero nunca a biólogas, escritoras o violinistas. Siempre se destaca que una muchacha es «sexy» pero nunca que es «inteligente». No hay anuncio de coche sin señorita florero ni pasarela sin modelo demidesnuda. Los medios de comunicación transmiten este mensaje: «Chica, eres un cuerpo» y «Mujer, manténte joven y esbelta o tu marido te abandonará por otra».

Esta imagen lamentable del sexo femenino, presentado como un bien de usar y tirar, es desde luego fruto de una mentalidad machista que considera a la joven un objeto ornamental y a la vieja un producto caducado. Sin embargo, no puedo dejar de contemplar con tristeza cómo esta idea cuenta con la complicidad de no pocas féminas. Empezando por todas las concejalas, alcaldesas, gobernadoras, diputadas, senadoras, ministras y hasta presidentas del gobierno que, teniendo poder para cambiar las cosas, no hacen absolutamente nada al respecto. Y siguiendo por la chica que está en la playa en tetas, por la adolescente que en una gélida noche de invierno viste una falda tan corta que escandalizaría a la puta de la rotonda, por los calendarios solidarios en que sale la gente en pelotas supuestamente en pro de una causa noble o por esas feminazis tipo Femen que son incapaces de luchar por sus derechos sin enseñar las domingas a todo el mundo. Mujer, si quieres que los demás te respeten, comienza por respetarte a ti misma.

El conejo de Playboy y la normalización del puterío.

Hoy en día ha proliferado de forma alarmente el símbolo del conejo del Playboy. Es fácil verlo en pegatinas en los coches, en perfumes que se exhiben en los escaparates o incluso en pendientes que las adolescentes se ponen para ir al instituto. Me pregunto qué clase de padres son los que ven que su hija lleva un símbolo que es todo un homenaje a la prostitución y a la pornografía y les da igual.

Los símbolos son muchísimo más que un simple adorno más o menos bonito. Tienen un significado. Representan algo, una idea, unos valores; exactamente igual que una bandera es mucho más que un simple pedazo de tela. Detrás de un símbolo hay un estilo de vida. Si veo un chico con la esvástica nazi pensaré de esa persona que es racista. Si una chica lleva el conejo de Playboy, pensaré que es una zorra.

Tal proliferación es sólo una prueba más del acelerado derrumbe moral de Occidente. Hoy en día la gente se ha acostumbrado a ver parejas que fornican en directo en programas de televisión, o a ver como estrellas  a mujeres que unos años antes hubiesen sido consideradas  rameras. Y hasta  encontramos hombres que dicen sentirse orgullosos de que su novia pose desnuda en la portada de una revista.

Será cuestión de valores, pero si mi novia se bajara las bragas por dinero delante de todo el mundo a mí no me causaría orgullo precisamente, sino sonrojo. Sin embargo, esta postura es cada vez más minoritaria, porque es tal la avalancha de inmoralidad que nos hemos acostumbrado a llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno, a ver  como normales cosas que hace sólo quince años nos daban auténtico asco.

La adorable coquetería de las mujeres.

Una de las cosas más divertidas y fascinantes de las mujeres es su coquetería. «Para presumir hay que sufrir» -dicen-. Las féminas son capaces de lo que sea por tal de estar guapas. Son capaces de someterse voluntariamente a todo tipo de tormentos que la mayoría de los varones no aceptaríamos ni aunque nos apuntasen con una pistola. Porque vete tú a decirle a un hombre que se depile las ingles, a ver qué te contesta. Es la tiranía de la estética. Como en el cuento de Blancanieves (espejito espejito, dime quién es la más guapa), también en la vida real las féminas compiten ferozmente entre ellas por ver quién de todas está más buena.

Siempre me ha sorprendido lo diferentes que somos. Un chico se viste con lo primero que pilla en el armario mientras que ellas pueden tener un ropero repleto de conjuntos y no saben qué ponerse. Las damas buscan que sus zapatos y bolsos combinen los colores cuando los hombres somos capaces de presentarnos en una fiesta con un chándal y unas zapatillas llenas de mugre. Ellas acostumbran a estar horas frente al espejo poniéndose divinas y sufren caminando con tacones de vértigo; nosotros buscamos la comodidad. Si una mujer sube un par de kilos es el fin del mundo mientras que un varón come paella y pollo frito sin remordimiento alguno.

Están arreglándose durante horas pero vale la pena esperarlas porque nos dejan con la boca abierta. Son increíbles: sólo ellas son capaces de ponerse un escote o una minifalda en el más crudo invierno  porque no les importa pasar frío con tal de atraer las miradas masculinas. Es ley de vida. La hembra quiere gustar al macho. Pasa con los animales y pasa con las personas. A una mujer de verdad le gusta gustar, le gusta sentirse atractiva, saber que puede volver loco de pasión a su macho. Es su naturaleza. En el fondo, ellas siempre se han sentido como pez en el agua con ese papel de «objeto de deseo» que la sociedad les concede cada día.

Muchos infelices dicen que todas estas cosas se deben a la influencia de los medios de comunicación. No es cierto; en la Edad Media, cuando no existía la televisión ni las pasarelas de moda, en Europa el cánon de belleza pasaba por la blancura de piel. Todas querían ser cuanto más pálidas, mejor. Tanto era así que muchas chicas voluntariamente aceptaban criar tenias intestinales en sus entrañas para que les hicieran enfermar  y así tuvieran ese aspecto macilento que por entonces se consideraba sexy. Actualmente han llegado a otros extremos: la cirujía estética, la silicona, los rayos uva e incluso hasta auténticos peligros como la anorexia o la bulimia.

Desde niño me ha fascinado la coquetería femenil. Entonces me llamaba mucho la atención ver cómo mis hermanas mayores se maquillaban. Y hoy me fascina ver cómo mi novia se pasa horas (literalmente) frente al espejo poniéndose sexy para mí. Me enamora y me divierte. Seducción y sensualidad son atributos femeninos. Ellas son así y ojalá que nunca cambien. Es de agradecer todo cuanto hacen por embellecerse. Cuando Dios las diseñó sabía bien lo que hacía. Si el mundo fuera un jardín, ellas serían las flores. Si las féminas no existieran, desaparecería lo más bello de la creación. Son maravillosas. Que vivan las mujeres y la madre que las parió.

¿La Virgen María fue virgen durante toda su vida?

Agradecimientos a Luis Alberto Saavedra, de Lima (Perú).

El tema que a continuación vamos a abordar es para mí uno de los más difíciles pues a menudo provoca amargas controversias. Advierto que mi intención no es en absoluto polemizar u ofender a nadie. Antes al contrario: me dispongo a escribir este artículo desde el mayor de los respetos y consideraciones que  me merece la que sin lugar a dudas ha sido la mujer más extraordinaria que haya pisado este planeta en toda la historia de la humanidad. Me refiero, como no podía ser de ninguna otra manera, a la Virgen María.

La Biblia cuenta que el ángel Gabriel se apareció a María, una doncella desposada con José, para anunciarle que iba a traer al mundo a Jesús, quien sería llamado Hijo de Dios. María era virgen así que la concepción sería milagrosa. También relata la Palabra que un ángel se apareció en sueños a José, que pretendía abandonarla, para convencerlo de que no lo hiciese pues el hijo engendrado era del Espíritu Santo (Lucas 1:26-38) y (Mateo 1:18-25). Esto es lo que dice la Biblia. Veamos ahora qué dicen los hombres.

Existen dos grandes interpretaciones sobre la virginidad de María: la católica y la protestante. Comencemos por la primera. El Estado Vaticano sostiene la tesis de la virginidad perpetua de María. Es decir que María no sólo era virgen en el momento en el que se quedó embarazada de Jesús por obra del Espíritu Santo sino que siguió siendo virgen durante toda su vida, incluso después del nacimiento de Cristo e incluso a pesar de que, recordemos, era una mujer que estaba casada con el carpintero José.

Esto puede provocar a priori extrañeza (¿qué clase de esposa es la que no se acuesta con su propio marido y la que permanece virgen aun estando casada?). A menudo la explicación más recurrente por parte de la Iglesia Católica es la de que José debía ser un hombre anciano, y por lo tanto sexualmente impotente, lo cual explicaría que no mantuviese relaciones con María. No existe no obstante ni siquiera un solo texto bíblico que pueda sostener esa tesis, por lo queda en el campo de la especulación de los hombres.

La cosa se complica todavía más si vemos que el eclesiástico Tribunal de la Rota -dependiente del Vaticano- considera nulo un matrimonio donde no haya existido la consumación (es decir, que el marido y la mujer se hayan acostado juntos por lo menos una vez). En este sentido, el Tribunal de la Rota puede declarar nulo un matrimonio canónico «si se da impotencia para el acto conyugal tanto por parte del hombre como de la mujer». Y según la tesis católica, José era impotente y  no se acostaba con su mujer.

La Rota también lo juzga nulo «si teniendo suficiente discreción de juicio para entender las obligaciones esenciales del matrimonio y aún queriéndolas cumplir, es incapaz de cumplirlas por una causa de naturaleza psíquica (por ejemplo, es incapaz de guardar la fidelidad, de vivir unido de por vida, de llevar una vida sexual normal, de educar y alimentar a sus hijos, etc)».  No hay ninguna duda de que un matrimonio donde los cónyuges no se acuestan el uno con el otro dista mucho de llevar una vida sexual normal.

Así pues, según la tesis católica María fue virgen durante toda su vida porque su marido era anciano y supuestamente impotente (aunque no exista ningún texto bíblico que lo corrobore). Sin embargo, la propia Iglesia Católica declara nulo de pleno derecho un matrimonio donde no se practique el sexo, por lo que si aplicáramos las propias normas católicas a la pareja que nos ocupa tendríamos que declarar nulo este matrimonio y en consecuencia llegar a la conclusión de que María fue una madre soltera.

La visión protestante del asunto es, en mi humilde opinión, más racional, menos complicada y no contradictoria: María era virgen en el momento de quedarse embarazada de Jesús (es el Espíritu Santo y no un varón quien la preña), pero en el momento de casarse con José ya pasó a practicar una vida sexual normal con su marido (algo que además no sólo no es pecado sino bueno a los ojos de Dios). Esto no invalida el milagro de la concepción virginal de Cristo ni tampoco el matrimonio de María con su esposo.

María no sólo habría tenido una vida marital normal sino que además habría tenido más hijos (y esta vez concebidos de forma natural con su marido y no de forma milagrosa como con Cristo). ¿Pero acaso hay pasajes de la Biblia que sustenten esta teoría? Sí, los hay. Los cuatro evangelistas sostienen en varias ocasiones que Jesús tuvo hermanos y hermanas (Marcos 3:31-35), que éstos no creían en Él como mesías (Juan 7:2-5), e incluso sabemos el nombre de los hermanos varones de nuestro Señor (Marcos 6:3-4).

Lucas 1:34 dice:  “Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón”. En otras palabras, María afirma que no ha tenido relación sexual con hombre alguno. En Mateo 1:25 leemos:  “Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús”. Aquí la Biblia resalta que José no tuvo relaciones sexuales con María hasta que nació Jesús. O sea que después del nacimiento, sí tuvo sexo. Además se refiere a Jesús como «primogénito», esto es, el hijo mayor. De ser hijo único habría dicho «unigénito».

Yo, personalmente, me inclino más por la visión protestante, la cual considero más sensata, no contradictoria y con base bíblica. En cualquier caso, tanto los cristianos que defienden la virginidad perpetua de María como los que apoyamos la tesis de su virginidad temporal, coincidimos en dos cosas: que la concepción de Jesús fue un fenómeno milagroso al ser María doncella, y que es sin duda una mujer tan pura, tan maravillosa y extraordinaria que fue elegida por el mismísimo Dios para engendrarse en su vientre.

¿Cómo deben ser el marido y la mujer en el matrimonio cristiano?

«Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas» (Colosenses 3:18-19).

¿Cómo debe ser la esposa en el matrimonio? Dice la Palabra de Dios: «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo». De este pasaje extraemos que la mujer debe ser sumisa y obediente a su marido. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que la esposa deba ser una esclava o un cero a la izquierda que no cuenta para nada. Ni tampoco que el marido deba ser un dictador. De hecho, la propia Biblia establece que el hombre y la mujer son iguales ante Dios (Gálatas 3:28). Esta sumisión se entiende más bien en el sentido de que la mujer debe respetar la autoridad del esposo como cabeza de familia que es. Otros pasajes de la Biblia insisten en que la mujer debe respetar al marido (Efesios 5:33) y estar sujeta a él (Colosenses 3:18).

Por su parte, Pedro insta a la mujer estar sujeta a su marido, ser casta y respetuosa y no tener una imagen externa con peinados ostentosos, adornos de oro o vestidos lujosos, sino un espíritu afable y apacible (1 Pedro 3:1-4). Tan importante es la mujer que desde el principio vio Dios que no era bueno que el hombre estuviera solo, por eso le hizo una ayuda idónea (Génesis 2:18). Incluso el sabio Salomón reconoce la vital importancia de tener una buena esposa en tres pasajes absolutamente impagables. El primero dice así: «La mujer sabia edifica su casa, pero la necia con sus manos la derriba» (Proverbios 14:1). El segundo reza: «Mujer virtuosa ¿quién la hallará? Porque su valor sobrepasa largamente al de las piedras preciosas. El corazón de su marido confía en ella y no carecerá de ganancias» (Proverbios 31:10). Y el tercero advierte: «Engañosa es la gracia y vana es la hermosura; la mujer que tema a Jehová, esa será alabada» (Proverbios  31:30).

Pero es que ¿acaso Dios es machista? No. De hecho, pone al marido unas obligaciones mucho mayores que a la esposa. Al hombre se le ordena amar a su mujer y no ser áspero con ella (Colosenses 3:19), tratarla como a vaso frágil, es decir, con delicadeza (1 Pedro 3:7), amar a su esposa como a su propio cuerpo (Efesios 5:28), dejar a su  padre y a su madre para unirse a su mujer y formar con ella una sola carne (Efesios 5:31), amar a la mujer como a sí mismo (Efesios 5:33) y lo que es aún más fuerte: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella» (Efesios 5:25). Fíjate bien lo que dice… amar a la esposa «como Cristo amó a la iglesia». ¿Qué quiere decir esto? Que un marido debe amar a su esposa hasta el punto de llegar a dar la vida por ella, si esto fuera necesario, pues eso mismo es lo que Cristo hizo por nosotros. La mujer no tiene la obligación de morir por su esposo. En cambio, el hombre sí la tiene.

¿Y qué hay del sexo? El apóstol Pablo es claro al respecto: «Acerca de lo que me habéis preguntado por escrito, digo: Bueno le sería al hombre no tocar mujer. Sin embargo, por causa de las fornicaciones tenga cada uno su propia mujer, y tenga cada una su propio marido. El marido debe cumplir con su mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con su marido. La mujer no tiene dominio sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido dominio sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración. Luego volved a juntaros en uno, para que no os tiente  Satanás a causa de vuestra incontinencia» (Corintios 7:1-5). Así pues, para huir  de las fornicaciones (sexo fuera del matrimonio), Pablo aconseja al hombre y la mujer casarse, tener relaciones frecuentemente para evitar tentaciones y no negar el sexo el uno al otro.

Promiscuidad.

Si me preguntan por la promiscuidad diré que no pienso que sea buena. Al menos, no a la larga. Puede tener algún efecto positivo para revitalizar puntualmente la vida sexual de un matrimonio que haya caído en el abismo de la monotonía. En ese aspecto prácticas sexuales como las de hacer un trío, un intercambio de parejas o una orgía pueden llegar a ser muy excitantes, pero también pienso que todo lo que se gana en cuanto a instinto se pierde en cuanto a emociones. Sentimentalmente una pareja que de verdad pretenda ser estable debe verse francamente menoscabada por esto. Cuando entregas voluntariamente a la persona a la que amas a otro individuo es que ya no la amas, es que simplemente la contemplas como unos genitales o como una relación amistoso-sexual, pero no sientes amor por ella.

Además, la vida sexual de una mujer, lejos de mejorar, puede acabar convirtiéndose en insatisfactoria a la larga. Hay que tener en cuenta que en la sexualidad femenina desempeña un papel importante la imaginación, la fantasía, las emociones, los sentimientos… En la medida en que una mujer pasa de mano en mano, salta de cama en cama, el vínculo emocional que tenía con su pareja acaba por desaparecer y eso es peligroso porque complacer totalmente a una mujer en el sexo, conseguir que ella tenga un orgasmo renunciando a la inmensa ayuda que suponen todas esas emociones, resulta muy complicado. Prácticamente imposible. La promiscuidad, como todo en la vida, tiene sus ventajas y sus inconvenientes claro, pero en este caso pienso que se paga un precio muy alto. Yo no lo haría.

Eso que se dice sobre que las personas son infieles por naturaleza es, en mi opinión, una mentecatez. Bastantes animales tienden a aparejarse. La gente tiende a aparejarse. Incluso lo orgiástico acaba siempre en parejas, porque la pareja te permite gozar de una intimidad y de una magia que en ningún caso te la ofrece el grupo. Dudo mucho que la gente pueda ser feliz de verdad en una relación poligínica (como en los países musulmanes), poliándrica (como sucede aún en el Tíbet) o bien de ese insólito tipo de unión que prácticamente no se da y que consiste en varios hombres y varias mujeres casados todos juntos en un matrimonio múltiple. En mi opinión, de poco sirve acostarte cada noche con una persona diferente si al día siguiente te sientes vacío por dentro y te encuentras solo.

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