Capullos y capullas.

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Recuerdo que en la Facultad tuve una profesora que siempre hablaba doble. Decía cosas del estilo de «Nosotros y nosotras no somos ingenieros ni ingenieras sino trabajadores y trabajadoras de la información». Ese eco era muy cargante. Sólo le faltaba decir hombres y hombras, mujeres y mujeros. En clase teníamos la impresión de que nos trataba como a tontos y tontas, idiotos e idiotas, capullos y capullas. Con perdón. Y con perdona. Por supuesto, si no estabas de acuerdo, eras machista. O machisto, si es el caso. Respetemos la identidad de género. Y la de génera.

Yo nunca he entendido este mal llamado feminismo. ¿Por qué decir españoles y españolas, vascos y vascas? El plural masculino engloba tanto a hombres como a mujeres. Pensar que eso discrimina a la mujer es como afirmar que discriminamos a un varón por llamarle periodista y no periodisto, pianista y no pianisto. Nadie afirmaría nunca que Cristiano Ronaldo es un estrello del fútbol. Sin embargo, las feministas siempre inventan términos ridículos como pilota o miembra, que no mejoran la situación de la mujer en nada y únicamente sirven para destruir un idioma.

Decimos jirafa macho y no jirafo. Araña macho y no araño. Y no pasa nada. No sale nadie a clamar que esto es una afrenta a la masculinidad. ¿Por qué entonces esas paranoias? Si le llamamos juez a una señora somos machistos… pero en realidad juez es un término neutro, igual que pez. Si empleamos la palabra «hombre» para referirnos al género humano somos machistos… Yo prefiero utilizar «persona» o «ser humano» pero «hombre» sólo es la traducción a nuestro idioma de la palabra latina homo. Y nuestra especie se llama Homo Sapiens Sapiens.

A mí me parece genial que una fémina sea presidenta del Gobierno, empresaria, escritora, Premio Nobel de la Paz o ama de casa. Me parece bien y lo apoyo. Por desgracia, muchas mujeres sufren malos tratos en Europa, ablación del clítoris en África, discriminación en Arabia Saudita o que les desfiguren el rostro con ácido sulfúrico en Bangladesh. De acuerdo, luchemos contra esto. Pero no destruyamos un idioma con ridiculeces como la mal llamada identidad de género. Por cierto, el género es un concepto gramatical. Los seres humanos no tenemos género, sino sexo.

Suecia: el Estado del bienestar.

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En el corazón mismo de la fría Escandinavia encontramos a Suecia; una patria casi tan grande como España pero con menos población que Portugal. Es una sociedad progresista, próspera, pacífica, culta e igualitaria, uno de los países más avanzados del mundo y el paradigma nórdico: gente muy blanca, rubia y de ojos azules.

La Suecia vikinga se unifica en torno al año 1000. Esta nación se fusionó con Dinamarca y Noruega en la Unión de Kalmar (1397-1523) pero los nobles suecos promovieron la secesión. Luego Suecia le arrebató tierras a Dinamarca, en 1809 Suecia entregó a Rusia Finlandia y Åland y en 1905 Noruega se independizó de Suecia.

Suecia pasó de la miseria y la emigración en el siglo XIX a ser riquísima en el XX. Es además el máximo exponente del modelo escandinavo: una sociedad que soporta a gusto la mayor presión fiscal del mundo -junto con Dinamarca- gracias a lo cual se garantiza un generoso estado del bienestar, así como los derechos sociales.

Iglesia y Corona van de la mano. Olaf Skötkonung fue el primer rey cristiano allá por el siglo X. Hoy el monarca es jefe de la Iglesia Luterana. El 85% de suecos son luteranos nominales y sólo un 4% asiste a los cultos.  Alfred Nobel, Ingmar Bergman, Carl Von Linné o Anders Celsius son ejemplos de la cultura nacional.

Además del sueco se hablan otras lenguas locales. La principal minoría étnica es el pueblo saami o lapón, que ha sufrido expolio de tierras, matrimonio interracial, prohibición de la lengua propia y anulación de la cultura tradicional. El Estado Sueco, en su política eugenésica, esterilizó a unos 230.000 saami entre 1934 y 1996.

En los últimos años Suecia se ha adaptado a los extranjeros en lugar de exigir lo contrario y promovido el feminismo. El resultado: guettos de inadaptados y un 75% de matrimonios que se separa antes de cuatro años. Son los frutos morales de tantísimas décadas de buenismo y multiculturalidad. Es el suicidio de una gran nación.

La cosificación de la mujer como objeto sexual.

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Voy a una popular página de internet para descargarme una serie de televisión y me salta un anuncio de unas chicas con unas tetas muy grandes. Entro a ver mi correo-e y me sale otro anuncio que me invita a cometer adulterio. Me paso un momento por las redes sociales y me encuentro más de lo mismo.  Conduzco por la noche junto con mi esposa y mi hija y me encuentro prostitutas en las rotondas. Conduzco por el día y me encuentro un enorme cartel publicitario de un burdel que me molesta y me distrae. Voy a ver la prensa deportiva, quiero enterarme de las últimas noticias de la NBA, y me encuentro con fotos de tías en pelotas. En la prensa seria te informan de que no sé qué actriz sale sin ropa en no sé donde. En el videoclip musical del momento la cantante hace más exhibición de piel que de voz. Voy a la gasolinera, entro a pagar y me encuentro con revistas en que las mujeres están desnudas o semidesnudas. Lo mismo cada vez que camino por la calle y paso por delante de un quiosco. La televisión directamente prefiero no verla.

Yo no estoy criticando hoy que haya un lugar concreto (un burdel, una web pornográfica…) que ofrezca determinados contenidos sexuales explícitos y que el que va allí ya sabe a lo que va con todas las consecuencias (esto sería motivo de análisis otro día en otro artículo distinto), sino que aunque tú no busques esos contenidos, ellos vengan a buscarte a ti ya que son omnipresentes en esta pornocracia. Es tal el aluvión de tetas y culos que yo, que no soy mujer, me siento ofendido en la forma en que la sociedad trata a las féminas. Como a pedazos de carne. Como a agujeros sin cerebro ni corazón. En la televisión siempre entrevistan a presentadoras, actrices o modelos pero nunca a biólogas, escritoras o violinistas. Siempre se destaca que una muchacha es «sexy» pero nunca que es «inteligente». No hay anuncio de coche sin señorita florero ni pasarela sin modelo demidesnuda. Los medios de comunicación transmiten este mensaje: «Chica, eres un cuerpo» y «Mujer, manténte joven y esbelta o tu marido te abandonará por otra».

Esta imagen lamentable del sexo femenino, presentado como un bien de usar y tirar, es desde luego fruto de una mentalidad machista que considera a la joven un objeto ornamental y a la vieja un producto caducado. Sin embargo, no puedo dejar de contemplar con tristeza cómo esta idea cuenta con la complicidad de no pocas féminas. Empezando por todas las concejalas, alcaldesas, gobernadoras, diputadas, senadoras, ministras y hasta presidentas del gobierno que, teniendo poder para cambiar las cosas, no hacen absolutamente nada al respecto. Y siguiendo por la chica que está en la playa en tetas, por la adolescente que en una gélida noche de invierno viste una falda tan corta que escandalizaría a la puta de la rotonda, por los calendarios solidarios en que sale la gente en pelotas supuestamente en pro de una causa noble o por esas feminazis tipo Femen que son incapaces de luchar por sus derechos sin enseñar las domingas a todo el mundo. Mujer, si quieres que los demás te respeten, comienza por respetarte a ti misma.

Cosas que aprendí de las mujeres.

Yo crecí rodeado de mujeres. Durante mi infancia sólo había mujeres en casa. El único varón de la familia -mi padre- siempre estaba trabajando el pobre hombre para mantenernos a todos, así es que no lo veía (casi) nunca. Cuando creces rodeado de mujeres aprendes una serie de valores positivos; aprendes a ser generoso, a compartir, a escuchar, a ayudarse, a estar unidos, hoy por ti mañana por mí, aprendes que las féminas son seres especiales y que deben ser tratados como tales, aprendes que hay veces en que una mirada o un gesto dicen más que mil palabras, que una persona sin decirte nada puede estar diciéndote mucho, aprendes que es bueno abrazar a alguien cuando se encuentra triste, obtienes una sensibilidad especial para ver lo invisible; es decir, todas esas cosas que no se pueden medir ni pesar ni palpar como el amor o la tristeza, pero que están ahí, aprendes a ser una mejor persona, a ensanchar el alma, a robustecer el corazón.

Hay un límite que lo tiene el hombre pero que no lo conoce la mujer y que es lo que la convierte en fascinante. Es el límite del arte. Me explico; un hombre puede ser un artista pues puede crear arte. Un hombre puede crear literatura, poesía, pintura, escultura, arquitectura, cine, música, tecnología… Un hombre puede crear belleza, puede crear arte, puede por lo tanto llegar a ser un artista. Pero lo que nunca arribará a ser es arte. Un hombre puede ser un artista pero nunca será arte.

Este límite, que es el que condiciona la esencia masculina, no lo conocen las mujeres. Ellas son arte puro, hermosura pura, arte en estado vivo y caminante. Porque una mujer aglutina un montón de valores positivos de la creación. Ella es belleza, es hermosura, es sensualidad, es glamour… La mujer encarna el amor, la mujer encarna la vida. Y eso es lo que sin duda hace que la mujer sea una criatura única, desconcertante y mágica tanto en lo bueno como en lo malo.

La mujer es una fuente de inspiración infinita. La cantidad de arte que el hombre ha plasmado inspirado en ella es enorme. Pensemos en la música; la cantidad de canciones cuyo título tiene nombre de mujer o cuya letra versa sobre mujeres es monumental. ¡La cantidad de pinturas y de esculturas que el hombre ha hecho a lo largo de la historia inspirándose en la belleza infinita de la mujer…! ¡La cantidad de escritores y de poetas que si lo llegaron a ser fue porque una mujer se cruzó en sus vidas! Se enamoraron, se desenamoraron, lo que sea… Pero un buen día una dama se cruzó en sus caminos y de repente descubrieron que tenían un talento para la poesía, adquirieron un don. Una canción, un lienzo, una escultura, un perfume, una flor, un poema… Todo eso y muchísimo más es una dama. Detrás de un gran hombre hay una gran mujer. A un gran creador siempre le inspira una gran musa.

Por cosas así, por observar a las mujeres, por escucharlas, por amarlas, es por lo que he aprendido de ellas que son arte, criaturas fascinantes, seres especiales que deben ser tratados como tales. Los varones deberíamos comportarnos con ellas mejor de lo que lo solemos hacer, pues a menudo las tratamos muy mal y las mujeres no se merecen eso. Y no hablo sólo de cosas extremadamente graves como infidelidades o violencia doméstica. Hablo de actitudes cotidianas que los hombres asumimos como naturales y que ni nos percatamos de que pueden resultar crueles o hirientes. Ira, desaire, menosprecio, indiferencia, desamor, burla… Cosas que se repiten día a día y que hieren de muerte el corazón. Y es que a menudo los hombres -por nuestra forma de ser- no llegamos a comprender cómo de especiales son. Uno de los mayores poderes que puede llegar a alcanzar una persona (por encima de la fama o el dinero) es el de hacer feliz. ¡Cuán maravilloso es tener en tus manos la facultad de hacer feliz a alguien y ejecutar dicho poder! Las mujeres nos dan la vida. Tratémoslas mejor, respetémoslas, hagámoslas felices… Es lo mínimo que podemos hacer a cambio.

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