Bangladesh: el país más machista del mundo.

Bangladesh flag

Decía el político Nelson Mandela que una nación no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada. Desde luego, Bangladesh no sale muy bien parado porque trata a sus ciudadanos más débiles -los pobres, las mujeres y los niños- como a basura humana.

Éste es uno de los estados más poblados del mundo, con 170 millones de almas. La mayoría habla bengalí y practica el islam suní, aunque hay cerca de un 10% de hindúes y el país es un mosaico de etnias y lenguas. Bangladesh se independizó de Pakistán tras la guerra de 1971, porque era discriminado en lo lingüístico y lo político.

Bangladesh es el país de las calamidades. Tras la independencia, el nuevo estado democrático sufrió de hambrunas, desastres naturales, pobreza generalizada, desigualdades, superpoblación, agitación política, golpes militares y dictaduras. Con el retorno de la democracia en 1991 llegó un cierto progreso y paz.

Bangladesh es, posiblemente, el país más machista del mundo. Las niñas son obligadas a casarse en matrimonios concertados por sus padres. Las violaciones son comunes, así como arrojar ácido sulfúrico en la cara a las mujeres, por ejemplo por rechazar una propuesta de matrimonio o incluso un requerimiento sexual.

Por supuesto, crímenes como violaciones o desfiguraciones están castigados severamente por la ley (desde varios años de cárcel a la pena de muerte), pero en la práctica existe una cierta impunidad, a causa de la corrupción generalizada de la administración, el gobierno y la policía, que demasiado a menudo hacen la vista gorda.

Peor suerte que las mujeres tienen los niños, semiesclavos en las fábricas de textil. Todos los ríos de Bangladesh llegan contaminados desde India; y encima sufre inundaciones por los monzones y ciclones… Todo el mundo se quiere marchar de este país maldito… Para impedirlo, India ha construido una gigantesca valla en la frontera.

La cosificación de la mujer como objeto sexual.

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Voy a una popular página de internet para descargarme una serie de televisión y me salta un anuncio de unas chicas con unas tetas muy grandes. Entro a ver mi correo-e y me sale otro anuncio que me invita a cometer adulterio. Me paso un momento por las redes sociales y me encuentro más de lo mismo.  Conduzco por la noche junto con mi esposa y mi hija y me encuentro prostitutas en las rotondas. Conduzco por el día y me encuentro un enorme cartel publicitario de un burdel que me molesta y me distrae. Voy a ver la prensa deportiva, quiero enterarme de las últimas noticias de la NBA, y me encuentro con fotos de tías en pelotas. En la prensa seria te informan de que no sé qué actriz sale sin ropa en no sé donde. En el videoclip musical del momento la cantante hace más exhibición de piel que de voz. Voy a la gasolinera, entro a pagar y me encuentro con revistas en que las mujeres están desnudas o semidesnudas. Lo mismo cada vez que camino por la calle y paso por delante de un quiosco. La televisión directamente prefiero no verla.

Yo no estoy criticando hoy que haya un lugar concreto (un burdel, una web pornográfica…) que ofrezca determinados contenidos sexuales explícitos y que el que va allí ya sabe a lo que va con todas las consecuencias (esto sería motivo de análisis otro día en otro artículo distinto), sino que aunque tú no busques esos contenidos, ellos vengan a buscarte a ti ya que son omnipresentes en esta pornocracia. Es tal el aluvión de tetas y culos que yo, que no soy mujer, me siento ofendido en la forma en que la sociedad trata a las féminas. Como a pedazos de carne. Como a agujeros sin cerebro ni corazón. En la televisión siempre entrevistan a presentadoras, actrices o modelos pero nunca a biólogas, escritoras o violinistas. Siempre se destaca que una muchacha es «sexy» pero nunca que es «inteligente». No hay anuncio de coche sin señorita florero ni pasarela sin modelo demidesnuda. Los medios de comunicación transmiten este mensaje: «Chica, eres un cuerpo» y «Mujer, manténte joven y esbelta o tu marido te abandonará por otra».

Esta imagen lamentable del sexo femenino, presentado como un bien de usar y tirar, es desde luego fruto de una mentalidad machista que considera a la joven un objeto ornamental y a la vieja un producto caducado. Sin embargo, no puedo dejar de contemplar con tristeza cómo esta idea cuenta con la complicidad de no pocas féminas. Empezando por todas las concejalas, alcaldesas, gobernadoras, diputadas, senadoras, ministras y hasta presidentas del gobierno que, teniendo poder para cambiar las cosas, no hacen absolutamente nada al respecto. Y siguiendo por la chica que está en la playa en tetas, por la adolescente que en una gélida noche de invierno viste una falda tan corta que escandalizaría a la puta de la rotonda, por los calendarios solidarios en que sale la gente en pelotas supuestamente en pro de una causa noble o por esas feminazis tipo Femen que son incapaces de luchar por sus derechos sin enseñar las domingas a todo el mundo. Mujer, si quieres que los demás te respeten, comienza por respetarte a ti misma.

Cosas que aprendí de las mujeres.

Yo crecí rodeado de mujeres. Durante mi infancia sólo había mujeres en casa. El único varón de la familia -mi padre- siempre estaba trabajando el pobre hombre para mantenernos a todos, así es que no lo veía (casi) nunca. Cuando creces rodeado de mujeres aprendes una serie de valores positivos; aprendes a ser generoso, a compartir, a escuchar, a ayudarse, a estar unidos, hoy por ti mañana por mí, aprendes que las féminas son seres especiales y que deben ser tratados como tales, aprendes que hay veces en que una mirada o un gesto dicen más que mil palabras, que una persona sin decirte nada puede estar diciéndote mucho, aprendes que es bueno abrazar a alguien cuando se encuentra triste, obtienes una sensibilidad especial para ver lo invisible; es decir, todas esas cosas que no se pueden medir ni pesar ni palpar como el amor o la tristeza, pero que están ahí, aprendes a ser una mejor persona, a ensanchar el alma, a robustecer el corazón.

Hay un límite que lo tiene el hombre pero que no lo conoce la mujer y que es lo que la convierte en fascinante. Es el límite del arte. Me explico; un hombre puede ser un artista pues puede crear arte. Un hombre puede crear literatura, poesía, pintura, escultura, arquitectura, cine, música, tecnología… Un hombre puede crear belleza, puede crear arte, puede por lo tanto llegar a ser un artista. Pero lo que nunca arribará a ser es arte. Un hombre puede ser un artista pero nunca será arte.

Este límite, que es el que condiciona la esencia masculina, no lo conocen las mujeres. Ellas son arte puro, hermosura pura, arte en estado vivo y caminante. Porque una mujer aglutina un montón de valores positivos de la creación. Ella es belleza, es hermosura, es sensualidad, es glamour… La mujer encarna el amor, la mujer encarna la vida. Y eso es lo que sin duda hace que la mujer sea una criatura única, desconcertante y mágica tanto en lo bueno como en lo malo.

La mujer es una fuente de inspiración infinita. La cantidad de arte que el hombre ha plasmado inspirado en ella es enorme. Pensemos en la música; la cantidad de canciones cuyo título tiene nombre de mujer o cuya letra versa sobre mujeres es monumental. ¡La cantidad de pinturas y de esculturas que el hombre ha hecho a lo largo de la historia inspirándose en la belleza infinita de la mujer…! ¡La cantidad de escritores y de poetas que si lo llegaron a ser fue porque una mujer se cruzó en sus vidas! Se enamoraron, se desenamoraron, lo que sea… Pero un buen día una dama se cruzó en sus caminos y de repente descubrieron que tenían un talento para la poesía, adquirieron un don. Una canción, un lienzo, una escultura, un perfume, una flor, un poema… Todo eso y muchísimo más es una dama. Detrás de un gran hombre hay una gran mujer. A un gran creador siempre le inspira una gran musa.

Por cosas así, por observar a las mujeres, por escucharlas, por amarlas, es por lo que he aprendido de ellas que son arte, criaturas fascinantes, seres especiales que deben ser tratados como tales. Los varones deberíamos comportarnos con ellas mejor de lo que lo solemos hacer, pues a menudo las tratamos muy mal y las mujeres no se merecen eso. Y no hablo sólo de cosas extremadamente graves como infidelidades o violencia doméstica. Hablo de actitudes cotidianas que los hombres asumimos como naturales y que ni nos percatamos de que pueden resultar crueles o hirientes. Ira, desaire, menosprecio, indiferencia, desamor, burla… Cosas que se repiten día a día y que hieren de muerte el corazón. Y es que a menudo los hombres -por nuestra forma de ser- no llegamos a comprender cómo de especiales son. Uno de los mayores poderes que puede llegar a alcanzar una persona (por encima de la fama o el dinero) es el de hacer feliz. ¡Cuán maravilloso es tener en tus manos la facultad de hacer feliz a alguien y ejecutar dicho poder! Las mujeres nos dan la vida. Tratémoslas mejor, respetémoslas, hagámoslas felices… Es lo mínimo que podemos hacer a cambio.

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