Falacia atea: Los creyentes se apoyan en la fe y los ateos en hechos probados.

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Agradecimientos a Adrián Varela (Buenos Aires).

Supongamos que Dios no existe. Al principio de todo no había nada y de la nada surgió todo. Parece de risa ¿verdad? Pues esto es lo que sostiene el físico ateo Stephen Hawking, quien considera perfectamente posible que el Universo surgiera de la nada. No importa que la generación espontánea no esté probada. O que nunca hayamos visto un árbol, un mosquito o incluso un diminuto microbio formarse a partir de la nada porque el Universo es la excepción que confirma la regla.

Según el físico P.C. Davies la probabilidad de que las condiciones iniciales del Cosmos fueran favorables para la formación de estrellas (sin las cuales los planetas no podrían existir) es 1 seguido por mil billón de billones de ceros. Los profesores Frank Tipler y John Barrow estiman que un cambio en la fuerza de gravedad o en la fuerza débil del orden de 1 en 10 a la potencia de 100 no hubiera permitido la vida en nuestro Universo. Así que si vivimos es por casualidad pura y dura.

¿Cómo se pasa de un mundo no orgánico a uno orgánico? El océano era un revoltijo de oxígeno, nitrógeno, minerales y otros elementos varios. A esto lo llaman sopa primordial. Con las condiciones de temperatura adecuadas, cae un rayo del cielo y ¡tachán! ¡ya se ha formado el primer ser unicelular de la historia! ¡Dotado de vida además! No importa que los científicos lleven décadas intentando reproducir esto pero todos los experimentos hayan sido un fracaso absoluto hasta hoy.

Fíjate que curioso; si lees una novela como Frankenstein, en la que un científico loco quiere que un cadáver -es decir, un ser orgánico- cobre vida mediante descargas eléctricas, a eso lo llaman ciencia ficción. Pero si en un planeta no hay nada orgánico y cae un rayo del cielo y se forma una célula dotada de vida a eso lo llaman ciencia. Otros científicos ateos afirman que el primer ser unicelular terrícola surgió a partir de los dorsos de los cristales o que fue diseñado por los aliens.

Una vez tenemos nuestro ser unicelular vivo, pasan muchos millones de años y sus descendientes se convierten en pececitos, a los que luego les salen patitas y en un afán aventurero quieren salir a la playa y conocer mundo. Pero yo me pregunto ¿estos seres tenían pulmones o tenían branquias? Si tenían branquias ¿cómo es que no les faltaba la respiración al salir a la playa y no regresaban de inmediato al agua? Y si tenían pulmones ¿cómo demonios respiraban bajo el agua? ¿Eran anfibios?

Miss Universo y la mona Chita tienen antepasados comunes. Los evolucionistas antes decían que de una especie A a una C se pasaba a través de una serie de pequeñas mutaciones espaciadas en el tiempo. Ahora que con una mutación, pero muy gorda. Para ello necesitan una especie intermedia, el eslabón perdido, así llamado porque nunca aparece. Nadie nos da un ejemplo de mutación genética o proceso evolutivo en que se pueda ver un incremento de información en el genoma.

Para presumir de creer sólo en aquello que está científicamente demostrado, algunos ateos hacen gala de un candor digno de parvulitos. Porque no negarás que todo esto es un cuento de hadas para adultos. El escritor André Frossard dijo: «La doctrina de la Creación no pedía más que un solo milagro de Dios. La de la autocreación del mundo exige un milagro cada décima de segundo». Definitivamente, hace falta mucha fe para ser ateo. Mucha más que para creer en Dios.

Quiero dejar muy clara una cosa: yo no estoy en contra de la ciencia. De hecho, estoy tan a favor que pienso que todo dólar que se invierta en investigación me parece poco. Yo tampoco estoy diciendo que una determinada teoría científica X sea verdadera o sea falsa; lo único que digo es que no está probada. Y que me parece contradictorio cuanto menos que los ateos descalifiquen a los cristianos por creer en hechos no probados cuando ellos mismos son los primeros que lo hacen.

 

FUENTE: Por qué dejé de ser ateo de Josué Ferrer.

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Falacia atea: Si el Universo tuvo un creador, también Dios debe tenerlo.

Cuando uno le expone a los ateos que el Universo no pudo haberse originado a sí mismo, y que necesariamente ha de ser la obra de un Ser Superior a menudo replican que si el Cosmos tuvo un creador, entonces, por la misma regla de tres, también debe tenerlo Dios. ¿Quién creó al Señor? ¿Una especie de Súperdios quizás?

Pensemos por un momento en un autor y su obra: Leonardo da Vinci y la Mona Lisa. Cuando Leonardo pintó este cuadro decidió dotarlo de unas características concretas: supongamos por un momento que empleó nueve colores y un tamaño de medio metro de alto. Los datos son inventados, es tan sólo un ejemplo.

Quizás nos preguntemos ¿por qué nueve colores? ¿Por qué no empleó siete o catorce? ¿Y por qué medio metro de alto? ¿Por qué no un metro? Pues porque a Leonardo le dio la gana. Así de simple. Él, como artista, decidió dotar a su cuadro de unas características muy concretas que le dan un formato y que a su vez lo limitan.

Ahora bien ¿qué le parecería que alguien dijera «como el cuadro mide medio metro de alto Leonardo también debe medir como máximo medio metro, porque de lo contrario no cabría en el cuadro». O «si el cuadro tiene un máximo de nueve colores, entonces es imposible que Leonardo pueda vestir con ropas de diez colores».

Sería absurdo. Es Leonardo el que determina los límites de la Mona Lisa. No a la inversa. Es el artista el que limita al cuadro. Es el autor el que limita la obra. Es el creador el que limita la creación. Nunca al revés. De igual modo es Dios el que establece los límites del Universo, no el Universo el que establece los límites de Dios.

Creer que el espacio y el tiempo pueden limitar al inventor del espacio y del tiempo es tan absurdo como pensar que Da Vinci forzosamente debe caber dentro del marco de su cuadro. Que el Universo tenga unos límites determinados no significa en absoluto que deban afectar al Dios que ha creado el Universo y sus límites.

 

FUENTE: Por qué dejé de ser ateo de Josué Ferrer.

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La adorable coquetería de las mujeres.

Una de las cosas más divertidas y fascinantes de las mujeres es su coquetería. «Para presumir hay que sufrir» -dicen-. Las féminas son capaces de lo que sea por tal de estar guapas. Son capaces de someterse voluntariamente a todo tipo de tormentos que la mayoría de los varones no aceptaríamos ni aunque nos apuntasen con una pistola. Porque vete tú a decirle a un hombre que se depile las ingles, a ver qué te contesta. Es la tiranía de la estética. Como en el cuento de Blancanieves (espejito espejito, dime quién es la más guapa), también en la vida real las féminas compiten ferozmente entre ellas por ver quién de todas está más buena.

Siempre me ha sorprendido lo diferentes que somos. Un chico se viste con lo primero que pilla en el armario mientras que ellas pueden tener un ropero repleto de conjuntos y no saben qué ponerse. Las damas buscan que sus zapatos y bolsos combinen los colores cuando los hombres somos capaces de presentarnos en una fiesta con un chándal y unas zapatillas llenas de mugre. Ellas acostumbran a estar horas frente al espejo poniéndose divinas y sufren caminando con tacones de vértigo; nosotros buscamos la comodidad. Si una mujer sube un par de kilos es el fin del mundo mientras que un varón come paella y pollo frito sin remordimiento alguno.

Están arreglándose durante horas pero vale la pena esperarlas porque nos dejan con la boca abierta. Son increíbles: sólo ellas son capaces de ponerse un escote o una minifalda en el más crudo invierno  porque no les importa pasar frío con tal de atraer las miradas masculinas. Es ley de vida. La hembra quiere gustar al macho. Pasa con los animales y pasa con las personas. A una mujer de verdad le gusta gustar, le gusta sentirse atractiva, saber que puede volver loco de pasión a su macho. Es su naturaleza. En el fondo, ellas siempre se han sentido como pez en el agua con ese papel de «objeto de deseo» que la sociedad les concede cada día.

Muchos infelices dicen que todas estas cosas se deben a la influencia de los medios de comunicación. No es cierto; en la Edad Media, cuando no existía la televisión ni las pasarelas de moda, en Europa el cánon de belleza pasaba por la blancura de piel. Todas querían ser cuanto más pálidas, mejor. Tanto era así que muchas chicas voluntariamente aceptaban criar tenias intestinales en sus entrañas para que les hicieran enfermar  y así tuvieran ese aspecto macilento que por entonces se consideraba sexy. Actualmente han llegado a otros extremos: la cirujía estética, la silicona, los rayos uva e incluso hasta auténticos peligros como la anorexia o la bulimia.

Desde niño me ha fascinado la coquetería femenil. Entonces me llamaba mucho la atención ver cómo mis hermanas mayores se maquillaban. Y hoy me fascina ver cómo mi novia se pasa horas (literalmente) frente al espejo poniéndose sexy para mí. Me enamora y me divierte. Seducción y sensualidad son atributos femeninos. Ellas son así y ojalá que nunca cambien. Es de agradecer todo cuanto hacen por embellecerse. Cuando Dios las diseñó sabía bien lo que hacía. Si el mundo fuera un jardín, ellas serían las flores. Si las féminas no existieran, desaparecería lo más bello de la creación. Son maravillosas. Que vivan las mujeres y la madre que las parió.

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