
Primero empezaron diciendo que como en España nacían muy pocos niños hacía falta inmigrantes para fomentar la natalidad y así asegurar el futuro de las pensiones. Con dos millones de parados, vinieron a España más de cinco millones de trabajadores extranjeros en diez años. Nos dijeron que sin ellos el desarrollo económico era completamente imposible y que venían a desempeñar los trabajos que los nacionales se negaban a hacer (al parecer las naranjas se recogían solas antes de que llegaran los marroquíes). Los trabajadores autóctonos vieron cómo se hundían los sueldos y cómo dejaban de percibir las ayudas sociales en beneficio de unos recién llegados que, en muchos casos, ni tan siquiera tenían los papeles en regla.
«Todo sea por asegurar el futuro de las pensiones» -pensó más de uno-. No obstante, una vez instalados aquí los extranjeros, los mercados nos dijeron que aquello no era suficiente, que había que alargar la edad de jubilación hasta los 67 años (de momento: algún día serán 70), de lo contrario las pensiones peligraban. Tampoco esto fue suficiente; tocaba alargar el cómputo de años de la cotización (es decir, cobrar unas pensiones más bajas). También esto es insuficiente; ya hablan de hacer planes de pensiones privados como complemento a la jubilación. Cuando esto sea una realidad, tampoco resultará suficiente porque el siguiente paso lógico consiste en privatizar totalmente el sistema público de pensiones del Estado.
El dios mercado nos explicó que la receta mágica para aplacar al monstruo del paro pasaba por promover la flexiblidad laboral; esto es, los contratos temporales en los que el empleado ya nunca más sería fijo y además percibiría sueldos de miseria. Nos dijeron que más vale tener un trabajo basura que no tener ninguno (con esta premisa se puede llegar a defender que más vale trabajar por un plato de lentejas que no trabajar). Se aceptó, pero como no era suficiente para los mercados, luego nos reclamaron que había que abaratar el despido para generar puestos de trabajo (que es como decir que si facilitas el aborto libre nacerán más niños o que el divorcio expréss provoca más matrimonios). También esto se aceptó.
Los gurús del liberalismo nos dicen ahora que nada de lo anterior es suficiente, que el estado del bienestar es insostenible y que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. El dios mercado quiere introducir el copago en la sanidad pública. Cuando se transija, tampoco esto será suficiente. Habrá que privatizar la sanidad para que sea sostenible, así como la educación. Pero ni siquiera esto será suficiente. Después, el dios mercado reclamará que el jefe tenga derecho a acostarse con la esposa de su trabajador. Una vez se acepte, tampoco será suficiente, tendrá que acostarse con la hija del empleado. Si el obrero también traga con esto, el siguiente paso del patrón será bajarle los calzoncillos y darle por culo.
Nunca es suficiente para el dios mercado, porque su codicia es insaciable y no se va a detener hasta regresar a la esclavitud y al derecho de pernada. Quieren refundar el feudalismo. El gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, atendiendo a las presiones del dios mercado, ha reformado las pensiones para que los jóvenes nos jubilemos a los 67 años cobrando un 11% menos. Son las recetas del neoliberalismo, de esa extrema derecha económica que se ha adueñado del planeta, partido socialista y sindicatos incluídos. Somos herederos de un capitalismo salvaje que establecieron cuatro viejos que no creían en la igualdad ni en la justicia; cuatro buitres satánicos que están rapiñando el mundo.
Ni hace falta una inmigración salvaje para prosperar un país (véase si no Japón o Islandia) ni jubilarse más tarde para asegurar las pensiones (lo que hace falta es que ese 40% de la juventud española que está en el paro tenga trabajo y cotice a la Seguridad Social) ni los bajos salarios garantizan productividad (es la alta tecnología lo que te hace ser competitivo) ni lo privado necesariamente funciona mejor que lo público. Son las mentiras del neoliberalismo. Porque la única verdad en esta ceremonia de la confusión es que los ricos roban a los pobres y los bolcheviques del mercado, los talibanes del capitalismo, no piensan detenerse hasta arrebatar a los mendigos el triste mendrugo de pan que hoy se llevan a la boca.
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