Primero fue el velo, luego la cruz, después la dictadura.

Mucho se está hablando en estos días de la conveniencia o no de que las alumnas musulmanas acudan a clase con el velo islámico. Incluso hay voces que piden regular (entiéndase prohibir) la presencia del famoso hiyab o pañuelo de la mujer árabe en las escuelas de Europa. Ante lo cual yo me pregunto ¿tan terrible es llevar un pañuelo en la cabeza por voluntad propia y de forma libre?

Recuerdo que en la Facultad una compañera de carrera llevaba siempre un pañuelo en la cabeza. Nunca nadie se quejó ni se formó polémica alguna. Hay que aclarar, eso sí, que la chica era alicantina, blanca y atea. Si, en lugar de eso, hubiese sido marroquí, árabe y musulmana, un alud de feminazis hubiese clamado que aquello era un símbolo de sumisión de la mujer y no sé cuantas tonterías más. Pero como era atea, ni una protesta, oigan.

Yo defiendo el hiyab porque defiendo la libertad religiosa. Y aquí lo que hay de trasfondo es la actitud fascista de un puñado de ateos resentidos e intolerantes que pretende borrar del espacio público cualquier distintivo religioso. Porque los que quieren prohibir el velo, quieren prohibir también que los alumnos católicos puedan llevar una cruz colgando del cuello o que los estudiantes evangélicos puedan llevar en el dedo un anillo de pureza.

Actualmente, los adolescentes pueden acudir a clase exhibiendo los calzoncillos y las bragas; pueden acudir con un logo del conejo del Playboy (que es un símbolo pornográfico) o con una camiseta de la marihuana (droga hoy por hoy ilegal) o con la hoz y el martillo (ideología que esconde más de 100 millones de muertos en el siglo XX). Y nadie se queja. Nadie dice nada. Pero si alguien lleva un pañuelo o un crucifijo, entonces los hipócritas montan en cólera.

Mientras no haya uniforme en las aulas, y conste que yo soy defensor del uniforme, cada uno es libre de vestir como prefiera. Pero ¡oh, casualidad! los únicos atuendos que parecen molestar son los que tienen connotaciones religiosas. Y yo siempre defenderé la libertad religiosa… Porque si es suprimida, todas las demás van a ir detrás. Primero prohíben el velo, luego prohíben la cruz y después te prohíben votar. Esta historia ya la he visto antes.

Cómo acabar con la indisciplina en las aulas en 24 horas.

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Soy profesor de secundaria y no voy a descubrirles nada nuevo acerca del comportamiento insufrible de los alumnos y de la falta de respeto que padecemos los docentes.

Lo peor de todo es aguantar a padres que te amenazan porque has suspendido a su niño. O a aquellos que pasan olímpicamente de sus hijos. Yo mismo he comprobado con mis propios ojos cómo se le telefonea a padres para hablarles de por ejemplo que su hijo le ha puesto un ojo a la funerala a un compañero y éstos ni siquiera se molestan en acudir. En el último centro en que trabajé sólo teníamos un método fiable para que los progenitores viniesen a hablar con nosotros: quitarle el móvil al alumno y decirle que sólo lo recuperaría cuando viniese su madre a recogerlo. Solía venir en la misma mañana. Ya se sabe: el móvil es muy importante.

Ahora bien, acabar con la indisciplina en las aulas es fácil. Muy fácil. Verán, si cada vez que un muchacho se portara mal en clase un número determinado de veces (por ejemplo cinco) se pusiera una multa a sus padres (de por ejemplo cien euros) la indisciplina en las aulas se acababa en 24 horas.

Porque los docentes estamos para impartir lengua o matemáticas. No estamos, o al menos no deberíamos estar, para enseñarle a los estudiantes que no deben insultar al profesor, pegar al compañero, dormir en clase o saltar encima del pupitre como si fueran la mona Chita. Se supone que ese tipo de cosas debería venir enseñado de casa. Por lo tanto, si no es así… ¿por qué no sancionar a las familias? ¡Seguro que de este modo sí que les importaría y mucho lo que hicieran sus chavales en clase! ¡Toquemos el bolsillo a los padres y verá que cambio de conducta tienen los hijos!