Falacia atea: Dios es malvado porque creó el mal.

 

Circula en internet un espectacular vídeo publicitario del Congreso Razón y fe que la Universidad de Lima organizó en 2009. En él se ven imágenes en blanco y negro de un maestro de escuela que está hablando en alemán a sus alumnos y les dice que va a probar que si Dios existe es malo. El maestro les explica que si Dios lo ha creado todo, en ese caso también ha creado el mal, lo cual le convierte en un ser perverso. Entonces uno de los niños se pone en pie y le pregunta al maestro si existe el frío. El mentor, sorprendido, le responde que sí, que naturalmente que existe.

El niño le replica que según las leyes de la física el frío no existe, que lo que nosotros entendemos como frío es en realidad ausencia de calor. Acto seguido le pregunta a su profesor si existe la oscuridad, a lo cual responde afirmativamente. Nuevamente el niño le aclara que la oscuridad como tal no existe, que realmente es ausencia de luz y que así como no existe la oscuridad tampoco existe el mal, que Dios no ha creado el mal y éste es el resultado de que el hombre no tenga el amor de Dios en su corazón. El niño se sienta en el pupitre. Su nombre es Albert Einstein.

No sé si la anécdota es real o ficticia. Lo que sí sé es que muchos acusan Dios de malvado porque entre otras cosas creó al demonio. Pero el Señor jamás creó ningún demonio. Creó ángeles y un tercio de los cuales decidió rebelarse contra el orden del Señor. Fueron creados como ángeles pero se convirtieron en diablos por voluntad propia. De igual modo tampoco creó la maldad, que es ausencia de bien. ¿Qué sentido tiene que los humanos nos apartemos voluntariamente de Dios (como hicieron los demonios) y luego le culpemos del mal que se extiende por el orbe?

 

FUENTE: Por qué dejé de ser ateo de Josué Ferrer.

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La ESO: para mear y no echar gota.

Tengo un alumno que es una pesadilla. Incordia a diario todo lo que puede. A pesar de contar con más de 80 amonestaciones no ha sido expulsado del instituto ni una sola vez en lo que va de curso. Parece que, salvo que me pegue, no puede ser expulsado. Como el alumno ve que no hay castigo alguno a sus fechorías, cada vez las hace más gordas. El chico ha desarrollado una curiosa habilidad: puede abrir  la puerta de clase propinando un certero golpe de tacón a la manivela. Al principio le llamaba la atención pero, visto que la ley le ampara y puede actuar con impunidad, ya no le digo nada. Es más, me he dado cuenta de que  se trata de un alma sensible y de que si le regaño puede quedar traumatizado para toda la vida, así que ya no me importa si pega puntapiés en la puerta. El día que la rompa, el contribuyente que pague una nueva.

Un alumno quiere orinar y el conserje le dice que ahora no puede, que se espere cinco minutos. Ni corto ni perezoso se saca el pene y se pone a mear en la puerta de entrada al instituto. Su padre, en vez de soltarle dos hostias, amenaza con denunciar al centro por no dejar mear a su hijo cuando a él le salga de los huevos. Podría ser peor: el año pasado otro estudiante pensó que era  divertido hacer de vientre en una papelera. Su mamaíta, lejos de castigarle, aún disculpó y defendió la acción de su niño. En otro centro, un profesor de Física y Química es interrumpido por un alumno al que le apetece tocar la flauta. El docente le ordena guardar el instrumento pero al alumno no le da la gana. Le ordena salir de clase, pero no obedece. Como el profesor no puede tocarle ni hacerle nada opta por seguir dando la clase con la melodía de fondo.

En otro lugar, un chico empieza a darle martillazos a la puerta de un aula, hasta hacerle más de 30 agujeros. Cuando descubren quién ha sido, el chaval se disculpa alegando que fue sin querer. Su padre se presta a pagar la reparación pero cuando llega la factura del carpintero, la considera cara y decide no pagarla. Al final, ni el tipo paga ni su hijo es castigado…  A veces, la gente se sorprende cuando un menor de edad viola y asesina a otra menor. «¡¿Un asesino de 13 años?! ¡¿Cómo es posible?!» -se preguntan-.  Es posible porque los adolescentes crecen actuando con total impunidad, sus tutores no les corrigen ni les enseñan a diferenciar el bien del mal y los docentes están atados de pies y manos. La educación que le estamos dando a nuestros hijos es una escalofriante bomba de relojería que nos va a estallar en la cara.

Cómo acabar con la indisciplina en las aulas en 24 horas.

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Soy profesor de secundaria y no voy a descubrirles nada nuevo acerca del comportamiento insufrible de los alumnos y de la falta de respeto que padecemos los docentes.

Lo peor de todo es aguantar a padres que te amenazan porque has suspendido a su niño. O a aquellos que pasan olímpicamente de sus hijos. Yo mismo he comprobado con mis propios ojos cómo se le telefonea a padres para hablarles de por ejemplo que su hijo le ha puesto un ojo a la funerala a un compañero y éstos ni siquiera se molestan en acudir. En el último centro en que trabajé sólo teníamos un método fiable para que los progenitores viniesen a hablar con nosotros: quitarle el móvil al alumno y decirle que sólo lo recuperaría cuando viniese su madre a recogerlo. Solía venir en la misma mañana. Ya se sabe: el móvil es muy importante.

Ahora bien, acabar con la indisciplina en las aulas es fácil. Muy fácil. Verán, si cada vez que un muchacho se portara mal en clase un número determinado de veces (por ejemplo cinco) se pusiera una multa a sus padres (de por ejemplo cien euros) la indisciplina en las aulas se acababa en 24 horas.

Porque los docentes estamos para impartir lengua o matemáticas. No estamos, o al menos no deberíamos estar, para enseñarle a los estudiantes que no deben insultar al profesor, pegar al compañero, dormir en clase o saltar encima del pupitre como si fueran la mona Chita. Se supone que ese tipo de cosas debería venir enseñado de casa. Por lo tanto, si no es así… ¿por qué no sancionar a las familias? ¡Seguro que de este modo sí que les importaría y mucho lo que hicieran sus chavales en clase! ¡Toquemos el bolsillo a los padres y verá que cambio de conducta tienen los hijos!