Quebec: el destino en sus manos.

flag_quebec

El Quebec es la provincia más grande de Canadá (tres veces mayor que Francia) y representa el 25% del total de la población del país. El Quebec es rico e industrial y cuenta con numerosos recursos naturales. Pero muchos sienten que la lengua francesa y la cultura quebequesa están en peligro y defienden la secesión de Canadá.

Los franceses llegaron a Quebec en 1534. En 1608 nació la colonia de Nueva Francia. Tras la Guerra de los Siete Años (1756-1763), Gran Bretaña se la arrebató a París. En 1774 Londres reconoció al Quebec tres derechos clave: idioma francés, religión católica y derecho romano. Canadá se independizó de Reino Unido en 1931.

Ottawa ha cedido para contentar a Quebec. Desde 1968 el francés es oficial en todo Canadá, desde 2006 la Constitución reconoce a Quebec como «una nación dentro de Canadá» y además Quebec percibe fondos federales. Para Quebec el bilingüismo canadiense no es real y se siente marginada económicamente frente a Ontario.

Los quebequeses se sienten más quebequeses que canadienses pero son muy conservadores. Votaron que no a convertir Quebec en un estado libre asociado en el referéndum de 1980 (40,5% de los sufragios para el sí) y en el de 1995 (rozaron la victoria con un 49,4%). Muchos piden un tercer referéndum que dilucide el tema.

Desde 1976 la única lengua oficial en Quebec es el francés. No obstante, el inglés también lo es de facto al ser Quebec parte de Canadá. Un 80% de quebequeses habla el francés, el 8% el inglés y un 10% otras lenguas. Los anglófonos tienen el derecho a recibir la educación en inglés. Más del 80% de la población es de fe católica.

La gente juega a hockey sobre hielo bajo el cielo gris de Quebec. Su arquitectura colonial y sus paisajes nevados hacen de ella una de las naciones más bellas del mundo. Es éste un pueblo francocatólico dentro de un país angloprotestante. Nadie sabe qué le pueda deparar el futuro. Sea como sea, su destino está en sus manos.

Yibuti: un país de comerciantes.

yibuti-bandera-wallpapers_32944_1920x1200

Yibuti es una pequeña república enclavada en el inestable Cuerno de África, limítrofe con Etiopía, Eritrea y Somalilandia. Fue un protectorado francés en el siglo XIX (bajo el nombre de Somalia Francesa primero y luego Territorio Francés de los Afar y los Issa) y obtuvo su independencia en 1977 bajo la denominación de Yibuti.

Yibuti es un crisol de culturas. Se compone básicamente de dos pueblos que conviven conflictivamente; los afar, que ocupan los dos tercios septentrionales y los issa, en el tercio meridional. Esta nación está muy influida por las culturas francesa, etíope y árabe. Fue uno de los primeros países africanos en abrazar el islam.

Es un país de comerciantes. Los habitantes de estas tierras viven a orillas del Mar Rojo y el Golfo de Adén y tienen estrechos vínculos comerciales con Egipto, India, China y Arabia desde hace milenios. Es una zona de libre comercio y el puerto de facto de Etiopía a causa de las tensas relaciones que esta patria tiene con la vecina Eritrea.

Es también tierra de poetas que cantan a los pastores nómadas de la región. Allí han nacido literatos como Mouna-Hodan Ahmed y Abdourahman Waberi. El árabe y el francés son los idiomas oficiales aunque están muy extendidos el somalí y el afar. Sin embargo, apenas hay escuelas y el analfabetismo campa a sus anchas.

La ausencia de precipitaciones dificulta la agricultura. La industria prácticamente no existe. Yibuti es un país muy pobre que depende de la ayuda exterior. El 40% del presupuesto nacional es una subvención de Francia, que a cambio obtiene petróleo y tiene instalada su mayor base militar fuera del país, con más de 4000 efectivos.

Yibuti es una dictadura. Su primer presidente, Hassan Gouled Aptidon, proclamó un régimen unipartidista. De 1991 a 2001 el gobierno estuvo en guerra civil contra rebeldes afar que exigían democracia. Ismaïl Omar Guelleh -sobrino de Aptidon- es el segundo presidente tras vencer los comicios mediante fraude.

Valonia: el gallo herido.

Valonia es, junto con Bruselas y Flandes, una de las tres regiones que componen el artificial Estado Belga. Flamencos y valones se llevan a matar y  solamente la disputada región de Bruselas (un enclave dentro de Flandes pero de habla francófona) actúa como freno a una secesión flamenca que sólo es cuestión de tiempo.

Los valones son latinos y socialistas, los flamencos germánicos y conservadores. Durante decenios los valones fueron ricos y acusaron a sus vecinos de hablar un “dialecto de campesinos”. Desde los años 60 los flamencos son los nuevos ricos y no quieren mantener a una Valonia decadente que les despreció durante muchos años.

La antaño pujante industria minera valona está totalmente desfasada, la lengua francesa tiene cada vez menor peso en el mundo, los valones ya no mandan sobre los flamencos sino al revés y encima Bélgica está próxima a desaparecer. Valonia es un gallo herido en su orgullo y eso le hace más peligroso e impredecible que nunca.

A flamencos y valones ya no les une nada salvo la corona belga. Sólo hay un 1% de matrimonios mixtos. Los valones no obstante están por la unidad belga porque no se ven dirigiendo su propio destino y necesitan que alguien lo haga por ellos, aunque también existe un nacionalismo valón minoritario que reclama un estado propio.

La mayor parte de su sociedad habla el francés. Sin embargo, el país cuenta con una lengua propia no oficial hablada por un tercio de la población: el valón. Al ser una región fronteriza hay pueblos que hablan idiomas de naciones vecinas como el picardo, el lorrain, el champañés, el luxemburgués, el flamenco o el alemán.

Valonia no tiene ese ansia independentista de Flandes. De hecho, su consciencia nacional es débil. Aún así, podría llegar a crear de rebote un estado independiente si Flandes se separa. O seguir dentro de una Bélgica menor donde sólo estarían ella y Bruselas. O incluso pedir la anexión a Francia. Todos los escenarios están abiertos.

Suiza: la única verdadera democracia en todo el mundo.

La Confederación Helvética es una patria singular. Con cuatro lenguas oficiales (romanche, italiano, francés y suizo-alemán) y pocas cosas en común, los suizos apelan a la «nación-voluntad» como razón de existir; un país formado por la propia voluntad de sus habitantes, o sea, desde abajo, y no un estado impuesto desde arriba.

Los suizos son muy cerrados. El aislamiento geográfico les hace desconfiar de un mundo exterior en permanente conflicto. Su política de neutralidad les ha permitido ser un oasis de paz incluso en medio de Guerras Mundiales y preservar su libertad y soberanía sin necesidad de tener un ejército profesional o de pegar un solo tiro.

Los helvéticos son una nación feliz que disfruta una vida apacible en medio de sus nevados valles. Como paraíso fiscal que es, Suiza presume de una economía extraordinariamente próspera. Cuenta con la banca y las compañías de seguros más poderosas del mundo, un excelente sistema educativo y un altísimo nivel de vida.

Pese a limitarse a un tamaño reducido como el de Extremadura, Suiza es una potencia cultural. Puede presumir de tener más de 20 Nobel y personajes ilustres como Jean-Jacques Rousseau, Leonhard Euler, Louis Aggasiz, Auguste Piccard, Jacques Piccard, Hermann Hesse o Roger Federer, entre muchos otros.

Suiza es una democracia directa. Allí, el pueblo tiene la última palabra y acepta o tumba leyes vía referéndum. Y el gobierno es un consejo de siete representantes de distintos partidos con una presidencia que rota anualmente, lo que impide a un político aferrarse al poder y explica el ínfimo nivel de corrupción en el país.

Para muchos, Suiza sólo responde a esa visión folclórica de quesos de gruyere, chocolate y relojes de cuco. Lo cierto es que es la única democracia auténtica en el globo. Allí es el gobierno el que obedece al pueblo soberano y no al revés como ocurre en el resto de Occidente. Suiza es, posiblemente, el mejor país del mundo.

A %d blogueros les gusta esto: