Ecuador: entre el caos y la dignidad.

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España colonizó estas tierras en el siglo XVI y las integró en el Virreinato de Nueva Granada en el XVIII. La Junta de Quito y la República de Guayaquil se independizaron en 1822. Dos años después ambos estados los anexionó la Gran Colombia, de la que se separaron en 1830, fusionados en una sola nación: Ecuador.

La historia de Ecuador ha sido calamitosa desde sus inicios. El libertador Antonio José de Sucre iba a ser el primer presidente de la historia de esa república, pero fue asesinado por Juan José Flores, quien a la postre tomó la primera presidencia de Ecuador, y comenzó a endeudarla con el exterior desde el principio.

Desde entonces todo siguió igual: los presidentes se sucedían uno tras otro y gobernaban el país como un cortijo privado. La corrupción, la pobreza, las dictaduras, los golpes de estado, y un endeudamiento frenético sumieron al país en el caos. Tuvo varias guerras con el Perú por delimitar el control de las fronteras.

Entre 1997 y 2007 el país tocó fondo: ocho presidentes en diez años, a cada cual más corrupto. Los postulados neoliberales se impusieron, la pobreza se multiplicó y un éxodo de ecuatorianos emigró a Estados Unidos y España. Desde 2007 gobierna Rafael Correa, quien le ha devuelto la estabilidad y la dignidad a su país.

Ecuador se llama así porque lo atraviesa la linea ecuatorial, por lo que se encuentra en ambos hemisferios. Esta república suramericana tiene una sociedad multirracial y multiétnica, donde además del español son oficiales las lenguas indígenas. Es una población de fe católica, aunque hay una minoría evangélica al alza.

Es uno de los países más ricos a nivel medioambiental y de biodiversidad de todo el planeta.  En cuanto a la economía, vive de exportar petróleo y bananas, así como de las remesas que envían los emigrantes.  Sus gentes son diversas, y existen diferencias culturales notables entre quienes viven en la costa, en la sierra y en la selva.

La ESO: para mear y no echar gota.

Tengo un alumno que es una pesadilla. Incordia a diario todo lo que puede. A pesar de contar con más de 80 amonestaciones no ha sido expulsado del instituto ni una sola vez en lo que va de curso. Parece que, salvo que me pegue, no puede ser expulsado. Como el alumno ve que no hay castigo alguno a sus fechorías, cada vez las hace más gordas. El chico ha desarrollado una curiosa habilidad: puede abrir  la puerta de clase propinando un certero golpe de tacón a la manivela. Al principio le llamaba la atención pero, visto que la ley le ampara y puede actuar con impunidad, ya no le digo nada. Es más, me he dado cuenta de que  se trata de un alma sensible y de que si le regaño puede quedar traumatizado para toda la vida, así que ya no me importa si pega puntapiés en la puerta. El día que la rompa, el contribuyente que pague una nueva.

Un alumno quiere orinar y el conserje le dice que ahora no puede, que se espere cinco minutos. Ni corto ni perezoso se saca el pene y se pone a mear en la puerta de entrada al instituto. Su padre, en vez de soltarle dos hostias, amenaza con denunciar al centro por no dejar mear a su hijo cuando a él le salga de los huevos. Podría ser peor: el año pasado otro estudiante pensó que era  divertido hacer de vientre en una papelera. Su mamaíta, lejos de castigarle, aún disculpó y defendió la acción de su niño. En otro centro, un profesor de Física y Química es interrumpido por un alumno al que le apetece tocar la flauta. El docente le ordena guardar el instrumento pero al alumno no le da la gana. Le ordena salir de clase, pero no obedece. Como el profesor no puede tocarle ni hacerle nada opta por seguir dando la clase con la melodía de fondo.

En otro lugar, un chico empieza a darle martillazos a la puerta de un aula, hasta hacerle más de 30 agujeros. Cuando descubren quién ha sido, el chaval se disculpa alegando que fue sin querer. Su padre se presta a pagar la reparación pero cuando llega la factura del carpintero, la considera cara y decide no pagarla. Al final, ni el tipo paga ni su hijo es castigado…  A veces, la gente se sorprende cuando un menor de edad viola y asesina a otra menor. «¡¿Un asesino de 13 años?! ¡¿Cómo es posible?!» -se preguntan-.  Es posible porque los adolescentes crecen actuando con total impunidad, sus tutores no les corrigen ni les enseñan a diferenciar el bien del mal y los docentes están atados de pies y manos. La educación que le estamos dando a nuestros hijos es una escalofriante bomba de relojería que nos va a estallar en la cara.

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