La ESO: para mear y no echar gota.

Tengo un alumno que es una pesadilla. Incordia a diario todo lo que puede. A pesar de contar con más de 80 amonestaciones no ha sido expulsado del instituto ni una sola vez en lo que va de curso. Parece que, salvo que me pegue, no puede ser expulsado. Como el alumno ve que no hay castigo alguno a sus fechorías, cada vez las hace más gordas. El chico ha desarrollado una curiosa habilidad: puede abrir  la puerta de clase propinando un certero golpe de tacón a la manivela. Al principio le llamaba la atención pero, visto que la ley le ampara y puede actuar con impunidad, ya no le digo nada. Es más, me he dado cuenta de que  se trata de un alma sensible y de que si le regaño puede quedar traumatizado para toda la vida, así que ya no me importa si pega puntapiés en la puerta. El día que la rompa, el contribuyente que pague una nueva.

Un alumno quiere orinar y el conserje le dice que ahora no puede, que se espere cinco minutos. Ni corto ni perezoso se saca el pene y se pone a mear en la puerta de entrada al instituto. Su padre, en vez de soltarle dos hostias, amenaza con denunciar al centro por no dejar mear a su hijo cuando a él le salga de los huevos. Podría ser peor: el año pasado otro estudiante pensó que era  divertido hacer de vientre en una papelera. Su mamaíta, lejos de castigarle, aún disculpó y defendió la acción de su niño. En otro centro, un profesor de Física y Química es interrumpido por un alumno al que le apetece tocar la flauta. El docente le ordena guardar el instrumento pero al alumno no le da la gana. Le ordena salir de clase, pero no obedece. Como el profesor no puede tocarle ni hacerle nada opta por seguir dando la clase con la melodía de fondo.

En otro lugar, un chico empieza a darle martillazos a la puerta de un aula, hasta hacerle más de 30 agujeros. Cuando descubren quién ha sido, el chaval se disculpa alegando que fue sin querer. Su padre se presta a pagar la reparación pero cuando llega la factura del carpintero, la considera cara y decide no pagarla. Al final, ni el tipo paga ni su hijo es castigado…  A veces, la gente se sorprende cuando un menor de edad viola y asesina a otra menor. «¡¿Un asesino de 13 años?! ¡¿Cómo es posible?!» -se preguntan-.  Es posible porque los adolescentes crecen actuando con total impunidad, sus tutores no les corrigen ni les enseñan a diferenciar el bien del mal y los docentes están atados de pies y manos. La educación que le estamos dando a nuestros hijos es una escalofriante bomba de relojería que nos va a estallar en la cara.

Cristianos y vida pública.

El pasado 17 de octubre de 2009 más de un millón y medio de personas se manifestó en Madrid contra el aborto. A pesar de ello, el gobierno socialista del presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, ha logrado aprobar en el Congreso una nueva ley que legalizará el aborto libre, que permitirá a las chicas de 16 años interrumpir su embarazo sin ni siquiera informar a sus padres y que hace que el aborto pase de ser un delito despenalizado en tres supuestos (peligro físico o psicológico para la madre, malformación del feto y violación) a ser considerado un derecho civil. 

¿Cómo puede ocurrir esto? Sencillo. Porque los cristianos no estamos comprometidos. ¿De qué sirve que salga a las calles 1.500.000 manifestantes si cuando lleguen las elecciones va a votar por un partido abortista como el PSOE o por otro partido igualmente abortista como el PP?  Más valdría tener en el Congreso a un partido antiabortista con 1.500.000 votos que hacer una manifa que no deja de ser un disparo de escopeta con pólvora mojada. Sin embargo, la Iglesia Católica le hace la pelota al PP. Y en las iglesias evangélicas ni se habla de la ley genocida y asesina aprobada en España.

En el fondo hemos caído en la trampa que nos han tendido los socialistas y los ateos. Nos dicen que nosotros, los cristianos, podemos tener nuestras ideas, por supuesto, pero que nuestras creencias deben quedar en el ámbito de lo privado, en nuestras casas, en nuestras iglesias, de puertas para adentro. Dicho de otro modo; que no tenemos derecho a influir en la vida pública. Y lo curioso es que somos tan estúpidos que les seguimos el juego. Nos hemos atrincherado en nuestros templos y apenas hacemos caso de lo que sucede fuera de ellos. Como si no nos afectase lo que pasa en este mundo.

Empresarios, sindicatos, cineastas, culturetas, ecologistas, feministas, homosexuales, islámicos, inmigrantes, ateos… Parece que absolutamente todo el mundo tiene derecho a exponer públicamente sus ideas y a tratar de influir en la sociedad y en los partidos políticos. Solamente a los cristianos se nos insiste por activa y por pasiva en que nos callemos, en que no tenemos derecho “a imponer nuestras creencias a los demás”. ¿Pero los ateos y los homosexuales sí pueden imponer las suyas? Aquí todo el mundo trata de arrimar el ascua a su sardina. Tan sólo los cristianos renunciamos a ello.

 Matrimonio homosexual, poligamia, aborto, eutanasia, destrucción de embriones, ateísmo militante… No me extraña que se haya desatado en Europa un sunami de inmoralidad, un oleada de inmundicie que lo impregna todo. Pues resulta que los cristianos somos el freno a la maldad y hemos abdicado de nuestro papel. Así pues, que a nadie extrañe que Europa naufrague en un lodazal de pecado. Solamente si los cristianos nos comprometemos de verdad a defender nuestros valores y a participar de la vida pública y política con todas las consecuencias podremos hacer frente a Satanás.

A %d blogueros les gusta esto: