El aborto es la más sanguinolenta masacre de nuestro tiempo. Desde que se despenalizó el crimen del aborto en el Estado Español en 1985 más de un millón de niños ha sido exterminado, unas cifras que se acercan a las del genocidio armenio. Cada año a 100.000 criaturas se les niega del derecho a nacer. Una cifra similar a la del número de muertos que causó la bomba atómica en Hiroshima en 1945.
A la hora de buscar responsabilidades, lo más fácil sería criticar a los políticos, que son los que hacen las leyes. O a la sociedad, que suele ser como un ente abstracto al que acudimos cada vez que queremos eludir nuestra responsabilidad individual. O a los cristianos, que con nuestro voto somos cómplices de este crimen nauseabundo. O a las mujeres, que son las que legalmente tienen la última palabra.
Pero ¿dónde queda la responsabilidad del hombre? De ésa nadie habla nunca. Yo creo que los varones tenemos tanta responsabilidad, si no más incluso, que las mujeres a la hora de decidir tener un hijo. Porque no nos engañemos, en un número brutal de ocasiones cuando una chica aborta lo que hay detrás es un novio que se desentiende de su paternidad, o que la presiona para deshacerse del bebé.
Por muy inesperado que sea un embarazo, por muy adversas que sean las circunstancias económicas o familiares, es muy difícil que una mujer aborte si el padre de su hijo le apoya para seguir adelante. Porque cuando una fémina sabe que va a tener un hombro al que arrimarse, la carga es más llevadera. Pero si ella sola tiene que hacer frente a todo sin ayuda de nadie, es fácil que se derrumbe y aborte.
¿Qué clase de individuo es aquel que es suficientemente hombre para embarazar a una mujer pero no es hombre para hacer frente a las consecuencias de sus actos? ¿O que presiona para que su novia aborte en lugar de presionar para que tenga el niño? Es muy cobarde lavarse las manos y desentenderse de todo, o culpar a la mujer. Los varones tenemos una responsabilidad titánica cada vez que un niño muere.
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