
La cultura de la muerte siempre emplea la misma estrategia. Se dibuja el escenario más trágico posible para dar lástima y luego legalizar la muerte. Ya lo hicieron con el aborto hace años. ¿Te imaginas una niña de doce años que ha sido violada? Y la niña va en silla de ruedas. Y encima el violador es su propio padre. Y además, el bebé que va a traer al mundo nacerá discapacitado. Y por si fuera poco la niña en silla de ruedas, como sólo tiene doce años, va a morir en el parto. Pobrecita. ¿No te da lástima? ¿Cómo puedes ser tan insensible como para obligarla a ser madre? ¿Es que no ves que el aborto debe ser legal? Con este tipo de ejemplos, que no llegan ni al 0,1% del total de casos, se ha acabado legalizando la barra libre de abortos. Porque el 99% de abortos corresponde a una chica que va a una discoteca, se emborracha, se acuesta con uno que no sabe ni cómo se llama y unas semanas después: «Oh, oh, no me baja la regla. Pues abortamos y problema resuelto».
Ahora le ha llegado el turno a la eutanasia, recientemente legalizada en España. Una ley garantista, nos dicen, por la cual la persona que desee la muerte digna debe ser mayor de edad, un paciente terminal, incurable o sufrir dolor intolerable y solicitar el suicidio asistido de forma libre y voluntaria. Suena como el caso de la niña en silla de ruedas… ¿Quién se podría oponer, verdad? Así empezaron en Holanda y Bélgica y ahora ya están discutiendo la eutanasia para niños, bebés incluidos. También para ancianos sanos que no tienen mayor problema que los achaques normales de la vejez. Ampliación de derechos, lo llaman. ¿Y qué pasará cuando el paciente que debe decidir no pueda decidir? ¿Qué pasará con ese anciano con Alzhéimer o demencia senil? ¿Decidirá él? ¿O decidirán otros por él? ¿Unos hijos que desean cobrar la herencia? ¿Un médico bondadoso que quiere aliviar el sufrimiento de sus pacientes? ¿Un Estado al que le vendría bien ahorrarse pensiones?
Si ustedes quieren conocer el futuro, miren lo que pasó con el aborto y sabrán lo que pasará con la eutanasia. Lo más curioso de todo es que la gente que está dispuesta a matar a sus propios hijos o a sus propios padres suele ser la misma gente que pone el grito en el cielo porque se matan toros en las corridas, porque las gallinas sufren en las granjas o porque los chimpancés carecen de derechos humanos. Y no me extraña, porque Hitler también quería mucho a los perros. Una sociedad en donde el huevo de una cigüeña o la cría de un lince merecen más protección legal que el hijo que está en el vientre de su madre o el anciano que ha hecho mil sacrificios para criarte es una sociedad profundamente enferma con unos valores profundamente equivocados. Toca elegir entre la cultura de la vida y la de la muerte, si estamos con la luz o con las tinieblas, con Dios o con el diablo. Porque nadie puede servir a dos señores. Que cada uno escoja libremente el suyo.
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