Eslovaquia: mil años de espera.

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Antaño perteneciente a la Gran Moravia, Eslovaquia fue parte de Hungría durante mil años. Los eslovacos fueron entonces confinados a territorios montañosos y poco fértiles y sufrieron un etnocidio. Aún hoy, Hungría utiliza como quinta columna desestabilizadora a la minoría magiar que vive en el sur del país.

Eslovaquia es una pequeña república nacida de su divorcio amistoso de Chequia en 1993. Pese a ser la región más pobre de la enterrada Checoslovaquia, solicitó la federación primero y la secesión después porque no aguantaba más el centralismo de Praga. Antes ya se separaron una vez, entre 1939 y 1945, en tiempos de los nazis.

Tras su independencia la economía fue mal al principio, con la quiebra de la industria y de la minería y gran contaminación. Pero su ingreso en la Unión Europea (UE) en 2004, y los sueldos bajos de sus trabajadores han atraído numerosas inversiones extranjeras y logrado una economía emergente que crece rápido.

En comparación con Chequia, Eslovaquia tiene montañas más altas, bosques más frondosos, ciudades menos refinadas, gente más alegre. Es mucho más eslava, pobre, virgen y rural. Los eslovacos son un pueblo de campesinos vinculado a un catolicismo nacionalista y agrario. Tienen un rico folclore y se enorgullecen de su cultura.

El idioma oficial es el eslovaco, muy similar al checo, y ambos considerados en su día dialectos del extinto checoslovaco. Además en la zona de Rutenia se habla el rusino, que está vinculado al checo, que en su momento fue absorbido por este idioma, luego por el artificial checoslovaco y hoy es considerado otra vez una lengua.

Han tenido que pasar más de mil años de dolor, sufrimiento y opresión pero el sueño de prohombres como Anton Bernolák o Ľudovít Štúr se ha hecho realidad: un pueblo libre, una cultura preservada, un estado propio. Ya no es una nación extranjera la que escribe su historia, ahora los eslovacos son dueños de su destino.

Hungría: de La Meca del porno a la revolución conservadora.

«Que Dios bendiga a los húngaros». Con este simbólico saludo comienza la Constitución Húngara, que fue reformada en 2011. Es el fruto de la revolución conservadora liderada por el primer ministro Viktor Orban, cuyo partido, el Fidesz, gobierna con una mayoría  de casi tres cuartas partes del Parlamento magiar.

El nuevo texto reconoce la importancia histórica y cultural del cristianismo en Hungría, dice que el matrimonio es “la unión de un hombre con una mujer”, no penaliza expresamente la discriminación por orientación sexual y protege al ser humano desde el momento de la fecundación, lo que impide la eutanasia y el aborto.

Hungría ha pasado en poco tiempo de ser conocida en el planeta entero por ser La Meca del cine porno a reivindicar los valores morales cristianos. A la Unión Europea (UE) le encoleriza que en el corazón mismo del continente haya un país que invoque a Dios en su constitución y que defienda su soberanía por encima de todo.

Este pueblo remonta su origen, posiblemente mítico, a Atila, rey de los hunos. El primer rey húngaro, István I, impulsó el cristianismo. El país formó parte del Imperio Austro-Húngaro que controló Europa central, hasta que en 1918 obtuvo su independencia nacional. Su extraña lengua está emparentada con estonio y finés.

Hungría es un país de tradición cultural y musical muy arraigadas. Algunos húngaros ilustres son Franz Liszt, Farenc Puskas, Imre Kertész, Albert Szent-GyörgyiErno Rubik, Denés Gabor Oscar István Szabó. Su capital, Budapest, bañada por el Danubio, es la unión de las ciudades Buda y Pest.

El nacionalismo húngaro reivindica una Europa de los pueblos frente a una mundialización que quiere arrasar las identidades patrias, y la vuelta a la moral frente a la masonería de Bruselas.  Es la revolución conservadora. ¡Quién iba a decir que en el siglo XXI una Carta Magna invocaría Dios en una Europa tan atea!

¡Dios salve a Hungría!

¿Qué pasa cuando los cristianos votan por un partido genuinamente cristiano? Pues que se promulgan leyes cristianas. Llegan de Hungría noticias alentadoras de cómo una nación puede rebelarse en medio de una Europa atea, inmoral y relativista. Recientemente se ha modificado la Constitución Húngara gracias a los votos del partido conservador Fidesz del primer ministro Viktor Orban, que gobierna el país con una mayoría de casi tres cuartas partes del Parlamento nacional.

El nuevo texto reconoce la importancia histórica y cultural del cristianismo en Hungría, dice que el matrimonio es «la unión de un hombre con una mujer», no penaliza expresamente la discriminación por motivos de orientación o sexual y llama a proteger al ser humano desde el momento de la fecundación. O sea, que el aborto, la investigación con células madre embrionarias, el gaymonio y el lesbimonio se van al carajo. El país pasará de llamarse «República Húngara» a «Hungría».

«Que Dios bendiga a los húngaros». Con este simbólico saludo comienza la Constitución magiar, que entrará en vigor en 2012. Por supuesto, esto no ha sentado nada bien en esa camarilla de masones y anticristianos que es la Unión Europea (UE), que se rasga las vestiduras por la nueva Carta Magna aunque por otro lado, jamás llamó la atención a Hungría por ser la Meca del cine porno. Confío en que el pueblo húngaro no se arrodille ante las presiones fascistas de la UE.

El primer ministro Orban es un gran hombre, muy valiente (pues se enfrenta nada menos que a Alemania) y estará en mis oraciones por lo que ha hecho en su país. Ojalá tuviésemos en toda Europa más políticos íntegros como él. Por desgracia, aquí los cristianos votan por partidos políticos que fomentan el aborto, la telebasura y el homosexualismo. Es por ello que un gigantesco maremoto de inmundicie se abre paso a través de nuestras ciudades y barrios para inundarlo todo.

Católicos  y evangélicos deben unirse en defensa de los valores cristianos que  le son comunes (obviamente, en el resto de cosas no) porque existe, de hecho, una alianza (antinatura, pero alianza) de ateos y musulmanes para descristianizar Europa. Es muy triste que el voto católico o el evangélico no se diferencie en nada del voto ateo, homosexual o islamista. Si no empezamos a votar en conciencia, muy pronto los cristianos seremos perseguidos y hasta encarcelados por nuestra fe.

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