Andorra: el país de los Pirineos.

Enclavado en el corazón mismo de los Pirineos se encuentra un diminuto país: Andorra. Este principado tiene como jefes de estado al obispo de Urgell y al presidente de la República Francesa. Carece de fuerzas armadas propias y su defensa es responsabilidad directa de España y Francia. El catalán es la lengua oficial.

La historia de Andorra es un juego de supervivencia y malabarismos para mantener unos privilegios. Ha sabido jugar sus cartas para no ser anexionado por París ni por Madrid y  mantener su independencia desde 1278. Por siglos ha disfrutado de una vida tranquila, ajena a las sempiternas guerras y crisis de Europa.

30.000 andorranos y 50.000 extranjeros sin derecho de voto viven cómodamente de la banca privada, pistas de esquí, bazares de electrónica y perfumerías. Es un paraíso fiscal de fuerte secreto bancario y nula fiscalidad directa que le permite atraer grandes fortunas pero también fuertes presiones de la Unión Europea (UE).

Andorra está en la encrucijada: seguir siendo un paraíso blindado a la competencia internacional o abrir sus fronteras a inversores extranjeros para que los empresarios andorranos, en reciprocidad, puedan hacer negocios más allá de sus fronteras sin pagar unos fuertes aranceles. Espléndido aislamiento o economía global.

Andorra estudia cómo abrirse al mundo pero le da mucho miedo. El país es muy pequeño y no puede aceptar la libre circulación de personas, porque llegaría una avalancha de foráneos ni tampoco la de capitales, ya que una multinacional gala podría comprar el país entero. Y si entrara en la UE al ser rico sería contribuidor neto.

Cómo no quedarse aislado y al mismo tiempo mantener los actuales privilegios. He ahí el dilema. Sin duda una difícil partida de poker la que tienen que jugar sus políticos. Pero Andorra es un país de estrategas acostumbrados a negociar. Llevan siglos haciendo malabarismos diplomáticos y hasta la fecha, siempre les ha salido bien.

Suiza: la única verdadera democracia en todo el mundo.

La Confederación Helvética es una patria singular. Con cuatro lenguas oficiales (romanche, italiano, francés y suizo-alemán) y pocas cosas en común, los suizos apelan a la «nación-voluntad» como razón de existir; un país formado por la propia voluntad de sus habitantes, o sea, desde abajo, y no un estado impuesto desde arriba.

Los suizos son muy cerrados. El aislamiento geográfico les hace desconfiar de un mundo exterior en permanente conflicto. Su política de neutralidad les ha permitido ser un oasis de paz incluso en medio de Guerras Mundiales y preservar su libertad y soberanía sin necesidad de tener un ejército profesional o de pegar un solo tiro.

Los helvéticos son una nación feliz que disfruta una vida apacible en medio de sus nevados valles. Como paraíso fiscal que es, Suiza presume de una economía extraordinariamente próspera. Cuenta con la banca y las compañías de seguros más poderosas del mundo, un excelente sistema educativo y un altísimo nivel de vida.

Pese a limitarse a un tamaño reducido como el de Extremadura, Suiza es una potencia cultural. Puede presumir de tener más de 20 Nobel y personajes ilustres como Jean-Jacques Rousseau, Leonhard Euler, Louis Aggasiz, Auguste Piccard, Jacques Piccard, Hermann Hesse o Roger Federer, entre muchos otros.

Suiza es una democracia directa. Allí, el pueblo tiene la última palabra y acepta o tumba leyes vía referéndum. Y el gobierno es un consejo de siete representantes de distintos partidos con una presidencia que rota anualmente, lo que impide a un político aferrarse al poder y explica el ínfimo nivel de corrupción en el país.

Para muchos, Suiza sólo responde a esa visión folclórica de quesos de gruyere, chocolate y relojes de cuco. Lo cierto es que es la única democracia auténtica en el globo. Allí es el gobierno el que obedece al pueblo soberano y no al revés como ocurre en el resto de Occidente. Suiza es, posiblemente, el mejor país del mundo.

Liechtenstein: de nación y linaje real.

De entre todas las naciones europeas, el Principado de Liechtenstein es quizás una de las más singulares. Su nacimiento viene vinculado directísimamente al linaje de una familia real, hasta el punto que es uno de los dos únicos países del mundo que llevan por nombre el apellido de su monarca. El otro es Arabia Saudí.

El país nació el 23 de enero de 1719, cuando el emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico convirtió los señoríos de Vaduz y Schellenberg en «Principado del Imperio» para su servidor Anton Florian de Liechtenstein. Irónicamente, la mayor parte de esta dinastía de príncipes vivió fuera del diminuto estado.

En 1938, ascendió al trono Francisco José II, que se convirtió en el primer monarca en vivir permanentemente en el país. La soberanía nacional está compartida por el pueblo y el príncipe, que puede vetar leyes o destituir gobernantes. En 2003 un referéndum otorgó más poder político al príncipe Hans-Adam II.

Es un pueblo de mentalidad muy conservadora y tradicionalista. Las mujeres no adquirieron el derecho al voto hasta 1984. En 2005 se realizó un referéndum sobre la legalización del aborto y la eutanasia… y el no a la legalización ganó con el 81,3% de los votos. Además, la ciudadanía desea amplios poderes para la Casa Real.

El principado es un paraíso fiscal que atrae grandes fortunas que lo convierten en un país riquísimo. Desde Berlín lo acusan de ser el mayor centro de lavado de dinero negro de Europa y Vaduz argumenta que la propia supervivencia económica de la patria depende de una fuerte política de secreto bancario e impuestos bajos.

Muchos emperadores, como Napoleón Bonaparte o Adolf Hitler, ambicionaron anexionarse la nación pero la astucia de la familia real le ha permitido reírse de todos ellos. Allí la gente es millonaria y feliz. No por casualidad apoya tanto la Corona… el destino del país depende de la monarquía y en Liechtenstein lo saben.

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