Occidente está en decadencia. Cada día que pasa civilizaciones antioccidentales -como China o el islam- tienen un peso mayor en el escenario global. Para evitar la derrota del mundo libre, la Organización del Tratado del Atántico Norte (OTAN) debe plantearse extender su alianza a regiones a las que nunca antes llegó.
En Latinoamérica, Chile podría ser un aliado estupendo. Es el país más serio de la región, un estado fiable que cumple con sus compromisos y que podría ayudar a vigilar mucho más de cerca el auge de gobiernos antioccidentales como los de Venezuela, Ecuador o Bolivia. Chile podría ser el primero de varios socios en la zona.
En Europa la frontera de la OTAN debe ir desplazándose poco a poco hacia su parte oriental. Austria, Suecia o los Balcanes entran dentro del área de influencia de Occidente y podrían ser el paso previo a incorporar a Finlandia, Ucrania y Georgia, aunque desde luego esto tensaría mucho la cuerda con la Federación Rusa.
En el Oriente Próximo, Israel sería la primera muralla de defensa de la OTAN frente al islamismo. No obstante, no sé si esto pueda entrar en los planes de Dios. Israel está acostumbrado a depender de Yahvé para ganar todas sus guerras y entrar en la alianza podría llevarle a creer (erróneamente) que gana por mano del hombre.
En el Pacífico es necesaria una política de contención hacia amenazas como Indonesia o China. Australia, Nueva Zelanda y Japón podrían ser tres excelentes socios. También Taiwan -aunque eso supondría cruzar la línea roja con China- y Corea del Sur -aunque quizás esto incrementase las ansias nucleares de Corea del Norte-.
La OTAN es la única fuerza capaz de vencer a enemigos como el comunismo, el terrorismo o el islamofascismo. Con los tiranos no valen las concesiones -que entienden como un gesto de debilidad-; el único argumento que comprenden es la fuerza. Y con un Occidente que decae la alianza necesita hacerse mucho más grande.
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