«No es quererlo, es peor. Es mucho más fuerte. Si tuvieras hijos no haría falta decírtelo. No es joda cuando uno dice que es capaz de dar la vida por su hijo. Tenés miedo, no se puede controlar, tenés miedo a que le pase algo, querés estar siempre con él para cuidarlo… pero sabés que no puede ser. No es miedo a que se muera, es miedo a que le pase algo, a que sufra. No podés ni pensar en que se puede morir, te duele pensarlo, te da pánico porque sabés que si… eso llega a pasar… no vas a sufrir ni te va a doler… Te va a destruir. Vas a dejar de existir aunque sigas viviendo. Si se muere, te morís con él. Así de sencillo». Federico Luppi (actor), en Martín (hache).
Que un padre entierre a su hijo y no al revés es antinatural; atenta contra el ciclo mismo de la vida. Es lo más terrible que le puede ocurrir a una persona. Un castigo así no lo deseo ni para el peor de los monstruos. Sin embargo, semejante desgracia la padeció en sus carnes el gitano Juan José Cortés, pastor evangélico. En 2008 desapareció su hija, Mari Luz, de tan sólo cinco años. Toda España se lanzó a las calles en su búsqueda. Tras dos largos y angustiosos meses, la niña apareció muerta. Por si fuera poco fue, muy posiblemente, abusada por un pederasta que vivía en el barrio. Lo más fuerte de todo es que se podría haber evitado porque una vergonzosa cadena de negligencias mantuvo en libertad al asesino.
Santiago del Valle García, que así se llama el monstruo -que por cierto es payo-, estaba libre desde el año 2006, aunque tenía dos condenas por abusos a menores y un largo currículum como pedófilo. Si hubiera estado en la cárcel nada habría pasado. Pero la falta de interés de los jueces y policía hizo que estuviese en la calle. Ahora, Cortés recorre España entera en su lucha por legalizar la cadena perpetua para crímenes graves, pero los políticos sólo quieren aprovecharse de su imagen pública ya que no tienen la más mínima intención de reformar estas leyes que siempre protegen al verdugo y no a la víctima. Cortés clama justicia pero nadie le escucha. Todo le sale mal. Es el colmo del infortunio. Es la guinda del pastel.
Juan José está desolado. No hay más que fijarse en su mirada, de una tristeza honda e infinita, para darse cuenta de que está roto. De esto uno no se recupera jamás en la vida. Pero lo realmente extraordinario es la paciencia y resignación con la que ha acusado el golpe. Jamás le hemos visto hablar en público de odio, de venganza. Jamás una mala palabra fuera de tono. Le han arrebatado lo que más quería pero acepta su calamidad con la santidad del mismísmo Job. ¿Por qué Dios nos someterá a veces a pruebas tan duras? Cuando alguien ve cómo ha encajado la brutal desgracia este pastor protestante se da cuenta de que esa naturaleza no es en absoluto humana sino la del Espíritu Santo que habita en él.
Tantas veces nos quejamos los payos ¡yo el primero, ojo! del comportamiento incívico de algunos gitanos, que sería injusto no quitarse el sombrero ante ellos cuando hacen las cosas bien. Cortés es un santo. El nuevo Job. Yo, sinceramente, no sé si podría sobrellevar una carga tan grande. Dios, a través de la Iglesia Evangélica, está haciendo una gran obra entre la población gitana; llevando por el camino recto a muchas personas que, por criarse en determinados barrios marginales, parecían predestinadas a ser carne de cárcel. ¡Gitano tenía que ser! -soltamos cuando uno de ellos roba una cartera-. Pues gitano es este pedazo de ser humano cuyo ejemplo intachable refleja que en su corazón rebosa el amor de Dios.
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