El pasado 17 de octubre de 2009 más de un millón y medio de personas se manifestó en Madrid contra el aborto. A pesar de ello, el gobierno socialista del presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, ha logrado aprobar en el Congreso una nueva ley que legalizará el aborto libre, que permitirá a las chicas de 16 años interrumpir su embarazo sin ni siquiera informar a sus padres y que hace que el aborto pase de ser un delito despenalizado en tres supuestos (peligro físico o psicológico para la madre, malformación del feto y violación) a ser considerado un derecho civil.
¿Cómo puede ocurrir esto? Sencillo. Porque los cristianos no estamos comprometidos. ¿De qué sirve que salga a las calles 1.500.000 manifestantes si cuando lleguen las elecciones va a votar por un partido abortista como el PSOE o por otro partido igualmente abortista como el PP? Más valdría tener en el Congreso a un partido antiabortista con 1.500.000 votos que hacer una manifa que no deja de ser un disparo de escopeta con pólvora mojada. Sin embargo, la Iglesia Católica le hace la pelota al PP. Y en las iglesias evangélicas ni se habla de la ley genocida y asesina aprobada en España.
En el fondo hemos caído en la trampa que nos han tendido los socialistas y los ateos. Nos dicen que nosotros, los cristianos, podemos tener nuestras ideas, por supuesto, pero que nuestras creencias deben quedar en el ámbito de lo privado, en nuestras casas, en nuestras iglesias, de puertas para adentro. Dicho de otro modo; que no tenemos derecho a influir en la vida pública. Y lo curioso es que somos tan estúpidos que les seguimos el juego. Nos hemos atrincherado en nuestros templos y apenas hacemos caso de lo que sucede fuera de ellos. Como si no nos afectase lo que pasa en este mundo.
Empresarios, sindicatos, cineastas, culturetas, ecologistas, feministas, homosexuales, islámicos, inmigrantes, ateos… Parece que absolutamente todo el mundo tiene derecho a exponer públicamente sus ideas y a tratar de influir en la sociedad y en los partidos políticos. Solamente a los cristianos se nos insiste por activa y por pasiva en que nos callemos, en que no tenemos derecho “a imponer nuestras creencias a los demás”. ¿Pero los ateos y los homosexuales sí pueden imponer las suyas? Aquí todo el mundo trata de arrimar el ascua a su sardina. Tan sólo los cristianos renunciamos a ello.
Matrimonio homosexual, poligamia, aborto, eutanasia, destrucción de embriones, ateísmo militante… No me extraña que se haya desatado en Europa un sunami de inmoralidad, un oleada de inmundicie que lo impregna todo. Pues resulta que los cristianos somos el freno a la maldad y hemos abdicado de nuestro papel. Así pues, que a nadie extrañe que Europa naufrague en un lodazal de pecado. Solamente si los cristianos nos comprometemos de verdad a defender nuestros valores y a participar de la vida pública y política con todas las consecuencias podremos hacer frente a Satanás.
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