Escucho a unos niños dando voces en mitad de la calle. Acaban de salir del colegio. Chillan cosas del estilo de: «-¡Gili#º//@s!; -¡Que te den por el ½~#x!; -¡Que le f#x@n a tu madre!; -¡No, a la tuya!». No tendrán más de nueve o diez años. Otro niño, éste de doce, habla con su padre: «Dame, dame, quiero, quiero, cómprame, regálame, quiero, quiero, dame». Es su rutina habitual. Muy triste. Veo a mi pequeña hijita y luego me aterroriza que ella pueda crecer en un entorno así.
Recuerdo a un profesor, compañero de trabajo en un centro docente, que me decía: «Esto no es un instituto sino un aparcamiento de niños. Los padres vienen, dejan aquí a sus hijos y se desentienden de todo. Hoy los padres no quieren a sus hijos porque no se preocupan por ellos». Es una de las verdades más grandes que he escuchado jamás. Tras una ilusión inicial pasajera, los progenitores se acaban cansando de sus vástagos y hacen dejación de funciones. Estamos criando monstruos.
En mis años como docente debo decir que hoy la inmensa mayoría de padres pasa de sus hijos. No se preocupan por corregirlos. Cuando los llamas por teléfono para informarles acerca de la mala actitud de sus retoños, casi siempre toman tres posturas: protección (¿Mi niño? ¡Pero si mi niño es un santo!); indiferencia (¿Y qué quiere que haga yo? ¡Si a mí tampoco me hace caso!) o mentira (Sí, sí, tiene usted toda la razón. No se preocupe. Ya hablaré con él y verá como se soluciona la cosa).
Uno de los casos más lamentables que recuerdo es el de un chaval que de un puñetazo le puso el ojo a la funerala a otro. Llamamos a la madre, le contamos lo que había hecho su hijo y que queríamos hablar con ella en persona. Nunca apareció. Meses más tarde, le quitamos el móvil a este mismo chico porque estaba hablando con él en el patio. El protocolo dice que el móvil será devuelto a los padres del muchacho. Su madre apareció allí para recogerlo en menos de dos horas.
Hay que decirlo alto y claro: hoy los padres no quieren a sus hijos. Porque no los corrigen, no les ponen límites, no les enseñan lo que está bien y lo que está mal, sino que les consienten todos sus caprichos y dejan que se salgan con la suya. No estaría de más recordar la Biblia: «El que no aplica el castigo, aborrece a su hijo; el que lo ama lo corrige a tiempo» (Proverbios 13:24) y «La vara y la corrección dan sabiduría, pero el muchacho consentido avergüenza a su madre» (Proverbios 29:15).
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