¿Por qué los cristianos somos comparados con ovejas que necesitan de un pastor?

¿Puede un ser humano derrotar a un demonio únicamente con sus fuerzas? ¿Podrá una persona mortal ser capaz de engañar a un espíritu maligno que es más viejo que la humanidad misma? Dicho de otro modo… Si juntamos en una misma pradera a una oveja y a un león ¿quién devorará a quién? ¿La oveja al león quizás?

La Santa Biblia compara a Satanás con un león hambriento que nos acecha alrededor y que está dispuesto a comernos. Dice la Palabra de Dios: «Sed sobrios y velad porque vuestro adversario el diablo anda como león rugiente buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). El diablo tiene mucha hambre y viene a por nuestra alma.

En contraste, en la Biblia las personas contínuamente somos comparadas con ovejas. Fíjate que cosa tan curiosa: todos los animales tienen algún mecanismo de defensa. El toro embiste, el gato araña, el perro muerde, el conejo corre, el mono trepa, la tortuga se esconde en su caparazón pero ¿y la oveja qué puede hacer?

Nada. La oveja es débil, es casi ciega (no ve a más de dos o tres metros de distancia) y tan estúpida que cuando se acerca el lobo en lugar de esconderse, lo atrae con sus balidos. Dicho de otro modo: la oveja no puede defenderse a sí misma. Por eso es tan importante que cerca del rebaño haya un pastor que proteja su vida.

Las personas somos iguales que las ovejas: débiles ante el pecado, ciegas ante las trampas del maligno y estúpidas. Por nosotras mismas, no podemos derrotar a un ser mucho más astuto como el diablo. Por eso necesitamos de un pastor en una iglesia que nos guíe, oriente y defienda de la voracidad de un león famélico y fiero.

¿Entrará todo el mundo en el Reino de los Cielos o sólo unos pocos?

¿Entrará todo el mundo en el Reino de los Cielos? ¿O sólo una minoría? Dice el teólogo José de Segovia: «La imaginación po­pular ha creado un Dios de luenga bar­ba blanca y mirada bonachona, que ob­ser­va indulgentemente las travesuras de los hombres. Como un Papá Noel celestial, este Dios amoroso siempre dispuesto a perdonar, nos recibirá a todos al final con los brazos abiertos, aunque hayamos hecho de nuestra vida un desastre… Este concepto vacío de un amor permisivo y gracia barata, que hace el Cielo obligatorio para todos, excepto tal vez Hitler y algún que otro asesino en serie, se ha convertido en el ídolo de nuestro tiempo. Hoy más que nunca tenemos que proclamar al mundo que hay un Dios de amor, pero el amor no es Dios…»

¿Se corresponde esta creencia con la realidad? No, en absoluto. De hecho, esta idea, tan extendida como falsa, se basa en un profundo desconocimiento bíblico. Si quieres saber cómo piensa, siente y actúa Dios debes leer la Biblia. En ella dice claramente: «El Señor es tardo para la ira y abundante en misericordia; el Señor perdona la iniquidad y la rebelión, pero no las deja impunes, sino que castiga la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación» (Números 14:18). Es decir, el Todopoderoso es misericordioso, es compasivo, tiene una gran paciencia y está dispuesto a perdonarnos pero… y aquí está el detalle: también es iracundo y castiga la maldad de las personas. Y cuando Dios se enfada, ponte a temblar porque su furia es colosal.

Nos cuenta la Biblia que el Creador destruyó las ciudades de Sodoma y Gomorra a causa de su homosexualidad (Génesis 19:1-29), que convirtió a la mujer de Lot en estatua de sal en pago por su desobediencia (Génesis 19:26), que mandó diez plagas sobre Egipto (Éxodo 7:8 – 11:10), que destruyó la pecaminosa ciudad de Nínive (libro de Nahúm), que envió al rey babilonio Nabuconodosor a invadir Judá por la desobediencia de los judíos (Daniel 1: 1-2) e incluso que mandó un diluvio universal que destruyó a toda la humanidad, excepto a Noé y su familia. Si Dios fue capaz de hacer todo esto y mucho más como castigo a los pecados ¿crees que le va a temblar el pulso a la hora de enviarte al infierno en pago a tus pecados? ¿Acaso vas a ser la excepción tú?

Muchas personas creen que el día de mañana Dios efectuará una amnistía general, un perdón colectivo para todo el mundo, salvo quizás para unos pocos malos malísimos. Muchas personas piensan que pueden hacer lo que les dé la gana, vivir su vida como a ellos les apetezca y olvidarse de Dios porque luego, al final de la corrida, les va a perdonar por todo lo que hayan hecho. Otros muchos creen que les basta con ser «buenos»: con hacer buenas obras, pagar los impuestos, no desear el mal a nadie y ayudar a la ancianita a cruzar  la calle. Todos éstos cuando mueran descubrirán atónitos y horrorizados que van a ir al infierno porque no hicieron caso de las advertencias que el Señor les hizo. Que nadie se equivoque porque el Cielo está reservado para unos pocos.

Y esto no lo digo yo sino el propio Jesús: «Porque muchos son llamados, pero pocos escogidos» (Mateo 22:14). También dijo: «Entrad por la puerta estrecha. La puerta que conduce a la perdición es ancha, y el camino fácil, y muchos son los que pasan por ellos. En cambio, es estrecha la puerta y angosto el camino que llevan a la vida, y son pocos los que lo encuentran» (Mateo 7.13-14). Cristo mismo insiste sobre  la dificultad de llegar al cielo, y que, por lo tanto, son muy pocos los que entrarán en él. «Procurad estar en paz con todos y llevar una vida de consagrados, sin ello nadie verá al Señor» (Hebreos 12:14). O dicho de otro modo: debemos tener una conducta lo más íntegra y recta que nos sea posible porque sin santidad nadie verá al Señor.

También mucha gente que va a la iglesia los domingos se abrasará en el infierno. Dijo Jesús: «No todos los que dicen: «Señor, Señor» entrarán en el reino de los cielos, sino los que hacen la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en el día del juicio: «Señor, Señor, mira que en tu nombre hemos anunciado el mensaje de Dios, y en tu nombre hemos expulsado demonios, y en tu nombre hemos hechos muchos milagros». Pero yo les contestaré: «Me sois totalmente desconocidos. ¡Apartáos de mí pues os habéis pasado la vida haciendo el mal!». (Mateo 7:21-23). Solamente los verdaderos creyentes, los que de verdad se arrepientan de sus pecados, confíen ciegamente en Cristo como su salvador y vivan en santidad, serán salvos. Es decir, muy poca gente.

¿Nos salva una religión, una iglesia, nuestras obras o el Salvador?

«Ningún otro puede salvarnos pues en la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido autor de nuestra salvación» (Hechos 4:12).

Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida y nadie va al Padre sino por mí»  (Juan 14:6). Fíjate bien lo que dice… No dice nadie va al Padre (es decir, al cielo)  a través de una religión. No dice a través de una iglesia o por sus buenas obras. No. Dice: «Nadie va al Padre sino por mí». Jesucristo afirmó ser el camino. No un camino. Sino el camino. Solamente hay un camino para salvarnos: y es que sea Jesús quien nos salve. Si algún cristiano piensa que es una religión la que le va a salvar, tengo malas noticias para él: Jesús no era católico ni evangélico ni ortodoxo. Él era judío. Si alguien piensa que por ser judío se va a salvar, se equivoca: si lees el Nuevo Testamento verás que Jesús centraba la mayoría de sus ataques no en borrachos o prostitutas sino en los religiosos de la época. En gente que era religiosa o que decía serlo.

Si no es una religión entonces ¿es quizás una iglesia concreta la que nos salvará? La Biblia nos dice que eso no es posible porque las iglesias están compuestas por personas pecadoras. «Por cuanto todos pecaron, todos quedan destituídos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). Dicho de forma sencilla: nadie puede entrar en el cielo si tiene pecado (y ahí radica el problema: en que todos somos pecadores). ¿Puede una iglesia compuesta por pecadores salvarme a mí de mis propios pecados? Eso es como si una persona que no sabe nadar quiere salvar a otra que se está ahogando. ¿Me va a salvar a mí la Iglesia Católica, que ha tenido Papas fornicarios y asesinos; la Iglesia Evangélica, que ha contado con falsos profetas y estafadores, o cualquier otra iglesia? No, de ningún modo. Definitivamente ningún pecador puede salvar a otro.

Mucha gente opina que son sus acciones las que les van a salvar porque son ciudadanos honestos, que hacen buenas obras o que no le desean el mal a nadie. Sin embargo, todo esto no es suficiente ya que incluso aunque seamos muy bondadosos aún así seguiremos teniendo pecado y eso nos cierra las puertas del cielo. Además, veamos de qué manera concreta somos salvos: «Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8-9). La Biblia indica que la salvación la obtenemos por fe, que es un regalo del Señor y que no es por obras ya que si de nuestros propios méritos dependiera, entonces nuestro corazón se podría llenar de orgullo y eso es algo que Dios aborrece. Por eso, nuestras obras nunca pueden ser la llave del cielo.

Entonces si no es una religión ni es una iglesia ni son nuestras obras… ¿Qué o quién nos salva? Pues el Salvador. Es decir, Jesucristo. Piensa una cosa… Cuando Dios envía a un salvador a la Tierra con la misión de limpiar a la humanidad de sus pecados y  de impedir que acabe abrasada en el infierno es por la sencilla razón de que nosotros, los humanos, no podemos salvarnos a nosotros mismos. Si así fuera, si yo pudiera entrar en el cielo por mí mismo, sería absurdamente innecesario que Dios hubiese enviado a un salvador a la Tierra. No somos nosotros, sino Dios, quien nos salva. ¿Entonces qué debemos hacer? Arrepentirnos de nuestros pecados y aceptar a Jesús como nuestro Señor y Salvador personal. Acepta a Cristo en tu corazón hoy mismo. Antes de que sea demasiado tarde. Quien sabe si mañana estarás vivo.

¿Qué quiere decir que Jesús murió en la cruz para salvarnos?

Pregunta de Michelle León.

Pamplona, Navarra. España.

¿Por qué murió Cristo en la cruz? ¿Qué significa su crucifixión? Hoy en día se ha perdido el significado que conlleva dicho gesto de entrega. Y es normal, pues tiene que ver con una cultura (la judía), un país (Israel)  y una época (la de hace 2.000 años) que no son los nuestros, con los que no estamos muy familiarizados y que, por lo tanto, es normal que nos suenen extraños. Voy a intentar explicar con palabras sencillas lo que significaba en la sociedad judía el sacrificio del cordero y su relación con la crucifixión de Cristo. Pero como no es asunto sencillo, pondré primero un ejemplo actual para que el lector pueda entenderlo mejor.

Piense por un instante en cuál es, de entre todas sus pertenencias, su objeto preferido… Quizás se trate de su ordenador, de su teléfono móvil, de su ropa, de su colección de sellos, su coche, quizás sea un peluche de la infancia, la televisión, el dinero… Piénselo. En mi caso, que soy un lector empedernido y un bibliófilo declarado, se trata de mi abultada colección de tebeos y libros.

En la antigüedad la posesión más preciada era el ganado, y muy especialmente el cordero. En aquella época tener ganado era símbolo de riqueza. Los animales tenían un valor doble: como dinero (al venderlos) y como alimento (al matarlos). De hecho, en la Biblia siempre que se habla de alguien rico, inmediatamente se menciona el número de cabezas de ganado que tenía. Es como si hoy dijéramos: «Fulanito es muy rico; tiene quince pisos y once coches».

Pues bien, cuando los judíos cometían un pecado, para pedir perdón a Dios sacrificaban un cordero (algo altamente valioso en aquella época). Es como si en la actualidad, cada vez que yo peco contra Dios quemara una colección de tebeos o un libro antiguo… Para mí, que me encanta leer, supondría un sacrificio muy grande. O es como si un coleccionista de sellos renunciase a una parte de sus sellos. O como si un rico renunciase a su Ferrari. O como si usted renunciase a su objeto preferido. Evidentemente, duele. Es, como una forma de sacrificarse, de desprenderse de algo importante para nosotros. Era como decir: «Mi posesión X me importa mucho, pero Dios aún más, y para demostrárselo voy a renunciar a algo que para mí resulta muy valioso, aunque me duela».

Ésta era la forma en que los judíos demostraban su amor a Yaveh. En contrapartida, se entendía que cada vez que se hacía este sacrificio, Dios perdonaba los pecados de esa persona. Pero llegó un momento en que el Señor quiso demostrar a los humanos que Él los amaba a ellos aún más que ellos a Él. Así que si los humanos entregaban su pertenencia más valorada (el cordero), Jehová les entregó a ellos lo más precioso que tenía: a su hijo, Cristo.

Cristo vino a la Tierra con la misión última de ser sacrificado como un cordero. La crucifixión en absoluto le llegó de sorpresa. Al contrario: Él ya sabía muy bien a lo que venía. Así, con el derramamiento de su sangre preciosa, Dios perdonaba los pecados de la humanidad. O al menos los de aquellas personas que se arrepientan de su mala conducta y crean en Jesús como su Señor y salvador. Por esto es que se llama a Cristo «el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Un judío mataba a un cordero para que se lavasen sus pecados. Dios sacrificó a su propio hijo como a un cordero para lavar los pecados del mundo. Es más, la Biblia entera, el cristianismo entero, se puede sintetizar a la perfección en un solo versículo: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su único hijo para que todo aquel que en Él crea no se pierda sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).

¿Era imprescindible sacrificar a su propio hijo para perdonar los pecados a la humanidad? No necesariamente. Yaveh podría haber dicho simplemente: «Vale, estáis perdonados». Pero Él prefirió hacer una gigantesca demostración de amor que además encajaba a la perfección en la sociedad y la tradición judías del momento. Es como decir: «No sólo te perdono tus pecados; es que te amo tanto que además estoy dispuesto a morir por ti. Y en una muerte de cruz, además». ¿Qué mayor muestra de amor que ésa? Mucha gente sería reticente a dar su vida por un familiar. Cristo dio la vida por todos; incluso por aquellos que le escupían, se burlaban de Él o lo asesinaron. Y ojo, porque quienes lo mataron no fueron los judíos o los romanos. Fuimos todos. A Cristo no lo mató una cruz o unos clavos o una lanza sino nuestros pecados. Porque Jesús murió y resucitó para lavar los pecados de toda la humanidad, pasados, presentes y futuros. Incluídos los suyos y los míos.

¿Por qué Jesucristo es el Dios verdadero?

¿Todas las religiones son igualmente válidas? ¿Todas te salvan? Hay muchos nombres para la religión en el mundo, pero todos ellos encajan dentro de la misma categoría. Todas las religiones, a excepción hecha de la cristiandad bíblica, te explican que tú vas a obtener un premio en la otra vida (llámale cielo, paraíso, nirvana, etc.) y que lo vas a lograr por tus propios méritos; es decir, por hacer buenas obras o cumplir con determinados rituales religiosos.

Sin embargo, la Biblia te explica algo radicalmente diferente: que todos los seres humanos somos pecadores y que por lo tanto quedamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Hablando en cristiano (nunca mejor dicho): que cualquier persona que tenga pecado no tiene permitido entrar en el cielo. Y el problema es que todas las personas tenemos pecado y que por lo tanto, no podemos salvarnos a nosotras mismas ni entrar en el cielo.

La única posibilidad de salvación que tenemos entonces es que  venga una tercera persona: un salvador, un socorrista, y nos salve. Por eso es precisamente que Dios envía al mundo a un salvador; para que éste nos rescate, nos salve de nuestros pecados. Y ese socorrista se llama Jesucristo. Por eso es tan importante declararlo con el corazón y con la boca como nuestro señor y salvador. Quien acepte a Cristo se salva, quien lo rechace se condena.

Pondré un ejemplo muy gráfico y todo el mundo lo entenderá enseguida: imagina una persona que no sabe nadar y se lanza a una piscina honda. Lógicamente, se ahogará. Las religiones del mundo le dirán: «Tranquilo, tú te vas a salvar a ti mismo, por tus méritos te vas a salvar». Mientras que el cristianismo bíblico le dice: «Tú no te vas a salvar por ti mismo… La única posibilidad es que un socorrista se lance dentro de la piscina y que te saque de ella».

Pues bien, ese socorrista es Jesús.  Quien acepte a Cristo se salva, quien lo rechace se condena. No se trata de religión. Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida y nadie va al Padre sino por mí» (Juan 14:6). Fíjate qué nos dice: «Nadie va al Padre (a Dios, al cielo en definitiva) sino por mí». No dice nadie va al Padre sino a través de una religión, o a través de una iglesia o a través de tus buenas obras. Nos dice exactamente: «Nadie va al Padre sino por mí».

No se trata de ser católico, protestante, ortodoxo o judío porque no te va a salvar una religión. Tampoco te va a salvar de tus pecados una iglesia, porque está compuesta por pecadores (sería como si una persona que no sabe nadar quisiera salvar a otra que se está ahogando). Ni tampoco te vas a salvar por tus obras, pues dice la Biblia que la salvación es un regalo del Señor  y que nadie se salva por sus obras para que no se enorgullezca (Efesios 2; 8-9).

No, no se trata de «religión» en el sentido tradicional de la palabra (ir a misa, rezar el Padre Nuestro y el Ave María, conmemorar la Semana Santa e ir a la procesión del Corpus Christi). No se trata de un «protocolo ceremonial», de un «ritual», de una «burocracia litúrgica» sino más bien de tener una relación personal, familiar, próxima, directa con Cristo, que es Dios. Pues dijo Jesús: «El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá» (Juan 11:25).

¿En Cristo se cumplen las profecías de que Dios encarnado vendría a la Tierra?

En estos días en que conmemoramos el nacimiento de Jesús debemos tener en cuenta que con la venida de Cristo al mundo se cumplen literalmente cientos de profecías del Antiguo Testamento que advertían que Dios mismo se encarnaría en el cuerpo de un hombre, que caminaría entre las personas  y que vendría al mundo con la misión de salvar  a la humanidad de sus pecados. Es imposible desde el punto de vista probabilístico que  tantísimas profecías se cumplan en la figura de un hombre y éste no sea el salvador prometido en las Escrituras. Un falso mesías podría haber tratado de autocumplir las profecías y hacer ver al mundo que él era el salvador, pero si hubiese sido un impostor jamás hubiese podido hacer realidad cosas que escapaban a su control directo, como por ejemplo determinar su lugar de nacimiento (Miqueas 5:2) o la reacción de la gente ante su mensaje. Veamos una pequeñísima muestra que corrobora lo dicho:

1. Entrará a Jerusalén:

Profetizado: Zacarías 9:9

Cumplimiento: Mateo 21: 1-9; Juan 12:12-16

2. Irá montado en un pollino:

Profetizado: Isaías 53:12; Zacarías 9:9

Cumplimiento: Marcos 11.1-11

3. Sufrirá con los pecadores y orará por sus enemigos:

Profetizado: Isaías 53:12

Cumplido: Mateo 27:38; Marcos 15:27-28; Lucas 23:23-24

4. Será rechazado por su propia gente:

Profetizado: Isaías 53:1; Isaías 53:3; Salmo 118:22

Cumplimiento: Juan 1:11; Juan 12:37-43; Mateo 26:3-4; Hechos 4: 1-12

5. Será traicionado por un amigo:

Profetizado: Salmo 41:9

Cumplimiento: Juan 1:11; Juan 12:37-43; Mateo 26:3-4; Hechos 4:1-12

6. Vendido por 30 piezas de plata:

Profetizado: Zacarías 11:12

Cumplimiento: Mateo 26:14-16

7. En silencio delante de sus acusadores:

Profetizado: Isaías 53:7

Cumplimiento: Mateo 27:12-14; Marcos 15:3-5; Lucas 23:8-10

8. Juzgado y condenado:

Profetizado: Isaías 53:8

Cumplimiento: Mateo 27: 1-2; Lucas 23:1-25

9. Golpeado, torturado, escupido, humillado, burlado y mofado:

Profetizado: Salmo 22:7-8; Isaías 50:6; Miqueas 5:1

Cumplimiento: Mateo 26:67; Mateo 27:26-30; Mateo 27:39-43; Marcos 14:65; Marcos 15:19; Lucas 22:63-64; Lucas 23:11; Lucas 23:35; Juan 19:1-3

10. Se le ofreció vinagre para apagar su  sed.

Profetizado: Salmo 69.21; Salmo 22:15

Cumplimiento: Mateo 27.34; Juan 19.28-30

11. Echaron a suertes sus ropas:

Profetizado: Salmo 22:18

Cumplimiento: Mateo 27:35; Marcos 15:24; Juan 19:23-24

12. Crucificado, sus manos y pies son traspasados:

Profetizado: Salmo 22:16; Zacarías 12:10

Cumplimiento: Lucas 24:39; Juan 19:18; Juan 19:34-37; Juan 20:27; Apocalipsis 1:7;

13. Ejecutado, ningún hueso fue roto:

Profetizado: Éxodo 12.46; Salmo 22:17; Números 9:12

Cumplimiento: Juan 19:31-36

14. Morirá como sacrificio por nuestros pecados y como expiación por los pecados de la humanidad:

Profetizado: Isaías 53:5-12

Cumplimiento: Juan 1:29; Juan 11:49-52; Hechos 10:43; Hechos 13:38-39; I Corintios 15:3

15. Enterrado con los ricos en su muerte:

Profetizado: Isaías  53:9

Cumplimiento: Mateo 27:57-60

16. Levantado de su muerte:

Profetizado: Salmo 16:10; Isaías 53:9-10

Cumplimiento: Mateo 28:1-20; Marcos 16:1-8; Lucas 24:1-48; Juan 20:1-31; Hechos 2:23-36

17. Ascenderá a la diestra de Dios:

Profetizado: Salmo 16:11; Salmo 68.18-19; Salmo 110:1

Cumplimiento: Lucas 24:51; Hechos 1:9-11; Hechos 7:55; Hebreos 1:3

El modelo a seguir se llama Jesús.

En mis tiempos de ateo y anticlerical clamaba contra la hipocresía de algunos cristianos (o así llamados) que iban a la iglesia el domingo y se comportaban como auténticos hijos de Satán de lunes a sábado. En la actualidad no son pocos los ateos que nos recriminan a los cristianos que nuestro comportamiento no es todo lo correcto que debería ser. Y la verdad es que tienen razón. A menudo nos encontramos que existe una distancia considerable entre nuestras palabras y nuestros actos. Y desde luego en no pocas veces cometemos fallos y nos equivocamos. Yo el primero, que conste.

Ahora bien, esto ha pasado siempre, no sólo en la Iglesia actual sino aun en la primitiva. Cuando Jesús llegó al mundo no vino a seleccionar precisamente a los más santos, a los más inteligentes  o a los que mejor conocían las Escrituras. No. Escogió a Pedro (que le negó tres veces), a Pablo (que era un asesino), a Judas Iscariote (un traidor), a Mateo (un traidor a su patria), a Tomás (un incrédulo), a María Magdalena (una adúltera…) y a unos apóstoles que eran unos cobardes porque a la hora de la crucifixión casi todos se marcharon corriendo a esconderse con el rabo entre las piernas.

¿Qué quiere decir todo esto? Jesús no quiere superhéroes. Él busca a personas normales y corrientes, con sus virtudes y con sus miserias, que si han llevado una vida de pecado sean capaces de dar un giro de 180º a sus vidas, arrepentirse y iniciar el camino recto. Todos somos pecadores. Todos tenemos flaquezas, debilidades, todos cometemos errores. También los creyentes, pues, al fin y al cabo, somos personas y como tales contamos con una naturaleza pecadora. La Santa Biblia está llena de arriba abajo de reyes, de apóstoles y profetas que, pese a su gran fe, a veces le fallaban a Dios.

Yo soy cristiano y le diría a un ateo que no se fije en mí, que no tome ejemplo de mí porque no soy un ejemplo de nada en absoluto. Pero que tampoco tome ejemplo del Papa, ni del obispo, ni del cura, ni del pastor evangélico, ni de su vecina del cuarto ni del de más allá. Porque todos nosotros somos personas. Y como personas que somos, tarde o temprano fallamos. Le diría que tome como modelo a Jesús, que no le va a fallar nunca. Él es el ejemplo inmaculado y perfecto de cómo vivir una vida en santidad, sin mancha alguna. En Él es quien debemos fijarnos; en Cristo y en nadie más.

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