Tercer Mundo espiritual.

Hace unos años viajé a Venezuela con la convicción de que iba a visitar el Tercer Mundo. Y la verdad sea dicha vi pobreza, desigualdades, la falta de agua potable, un pésimo servicio de recogida de basuras y otras cuestiones que ahora no viene al caso comentar. Pero también me impresionó sobremanera el enorme avivamiento espiritual que experimenta no sólo ese país sino toda América Latina. Una vez más allí donde hay abundante injusticia y dolor, la población se encomienda más a Dios.

Una auténtica explosión de iglesias evangélicas ha surgido en América en las últimas décadas. Hay una en cada barrio y su expansión es imparable: por ejemplo una iglesia puede pasar de 50 miembros a 250 en sólo dos años. Por el contrario, aquí en el Reino de Valencia el número de fieles permanece estancado desde hace años. La iglesia más grande de Venezuela es Maranatha (en Valencia, Carabobo) con más de 5.000 fieles. Por contra, aquí ninguna iglesia alcanza el millar de ovejas.

Allí vi cosas que en mi país nunca había visto. Vi cómo en cada culto había varias personas que daban un paso al frente y aceptaban a Jesucristo (jamás he visto esto en mi tierra). Vi que hacen bautizos cada 15 días (aquí a duras penas se reúne gente para hacer un bautizo anual). En Colombia se han llegado a hacer bautizos masivos de 3.000 personas en un solo día. Y lo que más me llamó la atención: allí los cristianos van a la plaza mayor del pueblo y pregonan el Evangelio en voz alta a la gente.

Todo esto ha producido un innegable beneficio social: por cada persona que se congrega en una iglesia evangélica y que conoce al Señor hay en la calle una prostituta menos, un drogadicto menos, un borracho menos. Allí los cristianos son muy perseverantes en su fe y su proselitismo, son grandes conocedores de la Biblia, ayudan económicamente a las personas más necesitadas y fomentan en la sociedad una costumbre tan sana como la de bendecir los alimentos a la hora de comer.

En cuanto a mi país: aborto libre, experimentación con embriones, eutanasia, matrimonio gay, ateísmo, islam, iglesias que agonizan… Cuando me marché de la República de Venezuela me di cuenta de que soy yo el que vive en el Tercer Mundo. Porque el Reino de Valencia (y Europa en general) es el Tercer Mundo espiritual. Tan sólo le pido a Dios que tenga misericordia de este rincón del orbe y que la bendición del Evangelio nuevamente sea derramada con fuerza si es que es su voluntad.

El modelo a seguir se llama Jesús.

En mis tiempos de ateo y anticlerical clamaba contra la hipocresía de algunos cristianos (o así llamados) que iban a la iglesia el domingo y se comportaban como auténticos hijos de Satán de lunes a sábado. En la actualidad no son pocos los ateos que nos recriminan a los cristianos que nuestro comportamiento no es todo lo correcto que debería ser. Y la verdad es que tienen razón. A menudo nos encontramos que existe una distancia considerable entre nuestras palabras y nuestros actos. Y desde luego en no pocas veces cometemos fallos y nos equivocamos. Yo el primero, que conste.

Ahora bien, esto ha pasado siempre, no sólo en la Iglesia actual sino aun en la primitiva. Cuando Jesús llegó al mundo no vino a seleccionar precisamente a los más santos, a los más inteligentes  o a los que mejor conocían las Escrituras. No. Escogió a Pedro (que le negó tres veces), a Pablo (que era un asesino), a Judas Iscariote (un traidor), a Mateo (un traidor a su patria), a Tomás (un incrédulo), a María Magdalena (una adúltera…) y a unos apóstoles que eran unos cobardes porque a la hora de la crucifixión casi todos se marcharon corriendo a esconderse con el rabo entre las piernas.

¿Qué quiere decir todo esto? Jesús no quiere superhéroes. Él busca a personas normales y corrientes, con sus virtudes y con sus miserias, que si han llevado una vida de pecado sean capaces de dar un giro de 180º a sus vidas, arrepentirse y iniciar el camino recto. Todos somos pecadores. Todos tenemos flaquezas, debilidades, todos cometemos errores. También los creyentes, pues, al fin y al cabo, somos personas y como tales contamos con una naturaleza pecadora. La Santa Biblia está llena de arriba abajo de reyes, de apóstoles y profetas que, pese a su gran fe, a veces le fallaban a Dios.

Yo soy cristiano y le diría a un ateo que no se fije en mí, que no tome ejemplo de mí porque no soy un ejemplo de nada en absoluto. Pero que tampoco tome ejemplo del Papa, ni del obispo, ni del cura, ni del pastor evangélico, ni de su vecina del cuarto ni del de más allá. Porque todos nosotros somos personas. Y como personas que somos, tarde o temprano fallamos. Le diría que tome como modelo a Jesús, que no le va a fallar nunca. Él es el ejemplo inmaculado y perfecto de cómo vivir una vida en santidad, sin mancha alguna. En Él es quien debemos fijarnos; en Cristo y en nadie más.

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