Egipto: el país de los faraones.

Hablar de Egipto es hablar de una de las civilizaciones más antiguas y sobresalientes de la historia de  la humanidad. Son mundialmente famosas sus pirámides, esfinges y obeliscos, y aún hoy sigue siendo un misterio cómo pudieron construirse con tal nivel de precisión con la rudimentaria técnica de hace miles de años.

Antes de Cristo, Egipto disputó la hegemonía mundial a romanos, macedonios y persas. En el siglo VII, los árabes conquistaron la nación, ya decadente, a la que llevaron su lengua y religión. A lo largo de su extensísima historia, un Egipto débil ha sufrido las invasiones de mongoles, otomanos, franceses,  británicos, israelíes, etc.

Egipto fue la primera colonia africana en independizarse del Imperio Británico (1922). Hoy es una dictadura islamosocialista que persigue a los cristianos coptos. No obstante el ejército -el auténtico poder allí- ha impedido el ascenso de los integristas, que acabarían con el turismo y de paso, con el cuello de los altos mandos.

El país tiene ochenta millones de habitantes, casi todos en las fértiles tierras del delta del Nilo. El Cairo es la ciudad  más grande de África y Alejandría una de las más importantes. El desierto del Sáhara actúa como una defensa natural frente a ataques por el oeste y sur. Y Egipto posee el canal de Suez, el más importante del globo.

La empobrecida población sufre desde hace décadas a corruptos faraones que saquean las arcas públicas, como Faruk I, Gemal Abdel Nasser, Anwar el-Sadat o Hosni Mubarak. Este último fue derrocado en febrero de 2011 tras unas fuertes revueltas populares inspiradas en la revolución de los jazmines de Túnez.

Egipto es un pueblo con mucho pasado, poco presente y ningún futuro. Es una gran nación con una historia legendaria pero arrastra 2000 años de decadencia. Es una potencia en África pero la sombra del país glorioso que un día fue. La caída de Mubarak abre las puertas a múltiples escenarios, pero todos sombríos e inciertos.