Este menudo archipiélago caribeño fue poblado durante siglos por arawaks, quienes luego fueron sometidos por los caribes. Descubierta por los españoles, ambicionada por los británicos, fueron finalmente los franceses quienes colonizaron Guadalupe en 1635. Los esclavos africanos cultivaban azúcar de sol a sol.
Teóricamente, en 1946 Guadalupe dejó de ser una colonia para convertirse en un departamento de ultramar francés. En 2007 las islas de San Bartolomé y San Martín se segregaron para convertirse en colectividades territoriales de Francia. Bueno, en el caso de San Martín media isla. La otra media pertenece al Caribe Neerlandés.
La economía local depende básicamente del turismo y la agricultura. Es una zona subdesarrollada donde la pobreza, el desempleo y la carestía de la vida azotan a la población. Pese a ello, los guadalupeños rechazaron incrementar su autonomía en un referéndum del año 2010, por miedo a que París les cortara el grifo de los subsidios.
Guadalupe es un crisol de blancos, negros, amerindios e indostaníes. La población es, en esencia, mestiza desde un punto de vista racial. También desde el punto de vista cultural. Se habla francés y criollo. Y aunque la mayoría es católica, hay un sinfín de creencias religiosas, así como de tradiciones y costumbres de mil y un sitios.
La sangre africana corre por las venas de los guadalupeños, y eso se nota en el frenesí de su música y sus danzas. La isla cuenta con muchos estilos de danza propios, como el zouk, zouk-love o konpa. También es una tierra prolífica en escritores. El más destacado es el poeta Saint-John Perse, ganador del Premio Nobel.
Y hasta aquí llega, por el momento, la historia de Guadalupe. La historia de una tierra que es Francia pero parece África, que formalmente no es una colonia pero que está teledirigida por control remoto desde París; un pueblo que piensa que es libre pero que prefiere vivir encadenado a la metrópolis a cambio de unas pocas migajas.
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