Falacia atea: El infierno es un castigo desproporcionado, impropio de un Dios compasivo.

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El infierno es un castigo desproporcionado, incompatible con la existencia de un Dios compasivo -dicen los ateos-. Algunos de nuestros adversarios consideran injusto que por unos pecados -todo lo grandes que se quieran-, perpetrados por un tiempo a todas luces breve se reciba un castigo eterno. El teólogo San Agustín ya advertía de lo descabellado de esta afirmación ya que ni siquiera la justicia legal contempla algún caso en que la duración de la pena sea proporcional a la del tiempo transcurrido en la comisión del crimen.  Por ejemplo, empuñar una navaja para matar a alguien puede llevar un minuto o menos… ¿Sería justa una condena en la que el asesino cumpliera un minuto de cárcel? «A nadie se le ocurre pensar que deben suspenderse los castigos del malvado en cuanto se cumple un plazo de tiempo igual al que duró el homicidio, el adulterio, el sacrilegio o cualquier otro crimen. No hay que medir el delito por el tiempo empleado en su comisión, sino por la magnitud de su injusticia o de su perversidad» -afirma el santo-.

El teólogo José de Segovia denuncia que la imaginación popular ha creado un concepto de Dios como de una suerte de Papá Noel cósmico que ofrece el perdón a todo el mundo, en una especie de gracia barata. Muchos piensan que al final habrá como una amnistía general, donde casi todo el mundo entrará en el Reino de los Cielos, pero así fuera ¿por qué en el Nuevo Testamento hay más de 160 advertencias sobre el infierno? ¿Por qué Jesús habló de él en más de 70 ocasiones? La Biblia dice que muchos son los llamados pero pocos los escogidos (Mateo 22:14), que estrecho es el camino que lleva a la salvación y ancho el que conduce a la perdición (Mateo 7:13-14) y que sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14). Si al final puedes llevar la vida que quieras, no importa cuan desviada sea, y vas a entrar en el cielo igualmente ¿no es esto una injusticia para todos los santos y mártires que sufren auténticas penalidades a causa de su fe y que las enfrentan sin temor con la certeza de que les espera el gozo del bien eterno?

Los descreídos estiman temporales los suplicios de los mártires y, en cambio, la felicidad será -dicen- eterna para todos, liberados unos más pronto y otros más tarde. Se trata de una compasión mal entendida, pues si de lo que se trata es de ser compasivo San Agustín se pregunta por qué la misericordia debe limitarse a los humanos y no puede extenderse a los ángeles caídos; es más ¿por qué no ampliar la misericordia a Satanás, encarnación misma del mal? Yo creo que al final de su vida uno recoge lo que siembra. El que no perdona a sus congéneres, que no espere ser perdonado por el Altísimo. El que nunca trató con misericordia a los demás, que no espere la misericordia divina porque con la medida con que midamos seremos medidos (Mateo 7:2). Dios es bueno. No sólo ofrece un castigo eterno para los malvados, también un gozo eterno para los santos. Quienes quieran escapar del suplicio perpetuo, en lugar de esgrimir argumentos contra el Todopoderoso más les valdría acatar sus preceptos, ahora que aún están a tiempo.

 

FUENTE: Por qué dejé de ser ateo de Josué Ferrer.

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Falacia atea: No puedo entender a Dios, luego dudo de su veracidad.

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En cierta ocasión charlaba con un ingeniero industrial sobre el cristianismo y él me comentaba que eso de Dios no le entraba en la cabeza, por ejemplo que se pueda mostrar como una zarza ardiente o que cada uno de nosotros estemos dotados de un espíritu es algo que no llega a entender. Yo le repliqué que a mí, como hombre de letras que soy, lo que no me entra en la cabeza es la ingeniería industrial y no por ello digo que sea falsa. Y si un alumno de bachillerato se pasa un día por la Facultad de Medicina y asiste a las clases durante toda la mañana posiblemente tampoco entienda nada o casi nada, lo cual no quiere decir que lo que se imparta en la Facultad sea mentira. No comprender algo no lo convierte en falso.

«Cuando les anunciamos a los infieles los milagros pasados o futuros y se los presentamos como no objeto de experiencia inmediata para ellos, nos exigen una explicación racional; al no poder dársela (sobrepasan la capacidad de la humana inteligencia), tienen por falsas nuestras afirmaciones. Pues bien, ellos nos deberían dar explicación de tantas maravillas como vemos o podemos ver. Si comprueban que esto sobrepasa la capacidad humana, reconozcan que no porque la razón sea incapaz de dar una explicación vamos a negar que algo ha existido o existirá. En realidad, existen tales hechos, de los cuales igualmente la razón no es capaz de dar explicación». Son palabras de San Agustín de Hipona, teólogo de la Iglesia Católica.

Y  menciona ejemplos: en Agrigento, Sicilia, hay una sal que se diluye en presencia del fuego y que con el agua crepita como si fuera fuego; en Arcadia hay una piedra llamada asbesto que una vez encendida no se puede apagar; en Egipto una higuera cuyo tronco en lugar de flotar como los demás troncos se sumerge pero después de estar algún tiempo en el fondo del agua sube a la superficie cuando debería haber aumentado de peso al empaparse de humedad; en la región de Sodoma hay frutos que parecen maduros pero si los muerdes se rompe su corteza y se desvanecen en ceniza y humo; en Persia la pirita quema la mano de quien la aprieta y la blancura interior de la selenita crece y mengua con la luna.

Y hoy en día tenemos otros portentos: los agujeros negros que absorben la luz y hasta el tiempo; una medusa que nunca puede llegar a morir de vieja o el fenómeno poltergeist. El Cosmos está lleno de maravillas, muchas de ellas atentan contra el entendimiento y la lógica del hombre pero no por ello las descartamos como falsas. Puede que no lleguemos nunca a entender el misterio de la Santísima Trinidad, el por qué de un castigo eterno en el infierno o el sufrimiento de los justos en la Tierra pues a ojos de los hombres el proceder de Dios es extraño, sus caminos misteriosos y su mente inabarcable. Pero que no entendamos todo cuanto Dios hace no lo convierte de ningún modo en un ser apócrifo o imaginario. Él es real.

 

FUENTE: Por qué dejé de ser ateo de Josué Ferrer.

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