El conejo de Playboy y la normalización del puterío.

Hoy en día ha proliferado de forma alarmente el símbolo del conejo del Playboy. Es fácil verlo en pegatinas en los coches, en perfumes que se exhiben en los escaparates o incluso en pendientes que las adolescentes se ponen para ir al instituto. Me pregunto qué clase de padres son los que ven que su hija lleva un símbolo que es todo un homenaje a la prostitución y a la pornografía y les da igual.

Los símbolos son muchísimo más que un simple adorno más o menos bonito. Tienen un significado. Representan algo, una idea, unos valores; exactamente igual que una bandera es mucho más que un simple pedazo de tela. Detrás de un símbolo hay un estilo de vida. Si veo un chico con la esvástica nazi pensaré de esa persona que es racista. Si una chica lleva el conejo de Playboy, pensaré que es una zorra.

Tal proliferación es sólo una prueba más del acelerado derrumbe moral de Occidente. Hoy en día la gente se ha acostumbrado a ver parejas que fornican en directo en programas de televisión, o a ver como estrellas  a mujeres que unos años antes hubiesen sido consideradas  rameras. Y hasta  encontramos hombres que dicen sentirse orgullosos de que su novia pose desnuda en la portada de una revista.

Será cuestión de valores, pero si mi novia se bajara las bragas por dinero delante de todo el mundo a mí no me causaría orgullo precisamente, sino sonrojo. Sin embargo, esta postura es cada vez más minoritaria, porque es tal la avalancha de inmoralidad que nos hemos acostumbrado a llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno, a ver  como normales cosas que hace sólo quince años nos daban auténtico asco.

¡Dios salve a Hungría!

¿Qué pasa cuando los cristianos votan por un partido genuinamente cristiano? Pues que se promulgan leyes cristianas. Llegan de Hungría noticias alentadoras de cómo una nación puede rebelarse en medio de una Europa atea, inmoral y relativista. Recientemente se ha modificado la Constitución Húngara gracias a los votos del partido conservador Fidesz del primer ministro Viktor Orban, que gobierna el país con una mayoría de casi tres cuartas partes del Parlamento nacional.

El nuevo texto reconoce la importancia histórica y cultural del cristianismo en Hungría, dice que el matrimonio es «la unión de un hombre con una mujer», no penaliza expresamente la discriminación por motivos de orientación o sexual y llama a proteger al ser humano desde el momento de la fecundación. O sea, que el aborto, la investigación con células madre embrionarias, el gaymonio y el lesbimonio se van al carajo. El país pasará de llamarse «República Húngara» a «Hungría».

«Que Dios bendiga a los húngaros». Con este simbólico saludo comienza la Constitución magiar, que entrará en vigor en 2012. Por supuesto, esto no ha sentado nada bien en esa camarilla de masones y anticristianos que es la Unión Europea (UE), que se rasga las vestiduras por la nueva Carta Magna aunque por otro lado, jamás llamó la atención a Hungría por ser la Meca del cine porno. Confío en que el pueblo húngaro no se arrodille ante las presiones fascistas de la UE.

El primer ministro Orban es un gran hombre, muy valiente (pues se enfrenta nada menos que a Alemania) y estará en mis oraciones por lo que ha hecho en su país. Ojalá tuviésemos en toda Europa más políticos íntegros como él. Por desgracia, aquí los cristianos votan por partidos políticos que fomentan el aborto, la telebasura y el homosexualismo. Es por ello que un gigantesco maremoto de inmundicie se abre paso a través de nuestras ciudades y barrios para inundarlo todo.

Católicos  y evangélicos deben unirse en defensa de los valores cristianos que  le son comunes (obviamente, en el resto de cosas no) porque existe, de hecho, una alianza (antinatura, pero alianza) de ateos y musulmanes para descristianizar Europa. Es muy triste que el voto católico o el evangélico no se diferencie en nada del voto ateo, homosexual o islamista. Si no empezamos a votar en conciencia, muy pronto los cristianos seremos perseguidos y hasta encarcelados por nuestra fe.