Dormir con la conciencia tranquila (una reflexión sobre la crisis en España).

No hay palabras para describir la hecatombe que está viviendo España, la más grande de Europa posiblemente tras esa tragedia épica que es Grecia. 25% de paro y 51% de paro juvenil. Cifras dignas del África subsahariana. Dentro de poco estaremos en seis millones de parados y el desempleo sigue creciendo como la espuma. Más de un millón de hogares donde ninguno de sus miembros tiene trabajo. Nuestros jóvenes más preparados (médicos, arquitectos, ingenieros, emprendedores…) hacen las maletas y emigran a Alemania. Como en la postguerra. Docentes y doctores son despedidos a patadas. Las farmacias hace meses que no cobran. A algunas administraciones les han cortado la luz por impago. Los funcionarios cobran las nóminas de milagro. Las perspectivas son de que todo vaya a peor. Pero no pasa ná: hemos ganado el mundial. Semos los mejores.

Cientos de miles de desahucios de gente que ya no puede seguir pagando su casa al banco y la policía viene a quitársela. Lo más fuerte es que después de haberlos dejado de patitas en la calle todavía deben seguir pagando al banco la diferencia. Doscientos españoles intentan suicidarse cada día a causa de las deudas. Clama al cielo ver cómo se echa a familias enteras a la calle mientras que la banca recibe ayudas millonarias de dinero público. Privatizar beneficios y socializar pérdidas. Vamos, lo de siempre en este país de pandereta. Y el gobierno, que no aprueba la dación en pago, el alquiler social o la moratoria para desahucios. Lo llaman crisis pero es lucha de clases y esto sólo se arregla como lo arreglaron los franceses en 1789.  Lo llaman crisis pero es falta de valores, porque si políticos y banqueros tuvieran temor de Dios y creyeran en el infierno no se atreverían a robar ni un céntimo.

Los precios, las tasas, los impuestos y el desempleo suben. Los sueldos, el poder adquisitivo y el consumo caen en picado. Las empresas cierran sin cesar. Esto es el Titanic. Los inspectores de hacienda tienen órdenes de dejar bien tranquilitos a los grandes defraudadores que desvían fortunas a Mónaco y Suiza. Mientras, se aplasta fiscalmente a las familias, a los autónomos, a los pequeños y medianos empresarios, a los currantes, a los que se intenta limpiar un bolsillo que tienen vacío. Lo llaman crisis pero es una estafa. Porque los políticos han traspasado la deuda privada de la banca a los ciudadanos de a pie. Y de la noche a la mañana nos vemos desempleados, en la calle y encima teniendo que pagar cientos de miles de millones de euros por una deuda que no es nuestra. La situación es tan límite que debería haber degenerado en violencia pero inexplicablemente aún no lo ha hecho.

Vas por la calle y sólo ves tristeza en las caras de la gente. Peor lo tienen los inmigrantes. Ellos no tienen a sus familiares aquí para ayudarles o si los tienen, están tan mal o más que ellos mismos, así que cada día ves a más extranjeros (y autóctonos, todo sea dicho de paso) revolver entre la basura en busca de un mendrugo de pan. Los comedores sociales están saturados de neopobres que hasta hace bien poco pertenecían a la clase media. Los derechos laborales están siendo desmontados a velocidad de la luz. La sanidad pública ya está gestionada por empresas privadas. El acceso a la Universidad es cada vez más caro. Pronto la salud será un negocio y estudiar un privilegio para ricos. Pronto pasaremos de ricos, clase media y pobres, a ser ricos, pobres y mendigos. La clase media y el estado del bienestar están cerca de desaparecer para mayor gloria de Adam Smith.

Votamos por ladrones y luego nos quejamos de que nos roban. Llevo años tratando de convencer a la gente de mi alrededor de que no confíe en el PPSOE. Que voten algo distinto, de izquierdas o de derechas, pero distinto. Pero no. «Que éstos son muy pequeños y no van a conseguir nada». «Que tengo que votar por éste porque si no entrará el otro». El voto útil. Miren a qué nos ha llevado el voto útil: a pasar hambre. Esta crisis nos la merecemos. Porque ni Zapatero ni Rajoy son dictadores que han subido al poder por un golpe de estado sino por el voto de millones de idiotas. Y en Valencia llevamos 20 años en que los chavales estudian en barracones en los que cada vez que llueve hay goteras y los electores han refrendado esta política una vez tras otra. En una dictadura no queda más que tragar pero en una democracia un pueblo tiene lo que se merece. Disfruten de lo votado.

Pero como siempre pagan justos por pecadores. Nos dicen que hemos vivido muchos años por encima de nuestras posibilidades. Yo, por más que lo intento, no consigo recordar cuándo he vivido por encima de mis posibilidades. Yo no era de los que compraba un piso ahora para venderlo a los seis meses y sacar plusvalías. Nunca he pedido un préstamo al banco para comprarme un BMW. Vivo de alquiler, mi única pertenencia es un Opel de segunda mano y me he ido de vacaciones dos veces en toda mi vida. Que me digan cuándo demonios viví por encima de mis posibilidades porque no me acuerdo. Ni siquiera he votado nunca por el PPSOE,  verdadero causante de este desfalco. Yo no he tenido nada que ver con esta crisis. No soy cómplice de esta estafa ni por acción ni por omisión. Por eso sé, que ocurra lo que ocurra, esta noche dormiré con la conciencia muy tranquila.

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Una crisis artificial para destruir a la clase media.

La crisis que vivimos en la actualidad no es económica sino de valores morales. Es una estrategia planificada, una crisis artificial diseñada por la plutocracia para destruir a la clase media. Se trata de que a lo largo de los próximos años la cosa esté bien jodida y que con esa excusa se desmantele el estado del bienestar y los derechos sociales y laborales de los trabajadores. Sólo cuando haya una rendición incondicional de la clase media, se dará oficialmente por concluida esta durísima crisis. Se avecina la dictadura del empresariado, el clímax del satanismo neoliberal.

Resolver la crisis económica es muy sencillo. Se puede lograr en sólo 24 horas, de hecho. Bastaría con eliminar los paraísos fiscales. ¿Pero por qué no se hace? Porque no interesa que la crisis acabe. En el Estado Español se podrían reducir muchísimos gastos supérfluos: suprimir las diputaciones provinciales, privatizar las televisiones y radios públicas, fusionar ayuntamientos, reducir el número de los coches oficiales (España tiene más que todo Estados Unidos), acabar con subvenciones improductivas (que son el 90%), etc. Pero no se hace nada de todo esto.

La realidad es que no se toman medidas para acabar con la crisis, sino para alargarla. Todas las recetas para arreglar el desaguisado que nos ofrecen los supuestos entendidos lo único que hacen es agravar el problema:  privatizar la sanidad y la educacion, trabajar más y ganar menos, reducir sueldos y al mismo tiempo incrementar precios, abaratar el despido, recortar derechos sociales y laborales, ofrecer incentivos fiscales a las grandes empresas y masacrar a impuestos a los autónomos y trabajadores, etc. Todo para perjudicar a la clase media.

Queríamos reformar los mercados y los mercados nos acabaron reformando a nosotros. Queríamos acabar con los paraísos fiscales y acabamos abaratando el despido. Queríamos acabar con los desmanes del neoliberalismo y acabamos a los pies del Fondo Monetario Internacional (FMI). La austeridad impuesta a Grecia sólo servirá para agravar su quiebra y después vender el país a precio de saldo. La reciente reforma constitucional en España será la excusa que enarbolen los privatizadores de la sanidad y educación. Nuestra cabeza servida en bandeja de plata.

Aquí hay  una lucha de oligarquías. Los ricos occidentales no quieren que los ricos asiáticos les desbanquen de la cúspide de la opulencia. China o India son potencias emergentes basadas en una mano de obra esclava. ¿Cómo competir contra ellos? Los tiburones del neoliberalismo lo tienen claro: no se trata de dotar de derechos a los trabajadores de Asia, sino de eliminar tales derechos a los empleados occidentales. Pero claro, esto no se puede hacer de la noche a la mañana porque sería traumático y provocaría una enorme revolución en las calles.

Hay que hacerlo lentamente, para que poco a poco los trabajadores se acostumbren a la pérdida de derechos laborales y sociales y al final lo vean como inevitable o incluso positivo, con la inestimable ayuda de los lavados de cerebro de la prensa. Se trata de sabotear el sistema desde dentro, provocar el hundimiento de la sanidad, la educación y los salarios hasta que la gente se canse y de repente aparezca una solución mágica: privatizar todo y que se lo queden cuatro. Para entonces la opinión pública estará tan desmoralizada que no opondrá resistencia alguna.

La clase media ha durado en Occidente lo que duró la Unión Soviética. Antes, la oligarquía occidental temía que los trabajadores acabaran apoyando el comunismo y despojaran a las elites de sus propiedades. Por eso los mimaban. Pero una vez finiquitada la alternativa comunista, el capitalismo salvaje tiene las manos libres para destruir el estado del bienestar. La extrema derecha económica está desatada. Este cuento tiene dos posibles desenlaces: o la revolución o retorno a la esclavitud y derecho de pernada. De nosotros depende que haya un final  feliz.

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