Heredera de la antigua Livonia, la actual Letonia amanece cubierta de bosques y lagos a orillas del Báltico. Su situación estratégica entre Europa Occidental y Oriental por siglos la hizo blanco de invasiones por parte de suecos, germanos, polacos, lituanos, alemanes y rusos. Se independizó de la Unión Soviética el año 1991.
El dictador soviético Josip Stalin ordenó purgas en 1940, 1945 y 1949 por las que más de 160.000 letones fueron a campos de trabajos forzados. Los indomables letones se lanzaban al monte y luchaban como guerrilleros contra Moscú. Más tarde, pasaron a la resistencia pasiva y la desobediencia civil. Ni Stalin pudo con ellos.
Actualmente el gran reto nacional es la diversidad étnica: los letones son poco más de la mitad de la población en su propio país y existe una minoría de un 30% de rusos, casi todos monolingües que ni se molestan en aprender el idioma patrio. Actúan como Caballo de Troya al dictado de Moscú y son vistos con rencor por los nativos.
Su otro gran desafío es crear una economía independiente (Rusia forzó a Letonia en el pasado a depender de sus materias primas). Es el más industrializado de los tres estados bálticos y la mujer está muy incorporada al mundo laboral. Pertenece a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y a la Unión Europea (UE).
El letón es oficial, un idioma báltico-eslavo similar al sánscrito y relacionado con el lituano y el antiguo prusiano. Letonia se parece a Estonia en cultura y religión (más presencia de ortodoxos y luteranos y menos de católicos) y a Lituania en la lengua. El genial cineasta Serguéi Eisenstein, natural de Riga, es el letón más ilustre.
Hasta el siglo XIX la lengua y cultura letonas se transmitieron oralmente a través de canciones folclóricas y leyendas populares muy cotizadas hoy. Es un pueblo muy pequeño pero bravo, aguerrido y valiente que no se conformó con ser botín de guerra de germanos o rusos sino que luchó por una nación libre. El que resiste gana.
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