¿Sabías que un misionero valenciano tradujo la Biblia a una lengua africana?

PREGONER-DE-LALCUDIA

Agradecimientos a la Archidiócesis de Valencia.

Dice la Santa Biblia que Dios es Dios de todo linaje, lengua, pueblo y nación (Apocalipsis 5:9). Esto lo tuvo muy claro Alexandre Alapont, que nació en Polinyà del Xúquer en 1932, pero a los tres años de edad se trasladó junto con su familia a L’Alcúdia. En 1957, cuando sólo tenía 24 años, este sacerdote católico decidió darle un giro radical a su vida y marcharse a Zimbabue en calidad de misionero. Fue a evangelizar a la etnia nambya, una de las tribus más pobres del país.

Alapont convivió con ellos toda la vida y aprendió su lengua para predicarles la Palabra de Dios. No contento con esto, decidió escribir una gramática para la lengua nambya, y así codificar una lengua ágrafa que hasta entonces había pasado de padres a hijos de forma eminentemente oral. Esta lengua bantú es hablada por 120.000 personas, de las cuales el 20% profesa la fe católica. Precisamente pensando en ellos, Alapont también tradujo el misal al idioma nambya.

En 1976 inició la traducción de la Biblia a la lengua nambya y su trabajo duró 29 años. Para ello se sirvió de siete Biblias en cinco idiomas distintos (latín, griego, hebreo, inglés y francés) y recurrió a la lengua de los ancianos, ya que la de los jóvenes estaba infestada de anglicismos. Lo más difícil fue traducir algunas ideas abstractas que simplemente no existían en esa lengua, por lo que tuvo que acuñar neologismos. También hubo de adaptar la compleja fonética nambya al alfabeto latino.

En el año 2010 se presentó la primera edición de la Biblia en nambya, con una tirada inicial de 5000 ejemplares. Como los nambya son muy pobres, pueden comprar un ejemplar por el precio en metálico equivalente a una gallina. El Ayuntamiento de L’Alcúdia le nombró por unanimidad hijo predilecto de la ciudad, donde este ilustre misionero valenciano también tiene dedicada una calle en su honor. ¡Con toda seguridad, grande será su recompensa en el Reino de los Cielos!

Zambia: un pueblo amante de la paz.

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La República de Zambia es un estado sin salida al mar ubicado en el centro sur de África. Su nombre proviene del río Zambeze, el más importante de la nación. Visitada por los portugueses en el siglo XVIII, la actual Zambia fue explorada en el siglo XIX por David Livingstone y conquistada por el colono Cecil John Rodhes.

En 1953 el Reino Unido creó una gran federación en África: la colonia de Rodesia.  Las diferencias políticas hicieron no obstante que entre 1964 y 1965 se desintegrara en tres naciones: Malaui (antes llamada Niassalandia), Zimbabue (llamada Rodesia, y antes de eso Rodesia del Sur) y Zambia (antes Rodesia del Norte).

El primer presidente de la Zambia independiente fue Kenneth Kaunda, conocido como el Gandhi africano por su lucha no violenta en favor de los derechos humanos. Zambia apoyó a la resistencia de Zimbabue, entonces llamada Rodesia, cuyo gobierno promovía un régimen racista inspirado en el apartheid de Sudáfrica.

Hoy el cobre supone el 90% de las exportaciones y la mayor fuente de ingresos. La agricultura de subsistencia genera el 85% del total de empleos. El 60% de la población vive bajo el umbral de la pobreza. La esperanza de vida es de 40 años. Hay altas tasas de Sida y mortalidad infantil.  Sólo 12 médicos por cada 100.000 almas.

El idioma oficial es el inglés, pese a que se hablan más de setenta lenguas locales. De acuerdo a la Constitución de 1996, Zambia es un estado cristiano, aunque hay una gran pluralidad de religiones tradicionales. La cultura autóctona pasa por música, danzas, cantos, gastronomía, artesanía, cerámica y cestería, ente otras artes.

El territorio de la actual Zambia fue poblado por los joi y los san desde tiempos inmemoriales, aunque actualmente la mayoría es bantú. El país no destaca en casi nada ni tiene una gran epopeya nacional que contar, pero ama profundamente la paz, lo cual ya es mucho decir en un continente tan dado a conflictos étnicos y guerras.

 

Zimbabue: el racismo antiblanco.

Rodesia del Sur se independizó del Imperio Británico en 1965 con el primer ministro Ian Smith, un racista defensor de la supremacía blanca que declaró la República de Rodesia.  Pero en 1980 el revolucionario Robert Mugabe, apoyado por los negros, se hizo con el poder y la nación fue rebautizada con el nombre de Zimbabue.

El primer ministro Mugabe era un hombre pragmático en los 80, un héroe nacional para ese 95% de zimbabuanos de raza negra. Él ambicionaba ser un nuevo Nelson Mandela, así que hizo importantes mejoras en el nivel de vida de su pueblo. Pero en 2000 se sintió despreciado por Londres y el ídolo se trocó en tirano.

Ese año cedió a las presiones de los veteranos de guerra que le auparon al poder, y autorizó  invasiones de fincas de granjeros blancos. Los negros comenzaron a matar blancos y a arrebatarles sus tierras, con el beneplácito del Estado. El 85% de los granjeros blancos zimbabuenses -los mejores del planeta- se exiliaron del país.

Sólo el 10% del terreno nacional está cultivado pero la tierra está en las raíces del pueblo, en su alma, en su tradición. Sin duda hace falta una reforma agraria más justa que dé más riqueza a los negros, pero tras las ocupaciones de fincas están los amigos de Mugabe. Las fincas ahora no se explotan y la producción ha caído en picado.

Zimbabue está al borde del abismo: casi todas las empresas han cerrado, cuatro millones de emigrantes en la última decada, 90% de paro, sanidad y educación colapsadas y una hiperinflación donde se llegó a pagar un billón de dólares zimbabuenses por un chupachup.  En 2008 la economía tocó fondo al caer un 400%.

La dictadura es represiva y violenta. La administración está corrupta hasta las cejas y la policía abusa con impunidad. Los blancos son el chivo expiatorio. La gente huye de un régimen desquiciado de racismo y autodestrucción con el índice de desarrollo humano más bajo del planeta. Es el caos. El naufragio. El desastre total.

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