Navarra: Dios, patria y fueros.

Cuando uno llega a Pamplona, histórica capital del milenario Reino de Navarra inmediatamente se percata de que no está frente a una ciudad más sino frente a un pedazo vivo de historia. Su monumento a los fueros recuerda la lealtad a España pero también la defensa de todos los derechos históricos que le son propios.

Este Reino es una tierra de hombres temerosos de Dios, una bella excepción en medio de una Europa cada vez más atea. Navarra es la cuna del Opus Dei. Su marcado catolicismo logró el éxito de tener la única autonomía de toda España donde abortar era ilegal pero también hizo de ella una tierra abominablemente idólatra.

Históricamente los tres burgos que componían Pamplona estuvieron enfrentados. El de Navarrería quería mantener la independencia, pero el de San Cernín simpatizaba con los francos y el de San Nicolás con los castellanos. En 1423 el rey Carlos III los unió. En 1512 el Reino de Navarra firmó su «feliz unión» con el de Castilla.

En la actualidad, la gran mayoría de navarros -castellanoparlantes- defiende la unidad de España y un tercio de navarros -normalmente euskaldunes- reivindica su anexión a Euskadi. La histórica «lingua navarrorum» -hoy considerada euskera- se ha convertido en un arma al servicio del nacionalismo expansionista vasco.

El despegue económico en los últimos tiempos ha sido brutal. En 25 años el Reino pasó de ser sociedad rural a disfrutar de un alto nivel de vida donde la educación, el I + D y las exportaciones están a la orden del día. En ello, fueron clave las jugosas ventajas fiscales que le otorga tener una hacienda propia y ser comunidad foral.

Navarra es el Reino de Sancho VII y del ciclista Miguel Induráin, el país cuyos San Fermines enamoraron al literato Ernest Hemingway, un pueblo en el que cuesta integrarse pero que cuando te acepta te lo da todo porque es noble y fiel, una patria de valientes dispuestos a batallar hasta la muerte en defensa de sus derechos.

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