Decadencia literaria.

En el mundo de la novela he comentado ya en muchas ocasiones la denuncia que Ernesto Sábato hace en su obra maestra El Túnel. Compara la novela de caballerías (peste literaria del siglo XVI) con la policíaca o detectivesca (peste literaria de nuestros días) y dice que igual que Miguel de Cervantes escribió Don Quijote de la Mancha como un escarnio de ese tipo de novelas que al final consiguió exterminar este género, alguien debería redactar un nuevo Quijote que acabara de una vez con esta lacra que es la novela negra. Primer capítulo: el asesinato. Último capítulo: el asesino. Capítulos de en medio: listado de sospechosos. De ahí no sale. No da más de sí.

¿Por qué nadie lee poesía? ¿Es que no quedan almas románticas? Sí que quedan. Lo que pasa es que la poesía se ha prostituído, ha abandonado sus bases, ha renunciado a sus raíces. La poesía es unir dos corazones (el del autor y el del lector) a través de un libro, es crear una empatía entre ambos, es que el lector sienta lo que ha sentido el autor a la hora de plasmar sus sentimientos o que por lo menos los entienda. Eso es poesía. Lo que ocurre es que hoy la poesía camina por otras sendas: alucinaciones como las de Federico García Lorca, estupideces como las de Charles Bukowski o aventuras fracasadas como las de hacer poesías sin rima.

¿Y qué ocurre con el teatro? Que está para verlo, no para leerlo. Leer una obra teatral me parece que es como leer el guión de una película. A mí no me interesa el guión; me interesa la película. Aparte, el teatro actual es como el arte moderno: no hace falta talento para dedicarte a él. Pensemos en la Fura dels Baus: básicamente se dedican a bailar en pelotas como si fueran aborígenes de Papúa-Nueva Guinea. Eso ni es teatro ni es nada. Eso es estar mal de la cabeza. El mejor teatro es aquel que es sencillo, que se acerca al pueblo, como el de Lope de Vega. Se puede hacer de vez en cuando alguna obra más enrevesada o experimental pero no hay nada más inculto que un teatro para élites.

La filosofía ha caído en barrena después de ese auténtico siglo de oro del pensamiento que fue el siglo XIX. Me parece que básicamente hay dos tipos de ensayistas. El que es todo ideas, como por ejemplo Platón. Y el que es todo documentación, como por ejemplo Joan Fuster. El pensador del primer tipo es inteligente. El segundo sólo lo aparenta. ¿De qué sirve una vasta documentación si después las conclusiones del autor no dejan de ser un resumen de las ideas de otros autores anteriores, si es incapaz de poner algo de su propia cosecha? Así es como se trabajaba en la Edad Media en Europa. Hoy no hay pensadores sino documentalistas. Así va el mundo.

La literatura se mueve demasiado por modas, como la de ese tipo de novela (originalmente anglosajón) que hace Lucía Etxebarría que cuenta la historia de jóvenes que no hacen sino drogarse y follar. Mucha falta de personalidad entre los escritores es lo que hay. Todos se apuntan a la moda de turno como borreguitos. Por el contrario se arrincona el cuento, el relato y el artículo. Las editoriales funcionan a base de superventas, plagios y premios literarios cuyos ganadores no suelen tener más méritos que salir por la tele. No encuentras en las librerías a autores clásicos o a jóvenes; sólo están los consagrados y autores anglosajones de suspense que piensan en vender el relato para hacer un film.

Los autores que tratan de hacer una literatura mínimamente decente han de competir por un lado contra toda la mierda que envuelve al mundo de las letras y contra la mercantilización del talento y por otro contra la caja tonta, que tiene una oferta aún más mediocre. Mientras que el Estado no ayude a los verdaderos literatos y no hablo de subvenciones (no es bueno que un autor se acostumbre a parar la mano al poder establecido) sino de inculcar a los niños el gusto por la lectura, de que los profesores estimulen, nunca que impongan pues todo lo que es impuesto entra de mala gana, continuaremos como hasta ahora con esta lenta y agónica decadencia cultural que se abre paso.

Retorno a lo pre-Galdosiano.

Resulta complicado redactar buenos libros, sobre todo en un país en que abunda (e incluso se premia) la no literatura. Ahora mismo en España hay escritores que saben mucho de crear escándalos y de aprovechar como nadie las correspondientes estrategias de mercadotecnia pero que de libros no saben nada (Lucía Etxebarría). Padecemos también la invasión de un montón de borricardos que como son conocidos por salir en la tele han decidido sacarse un sobresueldo desembarcando en el mundo de la literatura (Carmen Posadas, Andreu Buenafuente, Fernando Schwartz…) De otros da la sensación de que pudiendo parir mejores obras optan por publicar basura porque es más vendible (Arturo Pérez-Reverte). Hay grandes autores a los cuales los medios no hacen demasiado caso (Juan Goytisolo) y otros que como Francisco Umbral gozan de una fama exorbitante en relación a la calidad de sus obras. El dedo acusador del plagio apunta a grandes celebridades (Eduardo Zaplana, Luis Racionero…) y eso por no hablar del escándalo que supone que toda una nación se entere de que eres una negrera (Ana Rosa Quintana). ¿Qué ha sido del idioma de Miguel de Cervantes? Que me lo expliquen porque yo no lo sé.

Aquí concretamente, en el Reino de Valencia, a algunos creadores merecedores de inmortalidad no se les estudia en las escuelas por motivos políticos (Xavier Casp, Miquel Adlert…), los mismos motivos políticos que hacen proponer para el Premio Nobel de Literatura a un autor por escribir una recopilación de rondallas y un diccionario (Enric Valor). Cuando alguien hace una versión actualizada de un clásico lo cambia de tal forma que al final acaba poniendo lo que le viene en gana en esos momentos, aunque eso suponga evidentemente prostituir el original. Recuerdo ahora la versión de Curial y Güelfa de la Editorial Bromera, donde sorprendentemente aparecen nombres de territorios como Francia, Italia, Alemania o Cataluña. La obra original se escribió en el siglo XV, cuando ninguno de estos territorios existía bajo esta denominación, por lo que he de intuir que los ha introducido el versionista Salvador Vendrell. ¿Por qué no está penada por la ley esta clase de atropellos a la obra y memoria de un autor? ¡De los infinitos textos científico-históricos que la Universidad Bananera de Valencia falsea a diario mejor ni hablar! ¡No acabaríamos nunca!.

Algunas obras están tan increíblemente mal traducidas que da la sensación de leer inglés en español: la traducción de Lino Novás Calvo de Santuario de William Faulkner (Espasa) es dura como un puntapié en las partes. Las editoriales funcionan a golpe de superventas (hoy por desgracia llamados best-sellers), los premios literarios se los adjudican presentadores de televisión, periodistas, locutores de radio, famosos que salen por la tele, recomendados de todo tipo… Ninguno de ellos escritor de raza. En las librerías siempre encuentras los típicos superventas (Antonio Gala, Stephen King…) pero si te interesa un clásico o buscas un libro de un autor joven te lo tienen que pedir. Los índices de lectura en el país son alarmantemente bajos (básicamente porque en las escuelas los maestros imponen la lectura, que no la incentivan, y claro, todo lo impuesto entra de mala gana…) mientras que no se para de editar (¡60.000 títulos por año, la mitad de ellos nuevos!) ¿Pero quién lee todo ese montón de obras? Al final será cierto eso que dicen algunos con muchísima sorna de que si en España no lee nadie es porque todo el mundo está escribiendo un libro.

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