Crimea: entre dos tierras.

800px-Flag_of_Crimea.svg

La península de Crimea ha pasado a lo largo de los siglos por las manos de tártaros, turcos, rusos, soviéticos y ucranianos, entre otros. Hasta se ha declarado independiente en algunas ocasiones, aunque con un resultado más simbólico que real. Su importancia estratégica es enorme por su ubicación a orillas del Mar Negro.

Turquía se apoderó de ella en 1475 pero Rusia se la arrebató en 1783. En 1954, y dentro del contexto de la Unión Soviética, Rusia se la cedió a Ucrania. Tras la desintegración soviética de 1991 Ucrania se quedó con una Crimea prorrusa, a cambio de que Moscú pudiera seguir manteniendo sus destacamentos militares allí.

En todo este tiempo Crimea se ha sentido como pez fuera del agua dentro de Ucrania. Los crimeos hablan ruso y se sienten rusos así que los desencuentros con el gobierno de Kiev, ucranioparlante y prooccidental, han sido constantes. La península es pequeña pero el tira y afloja entre estos dos países por su control es colosal.

Esta tierra siempre disputada está habitada por dos millones de almas. El 60% de la población es de etnia rusa, el 24% ucraniana y el 12% tártara. Los tres idiomas son oficiales, aunque prevalece el primero. La mayoría de la gente es cristiana ortodoxa pero la minoría tártara -un pueblo de origen túrquico- practica el islam suní.

El 16 de marzo de 2014 -en plena crisis de gobernabilidad en Ucrania- Crimea votó en referéndum solicitar su anexión a Rusia, el 17 se independizó de Ucrania y el 18 fue anexionada -junto con la ciudad de Sebastopol- por Moscú. En realidad fue una invasión militar rusa disfrazada de autodeterminación, un Anschluss ruso.

Crimea puede provocar un tremendo efecto dominó en Europa. Su caso podría ser un ejemplo para otros territorios rusófilos que podrían solicitar la anexión formal a la Federación Rusa, tales como Ucrania oriental, Transnistria y Gagauzia (Moldavia), Abjasia y Osetia del Sur (Georgia) o el Alto Karabaj (Azerbayán) entre otros.

 

Oblast Autónomo Hebreo: el precursor de Israel.

El pueblo judío siempre fue una minoría incómoda en todas partes. Así que ¿qué hacer con ellos? El dictador Adolf Hitler planeó asentarlos en Madagascar. Algunos judíos estudiaron crear una patria en Argentina o en las inmediaciones de Sudáfrica pero el padre del sionismo, Thedor Herzl, apostó por hacerlo en Palestina.

Antes, en 1918, se creó en la Unión Soviética el Distrito Autónomo Hebreo. Moscú quería dotar a cada minoría de un territorio con autonomía cultural dentro de un marco comunista. Y de paso neutralizaba dos amenazas: el judaísmo, que iba contra el ateísmo oficial, y el sionismo, que chocaba con el internacionalismo de la URSS.

La idea era crear una nueva Sión soviética, donde una cultura hebrea proletaria podría crecer. El idioma oficial sería el yidis y unas nuevas arte y literatura socialistas reemplazarían la religión como máxima expresión de cultura. En 1934 el Distrito se convirtió en república autónoma dentro de Rusia: nacía el Oblast Hebreo.

El Oblast estaba situado en el extremo oriental de Rusia: la idea era poblar con nuevos asentamientos la frágil frontera con China y a la vez mantener alejados a los judíos de los centros de poder. Antes, el dictador Stalin estudió la posibilidad de asentarlos en Ucrania o Crimea pero se encontró con un fuerte rechazo en la zona.

La URSS fomentó la emigración a la zona y la cultura yidis. Era una tierra desértica de clima inhóspito pero muchos colonos iniciaron una nueva vida allí. Pero pronto se desataron persecuciones soviéticas contra los judíos; entre eso, el Holocausto nazi y la fundación de Israel en 1948 los judíos comenzaron a irse de allí.

El Oblast Autónomo Hebreo aún existe, la lengua yidis sigue siendo oficial y se enseña en las escuelas, pese a que ya sólo el 1% de la población local es judía (en sus buenos tiempos, llegaron a superar el 30%). A modo de anécdota, quedará para la historia que este curioso experimento fue el precursor del actual Estado de Israel.

A %d blogueros les gusta esto: