La lengua catalana ha cumplido los cien años de vida. No fue hasta el I Congreso de la Lengua Catalana (1906) en la que el catalán abandonó su condición de dialecto para adquirir de forma oficial el estatus de lengua independiente por primera vez en su historia. Hasta entonces el catalán era considerado un dialecto de las lenguas de Oc.
El catalán Antoni Badia Margarit, rector de la Universidad de Barcelona, dejó escrito en su Gramática Histórica Catalana (1951): “No es el catalán una lengua románica que siempre haya estado entre las lenguas con personalidad propia: todo lo contrario, era considerado como una variedad dialectal de la lengua provenzal, y sólo desde hace relativamente poco, ha merecido la categoría de lengua neolatina independiente”.
Antes de eso, se dio el Renacimiento de la cultura catalana en pleno siglo XIX. El punto de inflexión lo marca una obra que es un hito para los catalanes. Se trata del poema Oda a la patria de Bonaventura Carles Aribau. Este poema, publicado en el periódico El vapor en 1833, está considerado el gran símbolo del Renacimiento de Cataluña y de su cultura. En él, Carles Aribau elogia continuadamente una lengua que, para sorpresa de muchos catalanes, no es el catalán sino el lemosín. Y cita “lemosín” hasta en cinco ocasiones.
A partir de la codificación del idioma catalán que hizo el ingeniero químico Pompeu Fabra a comienzos del siglo XX, se fue apoyando cada vez más desde la burguesía barcelonesa un nacionalismo expansionista que, no satisfecho con que el catalán pasara de dialecto a lengua independiente, anhelaba que tanto el valenciano como el mallorquín y el aragonés iniciaran el camino inverso para absorberlas. El proceso de genocidio cultural prosigue aún hoy.
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